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“Lulismo”, Reformismo. O Extraordinaria creación de cada proceso
político. Analizar, mirar con un “solo ojo” la problemática central de la
democracia en América Latina, es realmente cometer un grueso error, porque
ello simplemente significa, imponer en la mirada local-continental de los
actuales procesos políticos latinoamericanos, una solo dirección, una sola
alternativa, y ello nos indica con suficiente
claridad Teórico-Doctrinaria, la ausencia muy importante de propuestas y alternativas
políticas, dentro de una realidad sumamente
compleja múltiple, turbulenta, polarizada, como es hoy nuestro continente,
Nuestra América. Cada proceso político, de
ruptura con el neoliberalismo,
es un proceso único, diferente, distinto –porque las revoluciones no son copia ni
calco, son creación histórica de cada pueblo -. He ahí su extraordinaria
riqueza política, que representa y
responde directamente a la extraordinaria diversidad cultural de nuestros pueblos, realidad
sumamente heterogénea en lo social, múltiples
procesos económicos, desigualdad geográfico-territorial – nuestros países
por lo general son mega-diversos –
países comprendidos dentro de una realidad muy compleja de una desigualdad económico-social histórica, con poblaciones muy jóvenes y con
escenarios locales-nacionales de una profunda inseguridad ciudadana. Pero lo que sí, más o menos lo “une” desde
los tiempos de la
imposición de las políticas del Consenso de Washington, a inicios de
la década de los 90’, es que todos o
lo gran mayoría se han quedado como
enclavados dentro de un modelo de crecimiento macro-económico que en los últimos 20 años a beneficiado absolutamente
a una élite financiero- comercial exportadora –sentada históricamente en
los beneficios que le depara un modelo extractivo primario exportador de
materias primas. Este es y ha sido el
punto de arranque, como después de dos décadas continuamos con la violencia, la pobreza extrema, la
corrupción, la destrucción de las instituciones, la imposición de la economía criminal, la inseguridad ciudadana y tener
al Estado como simple subsidiario del
poder del mercado, la llamada economía de “libre mercado”.
Si decimos y explicamos políticamente que todos los procesos
políticos hoy vigentes en Latinoamérica, son “lulistas” – fieles seguidores del modelo
político impuesto por el Presidente Lula
en Brasil y hoy continuado por la
Presidenta Dilma, con rigor a la Ciencia
Política, realmente estaríamos cometiendo un grave error, una interpretación
de los procesos propios de cada país como modelos
“repetitivos”, “seguidores”, “continuadores”, “fosilizados”, “hipertrofiados”,
sin alternativa, sin autonomía, sin independencia, etc.. Estaríamos
cometiendo un conjunto de falsedades de carácter político, propio de los
tiempos de la Histórica Revolución
Cubana –donde todos aplicamos el mismo cliché cubano, guevarista, fidelista – como una
plantilla, procesos anquilosados, que sin lugar a dudas, nos significó graves
resultados en la política de cada país, y la izquierda revolucionaria pagó muy fuerte – casi desapareció en
varios países – y otros hoy deambula políticamente tras los movimientos sociales anti-globalización. Y finalmente, en todas las Naciones donde aún tiene signos de vida
política, asumió la política más fácil y de mejores dividendos
económico-financieros para tener una vida muy cómoda – y olvidarse de sus
pueblos – es hoy una Izquierda reformista,
electoral –electorera - o muy bien instalada como profesionales en las ONGs, creadas por ellos mismos pero financiados por el capital multinacional.
Venezuela del Presidente Chávez, Bolivia del Evo Morales, Brasil de Lula da Silva y Dilma, Ecuador de Rafael Correa, Uruguay de Tabaré y Mujica, Argentina de Néstor y Cristina, Chile de Michele Bachelet, son procesos políticos diferentes, distintos, pero con objetivos estratégicos iguales, únicos. Salir de la dominación neoliberal, crecimiento económico con desarrollo económico-social, sostenible, forjar Nuevas Democracias Participativas de Ciudadanos, Vivir Bien, con estabilidad social y política - gobernabilidad democrática - y profundo respeto por la Madre Tierra. Por eso son procesos - ni copia, ni calco, son políticamente, creación heroica de cada pueblo".
***
Los procesos revolucionarios latinoamericanos hoy, en especial, los
que rompieron con el neoliberalismo – Bolivia,
Venezuela, Uruguay, Nicaragua y Ecuador –
llamados por muchos políticos y analistas de la ciencia política – no opinólogos o simplemente guardianes de
una política hegemónica hasta entonces y que en la coyuntura global es un
verdadero desastre político, como lo es la dictadura
de los medios de comunicación en plena “democracia” liberal -. O, los movimientos
políticos, como el propio Brasil, Argentina,
El Salvador, Uruguay, o Chile –ahora
con la Presidencia de la Dra. Bachelet
-. Cada proceso
político es único, pero todos forjan y construyen objetivos estratégicos,
donde la meta del proceso político es uno general, central: El Vivir Bien, Desarrollo Económico Social
Sostenible –teniendo como parte de esa estrategia la defensa y protección
de Nuestra Madre Tierra.
El “lulismo” sí es un proceso político reformista, centrado básicamente en la lucha por
la ejecución como Programa Principal de Gobierno Políticas y Programas Sociales
que ataquen frontalmente contra la pobreza
extrema, en un país como Brasil, con cerca del 60% de pobreza- un país de 200 millones
de población y el país más desigual del mundo – su objetivo político,
cumplió sacando cerca de 45 millones de
ciudadanos de la pobreza extrema – pero descuidó darle mejor calidad a los servicios
fundamentales del ser humano: Educación, Salud, Transporte, servicios públicos; y
en la segundo Gobierno del Partido de
los Trabajadores, la Presidenta Dilma,
debió forjar y fraguar políticas Públicas
de Estado que consoliden la Nueva
Ciudadanía Intercultural y reconozca la importancia participativa de la Sociedad
Civil, como poder local, la vigencia de sus derechos humanos en relación a
la defensa y protección del Medio
Ambiente y garantice la seguridad
del espacio público como política principal ante el rápido crecimiento del Boom Inmobiliario, que está destruyendo
espacios públicos y territorios del campo y la ciudad. Políticas que hubieran
permitido tener la estructura de los cambios políticos, reformas
económico-sociales, mejores prácticas de lucha contra la corrupción, la
anti-política, la crisis institucional, como fortalezas sociológicas ante la
explosión política de los Movimientos Sociales Ciudadanos de junio-julio del
2013 y su proyección política en los contextos diferentes de las políticas de
crisis actual y la insurgencia del mundo originario como respuesta política al
Nuevo Consenso de los Commodities o el
proceso de acumulación del capitalismo de la desposesión de los recursos naturales, - materias primas –
biodiversidad –agua, tierras de
cultivo, fauna, flora, mar, etc. – y Conocimientos
Ancestrales – conjunto de saberes populares. Esta es una realidad emergente
hoy frente al fracaso y destrucción del
neoliberalismo, donde las políticas de
Estado de los gobiernos en América Latina, delimitan una línea, comportamiento y cumplimiento de
sus programas políticos, que sí, realmente
los cumplen. No hay engaño? Con seguridad
que sí, y hoy abundan en América Latina: los políticos farsantes, mentirosos, podridos y corruptos y
con plena seguridad la historia los juzgará.
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Presidente Lula da Silva - se dice creador, fundador, de una alternativa propia en la Izquierda Latinoamericana: El Reformismo Político Parlamentario o el Progresismo Política post-neoliberal.
La Izquierda revolucionaria, desapareció es este escenario de elecciones, crisis, corrupción y destrucción de las instituciones democráticas.
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LA LULIZACIÓN DE
LA IZQUIERDA LATINOAMERICANA.
"O su propia versatilidad política nacional"?.
*****
Pablo Stefanoni.
Le Monde Diplomatique, Buenos Aires.
Desde fines de los años 90, América
Latina viene transitando lo que a falta de términos más precisos se ha definido
como pos-neoliberalismo, y que el presidente ecuatoriano Rafael Correa denominó
“cambio de época”. Se trata, sin
duda, de una variedad de experiencias difícilmente reductibles a la extendida
clasificación de las “dos izquierdas”. Este clivaje, que Álvaro Vargas
Llosa sintetizó –apelando a metáforas maniqueas- como izquierdas vegetarianas (Chile, Brasil, Uruguay) contra izquierdas carnívoras (Venezuela,
Bolivia, Ecuador) corre el riesgo de congelar imágenes demasiado acotadas de
procesos atravesados por una gran diversidad de pliegues y ángulos de análisis
–pero tampoco capta las convergencias entre ambas orillas-. Problemas similares
encontramos con quienes, desde la izquierda radical, realizan la misma
disección pero colocando del lado correcto a los gobiernos revolucionarios y
del negativo a los reformistas. Que recientemente un largo artículo en The New York Times elogie la gestión
macroeconómica de Evo Morales con el
término “prudente”, que La Nación –“el diario de la oligarquía
argentina”- titule un artículo “Bolivia da la nota” o que el programa “Dinero” de la CNN le haya entregado la
“medalla de oro” al país andino
diciendo que “Bolivia está mejor desde
2005” constituyen ilustrativas advertencias tanto para los anti-populistas
furibundos como para quienes creen que en el bloque bolivariano se estaría transitando la salida del
capitalismo. Lo mismo ocurre con el interesante
proceso ecuatoriano, que combina transformaciones profundas –e incluso
refundacionales- con un nacionalismo
dolarizado.
En
el análisis de las experiencias de las
izquierdas en el poder no puede dejarse de lado el hecho de que esos
gobiernos de cambio son precisamente pos-neoliberales
porque, si bien buscan revertir los efectos de la “larga noche” del Consenso de Washington, se proponen recuperar el
rol del Estado en sociedades
profundamente modificadas por esas reformas estructurales y por el actual capitalismo globalizado, individualista y consumista que
el italiano Raffaele Simone ha
llamado “el monstruo amable”, y en
general se busca evitar volver al viejo estatismo cuya crisis habilitó las
privatizaciones. En casos como Bolivia y
Ecuador, los gobiernos populares han hecho del crecimiento y la estabilidad
económica una de sus banderas. Por eso Evo
Morales acumuló uno de los stocks de reservas internacionales más altos del
mundo en relación al PBI, una de las
cosas que precisamente resaltaban The New
York Times y el Fondo Monetario Internacional. Esto, sin duda, distingue a
estas dos naciones bolivarianas de Venezuela, donde parte de la complicada
situación que atraviesa Nicolás Maduro
se vincula a un manejo de la economía con fuertes tendencias redistribuitivas
pero también derrochadoras y desinstitucionalizantes.
El fin del
socialismo del siglo XXI.
Después
de más de una década del giro a la izquierda (quince años en Venezuela y mocho
en Bolivia y Ecuador), la “etapa heroica” ha quedado atrás: se visualiza un
amesetamiento de la integración antiliberal –por ejemplo en el caso de la
UNASUR - y las izquierdas han perdido el monopolio de las banderas del cambio.
Una nueva derecha, capaz de combinar populismo securitario, liberalismo
cultural y una “cara social”, ha comenzado a desafiar al bloque pos-neoliberal
en el terreno regional (por ejemplo, mediante la eficaz instalación simbólica
de la Alianza del Pacífico como una mejor y más moderna alternativa para la
región) y en los espacios nacionales: Sergio Massa y Mauricio Macri en
Argentina, Henrique Capriles en Venezuela o Mauricio Rodas, quien acaba de
ganarle al correísmo la alcaldía de Quito, en Ecuador.
Esto
no significa que la izquierda no conserve posibilidades de ganar en varios
países (Evo Morales, Dilma Rousseff y Tabaré Vázquez corren hoy con ventaja
para ser reelegidos de manera consecutiva o con de ley, y la propia Michelle
Bachelet derrotó por amplio margen a la derecha en diciembre pasado). Pero lo
que en algún momento se imaginó como un tránsito lineal a algún tipo de
socialismo del siglo XXI estaba más ligado al hiperactivismo voluntarista de
Hugo Chávez que a un consenso regional, y la crisis venezolana ha dejado camino
libre a un Brasil que promueve un capitalismo desarrollista muy vinculado
transnacionales. Brasil juega a la vez el rol de “locomotora regional” y de
subpotencia con sus propios intereses en el juego global. Parte de este lugar
se puede ver en el aumento de su influencia en Cuba, donde ha incrementado
notablemente su presencia económica (y política) de la mano del aura de Lula.
Si Fidel Castro era un estrecho aliado –político y emocional- de Chávez, no es
sorprendente que los más fríos militares cubanos, que controlan los sectores
estratégicos de la economía, y la élite tecnocrática “raulista” tengan más
afinidad con los brasileños, aunque por el momento sigan dependiendo del
petróleo venezolano-. El diario El País, por ejemplo, informó que Lula llevó en
uno de sus viajes a La Habana al llamado “rey de la soja”, el ex gobernador de
Mato Grosso Blairo Maggi, para enseñarle a los cubanos a producir la oleaginosa
con mejor calidad.
Tampoco
el ex sindicalista de San Pablo se
privó de aconsejar –no sin una dosis de paternalismo- al presidente venezolano:
“Maduro debería intentar disminuir el debate político para dedicarse
enteramente a gobernar, establecer una política de coalición, construir un
programa mínimo y disminuir la tensión”.
El consenso neo-desarrollista.
En
todas partes, las izquierdas en el poder han combinado una ampliación de las
fronteras extractivas con un despliegue de políticas sociales en el marco de un
cierto consenso desarrollista. Ello ha habilitado una serie de conflictos
ambientales (en Argentina, Perú, Ecuador, Brasil y Bolivia) y numerosos debates
acerca de la reprimarización de las economías, la creciente influencia china,
las infraestructuras y explotaciones en áreas protegidas (como el caso del
TIPNIS en Bolivia y de Yasuní en Ecuador) y los problemas del extractivismo en
la propia integración regional. En el caso argentino, brasileño y paraguayo se
suma al debate la sojización, que desde hace años ha transformado profundamente
la producción agraria y la vida rural, precisamente impulsada por la demanda
asiática.
Pero
este imaginario desarrollista no opera sólo en las grandes economías
regionales. Rafael Correa viene de inaugurar, con lágrimas en los ojos, la
Ciudad del Conocimiento Yachay. Concebida en su inicio con apoyo surcoreano,
esta “ciudad” busca fomentar la economía del talento en estrecha alianza con
varias empresas y centros de investigación del exterior. Evo Morales, con la
misma emoción –junto al vicepresidente Alvaro García Linera, que tampoco ocultó
sus lágrimas- siguió desde China el lanzamiento del satélite boliviano Túpac
Katari (TKSAT-1), en el que el Estado invirtió 300 millones de dólares; en una
reciente entrevista nombró tres veces a Corea del Sur, a la que se mira con
interés en Bolivia y Ecuador.
Frente
a estas ilusiones desarrollistas, han surgido algunos discursos impugnadores
con un peso político relativo. Una parte de ellos refiere a los conflictos
socio-ambientales realmente existentes y busca deconstruir un “Consenso de los
Commodities” que habría reemplazado al de Consenso Washington de los
años 90. Otra parte, no siempre en relación directa con la primera, enarbola el
discurso del “buen vivir”,
supuestamente vinculado a las cosmovisiones indígenas, pero que debido a su
carácter demasiado genérico y “filosófico” carece de apoyo social significativo
frente a la integración vía el consumo que predomina desde Brasil hasta Bolivia
y genera la base social de los gobiernos progresistas.
Pero
la duda de fondo es si estos países podrán superar la actual dependencia de las
materias primas.
Lula y Dilma, Presidentes de Brasil, de las filas del Partido de los Trabajadores. Su lucha frontal contra la extrema pobreza, rindió buenos resultados, pero se olvidaron de los derechos sociales de la Nueva Ciudadanía. oy su país es escenario de la explosión nacional del los Movimientos Sociales Ciudadanos.
***
¿Progresistas o
populares?.
En
el terreno ético-moral, los nuevos gobiernos se enfrentan a otra tensión: a
menudo son más populares (y antiliberales) que progresistas. Si en Argentina el
kirchnerismo mantiene su oposición a discutir el aborto pero avanzó de manera
inédita en los derechos de las diversidades sexuales, en el resto de la región
las izquierdas en el poder se mostraron más cautelosas en la ampliación de los
derechos civiles a las diversidades sexuales.
Un
ejemplo es Rafael Correa. Aunque en diciembre de 2013 se reunión con colectivos
LGBIT, en la primera cita con un mandatario ecuatoriano con ese sector, poco
despué lanzó un virulento alegato contra los “excesos de la ideología de
género”. “De repente –dijo Correa- hay unos excesos, unos
fundamentalismos en los que se proponen cosas absurdas. Ya no es igualdad de
derechos, sino igualdad en todos los aspectos, que los hombres parezcan mujeres
y las mujeres hombres. ¡Ya basta!”. Fiel a su adhesión al catolicismo, amenazó
con renunciar si proseguía la discusión sobre el aborto en su propio partido,
donde varios dirigentes defienden la despenalización. A pesar de esto, desde
fines de 2012 se promueve como política de Estado la píldora del día después en
los hospitales públicos, dejando ver que todos estos procesos no se resumen
solamente en las declaraciones de los líderes.
En
Bolivia, Evo Morales llamó a silencio a los ministros y ministras que apoyaron
la apertura del debate sobre la interrupción del embarazo. Y más recientemente,
el Parlamento aprobó un nuevo Código del Niño y la Niña que establece que la
vida comienza desde la concepción. Aunque en casos de violación se puede
solicitar a la justicia una interrupción del embarazo, el Código introduce un
nuevo candado para discutir el tema. En cuanto a diversidad sexual, aunque se
ha creado una Unidad de Despatriarcalización dependiente del Viceministerio de
Descolonización, los avances han sido muy moderados. Sin duda, como decía una
de las marchas del orgullo gay de los 2000, “Bolivia es más diversa de lo que
te contaron”, es decir, la diversidad no se agota en lo étnico-cultural. Pero
el Código de Familias en proceso de modificación sigue estableciendo para
matrimonios e incluso uniones de hecho el requisito de que los mismos sean
entre un hombre y una mujer.
En
el caso ecuatoriano, la nueva Constitución sí avala las uniones civiles: el
artículo 68 reconoce “la unión estable y monogámica entre dos personas” sin
especificar el sexo.
En
Argentina, la ley de matrimonio igualitario y la de identidad de género, que
permite cambiar de género en el documento de identidad con sólo presentarse en
el registro civil, se ubican entre las normas más avanzadas del mundo en
términos de reconocimientos de derechos. Significativamente, en lugar de
quitarle votos al gobierno, esas decisiones dieron lugar a spots de campaña
electoral. También el matrimonio igualitario se aprobó en Uruguay y en Brasil
(pero por decisión judicial, no política).
Todo
ello remite no obstante a la capacidad de movilización social: en muchos países
es mucho más fuerte la convocatoria de los grupos católicos y evangélicos que
la de los LGBTI (el tema de la expansión evangélica entre los sectores
populares sigue siendo poco abordada por las izquierdas). Y a menudo las
propias organizaciones LGBTI se encuentran divididas, actúan de manera
autorreferencial –con fuertes divisiones faccionales- y la consigna de la lucha
por el matrimonio igualitario genera divisiones internas, todo lo cual
contribuye a fortalecer a las tendencias conservadoras al interior de los
gobiernos.
Presente y
futuro.
Con
luces y sombras, América Latina cambió en muchos sentidos, y las izquierdas
contribuyeron a ello. Hoy, con la experiencia venezolana en crisis y sin
capacidad de liderazgo regional, las supuestas “dos izquierdas” parecen
converger en una: con tonalidades más lulistas, como ha observado Franklin
Ramírez. De esto modo, se apuesta a un modelo de crecimiento, regulaciones de
los mercados y distribución (entre la inclusión y la ciudadanía asistida según
los casos) /cambié el lugar de la nota/. El pos-neoliberalismo tiende a
uniformizarse en una vía menos antisistémica, con más o menos profundidad de
acuerdo a las reformas estructurales que cada gobierno ha efectuado: por
ejemplo Ecuador y Uruguay avanzaron en reformas impositivas ausentes en
Argentina. Los acuerdos de Evo Morales con la burguesía de Santa Cruz pueden
incluirse en esta tendencia. Y en cualquier caso, esta deriva lulista reduce
los experimentos económicos “poscapitalistas” a un espacio marginal.
El
hecho de que las nuevas derechas no tengan abiertamente en su agenda propuestas
reprivatizadoras y a veces incluso compitan con los gobiernos progresistas por
las propuestas de mayor inclusión, más allá de la sinceridad con la que eso se
exprese, da cuenta de un clima de época, que presenta nuevos escenarios y
dificultades. Para las izquierdas nacional-populares, la posibilidad de derrota
electoral está fuera de su horizonte. El problema para los partidos que se
consideran la expresión indiscutida de la sustancia del pueblo es que “no
pueden” perder, y ni siquiera pensar en abandonar transitoriamente el poder sin
leer el retroceso como una contrarrevolución. En ese marco, cualquier
medida institucional para asegurar la alternancia en el poder parece menor
frente a las necesidades del pueblo o de la revolución.
Pero
como las actuales revoluciones (“ciudadana” en Ecuador, “bolivariana” en
Venezuela, “democrática y cultural” en Bolivia) fueron habilitadas por triunfos
electorales, también los electores podrían quitarles el respaldo. Todo ello
obliga a forzar reelecciones indefinidas. El propio Correa, después del traspié
en las recientes elecciones locales, se mostró dispuesto a rever su decisión de
no buscar otra reelección, aunque buena parte de la cúpula de Alianza País se
ha pronunciado en contra. En el caso de los gobiernos más reformistas, se buscó
resolver la continuidad con mayor institucionalidad en los partidos y con
reelecciones no consecutivas: Bachelet ya retornó al poder, Tabaré espera su
turno y Lula funciona como reserva frente a cualquier traspié de Dilma y como
posible candidato a futuro. Todo esto demuestra que incluso en las izquierdas
partidarias más institucionalizadas no hay un nítido proceso de recambio de
elites y que el peso de los líderes es enorme: para decirlo en pocas palabras,
más lulismo que petismo.
En
cualquier caso, las izquierdas enfrentan hoy el desafío de pensar nuevas
agendas para profundizar los cambios: la referencia a la larga noche neoliberal
resulta cada vez menos eficaz en la medida en que las generaciones más jóvenes
no la vivieron y las otras comenzaron a olvidarla y a plantear demandas
vinculadas a los nuevos problemas. Brasil vive precisamente esas tensiones, con
un PT más estatalizado y anquilosado y una nueva generación que plantea nuevas
reivindicaciones en relación al espacio público, la educación, el ambiente, el
transporte o los gastos de la Copa del Mundo, en medio de una desaceleración de
la economía. En Bolivia, los nuevos sectores incluidos en el consumo pronto
serán indígenas de una naturaleza diferente a los antiguos excluidos por el
capital étnico de la blanquitud de la piel. El caso uruguayo merece aún más
análisis, con su combinación de audaces medidas societales (legalización del
aborto y de la marihuana) y políticas económicas más bien convencionales y
pro-inversión extranjera.
En
síntesis: a diferencia de los primeros años, donde la oposición era fácilmente
asimilable al ancien régime neoliberal, hoy el destino de las izquierdas se
juega en su creatividad, su apertura a las nuevas formas de hacer política y su
capacidad para mantener la estabilidad y el crecimiento. Y no menos importante,
en su habilidad para evitar que la bandera del cambio les sea arrebatada por
una derecha posmoderna con nuevas caras, discursos renovados y candidatos más
jóvenes y más entrenados para desplegar sus campañas en los escenarios pos-neoliberales
pavimentados por las propias izquierdas.
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Le
Monde Diplomatique, Buenos Aires, mayo 2014
Edición
especial “Fracturas en América Latina”
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