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Una de las bases del nuevo
modelo fue la desregulación del sistema financiero,
que había estado rigurosamente controlado por el estado desde 1930. A partir de la crisis de 1973 la presión
para la desregulación financiera ganó fuerza y para la segunda mitad de los
ochenta era un hecho. La desregulación y
la innovación financiera se convirtieron en ese momento en una condición de
supervivencia para cualquier centro financiero mundial dentro de un sistema
global altamente integrado, resultando además fundamental para incentivar el endeudamiento a través de formulas para la
financiación de viviendas y créditos para el consumo, al mismo tiempo que
crecían los nuevos mercados de acciones, divisas o futuros de deuda. La consecuencia ha sido una economía
sometida a ciclos cortos cada vez más violentos y muy vinculados a los vaivenes
del mercado inmobiliario. Así, el ciclo hiper-especulativo de la segunda mitad de los
ochenta acabaría con el estallido de la burbuja inmobiliario financiera de
EEUU, Reino Unido y Japón en 1990, que en este último país daría
lugar a la que se conoce como década perdida.
En España el estallido se
prorrogó un poco más, gracias a los macreventos de 1992
que permitieron seguir canalizando inversiones especulativas en el mercado inmobiliario y creando
oportunidades de inversión a través de la creación de las grandes infra-estructuras
que requerían eventos como la Exposición Universal o las Olimpiadas de Barcelona. Tras esto, un periodo de estancamiento y
vuelta a empezar en 1997 y hasta el nuevo estallido, infinitamente más
violento, 10 años después. De esta
forma, la actual crisis encuentra su detonante precisamente en los disparatados
productos financieros desarrollados para permitir que el endeudamiento
familiar de los estadounidenses, contra toda razón, siguiera incrementándose. Un dato que evidencia la necesidad de
seguir ampliando mercado y seguir firmando hipotecas para que los precios
siguieran subiendo y no explotase la enorme burbuja de especulación y deuda que
se había conformado en los tres lustros anteriores.
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Dani
Rodrick, economista político de Harvard: "En un mundo globalizado, la
tasa de interés se fija en Nueva York, el salario real en Shangai y el impuesto
a las ganancias en las islas Caimán." Crisis de sobreproducción del siglo XXI.
¿Y si fuera una crisis de
sobreproducción?.
“Hay millones de viviendas
vacías, millones de empresas que no encuentran mercado para su producción,
millones de desempleados, millones de hambrientos”.
*****
Ibán Díaz Parra.
Rebelión viernes 24 de agosto del
2012.
En
los últimos años he oído hablar de que la causa de la crisis es el sistema
financiero, las hipotecas basura, la codicia de los mercados, la mala gestión
de los políticos y las instituciones reguladoras, etcétera, etcétera.
Probablemente todas esta tienen parte de razón, algunas bastante más que otras.
Sin embargo, como decía hace algún tiempo David Harvey parece que lo último que
se les ha pasado por la cabeza a la mayor parte de economistas y/u opinadores
profesionales es que la causa de la crisis sea el propio sistema, que se trate
de una crisis estructural. También hace años, alguien preguntó en un grupo de
discusión en el que participaba si la crisis que entonces empezaba a
vislumbrarse era una típica crisis de producción. Entonces consideraba que sí,
y es una opinión que sigo manteniendo.
La teoría clásica de la
crisis.
En
la teoría marxista clásica las crisis capitalistas tienen su origen en empresas
que no encuentran mercado para su producción. Sobreproducción por lo tanto que
tiende a coexistir con una situación de desempleo, que no es en conjunto sino
capital y fuerza de trabajo (otro tipo de capital) que no encuentran
oportunidades para ser invertidos y generar beneficios. Esto no quiere decir
que no haya escasez. La sobreproducción implica excedentes de mercancías y las
mercancías no se dirigen a cubrir las necesidades humanas sino la demanda
solvente. Así, podemos encontrar un stock, por ejemplo mercancía-vivienda, que
no encuentra salida al mercado y por lo tanto se acumula sin ser utilizado. ¿A
alguien le suena esto? En este país hay 3.5 millones de viviendas vacías y, sin
embargo, en un contexto de destrucción de empleo, miles de familias encuentran
problemas para solucionar una necesidad tan básica como es la de tener un
techo.
La
causa de que el sistema capitalista tienda a desembocar en este tipo de crisis
es que, tras un periodo de expansión, la diferencia entre la capacidad de
producción y la demanda solvente se hace cada vez más profunda, así que la
demanda se hace insuficiente, los precios se estancan y bajan, caen las
ganancias, las empresas quiebran y los trabajadores se quedan en el paro. Así
que, para enfrentarse a la crisis o para evitarlas, hay que crear oportunidades
donde invertir capital y mano de obra y/o incrementar la demanda solvente.
Ambas cosas están íntimamente relacionadas, dado que si se destruyen puestos de
trabajo, la demanda solvente se reduce y viceversa.
Así
las cosas, diría que las últimas crisis del capitalismo global, desde la década
de los setenta, han sido crisis de las soluciones para evitar la crisis de
sobreproducción. Estas soluciones han sido, primero, la intervención del Estado
sobre la economía y, segundo, la liberalización del sistema financiero y la
creación de complejos sistemas de deuda. En ambos casos la cuestión de la
vivienda y la urbanización en general han jugado un papel fundamental (y esta
última es una idea que tomo directamente de David Harvey que a su vez trabaja
sobre las tesis de Henri Lefebvre).
La solución estatal.
Vamos
con la crisis de los setenta. Esta fue una crisis del sistema de regulación
fordista-keynesiano, que se habría desarrollado a su vez como respuesta a la
terrible crisis del 29 y a la depresión de los años 30 del siglo XX. El
problema era alcanzar un conjunto de estrategias que pudieran estabilizar el
capitalismo en las cuales la intervención del Estado, frente al liberalismo
predominante con anterioridad, iba a jugar un papel crucial. Frente a la crisis
de sobreproducción Keynes propugnaba la intromisión del Estado en la gestión de
la relación entre fuerza de trabajo y acumulación del capital. El principal
problema a solucionar era mantener el poder adquisitivo, distribuir salario y
renta para conseguir elevar el nivel de consumo y salir de la recesión. Tras
una crisis de la actividad en la que economía se estanca, la única forma de
salir del circulo vicioso de “reducción del consumo=reducción de la
producción=desempleo= reducción del consumo” es incrementar el consumo mediante
la intervención del Estado en la economía.
En
este periodo el Estado asumió varias obligaciones. Para empezar, la producción
en masa fordista (que ya venía desarrollándose antes de la crisis, pero que
alcanza su madurez tras la IIGM) exigía fuertes inversiones en infraestructuras
y necesitaba a su vez condiciones de demanda relativamente estables para ser
rentable. Así, durante el período de posguerra el Estado trató de dominar los
ciclos de los negocios por medio de una mezcla apropiada de políticas fiscales
y monetarias. Estas políticas estaban dirigidas hacia aquellas áreas de
inversión pública (transporte, servicios públicos, etc.) que eran vitales para
el crecimiento de la producción y del consumo masivo, y que también
garantizarían el pleno empleo. Los gobiernos también se dedicaron apuntalar
fuertemente el salario indirecto a través de desembolsos destinados a la
seguridad social, al cuidado de la salud, la educación, la vivienda y
cuestiones semejantes. Además, el poder estatal afectaba, de manera directa o
indirecta, los acuerdos salariales y los derechos de los trabajadores. Esta fue
base para el prolongado boom de posguerra, en el que los países capitalistas
avanzados alcanzaron fuertes tasas de crecimiento económico, se elevaron los
niveles de vida y se frenaron las tendencias a la crisis. Todo ello con un indudable coste ecológico y limitado a un ámbito
geopolítico muy definido, por supuesto.
Reino
Unido. Aquí, mientras la industria naval y automovilística se desplazaba al
sureste asiático y el norte industrial y minero de Gran Bretaña se hundía y su
característica clase obrera se lumpen-proletarizaba.
***
Un elemento al que Harvey
concede un gran peso en esta ola de expansión es el crecimiento urbano
y, para el caso anglosajón, la suburbanización.
El auge de los espacios residenciales suburbanos, se produce en EEUU y RU
especialmente tras la IIGM. Este modelo de urbanización se basaba en la compra
de viviendas en propiedad y en la construcción de zonas residenciales de bajas
densidades, dando lugar a un inmenso mercado del suelo y la vivienda, además
del desarrollo de innovadores sistemas de crédito a las familias. Asimismo,
otros aspectos fundamentales del modelo fueron el automóvil privado como
solución primordial al desplazamiento y la construcción de autopistas. Así que,
los crecientes capitales y la mano de obra eran absorbidos por la fábrica
fordista, pero también por la construcción de grandes infraestructuras y por la
construcción y reconstrucción de ciudad. En la Europa continental, la
suburbanización tiene un peso menor y su desarrollo es más tardío
De
hecho su verdadero auge comienza a partir de la década de los setenta. No
obstante, el mismo papel que juegan los suburbios en el caso estadounidense, lo
juegan los barrios funcionalistas periféricos promovidos por el sector público
y la intensa renovación urbana de los centros urbanos, tan necesaria en una
Europa devastada por la guerra.
No obstante, este modelo colapsaría en los años setenta, cuando empezaron a aflorar los problemas de rigidez de la industria de tipo fordista, basada en inversiones a largo plazo y a gran escala, que daba por supuesto el crecimiento estable del consumo. Surgieron también problemas de rigideces en los mercados de la fuerza de trabajo y todo intento de superar estas rigideces chocaba con la fuerza de los sindicatos y de la clase obrera organizada en general, poco dispuesta a ceder la estabilidad y el nivel de vida que había alcanzado en las décadas anteriores. En este contexto, la competencia de los nuevos países industrializados empezaba a hacer mella en la industria occidental. Además, las rigideces de los compromisos estatales también se agravaron cuando el gasto en salarios indirectos (seguridad social, pensiones, sanidad, etcétera) creció por la presión de mantener una cierta legitimidad en el contexto de recesión. Ante esta situación, el único instrumento con capacidad de dar una respuesta flexible era la política monetaria, por su capacidad de imprimir moneda cuando hacía falta para mantener la estabilidad de la economía. Y de este modo comenzó la ola inflacionaria que pondría fin al boom de la posguerra cuyos hitos fundamentales para Harvey (ver Breve historia del neoliberalismo , editado por AKAL) fueron las quiebras de Reino Unido y de Nueva York.
No obstante, este modelo colapsaría en los años setenta, cuando empezaron a aflorar los problemas de rigidez de la industria de tipo fordista, basada en inversiones a largo plazo y a gran escala, que daba por supuesto el crecimiento estable del consumo. Surgieron también problemas de rigideces en los mercados de la fuerza de trabajo y todo intento de superar estas rigideces chocaba con la fuerza de los sindicatos y de la clase obrera organizada en general, poco dispuesta a ceder la estabilidad y el nivel de vida que había alcanzado en las décadas anteriores. En este contexto, la competencia de los nuevos países industrializados empezaba a hacer mella en la industria occidental. Además, las rigideces de los compromisos estatales también se agravaron cuando el gasto en salarios indirectos (seguridad social, pensiones, sanidad, etcétera) creció por la presión de mantener una cierta legitimidad en el contexto de recesión. Ante esta situación, el único instrumento con capacidad de dar una respuesta flexible era la política monetaria, por su capacidad de imprimir moneda cuando hacía falta para mantener la estabilidad de la economía. Y de este modo comenzó la ola inflacionaria que pondría fin al boom de la posguerra cuyos hitos fundamentales para Harvey (ver Breve historia del neoliberalismo , editado por AKAL) fueron las quiebras de Reino Unido y de Nueva York.
De
la crisis de los setenta surgiría un nuevo modelo para el capitalismo
occidental y, paulatinamente, una nueva estructura geopolítica y geoeconómica.
Así, una parte importante de los problemas de rigidez del fordismo y de los
crecientes costes de una fuerza de trabajo organizada fue la reconversión
industrial, que resultó en parte automatización, en parte deslocalización y en
parte pura y simple des-ndustrialización durante las décadas de los setenta y
ochenta. Por su parte, los grandes centros urbanos occidentales se irían
especializando en una economía terciaria fundamentada en un sector financiero
cada vez más determinante y sobredimensionado. Creo que un buen ejemplo de esto
es el caso de Reino Unido. Aquí, mientras la industria naval y automovilística
se desplazaba al sureste asiático y el norte industrial y minero de Gran
Bretaña se hundía y su característica clase obrera se lumpenproletarizaba, el
centro financiero de Londres no hacía sino crecer hasta convertirse en la base
de la economía del Estado. El proyecto de renovación urbana de los docklands
resulta paradigmático en este sentido, eliminando los históricos astilleros de
Londres y su principal enclave industrial histórico para sustituirlo por un
parque de oficinas, el nuevo centro financiero de Canary Wharf. Un nuevo
modelo económico en el que se multiplicaban los directivos y profesionales bien
pagados, pero también un proletariado del sector servicios sometido a una
precariedad extrema, una sociedad cada vez más dualizada si se quiere, término
que empezó a popularizarse en este contexto.
Una
de las bases del nuevo modelo fue la desregulación del sistema financiero, que
había estado rigurosamente controlado por el estado desde 1930. A partir de la
crisis de 1973 la presión para la desregulación financiera ganó fuerza y para la
segunda mitad de los ochenta era un hecho. La desregulación y la innovación
financiera se convirtieron en ese momento en una condición de supervivencia
para cualquier centro financiero mundial dentro de un sistema global altamente
integrado, resultando además fundamental para incentivar el endeudamiento a
través de formulas para la financiación de viviendas y créditos para el
consumo, al mismo tiempo que crecían los nuevos mercados de acciones, divisas o
futuros de deuda. La consecuencia ha sido una economía sometida a ciclos cortos
cada vez más violentos y muy vinculados a los vaivenes del mercado
inmobiliario. Así, el ciclo hiperespeculativo de la segunda mitad de los
ochenta acabaría con el estallido de la burbuja inmobiliario financiera de
EEUU, Reino Unido y Japón en 1990, que en este último país daría lugar a la que
se conoce como década perdida.
En España el estallido se prorrogó un poco más,
gracias a los macreventos de 1992 que permitieron seguir canalizando
inversiones especulativas en el mercado inmobiliario y creando oportunidades de
inversión a través de la creación de las grandes infraestructuras que requerían
eventos como la Exposición Universal o las Olimpiadas de Barcelona. Tras esto,
un periodo de estancamiento y vuelta a empezar en 1997 y hasta el nuevo
estallido, infinitamente más violento, 10 años después. De esta forma, la
actual crisis encuentra su detonante precisamente en los disparatados productos
financieros desarrollados para permitir que el endeudamiento familiar de los
estadounidenses, contra toda razón, siguiera incrementándose. Un dato que
evidencia la necesidad de seguir ampliando mercado y seguir firmando hipotecas
para que los precios siguieran subiendo y no explotase la enorme burbuja de
especulación y deuda que se había conformado en los tres lustros anteriores.
Quizás
la interpretación de la crisis como una crisis esencialmente urbana y de la
vivienda no sea válida para todos los países, pero al menos resulta evidente en
los casos de algunas de las economías más importantes del mundo, como Reino
Unido o EEUU, o de algunas de las economías que han sufrido el hundimiento más
acelerado desde 2007 como Grecia, Irlanda o España. Actualmente, los países que
están en una mejor situación son precisamente aquellos que han desarrollado o
mantenido una economía productiva en el contexto postfordista. No obstante, los
efectos sobre la economía mundial del hundimiento del consumo en los países
occidentales no pasan desapercibidos para nadie. De poco sirve que ciertos
países mantengan una potente economía exportadora si sus principales clientes no
pueden seguir comprándoles.
En
definitiva, resulta evidente que los salarios indirectos que pagaba el Estado,
y que lo hacían deficitario, y la seguridad y estabilidad laboral, fruto del
poder de los sindicatos y de la negociación colectiva, han venido siendo
sustituidos en occidente por créditos e hipotecas, por un terrible
endeudamiento familiar que ha permitido hasta ahora el continuo incremento del
consumo, los precios y las plusvalías. Así que, esta es, de nuevo, una crisis
de los instrumentos dispuestos para evitar la crisis de sobreproducción. Por
esta razón es tan irreal tanto la actual insistencia en aplicar las mismas
tesis y medidas en las que se basa el modelo que actualmente se está derrumbando,
como proponer volver a un “idílico” pasado keynesiano, que en parte nunca
existió y en parte ya fracasó. El tiempo de las certezas, incluidas las de
aquello que era o no posible en política económica, pasó. En un lugar entramos en un tiempo de múltiples
posibilidades.
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Rebelión ha publicado este artículo
con el permiso del autor mediante una licencia
de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
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