“Una
argumentación entre mitos y eufemismos. Siempre se ha establecido una relación de causación entre modernidad y
desarrollo económico, variables que se han vinculado a una mejor
integración de las estructuras productivas de América Latina al comercio mundial. Se ha interpretado el
desarrollo como un aumento en la capacidad de competencia del sector exportador
en aquellas ramas productivas que se muestren capaces de incorporar
innovaciones tecnológicas.
“Innovaciones que permitirían a medio y largo plazo participar con éxito
en la división internacional de la producción, el consumo, los mercados y el
trabajo. De esta manera se desarrollan relaciones desiguales y
combinadas, en cada una de las áreas del relacionamiento internacional, es
decir comercial,
financiera, productiva, y tecnológica, generando
una subordinación cada vez mayor de
nuestros países. Independientemente de sus variables y al margen de los
momentos históricos en que se ha planteado, prevalecen argumentos que ponen
énfasis en transformaciones que modernicen el sector exterior con el fin de mejorar su posición en el
mercado mundial, y por ende los efectos de esa política se beneficiara en
el conjunto de la sociedad. Los beneficios así obtenidos servirán para
incentivar la capacidad de inventiva y transformación de las estructuras
industriales para la producción interna, a
fin de no rezagarse o desaparecer.
“Este relato de la modernización e integración termina por establecer
una relación entre el mayor grado de competencia internacional y ritmos de
crecimiento. El argumento es un excelente ardid para promover la integración que se torna viable por el nivel
de homogeneidad que lograron tener los sectores exteriores de los países
latinoamericanos que han seguido las recomendaciones previas, del Fondo Monetario Internacional, Banco
Mundial, Organización Mundial del Comercio, etc... De esta forma América latina quedaría integrada a
partir de su capacidad de adecuar sus exportaciones a las demandas que
establece el mercado mundial. Es
decir, un proceso de internacionalización por vía de las multinacionales o de la mano de la globalización mundial por la
transnacionalización productiva, para avanzar en el reinado de la abundancia”.
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Carta de Ginebra, detrás de los Tratados, la Integración, Desintegradora.
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AMÉRICA LATINA: DETRÁS DE LOS TRATADOS, LA
INTEGRACIÓN DESINTEGRADORA.
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Eduardo Camín.
CLAE.
Sábado, 27 de julio del 2019.
Nuestra América navega en las agitadas aguas del siglo
XXI. Los problemas económicos y sociales siguen siendo muchos, complejos y
difíciles, una mayoritaria parte de la población sigue aún excluida de la
democracia, el mercado y la modernización.
La dependencia, el subdesarrollo, el desempleo, la
marginalidad, el analfabetismo y la pobreza continúan siendo las espadas de
Damocles que acompañan nuestro accionar. Las políticas neoliberales con sus
efectos alienantes dominan prácticamente todo el escenario mundial y por ende
el latinoamericano.
Repasando el discurso político-social y económico
actual en la región se constata el debilitamiento, cuando no la ausencia, del
postulado de la unidad latinoamericana. El discurso se ha concentrado en lo
nacional particular y las escasas referencias a la región no trascienden el
concepto de integración mercantilista.
Esta visión de los hechos lo percibimos con frecuente
elocuencia en el acotado discurso de la integración, que no sobrepasa lo
regional, el Mercosur, y más allá de las buenas intenciones predomina una
visión reduccionista, centrada en el aspecto económico y más estrictamente
comercial.
El referente ya no es el ideal latinoamericanista,
proclamado por Artigas, Bolívar, Martí y tantos otros, sino la Unión Europea y
los Estados Unidos, lo que nos lleva a desconocer e ignorar nuestra realidad
económica y política, y además a saltearse el elemento central de nuestra
condición dependiente acentuada dramáticamente en el contexto del mundo
globalizado.
En otras palabras, muchos de nuestros países continúan
funcionando económicamente como simples colonias de la industria y las finanzas
europea y estadounidense. Se nos explica que las necesidades de nuestros
países, y su momento histórico exigen un determinado realismo político.
Al menos este es el discurso que se desprende de los
tecnócratas de turno, entre otras cosas por su manifiesta aversión a todo
planteo ideológico, o por la descalificación que se hace del mismo.
Ante la actual coyuntura parece pertinente tomar
alguna distancia para reflexionar sobre el aquí y el ahora. Para ello
comenzaremos jalando el hilo que propicia en América Latina la urgencia de
explicar la originalidad de la región. Quizás allí encontremos razones de su
continuo caminar por derroteros donde la tragedia se muestra como un rasgo
permanente, pero también donde otra historia es posible, en pos de una vida
digna, que emerge de manera recurrente como una utopía posible.
Una
argumentación entre mitos y eufemismos
Siempre se ha establecido una relación de causación
entre modernidad y desarrollo económico, variables que se han vinculado a una
mejor integración de las estructuras productivas de América Latina al comercio
mundial. Se ha interpretado el desarrollo como un aumento en la capacidad de
competencia del sector exportador en aquellas ramas productivas que se muestren
capaces de incorporar innovaciones tecnológicas.
Innovaciones que permitirían a medio y largo plazo
participar con éxito en la división internacional de la producción, el consumo,
los mercados y el trabajo. De esta manera se desarrollan relaciones desiguales
y combinadas, en cada una de las áreas del relacionamiento internacional, es
decir comercial, financiera, productiva, y tecnológica, generando una
subordinación cada vez mayor de nuestros países.
Independientemente de sus variables y al margen de los
momentos históricos en que se ha planteado, prevalecen argumentos que ponen
énfasis en transformaciones que modernicen el sector exterior con el fin de
mejorar su posición en el mercado mundial, y por ende los efectos de esa
política se beneficiara en el conjunto de la sociedad. Los beneficios así
obtenidos servirán para incentivar la capacidad de inventiva y transformación
de las estructuras industriales para la producción interna, a fin de no
rezagarse o desaparecer.
Este relato de la modernización e integración termina
por establecer una relación entre el mayor grado de competencia internacional y
ritmos de crecimiento. El argumento es un excelente ardid para promover la
integración que se torna viable por el nivel de homogeneidad que lograron tener
los sectores exteriores de los países latinoamericanos que han seguido las
recomendaciones previas, del Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial,
Organización Mundial del Comercio, etc...
De esta forma América latina quedaría integrada a
partir de su capacidad de adecuar sus exportaciones a las demandas que
establece el mercado mundial. Es decir, un proceso de internacionalización por vía
de las multinacionales o de la mano de la globalización mundial por la
transnacionalización productiva, para avanzar en el reinado de la abundancia.
Ya en el año 1876, se realizaban las mismas
propuestas, que eran el resultado de las reformas liberales de la época
apoyadas en el libre comercio que impulsaron los gobiernos a fines del siglo
XIX. Por esta razón, es posible pensar que los resultados actuales que busca la
modernización vía reformas liberales no tienen por qué ser tan diferentes de
los pretendidos durante el periodo económico de crecimiento hacia afuera.
El libre comercio sigue siendo la piedra angular de
esta construcción. La base que sustenta esta concepción es la presunción del
absoluto y benéfico poder regulador del mercado y la bondad de la
especialización en la producción en función de las ventajas comparativas de que
cada economía nacional goza. La idea central es que la competencia desata la
innovación, eleva la productividad y conduce al descenso de los precios.
En realidad, nos pretende enseñar que la
interdependencia es superior a la autonomía, la competencia mejor que la
cooperación y el consumo como ideal de vida.
El fenómeno universal genera una tozuda persistencia
en la continuidad de sus errores, que lo podíamos ilustrar con la fórmula “concentración de la riqueza y expansión de
la miseria”, lo que refuerza el elenco de pruebas acerca de la inviabilidad
del actual proyecto globalizador y profundiza la contradicción del capitalismo
que no ha logrado resolver. Es decir, los mercados se contraen al compás de las
políticas neoliberales recomendadas.
Por eso, no deberíamos olvidar el discurso político
emancipatorio del siglo XIX y estudiarlo con la óptica del presente, como
pensamiento vivo. No se trata de fundamentalismos pretéritos, ni de
tradicionalismo estériles. Dicho discurso avizoró peligros y tendencias, que el
siguiente siglo se desplegaron al máximo. El proyecto de la segunda
independencia y el ideal de unidad latinoamericano promovido por lo más
avanzado del pensamiento decimonónico aparece hoy, lamentablemente inconcluso y
alejado de la realidad.
Pero cualquier estudio contemporáneo sobre el proceso
de identidad política latinoamericana que obvie o simplemente no tenga en
cuenta un enfoque multilateral de la dependencia histórica de la región y sus
disimiles incidencias en la praxis de los distintos gobiernos, será sin duda un
estudio parcial, vulnerable que capta solo reflejos secundarios.
El acceso a los mercados poderosos, de alto poder
adquisitivo (en crisis) es un objetivo acariciado por los países en desarrollo.
De hecho, en los discursos y en las declaraciones, la promesa del acceso a
estos mercados oficia como el elemento de persuasión utilizado para ablandar
resistencias.
Pero la promesa de “desarrollo” es otra promesa falsa. Ofrece para los países pobres
el nivel de vida y bienestar que ostentan las sociedades desarrolladas, lo que
incluye el consumo y el despilfarro conocidos. Se pretende ocultar que el
desarrollo alcanzado por los países centrales se obtuvo en sus orígenes y
actualmente aún se sustenta en la continua explotación del mundo
subdesarrollado, la sobreexplotación de los recursos y la contaminación
incesante.
¿Qué sucedería si la contaminación existente, producto
de la forma de vida que disfruta una octava parte de la humanidad se
multiplicara por 8? Ergo, no hay lugar para nuevos consumidores a la manera de
las sociedades “desarrolladas” en su
consumo, aunque se acuñe para simular mejor este hecho inapelable, el concepto
de “crecimiento sustentable.
Los pueblos deben apurarse para impedir que los
gobiernos eternicen mediante acuerdos y tratados los deseos del verdugo, quien pretende
ejecutar una sentencia terrible: la extinción de nuestras naciones y sus
humanos sueños de progreso.
EDUARDO CAMÍN es analista uruguayo,
acreditado en la ONU-Ginebra, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis
Estratégico (CLAE, www.estrategia.la).
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