viernes, 30 de septiembre de 2011

Crisis y contra-reformas neoliberales. Dirigentes gubernamentales, banqueros, empresarios, especuladores los directos responsables.

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En este nuevo episodio histórico del desarrollo del capitalismo se acentúa el carácter imperial y neocolonial de dichas fuerzas hegemónicas, sucesoras y herederas de las antiguas potencias coloniales, y que de esta manera pretenden recuperar el retroceso que supuso para ellas la descolonización de numerosos pueblos del Tercer Mundo. En este sentido, la globalización neoliberal trata de imponer modos de dominación como el comercio injusto y desequilibrado avalado por la OMC, consistente en forzar la apertura de los mercados de los países pobres a las mercancías y capitales procedentes de los países ricos, concretamente de sus empresas y bancos transnacionales. Al mismo tiempo, los Estados de los países ricos mantienen sus barreras proteccionistas a las mercancías procedentes de los países pobres, pero no así a los beneficios y capitales obtenidos y acumulados ‑en muchos casos de manera fraudulenta y criminal‑ por parte de bancos y empresas transnacionales, así como por gobernantes y funcionarios sobornados y puestos a su servicio, es decir, la denominada “fuga de capitales” y su “blanqueo” en los países ricos y sus “paraísos fiscales”
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Crisis y contra-reformas neoliberales.


Dirigentes gubernamentales, banqueros, empresarios, especuladores los directos responsables.


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Guillermo García.


Rebelión. Miércoles 28 de septiembre del 2011.


La reciente crisis financiera en los países ricos ha puesto en evidencia las consecuencias previsibles, pero negligentemente ignoradas, de la excesiva especulación financiera por parte de los bancos y empresas transnacionales privados, quienes en connivencia con muchos dirigentes estatales y gubernamentales, una vez más, han evitado su colapso mediante la expropiación de cuantiosos fondos del sector que consideran “obsoleto”, el sector público, sin reconocer el fracaso de las medidas pro sector privado que han impuesto y siguen imponiendo bajo la estela de uno de las nociones emblema de la globalización neoliberal: la "gobernanza". De este modo, aseguran la continuidad de las formas de dominación neocoloniales por todo el planeta.


Contexto geopolítico y neocolonial actual: el imperio


La actual “mundialización” o “globalización”, predominantemente comercial y financiera, traspasa y desborda las fronteras estatales para facilitar la libertad de circulación de capitales, pero no de las personas Dicha globalización consiste básicamente en “mundializar” los valores e intereses de los grupos y fuerzas hegemónicos que dominan la producción y el mercado capitalistas bajo una versión ultraliberal y conservadora, el denominado “neoliberalismo”. Dichos grupos y fuerzas están constituidos por los Estados más ricos y poderosos, encabezados por Estados Unidos (EE.UU.) y su fuerza militar, la Unión Europea y sus Estados miembros de segundones, así como por las organizaciones financieras, comerciales y militares internacionales bajo su dominio y control, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), la Organización Mundial del Comercio (OMC), la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), el G‑8 y el G‑20, entre otros, todos ellos al servicio y bajo la tutela de las empresas y los bancos transnacionales privados.


En este nuevo episodio histórico del desarrollo del capitalismo se acentúa el carácter imperial y neocolonial de dichas fuerzas hegemónicas, sucesoras y herederas de las antiguas potencias coloniales, y que de esta manera pretenden recuperar el retroceso que supuso para ellas la descolonización de numerosos pueblos del Tercer Mundo. En este sentido, la globalización neoliberal trata de imponer modos de dominación como el comercio injusto y desequilibrado avalado por la OMC, consistente en forzar la apertura de los mercados de los países pobres a las mercancías y capitales procedentes de los países ricos, concretamente de sus empresas y bancos transnacionales. Al mismo tiempo, los Estados de los países ricos mantienen sus barreras proteccionistas a las mercancías procedentes de los países pobres, pero no así a los beneficios y capitales obtenidos y acumulados ‑en muchos casos de manera fraudulenta y criminal‑ por parte de bancos y empresas transnacionales, así como por gobernantes y funcionarios sobornados y puestos a su servicio, es decir, la denominada “fuga de capitales” y su “blanqueo” en los países ricos y sus “paraísos fiscales”.


Otra forma de dominación se basa en el reembolso de la deuda externa, la cual tiene su origen en los préstamos de las instituciones financieras internacionales y de los bancos privados transnacionales de los países ricos para financiar supuestos proyectos de desarrollo en el Tercer Mundo. La creciente inestabilidad monetaria del sistema económico imperante y las injustas e interesadas decisiones de los gobernantes de los países ricos y de los dirigentes de las instituciones financieras internacionales a su servicio (FMI y BM, principalmente) han convertido a los países del Tercer Mundo receptores de dichos préstamos en deudores permanentes, es decir, en exportadores netos de capital, pues el importe de los reembolsos (capital más intereses) supera con creces el capital prestado, sin conseguir apenas reducir la deuda.


La globalización actual implica también subordinar las organizaciones internacionales a los intereses de las grandes potencias y vaciar de contenido el principio de igualdad soberana de los Estados en el derecho internacional, arduamente conseguido por los pueblos del Tercer Mundo recién descolonizados en los decenios de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo. Dichos pueblos pronto adquirieron conciencia de que, conseguida la independencia política, era necesaria también la independencia económica respecto de las fuerzas hegemónicas e imperialistas para lograr que dicha independencia fuese efectiva, real. A ello se opone su “subdesarrollo”, es decir, su situación de dependencia y subordinación respecto de los países ricos, sus empresas y sus capitales financieros. La interdependencia global que exalta la ideología neoliberal trata de encubrir las relaciones de subordinación y de dominación que dicho modelo de interdependencia global implica, pues no se trata de una interdependencia recíproca en la que las ventajas y los beneficios sean equitativamente repartidos, sino que muy al contrario refuerzan las relaciones de subordinación y de dominación.


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!! Jóvenes del Mundoi, UNIOS ¡¡ Contra la crisis multidimensional mundial, la crisis "final" del sistema político y por la conquista de un mundo superior, un mundo Socialista, para todos y (as).

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Las dificultades para incorporar a esta globalización una dimensión “social” o “humana” son cada vez más patentes y los más perjudicados son, como de costumbre, los más pobres y vulnerables. En efecto, se da el caso de que en muchos países el crecimiento económico no sólo no mejora la situación de los sectores más vulnerables y desfavorecidos, sino que incluso la empeora, utilizando importantes recursos en la represión de aquellos que osan protestar. Este es el caso de algunos países con importantes recursos minerales o petrolíferos (Nigeria, Congo, Guinea Ecuatorial, etc.) o diamantes (Liberia, Sierra Leona, etc.), los cuales suelen estar inmersos en graves conflictos internos que desembocan en sangrantes guerras civiles, alimentadas precisamente con el dinero obtenido mediante la exportación de esos recursos de su subsuelo, el cual se dedica en buena parte a la compra de armamento y entrenamiento de fuerzas militares y paramilitares para la represión y aniquilación de sindicalistas y opositores (caso de Colombia, en América Latina, por ejemplo).



Asimismo, puede producirse un aumento de las industrias de exportación con mayor acceso a los mercados mundiales, pero sin integrar en el proceso de crecimiento a los sectores más empobrecidos y sin superar una estructura económica dual. Es más, dicho crecimiento viene acompañado habitualmente de crecientes desigualdades económicas y sociales, así como una concentración cada vez mayor de la riqueza en élites privilegiadas, sin mejorar los índices de desarrollo social, educación, salud, igualdad de género y protección ambiental. Asimismo, dicho crecimiento económico continúa destruyendo los ecosistemas naturales y deteriorando el medio ambiente y el clima de manera acelerada, sin tener en cuenta que los recursos naturales son limitados y que el aumento de la explotación humana va en contra de la dignidad y del disfrute de todos los derechos humanos por parte de todos, principalmente de los más vulnerables y desfavorecidos.


Existe también la responsabilidad de los Estados de los países empobrecidos, los cuales, al igual que los Estados de los países más ricos, suelen estar férreamente controlados por poderes oligárquicos aunque posean formal y abstractamente apariencias democráticas, como por ejemplo celebrar elecciones periódicamente mediante las cuales se suceden en el gobierno partidos cuyos dirigentes suelen estar estrechamente vinculados con dichos poderes oligárquicos y que asimismo disponen de los grandes medios de comunicación públicos y privados. Estas oligarquías locales, para su supervivencia, necesitan subordinarse a las oligarquías "globales" que dominan los Estados más ricos e industrializados y, consiguientemente, las instituciones financieras y comerciales internacionales, así como los bancos y las empresas transnacionales. Esto explica por qué los gobiernos de los países más pobres se dejan embaucar fácilmente por especuladores internacionales que buscan su exclusivo beneficio, no procurando la unidad, dejándose llevar por rivalidades pueriles, autorizando inversiones improductivas o puramente suntuarias, fácilmente criticables, y que sirven de pretexto a una política de regresión de la ayuda y de la asistencia al desarrollo.


Especulación financiera y crisis consiguiente: ahora le toca a la "metrópoli"


Las espasmódicas y recurrentes crisis que acompañan a los procesos de acumulación de capital desde los inicios históricos del capitalismo repercuten sus peores consecuencias en las poblaciones más desfavorecidas e indefensas: paro y precariedad laboral, aumento continuo de las desigualdades económicas y sociales, empobrecimiento, etc. La reciente crisis ha tenido como epicentro el mundo financiero y repercute en todos los ámbitos económicos y sociales. Afecta de lleno al núcleo de las fuerzas dominantes de la metrópoli capitalista, donde se ubican los grupos hegemónicos del sistema económico mundial. En efecto, se trata de una crisis financiera cuyas causas tienen mucho que ver con la actividad predominantemente especulativa a la que se dedican los grandes bancos y empresas transnacionales de los países ricos, facilitada por uno de los emblemas de la globalización neoliberal, es decir, la libertad de circulación de capitales y la consiguiente "financiarización" de la economía. De este modo, el desmesurado incremento de capital en circulación no se corresponde en absoluto con la economía real o productiva.


En lo que se refiere al Tercer Mundo, dicha libertad de circulación de capitales favorece todo tipo de capitales especulativos dispuestos a abandonar los países de “alto riesgo” (es decir, los más empobrecidos) con la misma rapidez que entraron, es decir, a la mínima señal de “alarma”, hundiendo aún más en la miseria a los más pobres. Esto sucedió en el decenio de los noventa en los países entonces denominados “tigres asiáticos” (Tailandia, Indonesia, Taiwán, Corea, etc.), elogiados desde la metrópoli como modelo de crecimiento económico y “prueba” del éxito de las políticas neoliberales. Dicha crisis se simultaneó con otras similares en América Latina (México, Brasil, Argentina) y en países como Rusia y Turquía, ante la pasividad e impotencia de las instituciones financieras internacionales (FMI, BM). Crisis periódicas y repetitivas que se suceden cíclicamente y que son consustanciales al sistema económico dominante. Ahora le ha tocado el turno a la “metrópoli”. Por su propia naturaleza, el capital privado “financiarizado” se inclina por la mayor rentabilidad en el menor plazo y por la garantía de que las ganancias así obtenidas sean “repatriadas” a sus lugares de origen en vez de reinvertirse allá donde se obtuvieron dichas ganancias.


Paradójicamente, quienes tanto abogan por reducir los gastos sociales y por la disminución de la intervención de los poderes públicos con fines redistributivos se encuentran ahora con los bolsillos repletos de dinero público gracias a decisiones de dirigentes políticos que, una vez más, obedecen a quienes realmente les han colocado en dicho puesto. Si se hubieran aplicado a sí mismos las normas “gobernancistas” que tanto han promovido y preconizado los bancos y las empresas transnacionales para los menos “competitivos”, pura y simplemente hubieran desaparecido por “incompetentes”.


Más grave aún es que los poderes públicos que tan generosamente se han comportado con las entidades privadas abocadas a la bancarrota por su nefasta gestión (gobernanza) no hayan exigido apenas responsabilidades civiles y penales a sus directivos, quienes además suelen cobrar sumas astronómicas como indemnización por su cese mientras que, por otro lado, no dudan en facilitar el “despido libre” de sus trabajadores para “reducir costes”. Asimismo, dichos poderes públicos están disminuyendo la tributación de las rentas más altas, pero no la de las rentas más bajas, cargando sobre estas últimas la “factura” de la crisis: socialización de pérdidas frente a privatización de ganancias.


Y más grave aún es que los cuantiosos recursos recibidos así de generosamente (al día de hoy las cifras se cuentan por billones de dólares o euros) se hayan concedido sin exigir prácticamente nada a cambio, es decir, no sólo sin exigir responsabilidades por actuaciones notoriamente negligentes en el pasado, sino sin tan siquiera obligar a que se lleven a cabo las profundas reformas estructurales requeridas en el funcionamiento de los bancos y empresas transnacionales que eviten que en el futuro vuelvan a repetirse los mismos hechos o similares, lo cual implicaría reconocer el fracaso de las políticas neoliberales pro sector privado. Sin embargo, tal reconocimiento jamás se producirá mientras dicho fracaso siga pagándose con dinero público, tal y como está sucediendo con la crisis actual. Otro ejemplo histórico más de cómo el capitalismo se sirve del Estado para perpetuarse y fortalecerse.


Las ”condiciones subjetivas"


La desfavorable correlación de fuerzas actual permite a los más ricos y poderosos no solo pasar la factura de la crisis a los que menos culpa tienen, sino que dicha crisis sirve de pretexto para acelerar y profundizar la “contrarrevolución” neoliberal iniciada en la metrópoli capitalista a partir de la crisis de los años setenta del pasado siglo, con la entrada de Reagan en el gobierno de EE.UU. y de Thatcher en el de Gran Bretaña, previo ensayo de laboratorio en el aterrorizado Chile de Pinochet. Dicha contrarrevolución o “revolución de los ricos contra los pobres” consiste básicamente en mermar y erosionar paulatinamente el estado de bienestar y los avances y derechos sociales logrados tras la II Guerra Mundial mediante políticas económicas redistributivas de corte keynesiano, aunque siempre sometidas a relaciones de producción, comercio y consumo capitalistas.


El regresivo pacto social acordado en este país por los sindicatos “mayoritarios”, y que motivó la desconvocatoria de la segunda huelga general, o la reciente contrarreforma constitucional para limitar el déficit público, el cual es vital para poder redistribuir riqueza en favor de los más pobres y vulnerables, hecha a toda prisa ‑y sin consultar a los ciudadanos mediante referendo‑ por parte de los partidos "mayoritarios", son todo un ejemplo del tipo de contrarreformas jurídicas, laborales y fiscales en curso, con el aplauso del FMI, de la gran banca privada y de los medios de comunicación “mayoritarios”.


El creciente flujo de descontentos que traspasan las grietas y fisuras de las mastodónticas y aparentemente todopoderosas burocracias empresariales, sindicales, partidistas y mediáticas deben crear vías y fórmulas organizativas y comunicativas más democráticas ‑y menos burocráticas‑ que materialicen su disconformidad.


[1] Doctor en Derecho, experto en desarrollo y derechos humanos, autor de Sobre la universalidad de los derechos humanos , "Diagonal" nº 95, febrero de 2009.


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jueves, 29 de septiembre de 2011

La nueva Institucionalidad latinoamericana. El Ministro Amado Boudou y el filósofo Ernesto Laclau debatieron sobre Latinoamérica.

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“Nueva institucionalidad” y “unidad latinoamericana”. En poco más de una hora de disertación, el ministro de Economía y candidato a vicepresidente por el oficialismo, Amado Boudou, y el filósofo Ernesto Laclau construyeron sobre la base de esos dos conceptos el análisis que permite comprender la “consolidación de las reformas progresistas en Latinoamérica”, viga central de la jornada de debate que protagonizaron ayer. “Es importante que los países latinoamericanos caminen juntos en esta etapa turbulenta del mundo, que generará coletazos, y que continúen construyendo una nueva institucionalidad a través de organismos multilaterales fuertes, cooperativos y viabilizadores de puestos de trabajo de este lado de nuestras fronteras”, definió Boudou desde el escenario de la sala Pablo Neruda del Paseo La Plaza. “Hoy estamos construyendo un solo país en América latina que es un modelo para el mundo”, sentenció Laclau. La jornada tuvo un solo, aunque notorio, ausente. El conflicto con numerosas pueblos originarios de Bolivia por la construcción de un camino que atravesaría un territorio indígena obligó al vicepresidente de ese país, Alvaro García Linera, a no despegarse de la casa central.


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La nueva Institucionalidad latinoamericana.


El Ministro Amado Boudou y el filósofo Ernesto Laclau debatieron sobre Latinoamérica.


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El País. El Ministro Amado Boudou y el filósofo Ernesto Laclau debatieron sobre Latinoamérica.


“Hoy estamos construyendo un solo país en América Latina que es un modelo para el mundo” sentenció Laclau. El Candidato a Vicepresidente del oficialismo rescató la necesidad de que los países de la Región “sigan caminando juntos”.


Ailín Bullentini.


Página/12 Miércoles 28 de septiembre del 2011.


“Nueva institucionalidad” y “unidad latinoamericana”. En poco más de una hora de disertación, el ministro de Economía y candidato a vicepresidente por el oficialismo, Amado Boudou, y el filósofo Ernesto Laclau construyeron sobre la base de esos dos conceptos el análisis que permite comprender la “consolidación de las reformas progresistas en Latinoamérica”, viga central de la jornada de debate que protagonizaron ayer. “Es importante que los países latinoamericanos caminen juntos en esta etapa turbulenta del mundo, que generará coletazos, y que continúen construyendo una nueva institucionalidad a través de organismos multilaterales fuertes, cooperativos y viabilizadores de puestos de trabajo de este lado de nuestras fronteras”, definió Boudou desde el escenario de la sala Pablo Neruda del Paseo La Plaza. “Hoy estamos construyendo un solo país en América latina que es un modelo para el mundo”, sentenció Laclau. La jornada tuvo un solo, aunque notorio, ausente. El conflicto con numerosas pueblos originarios de Bolivia por la construcción de un camino que atravesaría un territorio indígena obligó al vicepresidente de ese país, Alvaro García Linera, a no despegarse de la casa central.


“¿Consistencia o provisionalidad?”, la pregunta, en boca del moderador Oscar González, se refirió a las políticas progresistas aplicadas por los gobiernos latinoamericanos en los últimos años y sirvió para romper el hielo. Para el titular de Economía, la dicotomía en realidad “obliga a pensar una cuestión de sentido mayor” que tiene que ver con quién tiene el poder en una sociedad y cuál es el rol del Estado en esa comunidad que quiere ser más dinámica: “Sólo el Estado tiene la capacidad de contener el avance del poder económico concentrado en pos de una distribución del ingreso más igualitaria. Esa es una sociedad progresista y democrática”.


En ese sentido, definió como “opciones antidemocráticas” las “ideas que siguen llegando (desde los organismos económicos liderados por países desarrollados) y que apuntan a reducir al mínimo el rol del Estado”, como los fondos anticíclicos. “Son nuevos formatos de dominación”, remarcó, bajo la mirada aprobadora de Laclau, quien elogió al ministro varias veces. En ese sentido, insistió en la unidad latinoamericana para la “construcción de una nueva institucionalidad” relacionada con “la creación de organismos multilaterales” que aglutinen y tengan como protagonistas a los países de la región.


A esa unidad se refirió el filósofo, al considerar que el Mercosur, la Unasur y el Banco del Sur serán las “herramientas con las cuales iremos creando el espacio en el cual el papel protagónico de nuestros países pueda verificarse”. Pero además, consideró que ese ámbito cercano permitirá la superación de “la dicotomía institucionalismo severo versus populismo”: “Que lo económico esté sometido a lo político y lo estatal es absolutamente decisivo”.


Para el ministro, esas instituciones latinoamericanas regionales sirvieron, también, para resolver problemas de coyuntura: “El último golpe de Estado en Centroamérica (Honduras) fue resuelto en el marco de la OEA, un organismo con sede en Washington y una postura de la situación, claro, washingtoneana. La solución no fue buena. El intento de derrocamiento al presidente de Ecuador, Rafael Correa (hace un año), se resolvió en el marco de Unasur, entre países que mucho más sabían de la decisión popular ecuatoriana”, completó.


En tanto, el pensador agregó una arista más al análisis de la construcción institucional y colectiva entre los países de la región: la cuestión democrática. “La calidad democrática de América latina avanza hacia un equilibrio entre dos posturas que, en su ejercicio absoluto, son falsas: aquella que entiende como instituciones solo a las parlamentarias, una democracia vacía de poder popular; y la visión ultralibertaria, que plantea una democracia de base conformada por nuevas instituciones que rompan con la forma parlamentaria tradicional, algo que tampoco funciona”, explicó Laclau. El intento de derrocamiento que sufrió el presidente venezolano, Hugo Chávez, en 2002, fue su ejemplo: “Sin la movilización popular, el golpe hubiese triunfado. Al mismo tiempo, esa movilización de base sin la presencia de un Estado conformado con las bases políticas propuestas por Chávez hubiese sido un fracaso”.


Si la discusión entre consistencia o provisionalidad fue el disparador, la reflexión sobre las vías para sostener las políticas progresistas en el tiempo fue el desafío del cierre del debate. “La profundización del modelo”, definió González. “En primer lugar, el sostenimiento de esas políticas. Luego, el agregado en el mismo camino –inició el fin Boudou–. La construcción de una nueva institucionalidad tiene que ver con la generación de igualdad de acceso a derechos fundamentales que el pueblo defenderá de manera firme. La Asignación Universal por Hijo, la recuperación de los fondos previsionales por el Estado, la posibilidad de que cada estudiante secundario tenga una computadora son derechos que nadie va a poder cercenar.”


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miércoles, 28 de septiembre de 2011

La crisis, los liderazgos y el futuro: el mundo del siglo XXI.

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Lo que se definió como globalización tuvo un sello del contexto histórico muy específico que terminó de definir el concepto. Hay algunos aspectos de lo que llamamos globalización que no van a cambiar con la crisis. Difícilmente el intercambio comercial deje de existir y volvamos a mundos cerrados. No hay indicios de que eso pase. Tampoco nadie puede pensar que mañana se va a terminar la comunicación por Internet, o el intercambio cultural que trajo la intensificación de las relaciones entre sociedades. Estos fenómenos de la globalización no van a cambiar, lo que sí va a cambiar son las relaciones de poder. Yo no veo, por lo menos a corto plazo, el fin de la unipolaridad en el sentido de que Estados Unidos deje de ser la potencia militar. No es previsible que esto cambie. Sí se puede empezar a ver la erosión de la unipolaridad y una globalización con una redefinición del equilibrio de poder con un tinte más regional. Similar a la visión del choque de civilizaciones: va a haber regiones compitiendo entre sí. Esto siempre y cuando haya un país central en la región y una voluntad de definir la identidad regional. Por ahora, Europa no está transmitiendo una señal positiva en este sentido, le falta un Estado central.


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Entrevistas / Khatchik DerGhougassian y Mariano Aguas, una charla a fondo. Dos de los referentes en política internacional más importantes del país conversaron sobre los dilemas actuales que afectan al mundo. El liderazgo de Barack Obama, los grupos radicalizados en Europa y los desafíos que enfrenta Sudamérica
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La crisis, los liderazgos y el futuro: el mundo del siglo XXI.


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Veintitres Internacional. Domingo 24 de septiembre del 2011.


Romina Manguel y Deborah Maniowicz



–La inestabilidad actual ¿es la respuesta a la globalización?
Mariano Aguas:
–La globalización no tiene por qué producir estabilidad o inestabilidad. Tal vez lo que nos muestra esta crisis es que las formas que adopta la globalización, o algunas de las formas que ha adoptado hasta ahora, se están agotando. La globalización existe y eso es innegable. Ahora, qué está pasando con la economía, qué está pasando con el sector financiero, cómo se desarrolló la Unión Europea... Sobre esas cosas sí podemos discutir modelos alternativos.


Khatchik DerGhougassian:


Lo que se definió como globalización tuvo un sello del contexto histórico muy específico que terminó de definir el concepto. Hay algunos aspectos de lo que llamamos globalización que no van a cambiar con la crisis. Difícilmente el intercambio comercial deje de existir y volvamos a mundos cerrados. No hay indicios de que eso pase. Tampoco nadie puede pensar que mañana se va a terminar la comunicación por Internet, o el intercambio cultural que trajo la intensificación de las relaciones entre sociedades. Estos fenómenos de la globalización no van a cambiar, lo que sí va a cambiar son las relaciones de poder. Yo no veo, por lo menos a corto plazo, el fin de la unipolaridad en el sentido de que Estados Unidos deje de ser la potencia militar. No es previsible que esto cambie. Sí se puede empezar a ver la erosión de la unipolaridad y una globalización con una redefinición del equilibrio de poder con un tinte más regional. Similar a la visión del choque de civilizaciones: va a haber regiones compitiendo entre sí. Esto siempre y cuando haya un país central en la región y una voluntad de definir la identidad regional. Por ahora, Europa no está transmitiendo una señal positiva en este sentido, le falta un Estado central.


–En Europa, ¿el Estado referente será aquel que se ponga al frente en esta crisis?


Kh.DGh.: –El Estado que de alguna forma pueda generar consenso y proyectar la región en el contexto global, no para competir con Estados Unidos pero sí marcar presencia.


–¿En qué país piensa?


Kh.DGh.: –Yo estoy pensando fundamentalmente en el potencial que tiene Sudamérica más que en Europa.


M.A.: –Europa es un poco más difícil porque lo que hay allí es un tándem entre Francia y Alemania. Sí podríamos decir que Alemania ha conseguido por vías económicas y pacíficas lo que en dos guerras no consiguió. Y ahí hay que sacarnos el sombrero porque el país ha conseguido cosas interesantes. Entre otras cosas, su propia reunificación y sus políticas de proyección balcánica. Han vuelto a tener un peso que habían perdido. Pero, de todas maneras, yo creo que esta centralidad esté absolutamente desligada de su partnership con Francia. Inclusive, cuando se habla de una zona del euro más fuerte y otra más débil se ve que hay como una pequeña zona blindada y el núcleo duro sigue siendo París-Berlín.

Kh.DGh.: –Lo que está mostrando esta crisis es que Europa fue fundamentalmente el intento de crear un equilibrio entre lo político, lo social y lo económico. Pero no logró tener avances en lo político, tanto en la institucionalización como en la democratización y en la proyección internacional. Logró cambiar muchas cosas pero la esencia de las relaciones internacionales no. En este sentido, como la política de poder no desapareció con la globalización, lo que va a cambiar es la redistribución del poder, un poder más difuso, más regional. Todavía no me atrevo a decir multipolar porque existe un balance con Estados Unidos.

M.A.: –Lo que pasa es que la construcción europea es mucho más colegiada.

Kh.DGh.: –Claro, esa era la gran originalidad de Europa. Lo que pasa es que es algo utópico porque si ves el panorama político europeo, esas fuerzas más bien de centroizquierda hoy están totalmente al margen porque tuvieron su parte de responsabilidad, voluntaria o involuntariamente, para llegar a esta crisis porque estaban en el poder. Entonces, el temor es, y es ahí donde está el gran desafío de la crisis para Europa, ver si, eventualmente, la extrema derecha, en la forma más civilizada, no se va a plantear como la “salvadora” de esta situación.

–Es peligrosa como hipótesis...


Kh.DGh.: –Cuidado, no va a ser Jean-Marie Le Pen pero de esta extrema derecha también sale el terrorista de Oslo y tiene en su discurso elementos del antiguo antisemitismo, la nueva islamofobia. O sea, es una extrema derecha en gestación de una situación que aún no conocemos.

Con esta lógica, ¿España podría ser un laboratorio en el que podemos ver casi de manera inminente cuáles pueden ser las reacciones frente a la crisis y si el mundo va a virar a la derecha?


M.A.: –La crisis española tiene una cosa bifronte porque por un lado la ciudadanía votó en las elecciones municipales al Partido Popular y hasta en Cataluña ganó la derecha. Pero por el otro lado, los indignados se movilizan y el PSOE, con Rubalcaba, ha empezado a ganar algunos puntos y hay un núcleo que está diciendo muy claramente: tenemos crisis, pero el Estado de Bienestar no se toca. Tal vez pueda surgir una derecha desde el punto de vista cultural pero no me imagino una derecha económica, neoliberal. Pude ser una derecha que tenga que ver más con un discurso político de orden, con la idea de reconstitución de la identidad europea, pero me parece que va a ser muy difícil que puedan desmantelar alegremente los logros del Estado de Bienestar.

–¿No cree que está en juego el Estado de Bienestar?


M.A.: –Esa es la tensión que estamos viviendo. Lo que está ocurriendo hoy en Londres está vinculado obviamente con recortes a los sectores más desprotegidos y hay mucha gente que está cuestionando que van a gastar un montón de dinero en las Olimpíadas cuando hay otras prioridades.

–¿Y uno puede prever un cambio de paradigma en esta crisis del modelo?

M.A.:
–Normalmente, en los grandes momentos de cambio la academia aportó un libreto. La sensación que uno tiene ahora es que no hay un discurso tan armado, tan claro, como hubo en su momento con la alternativa al keynesianismo por parte del pensamiento neoliberal... No hay un Ludwin von Mises, un Hayek trabajando hace veinte años para presentar su libreto y llevarlo a la práctica. Reagan y Thatcher llegaron con un libreto, lo mismo pasó en los ’90 en la Argentina. Hoy estamos en una situación donde no tenemos hojas de ruta teóricas como para ver hacia dónde ir.


Kh.DGh.: –Es que Europa trascendió al Estado territorial, por lo menos en lo que se refiere a las políticas sanitarias, pero no supo, o no quiso, trascenderlo en las políticas sociales, que siguen nacionales. Una perspectiva de ver esta crisis en Europa es también desde ese desbalance entre la continuidad del Estado de Bienestar en una lógica nacional, y una economía política que trascienda la soberanía nacional. Ese capítulo nunca se concretizó. Todavía no sabemos cómo puede ser un Estado de Bienestar que no sea el Estado-nación sino algo regional. Otro foco interesante es que antes se pensaba que la gran virtud de la democracia liberal era que los conflictos se resolvían en las elecciones, en los discursos y en los parlamentos, pero estas crisis llegaron a las calles. Eso es lo que pasa cuando se rompe un modelo.


–Fuera del momento de movilización política clásico que son las elecciones.

Kh.DGh.:
–Absolutamente. Cómo van a absorber esta expresión de descontento en el contexto de la democracia, todavía no se ve. La extrema derecha, por ejemplo, no se moviliza así. No en Europa por lo menos. Votan a sus candidatos o aparecen casos extremos como ocurrió en Oslo. En Estados Unidos es al revés: la que se moviliza es la derecha del Partido Republicano, que tuvo la inteligencia de trasladar todo este activismo en votos. El centro se corrió más a la derecha. Entonces, los demócratas, al querer acomodarse, también se corrieron a la derecha. Esto se presentó en el Partido Demócrata con Clinton y en el Republicano con Newt Gingrich. Son los neoconservadores al poder. Cuando vino Obama, donde uno pensaba que el Partido Demócrata al ser más liberal y progresista iba a movilizar a la gente y aprovechar el momento, no lo hizo. Se acomodó. Y es el Tea Party quien no quiere consenso y piensa la política en términos ideológicos y de enfrentamiento. Por ahora, en Estados Unidos, el discurso dominante es que, a pesar de la crisis, no hay gente que salga a romper los vidrios. Yo no quiero hacer ninguna profecía ni nada, pero no hay ninguna garantía de que no se va a repetir.


–En Estados Unidos, ese mismo votante fascinado por la figura de Obama ¿puede ser cooptado en estado de decepción por los sectores más radicalizados?


Kh.DGh.: –Ese votante vive una decepción hoy. No puede ser cooptado por los sectores radicalizados pero al no votar cede el espacio. Y la militancia de los sectores más activistas de la derecha, del conservadurismo, nunca bajó la guardia. Siempre siguieron movilizándose, hasta en el momento más brillante de la popularidad de Obama.

–¿Dónde está el caldo de cultivo del Tea Party? ¿De dónde surge el crecimiento de los últimos veinte años?


M.A.: –Ellos tienen un núcleo muy fuerte en lo que es la derecha cultural. No son sólo neoconservadores, la Rand Corporation.

Kh.DGh.: –No es un think tank, es la capacidad del Partido Republicano de poder vincular o movilizar u orientar estas expresiones ideológicas de la derecha republicana hacia los votos.


M.A.: –Ahí tenés un juego de diversos niveles: por un lado, tenés un conservadurismo cultural muy fuerte, que está por fuera de esta idea liberal, republicana y democrática. Además hay un montón de gente que está enojada con los chetos y vanguardias culturales de Nueva York, San Francisco y Chicago; y está el tipo que sostiene que el mundo está absolutamente en crisis y que lo único que nos salva es la Biblia. Es la desconfianza generalizada en determinados métodos democráticos. Y hoy la sociedad está en riesgo porque no sabemos qué va a ocurrir, si las pensiones van a servir, si la gente va a seguir conservando su trabajo... Son cuestiones que están minando de una manera muy fuerte la desconfianza en el sistema democrático y en la forma de hacer política. Por eso es que gran parte de estas manifestaciones que Khatchik mencionaba, se manifiestan de manera casi anómica, sin respaldo de un partido o un movimiento.


–Y un descreimiento en la clase política que alcanza a todas las regiones, porque desde Chile hasta España parecería ser un “que se vayan todos”.


M.A.: –En Chile sí, pero tiene un condimento diferente porque parte de los problemas que atraviesa se los debe a sus propios presidentes. Los chilenos están llegando a niveles económicos que nunca tuvieron, grados de modernización que antes no tenían. Y a partir de ahí es que empiezan a replantearse ciertos modelos. Pero en parte, la revuelta pingüina está vinculada con el propio éxito del sistema, que obviamente ya no funciona. En cambio, lo que está pasando en las democracias más consolidadas es que hay una población cada vez más desconcertada: hay gente ultrapreparada de treinta años que no encuentra trabajo porque las mismas instituciones del Estado de Bienestar evitan que estos puedan entrar al mercado de trabajo. Además, hay un dato que va detrás de todo esto y es que la economía de los países más desarrollados está decreciendo respecto de los emergentes. Entonces, cada vez participan menos en la economía mundial.


–¿Qué oportunidades representa este panorama para América latina?

M.A.:
–Es un desafío porque parte de estos países son clientes nuestros. De todas maneras, hay que hacer una distinción porque una cosa es Sudamérica y otra cosa es Latinoamérica. Los que relativamente estamos mejor somos los del mundo sudamericano.


Kh.DGh.: –O el Cono Sur.


M.A.: –Sí, la región andina tiene sus propios temas. Yo creo que se han dado una serie de cuestiones interesantes. Gobiernos muy pragmáticos que han sabido leer la crisis mundial sumado a que quieren, o les conviene, cooperar. Se está conformando algo y hay un proyecto político que va tomando forma.


Kh.DGh.: –Ahí quiero hacer algunas aclaraciones para que no quede un entusiasmo un poco ingenuo. En primer lugar, yo desconfío de frases fuertes como “que se vayan todos”. Ontológicamente, no tiene sentido. Quizás ideológicamente da con la letra de anarquistas de izquierda o de derecha, pero, mientras exista la política, “que se vayan todos” no tiene sentido. En el caso de Estados Unidos, la desconfianza hacia ciertas instituciones y hacia la política en general también tiene mucho de mito. La política en Estados Unidos nació para ponerle frenos al poder excesivo, de ahí el famoso checks and balances. Hay algunas instituciones que hace tres décadas mantienen su credibilidad y nunca han cambiado. Lo más destacable es la institución militar después de Vietnam. En el momento en que los militares vuelven de Vietnam se da un proceso de reconciliación entre la sociedad y las fuerzas armadas. Se combinan la doctrina de Colin Powell en la época de Reagan, las películas, las inversiones, la retórica del triunfo de la Guerra Fría y el aumento del presupuesto... Que apenas se habla en el Congreso de cómo bajar el presupuesto de defensa.


–Pero sí en las calles...


Kh.DGh.: –Pero en las calles tampoco hay desconfianza hacia los militares.

–¿No hay una interpelación frente a la crisis económica de revisar los gastos?


Kh.DGh.: –Pero nadie pone en primer plano el gasto militar. Nadie quiere tocarlo.


–¿Ni siquiera después de Bush?


Kh.DGh.: –Ni siquiera después de Bush.


M.A.: –Sí la izquierda demócrata.


Kh.DGh.: –Está bien, pero dónde están... Stiglitz escribió un libro y hay varios think tanks progresistas que hablan de cómo cortar el presupuesto, pero todos tienen un discurso muy prudente. Entonces, eso se mantiene, y de alguna forma se tiene que mantener, porque es el gran recurso de prestigio de Estados Unidos. Esto lo mantiene la clase política. O sea, los mismos políticos del Tea Party. No son outsiders. Hablan de la desconfianza del Congreso, pero hablan desde el Congreso. Lo que es interesante en el caso de los dos partidos es que en el Republicano hay movimientos que surgen y renuevan al partido y esto en el Demócrata no sucede.


M.A.: –Obama pudo con éxito enamorar por un tiempo a los chicos jóvenes, que no votan, precisamente por el uso muy inteligente que tuvo de las redes y las nuevas tecnologías.


Kh.DGh.: –Y la crisis.


M.A.: –Claro. Mientras la base social republicana ha sido fortalecida por algunas políticas de centroderecha, la base social demócrata afrontó la exportación de empleo y el debilitamiento del sistema de ayuda pública. Esto ha puesto en términos precarios a gran parte del votante demócrata. Además, no hay que olvidarse que en Estados Unidos la clase media baja y el pobre no suelen votar. Esto favoreció a la clase media pudiente y a los enojados, representados por el Tea Party. Los costos de acción colectiva del Partido Demócrata son mucho más altos que los del Republicano.


Kh.DGh.: –A pesar de todo esto, yo sigo creyendo que Obama, si no le va tan mal este año y dado que la oposición es bastante dispersa, podría ser reelecto.


–¿Con estas cifras, con estos números de desempleo?


Kh.DGh.: –Sí, porque no hay alternativa.


–¿Comienza una nueva etapa en la presidencia de Obama?


Kh.DGh.: –Depende. En el 2008 tenía la gran oportunidad de hacer algo distinto desde el primer día y prefirió la prudencia. Aunque hizo algunos cambios en defensa y en la CIA para que no le digan que es un presidente que no cuida la seguridad nacional.


–Pero le cuestionan Guantánamo.


Kh.DGh.: –No, no le cuestionan, los que lo cuestionan son los sectores académicos y algunos movimientos de libertades civiles. Pero no se debate en el Congreso. Volviendo a Sudamérica, no hay que apurarse en decir que vamos a poder superar los desafíos. Es muy temprano para hacer pronósticos. Es cierto que las economías de los países desarrollados están muy por debajo de los países emergentes, pero hoy en día la investigación en tecnología todavía está en Estados Unidos. No hay que caer en la ingenuidad de creer que la crisis necesariamente lleva a una racionalización de las políticas y a la corrección de errores. La crisis puede llevar a algo peor.


M.A.: –Hay otro elemento latente que es la cuestión latina, que todavía no se sabe muy bien para dónde va. El latino, en Estados Unidos, no es un actor politizado con una identidad propia que va en contra del sueño americano.

Kh.DGh.: –Su politización es a favor de su inclusión en la sociedad y no el cambio de la sociedad. Es más, los latinos que llegan al poder en Estados Unidos, con excepciones evidentemente, fueron los más derechistas de la administración de Bush.


–¿Y cómo reaccionan al recrudecimiento de las políticas migratorias?


Kh.DGh.: –No reaccionan. No creo que haya un lobby latino.

M.A.: –Yo creo que puede haber, coyunturalmente, momentos en donde la comunidad latina, espasmódicamente, se junta y produce algo que después se disgregue otra vez. Y eso tiene que ver con cuestiones muy puntuales como la ley de Arizona, pero no hay un movimiento consolidado. Lo que si puede ocurrir es que genere un ruido, de vida muy corta, que en épocas de elecciones pueda ser importante.

–¿Qué diferencias encuentran entre las crisis de Estados Unidos y Europa?


Kh.DGh.: –La gran diferencia en términos políticos es que Estados Unidos es un país mientras que Europa representa a varios países. Otra diferencia es que estamos hablando de una experiencia que despertó mucho optimismo, en cuanto a la capacidad de los Estados de dejar atrás un pasado y construir algo nuevo donde, básicamente, la guerra desaparece como instrumento. La otra diferencia es que en Europa todavía hay una movilización social de los indignados mientras que en Estados no solamente no existen, sino que pasaron al espectro de la derecha republicana.


M.A.: –En Estados Unidos hay una movilización para desmantelar el Estado de Bienestar mientras que en Europa tenés la movilización para mantenerlo. Además, la composición del espectro político es diferente. No hay que olvidarse de que la Europa de posguerra la construyeron los socialcristianos y los socialdemócratas. Y la cuestión religiosa juega un rol totalmente diferente en Estados Unidos y en Europa.

–Y a ustedes, como analistas, ¿qué les preocupa? ¿En qué tema ponen el foco en la preocupación diaria?


Kh.DGh.: –Yo, principalmente, sigo muy de cerca lo que está pasando en el Medio Oriente y luego todo lo vinculado al equilibrio de poder, guerras y seguridad internacional. En términos muy generales, lo que preocupa en esta crisis es una superpotencia con una elevada deuda pública y un presupuesto de defensa que equivale a todos los del resto del mundo. Esto es peligroso. En Estados Unidos no veo expectativas. ¿Qué es lo que se puede hacer? ¿A qué se puede aspirar más que a ser la superpotencia? Es muy difícil gestionar, administrar esa erosión que viene de la unipolaridad.


M.A.: –Mi preocupación es más eurocéntrica. Me sorprende que en un país como Noruega haya pasado lo que ocurrió, que Italia esté hace tantos años en manos de un vendedor de corbatas como Berlusconi... Y yendo al tema de Estados Unidos, hablaría del mundo anglosajón. Yo creo que los anglosajones tienen una especie de sabiduría, sobre todo los británicos, bastante interesante. Y pienso que tal vez el viejo imperio que fue tenga algo que enseñarle a este nuevo imperio que está dejando de ser. Porque si bien Estados Unidos está en decadencia, representa cosas muy importantes para el concepto occidental. China es una factoría estupenda, pujante y maravillosa, pero todavía le falta muchísimo para ofrecer, desde el punto de vista de los valores, los derechos humanos y la democracia liberal. Mi miedo con Estados Unidos es que ellos dejen de creer en esos valores. Por eso es tan importante ver cómo el presidente Obama va a ir resolviendo ciertas cuestiones. Yo creo que si lo hace con cierto éxito hay optimismo.


–En Estados Unidos, los dos coinciden en que Obama podría ser un líder político a la altura de las circunstancias. ¿Qué pasa en Europa?


Kh.DGh.: –En Europa falta la figura de un hombre de Estado.

M.A.: –Y la inestabilidad política, paradojalmente, viene de los que anuncian la antipolítica. O por lo menos la antipolítica democrática.


–¿Por ejemplo?


M.A.: –Los que más política hacen hoy en día son ciertos partidos xenófobos y ahí tenés el surgimiento de liderazgos como en Finlandia, Holanda y Dinamarca. Kh.DGh.: –Además, hay una diferencia entre Estados Unidos y Europa. A pesar de la frontera, la sociedad estadounidense no tiene un problema de inmigración. El multiculturalismo se ha resuelto. Europa todavía tiene ese problema.

–¿A qué tipo de inmigración se refiere?


Kh.DGh.: –El problema para Europa es el Islam y su proximidad con Medio Oriente.


M.A.: –Cameron y Sarkozy dicen que el multiculturalismo ha fracasado.


–¿Cómo analizan el papel actual de las Naciones Unidas?


Kh.DGh.: –Las Naciones Unidas persisten pero desde hace mucho son inoperantes.

–Sudamérica tampoco ve al organismo como una prioridad.


Kh.DGh.: –No. A tal punto que uno empieza a preguntarse por qué tanta insistencia de parte de Brasil para ocupar un lugar.


–Para terminar, haciendo una radiografía de este siglo, ¿creen que tiene alguna característica particular como han tenido otras épocas?


Kh.DGh.: –Sinceramente no la veo. No es que este mundo se vaya a terminar mañana... Todavía es temprano para hablar de mundo multipolar pero yo, claramente, veo la formación de equilibrios de poder regionales. Todo depende de la capacidad de ciertos actores de generar consensos en torno a un proyecto en sus propias regiones. Y, en este sentido, Sudamérica es la región que, potencialmente, tiene todos los elementos para generar consenso en torno de algunos temas. Está al margen de todos los centros conflictivos, tiene tradiciones, recursos naturales y ha vivido la crisis antes de la crisis. El desafío es saber coordinar defensa y el medio ambiente, para no caer en la trampa de las privatizaciones y la dependencia.


M.A.: –Tenemos el desafío de entender una situación que está cambiando con elementos analíticos del siglo XX y XIX, lo cual no es nada fácil. El mundo se está moviendo pero todavía no sabemos hacia dónde va. Se presenta una oportunidad que va a implicar sabiduría política y fuertes consensos. Y ahí yo tengo mis dudas respecto de la capacidad de nuestras elites políticas de armar consensos duraderos.


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