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"Según un reciente sondeo de Scripps Howard/Universidad de Ohio un 36% de los encuestados sospecha que el gobierno de Estados Unidos o bien promovió los atentados o intencionalmente dejó las cosas correr. En la mañana del 11 de septiembre el presidente Bush efectuaba una visita a una clase de primaria en Sarasota, Florida y allí su jefe de personal le comunicó que un segundo avión había impactado el World Trade Center y que el país estaba siendo atacado. El momento fue trasmitido por televisión y mucha de la teleaudiencia quedo asombrada al ver como Bush se mantuvo impasible al recibir la noticia.
"Otro hecho interesante fue directamente constatado
por mí en aquellos días. Un fin de semana subsiguiente a los atentados me
disponía a ver el programa Meet the Press al cual comparecería el Secretario de
Estado Colin Powell. Previo al programa la televisión mostraba un cintillo
informando que al menos tres de los perpetradores habían sido entrenados o
estuvieron ubicados en bases militares en territorio estadounidense, uno de
ellos, se precisaba, en una base aérea en San Antonio, Texas.
"Sobre ello versó una de las primeras preguntas dirigidas a Powell. Este no denegó esa posibilidad, dado que dijo, su país tiene compromisos y vínculos en todos los confines del mundo. En los días posteriores lo señalado en dicho cintillo desapareció de las noticias. El día siguiente, ni el Washington Post ni el New York Times contenían referencia alguna a vínculos de perpetradores de los atentados con bases militares en el país. Renacían sueños geopolíticos de dominación global y de su creencia de que mediante la fuerza son capaces de lograr todo lo que se propongan. Poco más de un año después de los atentados, Estados Unidos invadió a Iraq, una nación que nunca atacó al país ni desempeñó papel alguno en tales agresiones.
"Bajo el pretexto de luchar contra el terrorismo
millones las personas han perdido la vida en todo el mundo, principalmente en
el Oriente Medio y su periferia como consecuencia de esa campaña mundial de
agresiones que el gobierno de los Estados Unidos y muchos de sus aliados han
llevado a cabo tratando de implantar una democracia “a golpe de cañonazos”,
pero generando el caos y la destrucción de un buen número de países (Libia,
Siria, Yemen, Pakistán, Somalia…). Según estimados del Proyecto Costos de la
Guerra de la Universidad Brown el costo total de las guerras a partir del 11 de
septiembre de 2001, en Afganistán, Iraq y en esos y otros países, ha excedido
los $8 billones (ocho millones de millones USD).
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A 20 AÑOS DE LOS ATENTADOS A
LAS TORRES GEMELAS Y DE LA “GUERRA CONTRA EL TERRORISMO”
Hoy más grupos extremistas
violentos a los existentes antes del 11 de septiembre han proliferado en el
gran Medio Oriente, en África y alrededor del mundo; muchos creados y aupados
por Estados Unidos.
*****
Fernando M.
García Bielsa, Alainet
Fuente.
Alainet viernes 10 de setiembre del 2021.
“Sugeriríamos
a quienes dirigen el poderoso imperio que sean serenos, que no se dejen
arrastrar por raptos de ira…, ni se lancen a cazar gente lanzando bombas por
todas partes. Reitero que ninguno de los problemas del mundo, ni el del
terrorismo, se pueden resolver por la fuerza, y cada acción de fuerza, cada acción
disparatada del uso de la fuerza, en cualquier parte, agravaría seriamente los
problemas del mundo”. - Fidel Castro Ruz, septiembre 11 del 2001 (al
conocer la noticia de los trágicos sucesos)
Este mes de septiembre se cumplen veinte años del
inicio de la llamada Guerra contra el Terrorismo, que se lanzó tomando como
pretexto los atentados suicidas de muy dudosa matriz del 11 de septiembre de
2001 en Nueva York y Washington, DC. Finalmente, la guerra emprendida contra
Afganistán por aquellos hechos, y dada la naturaleza de la ocupación yanqui de
ese país, ha sido un nuevo y descomunal desastre de la política exterior
estadounidense de alcance estratégico y de sus pretensiones de uso global de la
fuerza.
Los complotados para realizar los secuestros de las
naves aéreas, la mayoría de los cuales eran originarios de Arabia Saudita, se
radicaron en Estados Unidos bastante antes de llevar a cabo los ataques, y
allí, algunos de ellos, recibieron entrenamiento en escuelas de pilotaje en
varios estados.
Según se conoce, aquel día se produjo el secuestro
de cuatro aviones de pasajeros, dos de los cuales fueron proyectados contra las
torres gemelas del World Trade Center de Nueva York. Otra nave aérea habría
impactado el edificio del Pentágono en la capital del país, y el cuarto se
estrelló en un estado cercano.
Tales atentados tuvieron lugar antes de las 10 AM
de ese día. Cerca del mediodía la Administración del presidente George W. Bush
anunciaba que la agrupación Al Qaeda había sido la responsable de los ataques,
en una afirmación hecha sin haber llevado a cabo alguna investigación seria
sobre lo acontecido.
Esa misma noche a la 9:30 PM se conformó un
Gabinete de Guerra integrado por altos funcionarios de inteligencia y asesores
militares y, poco después, antes de la medianoche, al concluir esa histórica
reunión en la Casa Blanca, fue lanzada oficialmente la “Guerra contra el
Terrorismo”. Bush declaraba: “No haremos distinción alguna entre los
terroristas que cometieron esas acciones y aquellos quienes les hayan dado
protección”. “Cualquier nación, en cualquier lugar, tiene ahora que tomar una
decisión: o están con nosotros o están con el terrorismo”. Días después bajo el
pomposo nombre de "Operación Libertad Duradera" se concretó la
invasión de Afganistán, para lo cual existían planes desde meses antes de los
atentados.
La administración Bush-Cheney, ayudada y secundada
por los medios de prensa corporativos, manipuló una política basada en la
mentira y la utilización del miedo y de una fraseología triunfalista para
llevar adelante una agenda de derecha que incluyo la aprobación de la Ley
Patriota, cambios masivos en el sistema legal, expansión dramática del aparato
y el despliegue militar para las la intervenciones lideradas por Estados Unidos
en Afganistán, Iraq, y en otros países.
Después de lanzar aquella guerra contra “el Eje del
Mal”, apenas algo más de un año después y con gran desparpajo y teatralidad
desde la cubierta de un portaviones Bush anunció que “la misión ha sido
cumplida”. Se refería a la misión que ahora, en 2021, concluye con un
descalabro gigantesco en Kabul, aunque no es descartable que los enfebrecidos
militaristas de Washington traten de levantar cabeza con nuevas aventuras
injerencistas.
Desde un comienzo, como queda demostrado ahora, los
límites de esa política basada en las mentiras y en el espectáculo se vería
socavada y revertida por los acontecimientos subsiguientes. No obstante, el
estado de guerra permanente contra el terrorismo, en particular en Afganistán,
seria intencionalmente extendido en el tiempo debido a la influencia y las
manipulaciones del llamado Complejo Militar Industrial que rige buena parte de
la política exterior yanqui.
Al momento de redactar este artículo se informa que el presidente Joseph Biden (afectado en su popularidad por la derrota en Afganistán), ha dado instrucciones para desclasificar parte de los documentos secretos sobre el 11 de septiembre, luego de una pronta pero exhaustiva revisión por parte del FBI en coordinación con el Departamento de Justicia.
Extrañas circunstancias y mentiras en
torno a aquel 11 de septiembre de 2001
Al margen de las muchas incongruencias y dudas que
se han planteado respecto al trasfondo de los atentados del 11 de septiembre de
2011 en Nueva York y Washington DC, existen indicios según los cuales
importantes sectores conservadores y belicistas, así como personalidades de
gobierno, tenían elaborados planes de contingencia en el caso que hechos de ese
tenor les fueran propicios para aplicar eventualmente sus perversos fines políticos.
Durante la década de los noventa los teóricos y los
estrategas del imperio habían estado en la búsqueda de alguna fundamentación o
supuesto enemigo de peso que concluida la “guerra fría” y desaparecida la Unión
Soviética, sustituyera el entonces desvanecido fantasma del peligro comunista y
proveyera de alguna racionalidad a la continuidad de sus desmedidos gastos
militares y pretensiones imperiales. El peligro terrorista vino a llenar esos
cometidos.
Hay elementos realmente llamativos en los hechos
del 11 de septiembre los cuales provocan lógicas desconfianzas. Datos concretos
conocidos después de los atentados los trae a colación la revista Newsweek a
comienzos de mayo de este año en un artículo de William M. Arkin subtitulado
“todas las maneras en que Estados Unidos falló para detener los ataques
terroristas del 11 de septiembre”, donde se recuerda que “al presidente George
Bush le pasaron un aviso el 6 de agosto” acerca del peligro inminente y la
presencia en el país de personas particularmente sospechosas, hasta el hecho de
cómo “estos siguieron moviéndose y adelantando sus planes sin ser molestados
por autoridad alguna y sin ser propiamente detectados por las agencias de
seguridad o al abordar las aeronaves”.
Incluso uno de los que participaría en los
atentados, Zacarias Moussaoui, había sido arrestado el 16 de agosto en
Minneapolis, cuando estaba tratando de aprender como pilotear aviones tipo
Boeing 747; el FBI concluyó se trataba de un musulmán radical, pero fue
liberado sin que se escudriñaran sus pertenencias ni se formulara aviso alguno
a otras autoridades o a las líneas aéreas.
Existen muchas otras incongruencias, varias de las
cuales han sido señaladas por grupos de familiares de las víctimas, e incluso
indicios o sospechas de la participación de Arabia Saudita y del Mossad, el
servicio de inteligencia israelí.
Las conjeturas sobre los hechos del 11 de
septiembre de 2001 se alimentan por la sospechosa inacción del gobierno de
Bush, luego que desde semanas antes había sido alertado por sus órganos de
seguridad acerca de la presencia y dudosas actividades en el país de numerosos
sujetos, muchos de ellos sauditas supuestamente de Al Qaeda, quienes luego
perpetrarían los atentados. También existen interrogantes acerca de la
incapacidad que tuvieron los jets de combate asentados en bases cercanas que no
interceptaron ni uno solo de los aviones secuestrados.
Cinco años después, un artículo del Washington Post (Sept. 8 del 2006) informaba que, aunque en aquel septiembre generales del Mando Norteamericano de Defensa Aeroespacial (NORAD) declararon que ellos conocieron de los secuestros con tiempo suficiente para el despegue de los jets de combate, grabaciones recientemente conocidas mostraban que la Administración de Aviación Federal (FAA) no le informó a los militares acerca de los secuestros hasta cuando tres de los cuatro aviones ya se habían estrellado.
Asimismo, expertos han cuestionado como ilógica la
manera como cayeron los rascacielos como demolidos desde sus bases luego de ser
impactados por aviones y el fuego en sus partes altas. Aun más desconcertantes
son las referencias a la casi total ausencia de los componentes más compactos
entre los restos del avión que se dice impactó contra el edificio del
Pentágono. A partir de análisis acerca del impacto de aviones similares al
proyectado contra las torres, caídos por accidente en ciudades densamente
pobladas, algunos expertos concluyen que ningún avión se habría estrellado
sobre el Pentágono y que sólo un proyectil pudo generar el orificio geométricamente
redondo creado en dicha instalación por el supuesto avión. Pero entonces ¿Qué
se hizo del vuelo #77 de American Airlines y de sus pasajeros?
Desde una etapa temprana y hasta nuestros días,
numerosas incongruencias han sido señaladas respecto a la versión oficial sobre
los hechos, al tiempo que varias de ellas han sido calificadas como meras
teorías conspirativas.
Algunas llegan a atribuir la planificación y
ejecución de los ataques del 11 de septiembre a otros elementos ajenos a
AlQaeda o en conjunción con ellos, y muchos plantean que funcionarios de alto
nivel y operativos del gobierno conocían por adelantado el peligro y el tipo de
agresiones que se avecinaban y que hasta hubo complicidad. Quienes han
presentado esos argumentos enumeran muchas de las inconsistencias en la versión
oficial sobre los hechos, y la existencia de evidencias que han sido ocultadas
o pasadas por alto.
Los cálculos sobre estructuras de acero, impactos
de avión, cajas negras encontradas y lo que estas revelaban, no se ajustan a
los criterios de matemáticos, sismólogos, especialistas en información y
especialistas en demolición, etcétera. Lo más dramático es la afirmación de que
posiblemente nunca se conozca lo que en verdad ocurrió.
Sin desconocer que ha habido mucho de especulación acerca de los hechos del 11
de septiembre de 2001, calificar como meras “teorías conspirativas” todos y
cada uno de los argumentos que muestran incongruencias o falsedades de la
versión oficial, por lo menos es cínico.
No nos olvidemos que tradicionalmente gobiernos estadounidenses han sido
maestros en eso de manipular y armar conspiraciones, como aquella urdida
alrededor del hundimiento del buque Maine en la bahía de La Habana en 1898 para
desatar la guerra contra España y apoderarse de sus colonias. También es
conocido que en agosto de 1964 armaron el llamado incidente en el Golfo de
Tonkín para escalar la guerra y los bombardeos contra Vietnam del Norte, o
cuando inventaron la falsedad de existencia de armas de destrucción masiva en
Iraq que les sirvió para desatar la invasión a ese país en 2003, año y medio
después de los hechos del 11 de septiembre.
Según un reciente sondeo de Scripps
Howard/Universidad de Ohio un 36% de los encuestados sospecha que el gobierno
de Estados Unidos o bien promovió los atentados o intencionalmente dejó las
cosas correr.
En la mañana del 11 de septiembre el presidente
Bush efectuaba una visita a una clase de primaria en Sarasota, Florida y allí
su jefe de personal le comunicó que un segundo avión había impactado el World
Trade Center y que el país estaba siendo atacado. El momento fue trasmitido por
televisión y mucha de la teleaudiencia quedo asombrada al ver como Bush se
mantuvo impasible al recibir la noticia.
Otro hecho interesante fue directamente constatado
por mí en aquellos días. Un fin de semana subsiguiente a los atentados me
disponía a ver el programa Meet the Press al cual comparecería el Secretario de
Estado Colin Powell. Previo al programa la televisión mostraba un cintillo
informando que al menos tres de los perpetradores habían sido entrenados o
estuvieron ubicados en bases militares en territorio estadounidense, uno de
ellos, se precisaba, en una base aérea en San Antonio, Texas.
Sobre ello versó una de las primeras preguntas
dirigidas a Powell. Este no denegó esa posibilidad, dado que dijo, su país
tiene compromisos y vínculos en todos los confines del mundo. En los días
posteriores lo señalado en dicho cintillo desapareció de las noticias. El día
siguiente, ni el Washington Post ni el New York Times contenían referencia
alguna a vínculos de perpetradores de los atentados con bases militares en el
país.
Renacían sueños geopolíticos de dominación global y
de su creencia de que mediante la fuerza son capaces de lograr todo lo que se
propongan. Poco más de un año después de los atentados, Estados Unidos invadió
a Iraq, una nación que nunca atacó al país ni desempeñó papel alguno en tales
agresiones.
Bajo el pretexto de luchar contra el terrorismo
millones las personas han perdido la vida en todo el mundo, principalmente en
el Oriente Medio y su periferia como consecuencia de esa campaña mundial de
agresiones que el gobierno de los Estados Unidos y muchos de sus aliados han
llevado a cabo tratando de implantar una democracia “a golpe de cañonazos”,
pero generando el caos y la destrucción de un buen número de países (Libia,
Siria, Yemen, Pakistán, Somalia…). Según estimados del Proyecto Costos de la
Guerra de la Universidad Brown el costo total de las guerras a partir del 11 de
septiembre de 2001, en Afganistán, Iraq y en esos y otros países, ha excedido
los $8 billones (ocho millones de millones USD).
El estrepitoso fin de la aventura afgana.
El involucramiento del gobierno yanqui en
Afganistán realmente antecedió varios lustros a los atentados del 2001. El
respaldo con armas y entrenamiento a los mujahedines contra la presencia
soviética en ese país a fines de los años setenta por parte de la CIA y los
gobiernos de Carter y Reagan puso en movimiento el ciclo de violencia que ha
afectado a ese país en los pasados cuarenta años y ha costado la vida a unos
dos millones de afganos y a miles de estadounidenses.
La invasión de Estados Unidos a fines de 2001
condujo a la alianza de los invasores con “señores de la guerra” locales, así
como con políticos oportunistas con quienes establecieron un corrupto e
ilegítimo gobierno títere en Kabul, e implementaron durante años bombardeos
indiscriminados, masacres de civiles y torturas en el país. La ocupación y la
abrupta estampida generaron comparaciones con la vergonzosa retirada de Vietnam
en 1975, aunque esta derrota es esencialmente política e ideológica más que
militar.
Estos veinte aniversarios del 11 de septiembre y de
la invasión a Afganistán tiene lugar justo después la desastrosa derrota de
Estados Unidos y con la vuelta de los Talibanes al poder en aquel país. Tales
acontecimientos están aún en desarrollo y han sido objeto de muchos
documentados análisis en las últimas semanas, por lo cual aquí resumimos
elementos que han sido planteados sobre estos hechos y sus proyecciones:
Han sido dos décadas de ocupación militar que han
costado más de $2 billones (dos millones de millones USD) y un número
incalculable de muertes y sufrimientos. La catástrofe humanitaria generada está
aún por alcanzar mayores proporciones.
En el plano
geopolítico e incluso histórico no contará tanto el carácter espurio de la
misión, como su desastroso epílogo
·
Hace dos
años, un informe de The Washington
Post mostró cómo Estados Unidos venía escondiendo la evidencia de que
esa era una guerra que no podía ganar. Sin embargo, el gobierno ha sido capaz
de lograr distanciar con efectividad a una mayoría del público estadounidense
de las “guerras permanentes” que lleva a cabo, tanto por la manipulación de los
medios de información, como al apoyarse de forma extraordinaria en el
despliegue sobre el terreno de mercenarios, subcontratados y el uso de drones y
otros artefactos sofisticados.
·
Aun así,
episodio tras episodio han venido demostrando los límites del poder de Estados
Unidos; su capacidad de invadir, saquear, torturar y destruir países enteros,
pero sin un solo logro que merezca la pena celebrar. Hoy más grupos extremistas
violentos a los existentes antes del 11 de septiembre han proliferado en el
gran Medio Oriente, en África y alrededor del mundo; muchos creados y aupados
por Estados Unidos.
·
El desenlace
en Afganistán podría ser un punto de inflexión en las relaciones entre Estados
Unidos y sus aliados occidentales. Ha significado la más grande debacle de la
OTAN y provoca serias interrogantes entre los gobiernos europeos. Algunos hacen
declaraciones en las cuales retoman lo de la necesidad de fortalecer su
independencia estratégica, aunque está por verse si es algo más que pura
retórica.
·
Para muchos
países y colaboradores en el mundo subdesarrollado los hechos dejan un mensaje
de que Estados Unidos abandona a sus “aliados”.
·
Los
conflictos militares desatados por Estados Unidos no han tenido una estrategia
coherente, y mucho menos objetivos medibles, salvo los cálculos de beneficios
del Complejo Militar Industrial.
·
Podría
decirse que se desperdiciaron esos $2,2 millones de millones USD del dinero de
los contribuyentes empleados en esa guerra y ocupación (y los cientos de miles
de muertes ocasionadas, un tercio de ellas de civiles).
·
Pero para otros,
más que desperdicio fue una oportunidad. Buena parte de esos recursos se la
embolsaron las empresas contratistas privadas de mercenarios (los cuales
sobrepasaban 7 a 1 en número a las fuerzas regulares), los fabricantes de armas
y compañías que proveyeron equipos y suministros, empresas de construcciones
para el esfuerzo bélico. También se beneficiaron los inversionistas privados
poseedores de la deuda pública del país con unos $500 mil millones pagados por
el gobierno en intereses por sus deudas de guerra, intereses que todavía les
estarán dando frutos en los años porvenir.
·
Aun cuando
este estrepitoso fracaso debe catalizar el número creciente de voces que han
venido abogando por atemperar y refrenar la agresividad y las pretensiones en
el uso global de los medios militares, es
muy poco probable que la experiencia de esta sacudida frene
la agresividad de los círculos belicistas enquistados en posiciones de poder en
Washington.
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