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El “Buen Vivir” (“Sumak Kawsay” en lenguaje Quechua
y “Suma Qamaña” en la lengua de los aymaras) recoge
la sabiduría ancestral de los pueblos indígenas de América Latina, en muchos
casos anterior a la colonización española. En la actualidad, parte esta
filosofía de que nos hallamos ante una crisis de la especie, del ser humano en
un sentido integral, por lo que resulta
indispensable un cambio civilizatorio. Uno de los grandes principios del “Buen Vivir”
consiste en romper con la idea de
“modernidad” tan cara a Occidente, y con algunas de sus grandes derivadas,
como la noción de “desarrollo” (entendido como tal, y en cualquiera
de sus especificidades). Se trata, por el contrario, de “volver al contacto con la naturaleza y a la experiencia afectiva,
compartida, con otros seres humanos”, ha explicado Carlota Garrido, de Joves de CGT, en las XV jornadas organizadas
por el sindicato. Otro punto de
disrupción es la enmienda total al “estado-nacional”, centralizado y jerarquizado,
que emerge con las revoluciones burguesas. Por una razón casi de origen: Los nuevos estados-nacionales y el
poder criollo (por ejemplo, en los casos de México y Perú) no sólo no se desligaron de la metrópoli, sino que
además negaron la realidad indígena, explica Carlota Garrido. De ahí que el “Buen Vivir”
asuma con fuerza las identidades
plurinacionales. Además, frente al liberalismo “representativo” de corte
occidental, se apuesta por la asamblea como método y como forma de gobierno; por la horizontalidad
y los cargos rotatorios (el “mandar obedeciendo” que figura en numerosos
textos).
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ALTERNATIVAS
ECONÓMICAS AL COLAPSO NEOLIBERAL.
Las XV Jornadas
Libertarias de la C-Valencia abordan la vigencia del “Buen Vivir” Indígena y la
economía crítica feminista.
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Enric Llopis.
Rebelión miércoles 18 de
diciembre del 2013.
En plena crisis
civilizatoria, es decir, inmersos en una crisis económica, pero también
política, ecológica y de valores, se precisan alternativas radicales,
propuestas que aborden los desafíos desde la raíz. Desde el ser humano en sus
comportamientos cotidianos, hasta el modelo económico y social -el capitalismo
neoliberal-, que hace aguas y sólo es cuestión de tiempo saber hacia dónde
evoluciona. Una posible salida es el autoritarismo oligárquico y las derivas
ecofascistas; En la otra, “democrática” (en el sentido primigenio de la
palabra) encajan el “Buen Vivir” y la economía feminista.
El “Buen Vivir” (“Sumak
Kawsay” en lenguaje Quechua y “Suma Qamaña” en la lengua de los aymaras) recoge
la sabiduría ancestral de los pueblos indígenas de América Latina, en muchos
casos anterior a la colonización española. En la actualidad, parte esta
filosofía de que nos hallamos ante una crisis de la especie, del ser humano en
un sentido integral, por lo que resulta indispensable un cambio civilizatorio.
Uno de los grandes
principios del “Buen Vivir” consiste en romper con la idea de “modernidad” tan
cara a Occidente, y con algunas de sus grandes derivadas, como la noción de
“desarrollo” (entendido como tal, y en cualquiera de sus especificidades). Se
trata, por el contrario, de “volver al contacto con la naturaleza y a la
experiencia afectiva, compartida, con otros seres humanos”, ha explicado
Carlota Garrido, de Joves de CGT, en las XV jornadas organizadas por el
sindicato.
Otro punto de disrupción es
la enmienda total al “estado-nacional”, centralizado y jerarquizado, que emerge
con las revoluciones burguesas. Por una razón casi de origen: Los nuevos
estados-nacionales y el poder criollo (por ejemplo, en los casos de México y
Perú) no sólo no se desligaron de la metrópoli, sino que además negaron la
realidad indígena, explica Carlota Garrido. De ahí que el “Buen Vivir” asuma
con fuerza las identidades plurinacionales. Además, frente al liberalismo
“representativo” de corte occidental, se apuesta por la asamblea como método y
como forma de gobierno; por la horizontalidad y los cargos rotatorios (el
“mandar obedeciendo” que figura en numerosos textos).
Aunque, ciertamente, el
individualismo “burgués” forma parte de los principios fundacionales del
capitalismo, en su fase neoliberal roza el paroxismo. La filosofía del “Buen
Vivir” también rechaza este culto al individualismo extremo y propone, como
valor alternativo, la “colectividad”. Se plantea, explica Carlota Garrido, “la
interconexión de todos los seres humanos entre sí, y con la naturaleza; pero
también romper con el aislamiento y ayudarnos entre todos”. (Existe una palabra
valenciana -“A Tornallom”- que procede de la sabiduría ancestral de la huerta y
refleja esta reciprocidad en las relaciones).
El planteo del “Buen Vivir”
se aleja, por lo demás, de la racionalidad cartesiana y de la ilustración
occidental. Pero esto, matiza Carlota Garrido, no implica en modo alguno negar
el valor de la inteligencia. Lo que realmente se cuestiona es la racionalidad
ilustrada, científica, fría, distante, el saber de las cátedras. Como también
se pone en cuestión la dicotomía naturaleza/cultura que Occidente adopta como
punto de partida. Según el “Buen Vivir” no existe tal contradicción, pues la
naturaleza forma parte de la cultura. Mientras, Occidente considera el medio
natural como mero objeto de explotación (la naturaleza provee y el hombre
consume). Otra contradicción occidental que las culturas indígenas sabían
integrar era la del binomio razón/espíritu. En resumen, frente a la
competitividad y el materialismo exacerbado, la armonía (entendida como el
latir en un sólo corazón).
Si esta dialéctica esta
presente y bien manifiesta, hoy, en los países del Norte, también puede
advertirse la polémica desarrollismo-extractivismo/sostenibilidad y respecto
por la pachamama en países como Bolivia y Ecuador, cuyos gobiernos han
marcado, por lo demás, notorias distancias con el neoliberalismo. Pero la
cuestión es extensible al conjunto de América Latina, región próvida en
recursos naturales y materias primas ambicionadas por las transnacionales,
donde claman toda su verdad las palabras de Eduardo Galeano 40 años después de
escribir “Las Venas abiertas de América Latina”: “Los derechos de la naturaleza
y los derechos humanos son nombres de la misma dignidad”.
El trueque una práctica ancestral comunitaria del "Buen vivir".
***
Pero tampoco el “Buen Vivir” debería
considerarse una respuesta exclusivamente dirigida a los problemas de América
Latina. El “Buen Vivir” indígena, recuerda Carlota
Garrido, “se hermana con la teoría del decrecimiento, la experiencia zapatista,
movimientos sociales asamblearios, el movimiento anti-globalización y el Foro
Social Mundial”.
Y con la economía crítica
feminista (otra “alternativa” radical al modelo neoliberal hegemónico), que
sitúa las cuestión de género como eje, pero no como una simplificadora
contraposición hombre/mujer, sino como una matriz en la que se
entrecruzan numerosas variables y conflictos: raza, clase, diversidad,
relaciones de poder, etcétera. En todo caso, “se cuestionan radicalmente los
límites de lo que se entiende hoy por economía, es decir, el PIB, las ganancias
del IBEX 35 o las ideas de crecimiento y desarrollo”, subraya la economista
Astrid Agenjo, miembro de la Asociación Internacional de Economía Feminista y
de la Red de Economía Crítica.
¿Qué se enseña
habitualmente en la licenciatura de Ciencias Económicas? La economía como
ciencia verdadera, esto es, la Teoría neoclásica del Equilibrio General, en la
que se establecen determinadas simplificaciones de la realidad, puntos de
equilibrio, variables esotéricas, supuestos con números y modelos matemáticos,
pero que, a fin de cuentas, “no es sino ideología política y la legitimación de
un orden social injusto”, explica Astrid Agenjo. “La economía crítica feminista
trata de deconstruir todo esto”, agrega. Por ejemplo, el hecho de
considerar que el sistema económico funciona o no adecuadamente según las tasas
de crecimiento.
La investigadora pone
adjetivos al paradigma dominante: “mercantilista”, “clasista”, “etnocéntrico”,
“androcéntrico” y “heteronormativo”. Se oculta en las lecciones magistrales al
uso, además, que la economía no configura un sistema aislado, ajeno a
limitaciones como los recursos escasos o la ecología, ni a la influencia de
otras disciplinas como la Sociología, la Psicología o la Historia. “Oferta”,
“demanda”, adquisición de bienes y servicios en el “mercado” a un “precio”
dado. Pero, ¿Dónde queda, qué variable cuantifica el trabajo doméstico (sobre
todo, el de las mujeres), la necesidad de cuidados y afectos (también en el
hogar) que permiten no sólo la reproducción de la fuerza de trabajo, sino el
sostenimiento de todo el sistema? “Es algo que oculta la Ciencia Económica”.
Dado que tareas domésticas y cuidados recaen principalmente en la población
femenina, negar esta realidad implica invisibilizar a las mujeres como sujeto y
objeto de estudio.
Una acertada metáfora muy
socorrida en la economía feminista explica estas lógicas: el “iceberg”. En la
punta, las tendencias de acumulación y valorización de capital, pero, en la
base, se encuentra la parte esencial, los cuidados de la vida. “Se trata de
lógicas contrapuestas”, anota Astrid Agenjo. Las mujeres han quedado
históricamente relegadas a la base del “iceberg”. Allí, “opera la división
sexual del trabajo y una ética de los cuidados a menudo reaccionaria”, añade la
economista. En el fondo, late una construcción “sexuada” de las identidades,
que distingue entre el hombre “proveedor” y la mujer “ama de casa”.
Un conocimiento
transformador debería situar en el centro a los procesos que sostienen la vida,
que permiten el mantenimiento y la reproducción de la existencia social. Que no
tenga exclusivamente al mercado como referencia, sino que subraye los ámbitos
domésticos y comunes. Además, “el mercado no tiene por qué ser capitalista ni
orientado sólo al lucro; lo hemos de aceptar en la medida en que satisfaga
nuestras necesidades”, matiza la economista.
“Volver al contacto con la naturaleza y a la experiencia afectiva, compartida, con otros seres humanos”. Según el “Buen Vivir” no existe tal contradicción, pues la naturaleza forma parte de la cultura.
***
Si el capitalismo tiene como valores de referencia la “competitividad”, el individualismo, la productividad y otros similares, en la
economía crítica feminista se pone el acento en los “cuidados”. Es ésta una
noción medular. Para ello, se ha de empezar por la aceptación de la
“vulnerabilidad” y, en palabras de Astrid Agenjo, “romper con la quimera de la
autosuficiencia” ya que “las personas somos tanto interdependientes como
ecodependientes, aunque no lo reconozca así el mercado de la oferta y la
demanda”.
En este marco teórico, el
conflicto capital-trabajo queda subsumido y desbordado por el conflicto
capital-vida (la biopolítica foucaultiana), ya que existe una explotación del
trabajo asalariado, pero también una explotación en el ámbito doméstico y una
apropiación (o acumulación por desposesión) de los recursos públicos. Pero
sobre todo, subraya la economista, debe considerarse que “el trabajo no es sólo
el asalariado y remunerado”.
El análisis parte de lo
global y desciende a lo singular. 40 años de mundialización, neoliberalismo y
proceso de integración europea han servido -más aún con la crisis- para situar
al mercado en el centro de la actividad social y de nuestras vidas. “Hay un
proyecto de privatización de nuestras existencias, que viene a decirnos vuelve
a tu rincón, no te metas en política, no pienses en lo
colectivo”. En el día a día, en la vida cotidiana, cada vez se depende más
de la obtención de recursos para una vida digna (otra vez, pasando por el mercado).
Y esos ingresos son cada vez más inestables e inseguros. Se intensifica la
precariedad de la vida y la dualización social, señala Agenjo, mientras el
endeudamiento disciplina a las poblaciones y les causa un agudo sentimiento de
culpa.
Austeridad, recortes y
“reformas”. Ahora bien, ¿Dónde se produce el ajuste final? Sin duda, en los
hogares y, fundamentalmente, en las mujeres, que actúan como “colchón” último
del sistema. Muchas, recuerda la economista, “han vuelto con la crisis al
trabajo doméstico, sexual o al campo”. Pero también en los hogares porque hoy
se impone la “economía de retales”, con familias enteras que viven de un
subsidio, la suma de ingresos muy precarios o la pensión de los abuelos.
Al final, para la economía crítica feminista,
se trata de apostar por la sostenibilidad de la vida, en condiciones de
universalidad y respetando la singularidad. Eso significa, a nivel personal,
“pasarnos el sospechómetro”, apunta Agenjo, para observar cómo tenemos
interiorizados los valores capitalistas y patriarcales. A partir de ahí,
cuestionarnos y tratar de modificar las pautas de alimentación, ropa, ocio,
etcétera. En el ámbito social, participar en colectivos que fomenten valores
“alternativos”, como grupos de consumo, bancos del tiempo, cooperativas o
aldeas rurales.
Esta transformación
integral, que parte de lo individual y trasciende a lo colectivo, afecta a los
modos de relacionarse, consumir y actuar, pero también al conocimiento. Kant
-uno de los patriarcas de la Ilustración- defendía el “Sapere aude” (“atrévete
a saber”). Pero, argumenta la psicoanalista Amparo García del Moral, el verbo
latino “sapere” remite también a “saborear”. Hoy, “hemos desgajado lo sensible
(olores y sabores) del conocimiento”. “Tenemos la razón como guía, pero no podemos
renunciar al conocimiento que aportan estos elementos sensibles”, concluye. Por eso, la
economía crítica feminista y del “buen vivir” indígena también proponen una
revolución en el campo cognoscitivo.
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Rebelión ha publicado este
artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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