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“Taiwán es considerada por el
Gobierno de Xi Jinping como parte de la China
continental, creen que su reunificación es solo cuestión de tiempo y ha de
llegar “inevitablemente”. Las
tensiones políticas se remontan al final de la guerra civil cuando el Partido Comunista de China desplazó del poder al movimiento Kuomintang, una organización nacionalista y de derecha
que tuvo que huir a Taiwán, en donde
gobernó como partido único a lo largo de casi cuatro décadas, hasta 1987. Durante este tiempo el asertividad
chino ha sabido expresar con constancia su oposición a la independencia de Taiwán según fuese el incremento de
las ayudas militares recibidas por
Taipéi. Washington
considera a la República Popular China
como el único gobierno chino. No puede reconocer explícitamente la
soberanía de Taiwán, ni tampoco
mantener relaciones diplomáticas, pero tiene una sólida relación extraoficial a
través del Instituto Americano en
Taiwán (IAT), considerada la
embajada de facto estadounidense en la capital. Un momento crítico en las
relaciones internacionales sucedió en 2022,
durante el viaje a la isla de Nancy
Pelosi, presidenta de la Cámara de
Representantes estadounidense. Fue la primera visita de alto nivel de EEUU y el gigante rojo lo consideró una
vulneración de la “política de una sola
China”.
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Fuentes: Rebelión.EEUU Y CHINA: SEÑALES DE
ENFRENTAMIENTO ENTRE LAS DOS GRANDES POTENCIAS.
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Por | 04/07/2025 | EE.UU., Mundo.
Fuente. Revista Rebelión viernes 4 de
julio del 2025.
La amenaza que supone el rápido desarrollo alcanzado por China para la hegemonía de Estados Unidos está multiplicando las
posibilidades de un conflicto entre ambas potencias. Desde la guerra comercial y tecnológica hasta un
enfrentamiento político-militar en Taiwán
son más que probables. También el mar de China
es un punto caliente. Tanto el mar
Oriental donde se encuentran las bases militares japonesas y coreanas como
el mar Meridional, plagado de islas
y recursos naturales en disputa entre el gigante
rojo y los países vecinos.
La guerra comercial de EEUU empezó en 2017, con la primera legislatura de Donald Trump, en forma de sanciones
económicas y restricciones a la exportación. Entonces el Estado reconoció en su
Estrategia de Seguridad Nacional la “competencia entre grandes poderes” con China. Ahora, los aranceles de Trump intentan impedir el acceso a la
tecnología punta y mantener la dependencia china
de Occidente. El comercio entre ambos países ha disminuido casi un 20% y, según estimaciones económicas,
en el peor de los casos alcanzaría el 50%.
El gigante asiático centraliza su producción agrícola en la llanura del Norte, una planicie de
tamaño similar al de España, donde
se obtiene la mayor plantación de cereales y algodón de la República Popular China. Este territorio limita con la capital, Pekín, y la ciudad de Shanghái, principal centro tecnológico y financiero.
Es una realidad el desplazamiento de los grandes centros económicos desde EEUU y Europa hacia Asia con un cambio de paradigma,
donde un conjunto de sistemas tecnológicos, en especial las tecnologías de la
información, la comunicación, la inteligencia artificial y la
nanotecnología adquieren cada vez mayor importancia. Este ascenso
estratégico puede liberar a China
del dominio económico de Washington,
pero necesitará mejorar la transferencia de desarrollo e innovación con los
países del Sur Global. Si bien
gran parte de las empresas tecnológicas
chinas son privadas su modelo de financiamiento es público y privado, pero bajo la dirección del Estado. La China socialista siempre ha tenido
el control del desarrollo de las corporaciones,
reservándose la mayoría en las juntas directivas de sus multinacionales,
como ZTE y Huawei. Esta última,
incluso es propiedad de los empleados.
El mar Meridional chino, o mar del Sur, es
otro escenario de tensión comercial y militar entre las dos potencias. Se trata de una importante vía de comercio
global con una próspera industria pesquera. Pekín reclama la propiedad de una gran parte de esta zona conocida
como “la línea de los nueve puntos”
y ha convertido algunos atolones en islas artificiales donde
poder asentar sus bases militares.
La
línea de los nueve puntos es una
raya en forma de U trazada en 1947 por
el gobierno
nacionalista anterior a la China comunista. El plano que se
publicó incluía el territorio que reclamaban como suyo en el mar de la China Meridional por motivos históricos
y culturales. Durante el mandato de Mao
Tse Tung se retiraron los puntos del golfo
de Tonkín, en territorio de Vietnam.
En el mapa vigente se incluyen las islas
Paracel, relativamente cercanas a la
gran isla china de Hainan, pero que son reclamadas por Vietnam; y las islas Spratly, estás si, realmente alejadas
de sus costas.
En 2013 Filipinas reclamó la soberanía de las Spratly ante el Tribunal de Arbitraje de La Haya y
consiguió invalidar los derechos históricos alegados por China. Desde entonces se
producen frecuentes enfrentamientos entre barcos de la armada y la guardia
costera. Filipinas ha pactado con Japón
el relevante Acuerdo de Acceso Recíproco, a la par que mantiene relaciones en
el sector de defensa con EEUU, Corea
del Sur, Alemania y Francia.
La Iniciativa de la Franja
y Ruta (One Belt, One Road en inglés) se extiende a través del mar Meridional hacia
el sur, en dirección al estrecho de
Malaca. Casi una cuarta parte del comercio marítimo mundial pasa por este
mar. La iniciativa consiste en recrear la antigua Ruta de la Seda, un recorrido
que, desde el siglo III a. C. hasta la
Edad Media, partía de Pekín hacia el litoral mediterráneo. Durante su
existencia los imperios compitieron por controlar territorios estratégicos a lo
largo de la Ruta de la Seda y la guerra
formó parte de su desarrollo: la República
de Roma luchó contra el antiguo Irán
en la batalla de Carras; las tribus
nómadas de Asia Central contra el imperio
chino; o los imperios mongol y otomano.
La Franja y Ruta (IFR) además de los corredores ferroviarios también tiene una vía
marítima. China ha decidido no ser una potencia terrestre, desarrollando las
capacidades comerciales y militares marítimas con el propósito de ampliar su
influencia estratégica en un mundo
multipolar junto con Rusia y América
Latina. En 2024 el gigante asiático
obtuvo más de la mitad de sus
importaciones en países que forman parte de la IFR. China es el segundo mayor socio comercial de la UE, en marzo el Parlamento
Europeo levantó las restricciones a los encuentros entre legisladores de ambos
países, un gesto de distensión ante el recelo a las nuevas políticas de la administración Trump.
Otra importante masa de agua es el mar de la
China Oriental, también conocido como mar del Este. Es el escenario del
conflicto más significativo en la región: Taiwán
y su capital, Taipéi. China cuenta en el mar Oriental con dos sedes de la flota del Ejército Popular de Liberación
apoyadas por sus respectivas fuerzas aeronavales. Enfrente se encuentran las bases navales estadounidenses de Japón y Corea del Sur. El “dragón
naval chino” ha transformado estás aguas en un arsenal al poseer 700 buques de guerra y submarinos, 260 más que los estadounidenses.
El presidente Xi Jinping ha afirmado que uno de
sus principales objetivos políticos es lograr alcanzar la superioridad en la
región de Asia Pacífico. El control de los mares es crucial para la
economía china, ya que depende en
gran medida de las importaciones y exportaciones, por esto el gigante rojo está transformándose de
una potencia terrestre a una potencia
naval.
El objetivo de Pekín no es otro que expandirse
hacia el Pacífico y el Índico, desde
el estrecho de Malaca hasta el de Ormuz.
Ampliando su influencia comercial mediante proyectos
comerciales y de infraestructura
con los países vecinos más allá de la llamada “Primera Cadena de Islas”. Está serie de islas se extiende desde Japón hasta Malasia formando un muro de contención que EEUU y sus aliados utilizan para obstaculizar el avance marítimo de China.
Taiwán es considerada por el Gobierno
de Xi Jinping como parte de la China
continental, creen que su reunificación es solo cuestión de tiempo y ha de
llegar “inevitablemente”. Las
tensiones políticas se remontan al final de la guerra civil cuando el Partido Comunista de China desplazó del poder al movimiento Kuomintang, una organización nacionalista y de derecha
que tuvo que huir a Taiwán, en donde
gobernó como partido único a lo largo de casi cuatro décadas, hasta 1987. Durante este tiempo el asertividad
chino ha sabido expresar con constancia su oposición a la independencia de Taiwán según fuese el incremento de
las ayudas militares recibidas por
Taipéi.
Washington considera a la República
Popular China como el único gobierno
chino. No puede reconocer
explícitamente la soberanía de Taiwán,
ni tampoco mantener relaciones diplomáticas, pero tiene una sólida relación
extraoficial a través del Instituto
Americano en Taiwán (IAT), considerada
la embajada de facto estadounidense en la capital. Un momento crítico en las
relaciones internacionales sucedió en 2022,
durante el viaje a la isla de Nancy
Pelosi, presidenta de la Cámara de
Representantes estadounidense. Fue la primera visita de alto nivel de EEUU y el gigante rojo lo consideró una
vulneración de la “política de una sola
China”.
La finalidad declarada de Pelosi fue fomentar la red de alianzas de su país en la región del Indo-Pacífico e implicar a las potencias europeas en su campaña por la independencia de la isla. La Unión Europea hasta ahora rehúye tomar una decisión oficial, aunque se observa una mayor aceptación de la soberanía insular. Uno de los más férreos críticos es Reinhold Bütikofer, expresidente de Los Verdes alemanes. Afirma que el estatus de Taiwán solo puede cambiarse pacíficamente y que es posible limitar la amenaza militar “si Pekín entiende que tal agresión tendría un precio muy alto para la propia República Popular China”. La realidad es que en 2020 las incursiones de los aviones militares en la zona de Taiwán fueron 380, desde entonces cada año se han duplicado. En junio el jefe del Pentágono, Pete Hegseth, en el foro de seguridad asiática celebrado en Singapur advirtió que cualquier intento de la China comunista de conquistar Taiwán tendría consecuencias catastróficas para el Indo-Pacífico.
Pero tampoco en Taiwán hay consenso entre la población
y las empresas locales sobre la independencia.
Se ha producido una fuerte oposición al acuerdo firmado por Donald Trump y la
multinacional taiwanesa TSMC, líder mundial en producción de semiconductores, para realizar una inversión multimillonaria en Arizona.
La futura construcción de cinco plantas de
chips en territorio americano se ha interpretado como una extorsión pagada
a EEUU para defenderlos de una
invasión china. Incluso existe un justificado temor a que bajo la doctrina de America First la empresa TSMC acabe desmantelada completamente y
Washington obtenga el dominio tecnológico en microprocesadores. La relevancia del Estado chino en el conflicto estaría en
conseguir la reunificación y poner fin al modelo de prosperidad neoliberal en Taiwán. Significaría alcanzar un sueño
nacional, a la vez que una victoria política para el Sur Global.
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