lunes, 7 de julio de 2025

LA SOLEDAD DEL AGRAVIO, POR ALBERTO VERGARA.

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“El principio del mundo es muchas cosas. Es un canto de amor maternal y es un vómito negro sobre el Perú; también es el réquiem por el país dividido entre modernidad y tradición; es un espejo inclemente para los limeños; es un retrato terrible de la educación pública y un elogio del maestro capaz de salvar; ojalá fuera, además, el disparador de una conversación pública sobre nuestros desprecios en todos los sentidos. Y la novela es también una muestra de este país abatido que, a pesar de todo, es capaz de narrarse y pensarse en los mejores términos. Es también una novela irregular donde las últimas 200 páginas (¡de casi mil!) se le escaparon de las manos a un autor que imagino extraviado en sus miles de folios sin poder poner un punto final. Y, sin embargo, nos ha entregado una gran novela que viene a empujar la piedra de la autoconsciencia nacional: la de este siglo XXI sin sueños de pongo ni miraflorina tentación del fracaso.

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LA SOLEDAD DEL AGRAVIO, POR ALBERTO VERGARA.

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Yo no había leído en la literatura peruana una narración tan atenta a las microexperiencias del migrante en Lima. Una cosa es conocer el proceso social y otra la arcilla literaria. Y Gamboa lo ha hecho de una manera que estruja el corazón.

 

Por Alberto Vergara. Politólogo.

 

Fuente. Diario La República 6 de julio del 2025.

I

Jeremías Gamboa ha escrito una novela conmovedora. El principio del mundo no es redondo, pero es honda, preciosa, importante. Es la estación más reciente y lograda de nuestra vieja tradición --intelectual, literaria, política-- de asedio a la cuestión nacional. Una novela que anuda de manera notable las microexperiencias de la migración a Lima de los años cincuenta y sesenta con las transformaciones de los 90 y los 2000. Una novela ante la cual no hay forma de quedar ileso.

La historia narra los días posteriores al regreso de Manuel a Lima, quien viene de realizar una maestría en literatura latinoamericana en Estados Unidos. En esas jornadas (con sus noches) emprende un viaje al pasado a través de un puñado de conversaciones. Pero la obsesión con el pasado en esta novela no es nostálgica. Los recuerdos de Manuel y sus interlocutores están urdidos desde la pena y el agravio. Es una novela del y desde el resentimiento.

La estructura de El principio del mundo invierte el orden cronológico de la historia narrada. La primera parte se organiza alrededor de una larga conversación (y borrachera) con Sabino --amigo del barrio y del colegio público--, centrándose sobre todo en los años ochenta y noventa en Lima. La segunda se ocupa, esencialmente, de la historia de Candelaria, la madre de Manuel, devolviéndonos a los años cincuenta cuando era una campesina y su posterior travesía a Lima ya en los sesenta.



II.

Aquí quiero regresar al orden cronológico convencional. De un lado, porque facilita lo que quiero sugerir respecto del libro, pero también porque, aunque Manuel es quien narra la novela y pareciera el personaje principal, ese papel, en realidad, le corresponde a Candelaria, la madre.

Candelaria es una campesina quechuahablante en Carhuanca, en las alturas de Ayacucho, condenada a la pobreza rural, a un padre brutal y, sobre todo, al tedio interminable de las faenas del campo. La hermana mayor es la primera en partir a Lima. A la vuelta de unos años volverá por la siguiente hermana y esta hará lo propio con Candelaria. El proceso en que las hermanas traman y fugan de Carhuanca es particularmente emocionante: niñas sin educación, quechuahablantes y analfabetas, con un coraje y lucidez para dar vuelta al mundo. Al leerlo, he pensado que hasta hoy nadie había hecho literatura de esta belleza con aquello que Carlos Franco defendió hace 35 años:

“… al optar por sí mismos, por el futuro, por lo desconocido, por el riesgo, por el cambio, por el progreso, en definitiva, por partir, cientos de miles o millones de jóvenes comuneros, campesinos y provincianos en las últimas décadas se autodefinieron como "modernos", es decir, liberaron su subjetividad de las amarras de la tradición, del pasado, del suelo, de la sangre, de la servidumbre, convirtiéndose psicológicamente en "hombres libres".

Como demuestra Candelaria, también en mujeres libres. Y resalto el calificativo “psicológicamente”. Porque Candelaria pronto va a descubrir que ha trocado la explotación del campo por la de los limeños. Los capítulos que retratan la llegada de Candelaria a Lima me han emocionado y perturbado. Nuevamente: yo no había leído en la literatura peruana una narración tan atenta a las microexperiencias del migrante en Lima. Una cosa es conocer el proceso social y otra la arcilla literaria. Y Gamboa lo ha hecho de una manera que estruja el corazón.

El largo capítulo en que Candelaria rememora sus años de empleada doméstica en Lima es descomunal. El agravio sin fin. Violentada en las calles, agredida en las casas, ninguneada en todas partes. Nadie le permite asistir a la escuela. En un momento de particular belleza y tristeza, tras haber sido expulsada de otro trabajo, Candelaria acaba asomándose a los acantilados de Miraflores, quién sabe para terminar de una vez con todo. Porque no solo la han botado del trabajo, la patrona le ha gritado: “Pobre de ti que vengas embarazada de alguien de esta casa, perra de mierda.” (p.698).

A la postre, el azar, la fe y la familia salvan a Candelaria. Pero nada disuelve su rencor. Más bien, este se convierte en activo: Candelaria lo metaboliza para salvar a sus hijos. La amenaza ya no es la postración rural sino la segregación capitalina. Y echa a andar la estrategia de superación familiar: ocultar el quechua, esconder orígenes, negar a los parientes pobres y encomendarse, con más fe que realismo, al poder reparador de la educación. Candelaria evangeliza a los hijos en el mandato de estudiar para llegar a “ser alguien”. En otras palabras, triunfar en la ciudad pasa por la disolución de las identidades que daban sentido a la vida previa y abrazar una empresa individual. Algunos lectores probablemente reconozcan aquí lo que Carlos Iván Degregori, a mediados de los ochenta, describió como la difusión del mito del progreso en los sectores populares peruanos. Mientras unos pocos se embarcaban en la acción revolucionaria, Candelaria y millones de migrantes cargaban ante todo con –y acudo otra vez a Franco— “una enérgica voluntad de integración social”.



III

“Yo no pensaba en mi madre. Ni en Irene ni en Virginia ni en mi padre. Solo en mí. Solo en mis cursos. No pensé en mi país, en mis vecinos o en mis compañeros”.

                                   El principio del mundo. p.532

La rabia convertida en imperativo categórico de la movilidad social germina en la generación siguiente: Manuel deviene un integrista del ascenso social. Ahora, si la madre lo ha catequizado en ese objetivo, es Manuel quien descubre que ni el colegio público ni la ciudad se lo van a facilitar. Manuel y su amigo Sabino viven en San Luis, barrio que cumple un papel crucial en una novela atenta a la geografía de la capital; es el torreón desde el cual se divisa --en los devastados años ochenta-- la ciudad de las oportunidades al oeste y, al este, la de la penuria. Aunque el narrador no utiliza el tecnocrático lenguaje de las oportunidades: constata la ciudad blanca y la ciudad chola. La grieta que parece organizarlo todo.

Y luego está el colegio, que permite un desarrollo logradísimo de la escuela pública peruana. A diferencia de La ciudad y los perros o de Paco Yunque, las aulas de los años ochenta aparecen menos como espacios de despotismo que como uno dominado por la apatía, la anemia y la deriva: los niños se duermen, los profesores no llegan, los alumnos se tiran la pera sin que nadie lo note. El colegio público, con sus profesores empobrecidos, transparenta que no es ascensor ni escalera.

Manuel construye su propia escalera. Se va a salvar él, como pueda. Si en Candelaria despuntaba la novedad del individualismo, en la siguiente generación se afirma el egoísmo: centrarse en lo propio, pero también boicotear a los demás si hace faltaSon los noventa, ya es el Perú contemporáneo. A Manuel no le alcanza con quemarse las pestañas, necesita renegar de cuanto lo ha rodeado. Su amigo Sabino lo describe así cuando se apartó de sus compañeros de colegio para seguir su cruzada por ingresar a la Universidad de Lima:

“Decías que teníamos que dejar de ser quienes éramos. Hablabas de la necesidad de salir del barrio, ascender de clase, mejorar la raza.” (p. 353).

Es interesante que Manuel hace una autocrítica devastadora de su comportamiento en esos años y pide disculpas. Pero no aparece el arrepentimiento. A lo largo de la novela uno siente que Manuel volvería a hacer todo igual. Acepta su arribismo como un todo: con culpas y esplendores. De hecho, a diferencia de otros arribistas clásicos de la literatura – pienso en Julien Sorel o el gran Gatsby—, a Manuel no le aguarda ninguna tragedia. La tragedia pertenece al pasado.

Y, sin embargo, esto no hace de Manuel un personaje despreciable y, aún menos, plano. Cuando logra ingresar a la Universidad de Lima (digresión: la escena cuando le cuenta a la madre que ha obtenido la beca total que le permitirá quedarse en esa universidad inalcanzable es bellísima) sufre toda una galería de discriminaciones; cuando sale con una chica que vive por la clínica Ricardo Palma (“sí conozco, es Córpac”; “no, responde ella, “es San Isidro”) la familia lo maltrata con saña.

Y Manuel no olvida nada. El resentimiento ata toda la narración. Pero es el resentido en su soledad. No hay dónde encontrarse con otros agraviados. Ni Manuel ni nadie pasa cerca de la política. No se insinúa ni el discurso ni la acción colectiva. En Uruguay La Vela Puerca puede cantar “abran paso que viene un tren de rabiosos hasta morir”. En el Perú, cada rabioso conduce su mototaxi compitiendo contra otros rabiosos. La rebeldía es una excentricidad casi imposible de pagar. Si Manuel llegó a “ser alguien”, como predicó Candelaria, es porque utilizó la única vía disponible: salvó su pellejo con su pañuelo. La única insumisión que le resta es su disposición a pensar de manera incansable la desgracia nacional. De hecho, en esta novela el rebelde es su amigo Sabino, entregado a la poesía y la música. Y termina abandonando la universidad y siendo un electricista cocainómano que vive aún en San Luis.



IV

El principio del mundo es muchas cosas. Es un canto de amor maternal y es un vómito negro sobre el Perú; también es el réquiem por el país dividido entre modernidad y tradición; es un espejo inclemente para los limeños; es un retrato terrible de la educación pública y un elogio del maestro capaz de salvar; ojalá fuera, además, el disparador de una conversación pública sobre nuestros desprecios en todos los sentidos.

Y la novela es también una muestra de este país abatido que, a pesar de todo, es capaz de narrarse y pensarse en los mejores términos. Es también una novela irregular donde las últimas 200 páginas (¡de casi mil!) se le escaparon de las manos a un autor que imagino extraviado en sus miles de folios sin poder poner un punto final. Y, sin embargo, nos ha entregado una gran novela que viene a empujar la piedra de la autoconsciencia nacional: la de este siglo XXI sin sueños de pongo ni miraflorina tentación del fracaso.

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domingo, 6 de julio de 2025

CHILE: "JEANNETTE JARA TRAE LA ESPERANZA DE VIVIR MEJOR". El historiador Cristián Pérez analiza la irrupción de la candidata presidencial por la coalición de izquierda.

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¿Qué desafíos enfrenta el frente progresista de cara a las elecciones? El primero es ampliar la alianza política: construir una lista unitaria para las elecciones parlamentarias. Incluir en su comando a figuras relevantes de la centroizquierda, del mundo cultural, de las organizaciones sociales, de los sindicatos. El segundo es construir un programa de gobierno que responda a las preocupaciones urgentes: seguridad, inmigración, empleo. Y tercero, lograr articular al Partido Comunista con el resto de las izquierdas más allá del oficialismo, para sostener su candidatura como la opción capaz de derrotar a la derecha fascista. También es clave que proponga una política de seguridad que genere esperanza, especialmente en los barrios más golpeados. Debe demostrar que tiene un plan concreto para combatir el crimen organizado y el narcotráfico, con una “mano justa”: implacable con las bandas, pero respetuosa de la humanidad. Además, plantear una política económica que apoye a las pymes, pero que también refuerce el rol del Estado para defender a consumidores y limitar abusos de las grandes empresas. Pero, por sobre todo, lo que Jara ofrece es esperanza de que se puede tener una vida mejor. Y eso, hoy, vale muchísimo.

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Jeannette Jara, candidata presidencial por Unidad por Chile.. Imagen: EFE

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CHILE: "JEANNETTE JARA TRAE LA ESPERANZA DE VIVIR MEJOR". 

El historiador Cristián Pérez analiza la irrupción de la candidata presidencial por la coalición de izquierda.

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"Representa a esa izquierda formada desde las luchas obreras, cuadros populares educados. Estudia, se profesionaliza, pero nunca rompe el vínculo con sus raíces," dice el experto en la izquierda chilena.

Entrevista de Mateo Nemec.

Santiago de Chile.

Fuente. Página /12 sábado 5 de julio del 2025.

Con una victoria clara en las primarias del pacto oficialista Unidad por Chile, Jeannette Jara ha irrumpido como una figura inédita en la historia política reciente del país: es la primera mujer comunista en encabezar una candidatura presidencial del frente progresista desde el retorno a la democracia. Ex ministra de Trabajo, ex dirigenta sindical y militante desde su adolescencia, Jara encarna una combinación poco habitual en la política chilena: origen popular, trayectoria institucional y discurso de conciliación. Su triunfo, con más del 60 por ciento de los votos, reconfigura el mapa de la izquierda de cara a las presidenciales, en un momento marcado por el avance sostenido de la ultraderecha.

El escenario hacia las elecciones de noviembre se presenta tensionado por múltiples desafíos: la reportada baja participación en las primarias encendió alarmas en el oficialismo, mientras el ultraderechista José Antonio Kast lidera las encuestas, seguido por Jara y la conservadora Evelyn Matthei. Con una derecha que se rearma en torno al discurso del orden y figuras vinculadas al legado pinochetista, el progresismo enfrenta la tarea de recomponer confianzas, ampliar su base electoral y disputar el sentido común de una ciudadanía fragmentada. La candidatura de Jara busca precisamente eso: articular feminismo popular, justicia social y estabilidad democrática, frente a un contexto regional donde cada vez son más los proyectos autoritarios.

Para profundizar en el significado político e histórico de esta candidatura —y lo que representa para la izquierda chilena—, Página/12 conversó con Cristián Pérez, historiador, autor e investigador de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Playa Ancha, especialista en el estudio del progresismo histórico en Chile. En un país donde el discurso de la derecha caló hondo en los sectores populares con promesas de “mano dura”, la irrupción de Jara apunta a disputar ese mismo electorado desde otro lugar: “Ella encarna esa esperanza de vivir mejor, de salir adelante. No viene de la élite, así que se la siente nuestra”, analiza el historiador.



-La candidatura de Jara reactualiza el protagonismo del Partido Comunista. ¿Cómo describirías su identidad política hoy?

-Para entender el peso de su candidatura, es importante comenzar por un punto clave: la verdadera naturaleza del Partido Comunista de Chile. Siempre ha sido un partido que juega dentro de las reglas de la democracia. Desde sus orígenes como Partido Obrero Socialista en 1913, ha trabajado para representar al pueblo, organizar sindicatos y participar en elecciones. Incluso cuando fue ilegalizado en 1948, no optó por la lucha armada, sino que siguió apostando por la vía democrática. Solo durante los años más duros de la dictadura, entre 1980 y 1986, validó otras formas de lucha tras perder a más de mil militantes asesinados o desaparecidos. Esta trayectoria explica por qué, a -diferencia de otros países, el comunismo en Chile no genera tanto rechazo. Y también ayuda a entender por qué figuras como Janet Jara no asustan: vienen de una tradición de izquierda comprometida con la democracia.

-¿Qué representa Jeannette Jara dentro de esa tradición?

-Jara recupera una tradición fundacional: la de una izquierda nacida desde el mundo popular, que se forma políticamente sin romper ese lazo. Su padre era un obrero calificado, parte de un sector históricamente vinculado al comunismo y socialismo chilenos. Ella representa a esa izquierda formada desde las luchas obreras, cuadros populares educados, con formación política y cultural. Estudia, se profesionaliza, pero nunca rompe el vínculo con sus raíces. Por eso puede decir “soy pueblo” con total legitimidad. Representa a millones de personas que se levantan cada día a trabajar, que luchan por salir adelante. Ese fue el corazón del proyecto de Allende: organizar a los pobres del campo y la ciudad para mejorar sus condiciones dentro de la democracia. Jara recupera esa idea.



-¿Cómo entra en juego su perfil técnico y dialoguista?

-Ahí hay un elemento clave. Por un lado, su eficacia como gestora: en el Ministerio del Trabajo logró avances relevantes en contextos muy complejos, como la reforma previsional o la reducción de la jornada laboral, todo esto desde un oficialismo sin mayoría parlamentaria. Mostró capacidad de diálogo, manejo técnico, eficacia. Pero, por otro lado, está su cercanía con los sectores populares. Más allá de si milita o no en el Partido Comunista, lo que importa es que la ven como una de ellos. Y eso es fundamental: en los barrios, la gente no está leyendo columnas de opinión, está buscando esperanza. Cuando ven a alguien que viene de su mismo origen, que logró avanzar sin olvidarse de dónde viene, eso genera identificación. La técnica importa, claro, pero lo que realmente la hace fuerte es que transmite que mejorar es posible. Esa humanidad y cercanía son poderosas.

-¿Puede esa humanidad competir con figuras como Kast o Matei?

Sí, porque habla a un electorado decisivo: esos seis o siete millones de personas que viven en los barrios y que van a definir la elección. Son sectores despolitizados, que normalmente no votan, pero que esta vez lo harán obligados por ley. Ahí el discurso de la derecha ha calado fuerte, sobre todo por el miedo a la inseguridad. En un barrio humilde, que te roben el televisor es que te roben años de esfuerzo. Y Kast promete mano dura. Ahí Jara se vuelve una competidora fuerte, porque ofrece respuestas a esos mismos miedos, pero sin renunciar a los derechos humanos. Ella encarna la esperanza de vivir mejor, de salir adelante. No viene de la élite, así que se la siente nuestra. Si logra ampliar su coalición, puede consolidarse y ganar. Hace unos meses parecía seguro que la derecha ganaría. Hoy, eso ya no está tan claro.



-¿Qué desafíos enfrenta el frente progresista de cara a las elecciones?

-El primero es ampliar la alianza política: construir una lista unitaria para las elecciones parlamentarias. Incluir en su comando a figuras relevantes de la centroizquierda, del mundo cultural, de las organizaciones sociales, de los sindicatos. El segundo es construir un programa de gobierno que responda a las preocupaciones urgentes: seguridad, inmigración, empleo. Y tercero, lograr articular al Partido Comunista con el resto de las izquierdas más allá del oficialismo, para sostener su candidatura como la opción capaz de derrotar a la derecha fascista. También es clave que proponga una política de seguridad que genere esperanza, especialmente en los barrios más golpeados. Debe demostrar que tiene un plan concreto para combatir el crimen organizado y el narcotráfico, con una “mano justa”: implacable con las bandas, pero respetuosa de la humanidad. Además, plantear una política económica que apoye a las pymes, pero que también refuerce el rol del Estado para defender a consumidores y limitar abusos de las grandes empresas. Pero, por sobre todo, lo que Jara ofrece es esperanza de que se puede tener una vida mejor. Y eso, hoy, vale muchísimo.

-¿Cómo interpreta la baja participación en las primarias?

-Hay que relativizar esa idea de “baja participación”. Jara obtuvo resultados similares a los de las primarias que ganó Piñera antes de su segundo mandato. El tema es que los medios instalaron expectativas muy altas y luego remarcaron que no se cumplieron. En mi familia, por ejemplo, varios no votaron porque ya era vox populi que ella iba a ganar. Lo importante es que Jara ganó una elección difícil, sin confrontaciones, construyendo puentes y generando entusiasmo. Eso le permite proyectarse con un piso firme. Y quienes votaron por ella lo hicieron con convicción, lo cual es clave para cualquier campaña. Más que un problema, la participación puede verse como una oportunidad: ya tiene una base sólida que puede transformarse en el núcleo movilizador de su candidatura.

-¿Qué balance hace del gobierno de Boric hasta ahora?

Aunque el gobierno aún no termina, se puede hacer un balance preliminar. Fue una administración compleja desde el inicio, pensada para gobernar con una nueva Constitución, y ese proceso fracasó. Eso obligó a reformular el programa original. El gobierno tuvo que asumir lo que podríamos llamar un “baño de realidad” y enfocarse en lo posible. Aun así, logró reformas importantes, como las impulsadas por Jara en Trabajo. También fue un gobierno respetuoso de la democracia y los derechos humanos, algo nada menor en este contexto. Donde más falló fue en seguridad: no tuvo una respuesta clara frente a un problema que afecta mucho a la población. Pero con el tiempo, creo que se valorará su esfuerzo por recuperar el país tras la pandemia, contener la inflación y enfrentar la crisis. Boric aún tiene futuro. No descarto que vuelva a ser presidente. 

Entrevista: Mateo Nemec.

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sábado, 5 de julio de 2025

VASALLAJE ECONÓMICO, PLEITESÍA POLÍTICA.

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“El tema de la aportación económica a la OTAN tiene dos derivadas cruciales en el caso de España: la noción de soberanía no exenta de la voluntad de colaborar solidariamente en la medida de las capacidades de cada país, lo que comporta realizar los cálculos precisos para evitar distorsiones en el presupuesto público; y la aportación de propuestas razonables, que no estén circunscritas a la pelea política cotidiana –muy tóxica en estos momentos– y, sobre todo, que no engañen a la población. Llegar al 2% sobre el PIB representa un esfuerzo, sin duda; pero hacerlo al 5% supone un hachazo sobre el Estado del Bienestar. Nadie en su sano juicio va a llegar a esa cifra; solo la defienden el fanatismo y la genuflexión ante Trump.

“Conclusión. La desglobalización desencadenada desde la llegada de Donald Trump está provocando movimientos tectónicos en la geopolítica internacional. Y, en este contexto, buena parte de los gobiernos –con la excepción del Gobierno españolhan optado por una conducta más entreguista, aseverativa de buena parte de los caprichos del presidente estadounidense. Muestras de vasallaje y entreguismo que no son garantía de nada, y menos con la conducta voluble y desordenada de un personaje que, lamentablemente, gobierna sobre más del 25% del PIB mundial. Es necesario que, sobre todo en la Unión Europea, se deshinquen las rodillas de la tierra y se hable en condiciones de igualdad, sin admitir amenazas, sin tolerar narrativas matonistas, con la dignidad fundamental para que las posiciones de Trump no se consoliden ni se acaben extendiendo como una densa mancha de alquitrán que todo lo ahoga.

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Fuentes: El diario [Foto de familia de los líderes asistentes a la reciente cumbre de la OTAN en La Haya. J.J. Guillén/EFE]

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VASALLAJE ECONÓMICO, PLEITESÍA POLÍTICA.

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Por Carlos Manera, Jorge Fabra Utray. |05|07|2025| Economía.

Fuente. Revista Rebelión sábado 5 de julio del 2025,

En un alarde de incontinencia –y de irresponsabilidad–, Alberto Núñez Feijóo ha declarado que si él llega al gobierno de la nación cumplirá con el 5% exigido por Trump. A su vez, subraya el líder derechista, bajará los impuestos. Ya es cansino que tengamos que repetir, por enésima vez, que la curva de Laffer está ya en el cesto de los papeles

La actitud del máximo dirigente de la OTAN, Mark Rutte, con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ya ha sido reiteradamente calificada como entreguismo vergonzante que excede cualquier regla de cortesía diplomática. No insistiremos. Pero más allá del ridículo con el que este personaje se ha manifestado, la cuestión trascendente es hasta qué punto el capitalismo, en la versión tecnofeudal que caracteriza la economía de Estados Unidos (siguiendo al economista Yanis Varoufakis), se está imponiendo en el concierto internacional, en el que los mayores actores globales por su peso político, económico y militar (AlemaniaCanadáFranciaItaliaJapónReino Unido y la Unión Europea, entre otros) agasajan y rinden vasallaje a un presidente cuyo país, Estados Unidos, no está pasando, precisamente, por una coyuntura económica sólida. Dos acontecimientos importantes, de signo distinto, pero suficientemente ilustrativos, determinan esta afirmación.

Por un lado, la decisión del G-7 eximiendo del pago de impuestos a las multinacionales estadounidenses para que los beneficios que obtienen en los países en los que operan escapen a una mínima contribución fiscal. Esta determinación contradice lo que se ha ido avanzando en diferentes encuentros económicos en los que, entre otros, los importantes trabajos de Gabriel Zucman han constituido una guía clave para establecer mecanismos tributarios que afecten a los grandes consorcios empresariales y a los milmillonarios. Por su parte, Olivier Blanchard, jefe del FMI entre 2008 y 2015, ha indicado que

“El acuerdo sobre el impuesto mínimo, logrado con esfuerzo, representó un avance, evitando una carrera a la baja en el impuesto a las ganancias. Este acuerdo lo vuelve prácticamente inoperante. Y el G-7 obtuvo muy poco a cambio… Esto me preocupa sobre la postura negociadora de Europa en las actuales negociaciones arancelarias”.

La capitulación que se ha visto en la reunión del G-7, aceptando que las multinacionales de Estados Unidos eludan el impuesto mínimo global del 15%, demuestra una vez más que urgen reglas de juego que corrijan los enormes desequilibrios de renta y riqueza en el mundo. Los dirigentes del G-7, sin embargo, han entregado, genuflexos, esta gran gabela a Trump que, infantilmente ufano, se ve como claro vencedor ante sus vasallos.

Otro aspecto crucial, la guerra en Gaza, constituye también un acto de pleitesía hacia Trump en su cruzada por defender al gobierno de Netanyahu y su conducta genocida en la Franja. La condena al ataque de Hamás de octubre de 2024 –demos los gritos de rigor, no vayamos a ser acusados de favorecer el terrorismo– no puede esconder que estemos asistiendo a una respuesta desproporcionada de naturaleza genocida que ha puesto en serios desequilibrios a la región, extremados, además, con la llamada “guerra de los doce días”, entre Israel e Irán.

En tal contexto, la actitud de la Unión Europea ha sido lamentable. Con respuestas tibias, sin la contundencia que se espera de un espacio geopolítico y económico sustancial. Los silencios europeos alimentan la desafección ciudadana donde anidan los “huevos de la serpiente”: la ultraderecha. También aquí son urgentes respuestas inequívocas que supongan elevarse desde el arrodillamiento previo a Estados Unidos para encarar la situación con rigor económico y herramientas diplomáticas y políticas. Lo ha subrayado Josep Borrell, presidente del CIDOB y ex alto representante de la UE para la Política Exterior:

“(…) lo que está pasando en Gaza es una tragedia sin nombre y Europa se ha desacreditado frente al resto del mundo. Con la excepción de España, Irlanda y de algún otro país, todos le han dicho a Netanyahu que está matando a demasiada gente, pero que le dejan continuar y además haciéndolo con nuestras armas”.



No es la defensa, es más guerra comercial.

En paralelo, nos encontramos el 5% sobre PIB de gasto en defensa, un sorpasso al 2% acordado en la cumbre de la OTAN de Newport celebrada en 2014 con el objetivo puesto en 2024. De entrada, debe decirse que el 5% sobre el PIB, más allá de lo redondo del número, parece no ser más que un guarismo convertido en totémico. El vehemente interés de Estados Unidos en incrementar el gasto de la OTAN en defensa, ¿es por la defensa o es por el interés de su conglomerado militar e industrial, añadiendo a su política arancelaria más elementos que persigan, por la vía del chantaje, disminuir su déficit comercial?

La economía de Estados Unidos se ralentiza. Se contrae un –0,5% en el primer trimestre de 2025. Es obvio que la idea del equipo de Trump –a quien le importa un bledo la defensa de Europa– es contribuir también a revertir esa situación a través de su industria armamentística. De ahí su obsesión por comprometer el nivel de gasto de la OTAN al 5% porque sabe que gran parte de ese gasto se convertirá en ventas y exportaciones de su industria militar. Ahora bien, lo que Estados Unidos exige a la OTAN no se aviene con los datos de la propia economía norteamericana: 3,1% en 2023 y 2,7% en 2024, estos son los porcentajes sobre PIB en Estados Unidos en gasto en Defensa. Es decir, por debajo del 5% que exige a sus aliados.

Datos históricos sobre gasto norteamericano en Defensa contribuyen a situar mejor el tema: en plena guerra del Vietnam –con un despliegue militar enorme por parte del ejército norteamericano– Estados Unidos invertía el 8,6%, y entre 1979-1985 (todavía en plena Guerra Fría, con proyectos faraónicos como la Guerra de las Galaxias) ese indicador oscilaba entre el 4,5% y el 5,7%. Con estas cifras para esas coyunturas, exigir el 5% a los países de la OTAN es claramente desproporcionado. Y desproporcionado, además, cuando la única amenaza que pudiera percibirse –más allá de la agresión que sufre Ucrania– provendría de Rusia, un país cuyo PIB es 20 veces inferior al PIB que suman los Estados Unidos y la UE e, incluso, ocho veces inferior al PIB de la UE (FMI 2024, estimado en octubre de 2023).



La estrategia comercial de Trump.

La estrategia central de Trump es comercial, no es otra. Preocupación por la defensa europea: ninguna. La tesis determinante es incrementar los pedidos militares a las industrias estadounidenses en plena fase de desindustrialización, conduciendo a las naciones a un esfuerzo descomunal. Y habida cuenta de que existe otra tenaza que oprime: el informe del FMI (Euro Area: IMF Staff Concluding Statement 2025′) advierte que, dada la evolución de la deuda, se debe ir hacia políticas de disciplina fiscal que implicarían ajustes muy severos en las cuentas públicas europeas. Como consecuencia, aparecen en el horizonte recortes en aquellas partidas de gasto que permitirían compensar el incremento de gasto en el apartado de defensa. No hace falta ser muy perspicaz para intuir que los ajustes se realizarían esencialmente en el gasto social: sanidad, educación, cuidados, pensiones… haciendo aún mayor el nido en el que se incubarían los huevos de la serpiente.

La UE tiene otras alternativas, aquellas que la conducirían a su propia autonomía estratégica: coordinar los esfuerzos en defensa de cada Estado miembro con el resto de los Estados de la Unión; dirigir el gasto y la inversión hacia las capacidades industriales de la que ya disponen los Estados miembros; centrarse en inversiones con mayores multiplicadores sobre la renta, la riqueza y el empleo; unificar el mando de la coordinación… alternativas que marcarían caminos muy distintos al que se propone desde la Administración Trump que deberían concitar el apoyo sin restricciones de los gobiernos de los Estados de la Unión, del Parlamento Europeo y de la CE. Sin embargo, actitudes que sólo están encaminadas al “apaciguamiento” de un personaje tan ridículo e ignorante como matón, aunque se considere todopoderoso porque “reina” sobre el 25% del PIB mundial, nos sitúan –si la decepción acabara por embargarnos– ante escenarios lamentables sobre los que la Historia está llena de enseñanzas.

En España, la posición del presidente del Gobierno ha sido contundente, y ha promovido dos grandes movimientos: por un lado, la comprensión de la opinión pública y parlamentaria en países europeos –Gran Bretaña, Italia, Bélgica– cuyos dirigentes callaron en La Haya ante Trump, de forma que la vía española es observada con admiración en debates políticos y artículos positivos en la prensa internacional; por otro, el enfado de dirigentes europeos: el caso de la italiana Meloni es ilustrativo, pues sabe que cumplir con el 5% es un camino de enorme complejidad que puede conducir a protestas sociales, de manera que la posición española la deja en mal lugar cuando el gobierno italiano se proponía asentir, firmar y no cumplir, y tenía como objetivo táctico que España hiciera lo propio, también sin rechistar.



¿Y en España?

En un alarde de incontinencia –y de irresponsabilidad–, Alberto Núñez Feijóo ha declarado que si él llega al gobierno de la nación cumplirá con el 5% exigido por Trump. A su vez, subraya el líder derechista, bajará los impuestos. Ya es cansino que tengamos que repetir, por enésima vez, que la curva de Laffer está ya en el cesto de los papeles. Pero las opciones conservadoras la rescatan, desarrugan el papel –o la servilleta– y la vuelven a releer e interpretar. Ante esa ideología explícita, veamos algunos datos: en 2024, España dedicó casi el 1,3% del PIB al gasto en defensa: unos 20 mil millones de euros. Llegar al 2% equivale a unos 33 mil millones de euros; es decir; 13 mil millones de euros más. Si fuera el 5%, como parece querer Feijóo, supondría –dependiendo obviamente de la evolución del PIB– una asignación de unos 70 mil millones de euros: 50 mil millones de euros adicionales a lo que se espera con el 2%.

Esto significaría un desafío fiscal de consecuencias catastróficas para las partidas que desarrollan y consolidan el Estado del Bienestar. Los capítulos de sanidad, educación, servicios sociales, incluyendo otras infraestructuras públicas, serían los más damnificados. Esto no se atenúa con reducciones de ingresos, como indica Feijóo; todas las evidencias –y cuando decimos todas es esto: todas– constatan que esa política tributaria reduce las capacidades fiscales y supone un incremento notable del déficit público y de la deuda pública. Este es el escenario en el que se podrían encontrar las cuentas públicas de España si determinadas ocurrencias se desarrollaran.

El tema de la aportación económica a la OTAN tiene dos derivadas cruciales en el caso de España: la noción de soberanía no exenta de la voluntad de colaborar solidariamente en la medida de las capacidades de cada país, lo que comporta realizar los cálculos precisos para evitar distorsiones en el presupuesto público; y la aportación de propuestas razonables, que no estén circunscritas a la pelea política cotidiana –muy tóxica en estos momentos– y, sobre todo, que no engañen a la población. Llegar al 2% sobre el PIB representa un esfuerzo, sin duda; pero hacerlo al 5% supone un hachazo sobre el Estado del Bienestar. Nadie en su sano juicio va a llegar a esa cifra; solo la defienden el fanatismo y la genuflexión ante Trump.



Conclusión.

La desglobalización desencadenada desde la llegada de Donald Trump está provocando movimientos tectónicos en la geopolítica internacional. Y, en este contexto, buena parte de los gobiernos –con la excepción del Gobierno españolhan optado por una conducta más entreguista, aseverativa de buena parte de los caprichos del presidente estadounidense. Muestras de vasallaje y entreguismo que no son garantía de nada, y menos con la conducta voluble y desordenada de un personaje que, lamentablemente, gobierna sobre más del 25% del PIB mundial. Es necesario que, sobre todo en la Unión Europea, se deshinquen las rodillas de la tierra y se hable en condiciones de igualdad, sin admitir amenazas, sin tolerar narrativas matonistas, con la dignidad fundamental para que las posiciones de Trump no se consoliden ni se acaben extendiendo como una densa mancha de alquitrán que todo lo ahoga.

Carles Manera. Catedrático de Historia e Instituciones Económicas.  @carlesmanera

Jorge Fabra Utray @JorgeFabraU

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