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Qué es el
G-77, más China.
Establecimiento:
El Grupo de 77 (G-77) fue
establecido el 15 de junio de 1964 por setenta y siete países en desarrollo, signatarios de la
“Declaración Conjunta de los Setenta y Siete Países”, emitida al final de la
primera sesión de la Conferencia sobre Comercio y Desarrollo de las Naciones
Unidas (UNCTAD) en Ginebra. Comenzando con la primera Reunión Ministerial del Grupo de los 77 en Argel (Argelia) del
10 al 25 de octubre de 1967, que adoptó la Carta de Argel, una primera
estructura institucional se desarrolló gradualmente, la cual llevó a la
creación de Capítulos del Grupo de los 77, con oficinas de enlace en Ginebra
(UNCTAD), Nairobi (UNEP), París (UNESCO), Roma (FAO/IFAD), Viena (UNUDI), y el
Grupo de los 24 (G-24) en Washington, D.C. (FMI y Banco Mundial). A pesar de que los miembros del G-77 han
sumado hasta contar 133 (2014) más china, se retuvo el nombre original debido a
su significado histórico.
El G-77 - 133 países en desarrollo, más China, fundado el 15 de junio de l964. Tiempos históticos y político de la Guerra Fría - Capitalismo-Socialismo. Moscú. Washington. Hoy representan una gran alternativa , en "El Cambio de Época, Histórica", en defensa de los "derechos de la Madre Tierra", el "Vivir bien" y la descolonización de la geopolìtica en un mundo multipolar.
***
Metas:
El grupo de los 77 es la organización
intergubernamental de países en vías de desarrollo más grande en las Naciones
Unidas, la cual provee a los países del sur de los medios para articular y
promover sus intereses colectivos económicos y el mejoramiento de su capacidad
conjunta de negociación respecto de los grandes temas económicos dentro del
sistema de las Naciones Unidas, así como la promoción de la cooperación Sur-Sur
para el desarrollo.
Estructura:
Las
modalidades de funcionamiento y operación del trabajo del G-77 en sus varios Capítulos tienen ciertos rasgos
mínimos en común, tales como la similitud en la membrecía, la toma de
decisiones y ciertos métodos de operación. Un Presidente, que hace las veces de
portavoz, coordina la acción del Grupo en cada Capítulo. La Presidencia, el
cuerpo político más alto dentro de la estructura organizacional del Grupo de
los 77, rota según una base regional (entre África, Asia-Pacífico y América
Latina y el Caribe) y es ejercida por un año en todos los Capítulos. Actualmente, el
Estado Plurinacional de Bolivia ejerce la Presidencia del Grupo de los 77 en
Nueva York por el año 2014.
La
Cumbre del Sur es el cuerpo supremo de toma de decisiones del Grupo de los 77.
La primera y la segunda Cumbres del Sur tuvieron lugar en La Habana, Cuba, del 10 al 14 de abril de 2000, y en Doha, Qatar, del 12 al 16 de junio de 2005,
respectivamente. De acuerdo al principio de rotación geográfica, la Tercera
Cumbre del Sur tendrá lugar en África.
La reunión Anual de Ministros de
Relaciones Exteriores del Grupo de 77 se acuerda al inicio de la sesión
regular la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York cada
septiembre. Periódicamente, se sostienen reuniones sectoriales y ministeriales
en preparación para las sesiones del UNCTAD y las Conferencias Generales de la ONUDI y la UNESCO. También se llama a
encuentros ministeriales especiales según se necesite, como por ejemplo la
ocasión del 25 aniversario del Grupo
(en Caracas, en junio de 1989); el 30 aniversario (en Nueva York, en junio de
1994), y el 40 aniversario (en Sao Paulo, en junio de 2004). Otras reuniones
ministeriales sectoriales en varios campos de cooperación en interés del grupo se acuerdan,
con el objeto de buscar la cooperación Sur – Sur.
/////
Bolivia,
fue elegida por aclamación, para presidir el G77 más China. Durante el año 2014
al 2015. China con su Presidente de ese entonces Hu Jintao, respaldó
ampliamente que Bolivia y su Presidente Evo Morales, vuelva a presidir después de
24 años. (presidió en 1990). En mérito a esta Resolución Bolivia,
organiza la Cumbre del G77 más China, en Homenaje a su 50 Aniversario, para el
14 y 15 de junio en la Ciudad de Santa Cruz.
***
EL G-77 Y LA
DESCOLONIZACIÓN DE LA GEOPOLÍTICA.
*****
Rafael Bautista
(especial para ARGENPRESS.info)
Domingo 1 de
junio del 2014.
Las
recientes crisis en Ucrania y Siria manifiestan la compleja transición hacia un
mundo sin centro hegemónico único; lo que se está denominando el “incipiente
mundo multipolar” (las áreas en disputa manifiestan esta tónica). El siglo XXI
amanece con un nuevo mundo emergente que ya no presupone, ni cultural ni
civilizatoriamente, la hegemonía occidental. El “gran relato” neoliberal del “fin de la historia” se hizo
pedazos el 11 de septiembre de 2001 y su última cruzada, llamada el “choque de
civilizaciones”, es derrotada en Siria y
Ucrania.
Es
decir, el fenómeno de la colonización, consustancial al mundo moderno, empieza
a desmoronarse en el nuevo siglo. Incluso las nuevas potencias emergentes, si
optaran por asegurarse áreas de influencia, ya no podrían hacerlo según las
prerrogativas que adoptaron las potencias occidentales cuando se repartieron el
África y el Oriente. La
sobrevivencia de un mundo multipolar pende del siguiente detalle: los términos
en que se expresen las alianzas geopolíticas sólo podrían cimentarse en una
cooperación mutua y estratégica y ya no en exclusivas relaciones de dominación.
Las
últimas bravuconadas que Occidente despliega bélicamente no hacen sino
mostrarnos su decadencia profunda. Ya no pudo invadir Siria, y eso le está
costando, no sólo credibilidad sino, sobre todo, la desconfianza en su
capacidad militar. Incluso podría decirse que el 3 de septiembre de 2013 se
evitó la tercera guerra mundial, cuando el sistema de defensa aéreo ruso
S300-PS, desde la base de Tartus, en
Siria, intercepta y destruye misiles tomahowks (lanzados desde la base
gringa de Rota, en la bahía de Cádiz), que tenían como destino Damasco. Desde
entonces queda demostrado que los rusos han recuperado su importancia militar;
lo cual equilibra un mundo que había sido capturado por Estados Unidos (según
Ehud Barack, exministro de asuntos militares de Israel, eso debilita a Estados
Unidos en todo el mundo). Desde el triunfo de Rusia ante Georgia, por Osetia
del Sur, el 2008, puede decirse que la geopolítica del siglo XX ha sido
dislocada en favor de una nueva reconfiguración planetaria.
En
Ucrania termina de rematarse la cosa, puesto que la injerencia occidental,
comandada por Estados Unidos, no hace sino, para su propia desgracia, acercar
aún más a China y Rusia, lo cual significa, en lo venidero, el viraje
definitivo de la economía mundial hacia el Oriente. El último acuerdo
monumental entre Rusia y China (cuyo comercio bilateral alcanzará, para el
2020, los 200.000 millones de dólares), no sólo ratifica la hegemonía de una
Eurasia oriental, en torno a la restauración comercial de la “ruta de la seda”,
sino hasta posibilita que China se expanda hacia Occidente (los más que
probables ejercicios militares conjuntos entre Rusia y China en pleno Mar
Negro). Ni Estados Unidos ni Europa tienen la musculatura, ni económica ni
militar, para hacer valer sus sanciones económicas a una Rusia que, aliada de
China, ya no tiene necesidad de supeditarse a un Occidente en plena decadencia.
El
mundo y su cartografía geopolítica, tal cual había sido concebida por las
potencias occidentales, desde el siglo XIX, está feneciendo. Esto quiere decir
que la disposición centro-periferia, pertinente al mundo moderno, ya no tiene
sentido. Como tampoco tiene sentido, frente a la crisis climática y energética,
un sistema económico que sólo sabe administrar el despojo sistemático de vida
(humanidad y naturaleza) en favor de los fetiches del mundo moderno: el capital
y el mercado. La crisis es civilizatoria y sólo puede ser comprendida, en su verdadera
magnitud, desde una perspectiva multidimensional.
Esto
quiere decir que, tampoco las ciencias modernas, en su crisis epistemológica, estarían a la altura de dar razón de la
crisis. Si todas parten de los mitos y prejuicios modernos, ¿cómo podrían auscultar
una crisis que la originan estos mismos mitos y prejuicios? La crisis actual
manifiesta una rebelión de los límites mismos de un mundo que es finito; pero
la ciencia moderna, la economía capitalista y el mismo paradigma del
desarrollo, suponen recursos de aprovechamiento infinitos como presupuesto de
un progreso también infinito.
Este
presupuesto da origen a la sociedad moderna. Pero es un presupuesto falso,
porque los recursos no son infinitos. Ni la naturaleza ni el trabajo humano
pueden garantizar un progreso sin fin. Un crecimiento sin límites es una pura
ilusión trascendental. Por eso el mundo moderno se halla en la peor de sus
encrucijadas; pues si su economía se basa en el crecimiento económico, este
crecimiento supone el aprovechamiento desmedido de energía fósil. Sin energía
se hace imposible crecer. Crecer para el primer mundo significa aumentar su
consumo de energía; pero si añadimos a esto que el mito moderno de los países
ricos es crecer indefinidamente, fieles al modelo de desarrollo y progreso
infinito, resulta que su propia forma de vida, basada en el crecimiento
infinito, ya no puede sostenerse. Entonces, lo que se vislumbra, como
consecuencia de esta crisis, es el colapso cultural y civilizatorio de la
modernidad occidental. No siendo ya el primer mundo dueño de la energía del
planeta (desde el 2003, cuando British
Petroleum confirma el fracaso de la guerra de Irak), ya no puede
subvencionar su desarrollo con la miseria que genera su economía en el resto
del planeta.
La crisis financiera
se vincula también a la crisis energética, que es la otra cara de la rebelión
de los límites ante las pretensiones ilimitadas de un crecimiento sin fin. Este
crecimiento es ya insostenible ante la evidencia del agotamiento paulatino de
los recursos energéticos. Lo cual hace más vulnerable la estabilidad a futuro
de un dólar que, sin petróleo, no tiene nada que lo sostenga (a no ser sus
bombas nucleares). El primer mundo
requiere cada vez más energía para crecer económicamente, pero si ya no dispone
de energía barata y abundante, todo su complejo industrial y tecnológico se
estanca. Entra en crisis. Tanto su producción como su consumo ya no pueden
sostenerse. La crisis manifiesta aquello. La crisis climática es la rebelión de
los límites: el mundo es finito.
Por
eso el mito de la globalización encierra una aporía insoluble: si el mundo es
uno, entonces no es infinito. El sistema-mundo-moderno-occidental choca
entonces con la fuente de donde emana todo lo que hace posible la vida: la
naturaleza es única, lo cual no quiere decir que sea infinita. Única quiere
decir vulnerable. Su finitud es constatación de su condición de sujeto. Por eso
no puede no tener derechos. Si la vida procede de ella es porque es Madre. Por
eso le decimos Pacha Mama. La
extracción indiscriminada que se hace de sus componentes vitales, en torno a
una acumulación excesiva de ganancias, hace imposible que pueda reponer lo que
se le ha quitado: la sobre-explotación de un recurso conduce a la destrucción
paulatina de todo su contexto vital. A esto llamamos extractivismo, prototípico del capitalismo.
La curva geofísica de Hubbert
fue diseñada para mostrarnos que todo elemento depletable, como el petróleo,
alcanza una cúspide en su explotación, para nunca más superar aquello. Según el
World Energy Outlook (informe anual de la Agencia Internacional de
Energía del 2010) esta cúspide a nivel mundial ya se habría alcanzado el 2006.
Y, si es cierto que la cúspide de todos los hidrocarburos, además del uranio,
se daría el 2018, entonces se hace imprescindible una transformación en la base
energética; pero los países ricos no responden de modo sensato a esta realidad
sino que apuestan por un peligro aún mayor: los agrocombustibles.
Pareciera
que los países ricos, al no encontrar salida a su crisis, optan por meterse más
en ella. Pues esta supuesta solución a la crisis energética supondría un
holocausto alimenticio a nivel global (la subida de los precios de granos y
alimentos corrobora una tendencia de carácter especulativo que aprovecha ufano
el capital financiero).
La
pelea energética es ahorita la tónica de los dislocamientos geopolíticos. Para
el imperio es imprescindible la combinación dólar-petróleo. Sin petróleo no
puede sostener su infraestructura bélica planetaria. Si tiene el petróleo tiene
el control. Entonces la situación en Ucrania
y Siria nos lleva también a reflexionar acerca de la amenaza sistemática
que ejercen los poderes fácticos en Venezuela.
Necesitan del petróleo venezolano para equilibrar su poder ante estas nuevas
derrotas en Ucrania y Siria.
La
economías emergentes - las economías BRIChS - Brasil, Rusia, India, China y
Sudáfrica - sumando a ello las economías neo-emergentes - hoy representan un
fuerte y decisivo apoyo económico-social, político e Institucional, a los países del G77 más
China, sobre todo en esta coyuntura política mundial, donde la
"vieja" Europa se hunde - y el colapso de Occidente es inminente -
con la bancarrota del capitalismo. Es tiempo político Multilateral - en el
Cambio de Época Histórica" de trabajar por una "nueva civilización
humana".
***
Estados
Unidos persigue su soberanía energética recapturando a Latinoamérica. Por eso
el TLCAN con México reaviva la
“Doctrina Monroe”, por eso lo que sucede en Venezuela forma parte de su
estrategia geopolítica ante el ascenso de China
y Rusia; las bases militares gringas de Colombia y Perú ya no apuntan sólo
a Venezuela sino también a Brasil. No sólo el Orinoco sino el Amazonas son
áreas geoestratégicas para restaurar un mundo unipolar (parece que Brasil, aun
siendo parte de los BRICS, no se ha
anoticiado de esto).
Esta
lectura nos sirve para diagnosticar, establecer y determinar el contexto epocal
que subyace a la celebración de la “50 reunión cumbre del G77”. Esta cumbre que se realizará en Bolivia es inédita, pues si
en sus inicios el G77 sólo coordinaba
programas de cooperación en materia de comercio y desarrollo para una mejor
integración en el mercado mundial, la nueva reconfiguración geopolítica y
geoeconómica actual, sienta las bases para hacer de este grupo un contrapeso a
la hegemonía -en decadencia- de los países ricos.
No
sólo Bolivia, sino el ALBA y hasta el MERCOSUR, tienen la mejor oportunidad de liderar una transición con
perspectiva mundial. Por eso la necesidad de contar, en la actualidad, con una
perspectiva geopolítica ya no sólo coyuntural sino acorde con este proceso de
transición planetaria. Politizar la cumbre G77 es fundamental para que nuestros
países sitúen a nuestra región en el nuevo centro de gravedad de la transición
civilizatoria del siglo XXI. Por eso
el “vivir bien” y la “descolonización” ya no pueden diluirse en la pura
retórica sino consolidarse como el discurso pertinente a un mundo en transición
civilizatoria.
El G77
nace dentro del paradigma del desarrollo y en un mundo repartido entre dos
potencias. Con la imposición de un mundo unipolar, el grupo no tenía más
carácter que el exclusivamente declarativo. Pero con la decadencia del mundo
unipolar y el ascenso de los BRICS,
nuevos márgenes de acción se presentan para este tipo de grupos (también es el
caso de los “no alineados”), pues los mismos organismos internacionales
(pertinentes a la hegemonía gringa) se hallan seriamente cuestionados;
entonces, ante el declive de unos y el ascenso de otros, el G77 se halla en condiciones nunca antes
experimentadas, pues el mundo moderno atraviesa, por vez primera, la ausencia
del poder hegemónico occidental, pero a su vez, también se encuentra en medio
de una crisis civilizatoria que amenaza a la supervivencia propia del planeta.
“La narrativa geopolítica deberá
recuperar las historias negadas y los horizontes culturales olvidados. Si el G77, y
Bolivia y los países del ALBA, están a la altura de liderar la
transición civilizatoria, lo que lógicamente debería acontecer es la
posibilidad de fundar, en el mediano plazo, una nueva “Liga de las Naciones”.
***
En
ese contexto, la reunión en Bolivia
podría despertar una conciencia global de un necesario cambio de paradigma
frente a la decadencia del capitalismo. Sólo una mancomunidad de esfuerzos de
los países pobres podría augurar nuevas vías que puedan apostar las economías
periféricas, con el fin de desprenderse definitivamente de las prerrogativas de
los países ricos (ahora en crisis profundas) y proponerse despegues económicos
que ya no busquen una integración subordinada al capital y al mercado globales
sino de una reconstrucción de sus propias economías. Este periodo de transición
hacia un nuevo sistema económico mundial durará por lo menos un siglo; no se
sabe qué adviene pero la economía no puede continuar con las prerrogativas
propias del modelo de producción, consumo y acumulación actual.
El
ascenso de las potencias emergentes no sólo reequilibran el poder global sino
que hace posible descentrar la economía y la política globales. La disposición
centro-periferia es lo que ya no puede mantenerse; con el ascenso de los BRIChS se reivindican culturas y civilizaciones
que el mundo moderno las consideró arcaicas y superadas del todo. India y China
vuelven a tener la importancia global anterior a la modernidad. Por eso no es
raro que una buena parte de la literatura gringa hable del “choque de
civilizaciones”. Occidente se siente amenazada por el despertar de las
civilizaciones que supuso atrasadas, lo cual no hace sino desmentir su presunta
superioridad civilizatoria.
Para
este año China será la primera
economía mundial y para el 2020 China
superará en lo tecnológico, económico, científico, educativo, etc., a la suma
conjunta de Europa y Estados Unidos. Solo en el índice PISA, que mide el nivel educativo en el mundo, de los 10 primeros
puestos, 7 son países asiáticos (hasta Vietnam está por encima de Estados
Unidos). Es decir, la decadencia del primer mundo es ya una cuestión de hecho.
En
ese contexto, el primer mundo ya no es más modelo civilizatorio. Y la economía
que patrocinó por cinco siglos ya no es más sostenible. Energéticamente el
mundo ya no puede seguir el modelo de consumo occidental; a lo cual hay que
añadir que las potencias emergentes no son autosuficientes y ya no pueden
hablar en los términos colonialistas que lo hacían Europa y Estados Unidos. La
colonización ya no sería posible de reeditarse en el siglo XXI.
Esto
quiere decir que, un mundo multipolar,
permite pensar una situación mucho más rica y compleja: la ceropolaridad. Este concepto es novedoso en la geopolítica y quiere
describir un mundo sin hegemonías concentradas. Pues tampoco las nuevas potencias
emergentes, pueden decidir todo sin contar con los afectados; esto significa
que ninguna potencia puede ejercer, de modo único, su influencia sobre todos
los acontecimientos.
Cuando
los poderes hegemónicos retroceden en algo, las soberanías nacionales, aunque
mínimas, despiertan a nuevas apuestas; y si estas apuestas se generalizan,
entonces tenemos una coyuntura como la actual: un “cambio de época”. Una nueva disposición geopolítica planetaria con
ya no un solo centro abre márgenes de acción para los países pobres. Pero
estos, de modo aislado, no podrían superar su situación. Sólo la cooperación y
las alianzas estratégicas podrían enfrentar, de modo más plausible, la
arremetida de los países ricos.
Estas
alianzas no pueden prescindir de los BRIChS.
China recupera el pacífico como centro de la economía global y eso supone
también que los flujos comerciales se des-occidentalicen. Junto a la India
establecen una nueva geografía de la economía mundial. Por primera vez, después
de 500 años, América aparece otra vez al extremo oriente del oriente, mostrando
el verdadero sentido y dirección de la civilización humana. Occidente nunca fue
la culminación del desarrollo de la civilización humana. Las implicaciones de
este tipo de recambios van a tener sus repercusiones hasta en lo cultural.
Aliarse
a los BRIChS no tendría que
significar avalar, o peor, remedar su modelo de crecimiento económico. Pero en
una nueva cartografía geopolítica y un nuevo mapa institucional global,
nuestros países podrían demandar, en condiciones más favorables, una
transformación del modelo productivo y de consumo que ha originado el
capitalismo. Por eso necesitamos reafirmar la creación de una nueva
arquitectura financiera global. Se dice que nadie, en el contexto global, es
independiente del todo; se es independiente en la medida en que se conoce y se
aprovecha, en beneficio propio, el grado de dependencia que se tiene.
Una
transformación del modelo productivo supone una nueva arquitectura financiera y
ésta presupone un nuevo marco jurídico del derecho, nacional e internacional,
que le devuelva la soberanía a los pueblos. Cuestionar todo aquello supone
también advertir que no es un modelo de desarrollo lo que ha entrado en crisis
sino el propio desarrollo; el afán de control y dominio de la naturaleza,
reducida a objeto a disposición, es lo que ya no puede sostenerse. La propia
concepción que de naturaleza tiene el capitalismo y la modernidad, es lo que
hace insostenible todo sistema económico. Por eso, la defensa de “derechos de
la Madre tierra”, el “vivir bien”,
la “descolonización”, se constituyen en criterios epocales que sostienen una
toma de conciencia global; esto es lo que establece, en nuestro caso, un
liderazgo nunca antes imaginado y que nos abriría la posibilidad de establecer
una agenda mundial.
Los
desafíos son grandes, por ejemplo, desafiar al mismo mercado global supone la
promoción de sistemas de producción locales y tecnologías ancestrales o la
recuperación de economías campesinas comunitarias como base de la soberanía
alimentaria. Sólo aquello podría remediar, en un 50%, la emisión de gases de
efecto invernadero (que provoca las gran agroindustria). La autosuficiencia
alimentaria es parte de la consolidación de alternativas en la economía e,
inevitablemente, de la revalorización de las culturas antes despreciadas.
El
nivel de agresión y destrucción del proceso de producción capitalista, destaca
una invariable en su propia lógica: destruir para producir. En ese sentido, la
decadencia del capitalismo arrastra al mundo y a la vida en su conjunto. Las
implicancias a futuro de esta decadencia es la que obliga al mundo a proponerse
nuevas alternativas. Por eso la respuesta no puede provenir del primer mundo,
pues la apuesta de éste es únicamente alterar el rumbo que está adquiriendo el mundo multipolar e impedir definitivamente
su consolidación.
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Un Mundo Multipolar – en el Nuevo Orden
Mundial – es multidimensional, por el propio carácter y naturaleza del
capitalismo del desastre, capitalismo salvaje, economía de casino, economía de
libre mercado global – es decir la globalización neoliberal – por su carácter multidimensional.
El Mundo Multipolar del nuevo Milenio no es sólo económico, financiero-comercial,
es también social, político, cultural, ambiental, industrias culturales,
innovación tecnológico – redes sociales, economía de la guerra, economía
criminal – y sus diversas variantes – es inseguridad ciudadana, es
envejecimiento de la población, es la Ciudad Global y la concentración de las “nuevas”
formas de extrema pobreza, es globalización de la desigualdad económico-social,
de la indiferencia, de la inseguridad, globalización de la crisis de valores,
de las instituciones, pero también mundialización de la solidaridad, como de la
Insurgencia Ciudadana. En “fotografía” en tiempo real, es el Mundo Multipolar.
***
En
Ucrania, la opción occidental
consiste en restaurar el orden hegemónico unipolar; pues la sobrevivencia de
Europa misma se encuentra en entredicho. La dependencia del gas ruso le aleja
de la esfera gringa y le convierte en una semi-colonia energética de una
economía cuyo centro se hace cada vez más oriental. Los dislocamientos
geopolíticos de este nuevo siglo hacen resurgir a la región euroasiática como
lugar estratégico para controlar y dominar al mundo. Para Occidente es vital
recuperar esa zona, pues sus estrategas consideran que Ucrania es la entrada a Eurasia, donde vive el 75% de la población
mundial y donde se hallan ¾ partes de toda la energía conocida. Capturando a Ucrania se trata de impedir que la
economía se orientalice, pues si Rusia
se acerca a China (y a India),
Occidente deja de tener la importancia que una vez tuvo y su economía no podría
ya reponer su predominio (por eso hasta Alemania juega doble, pues también se
acerca a China y Rusia, aunque no renuncia a su pertenencia occidental).
El
G77 no puede desatender este nuevo contexto que está alterando por completo el
tablero geopolítico mundial. En medio de un incipiente mundo multipolar, la visión que se tenga no puede reducirse a lo
meramente local. En un mismo mundo compartido, todo tiene relación con todo.
Una nueva lectura del relacionamiento internacional pasa por una actualización
geopolítica de un mundo en transición. La narrativa actual es geopolítica, pero
no una geopolítica provinciano-imperial sino una geopolítica verdaderamente
mundial.
Esto
nos posibilita advertir también el carácter ideológico, unilateral y hasta
plagado de un provincianismo cultural de los marcos teórico-conceptuales de las
relaciones internacionales y la diplomacia, como disciplinas sociales. Estas
disciplinas tienen una reducida perspectiva europeo-norteamericana, que
justifica un excepcionalismo inadmisible hoy en día. La decisiva dependencia
que tienen estas disciplinas de la política exterior norteamericana, delata
también una profunda ignorancia de otros mundos culturales y civilizatorios que
no pueden ser reducidos a la mirada occidental.
Esto
nos lleva a advertir que, si el mundo que viene será multipolar, nuestra geopolítica deberá también, acorde con ese
nuevo mundo, tener una visión multidimensional de implicancias globales, o sea,
deberemos aprender a ver el mundo desde una perspectiva propia. Si los chinos,
hindúes, iraníes y rusos, propician
think tanks propios, con perspectivas geopolíticas radicalmente distintas a
las de europeos y gringos, no menos debemos realizar en este lado del mundo. El
asunto, en definitiva es, o producimos una perspectiva propia de lo que sucede
en el mundo o nos contentamos con la perspectiva usual, que es la occidental.
De una determinada narración se deduce una determinada posición. Si la
narración es la decadente, la moderno-occidental, entonces lo que se deduce es
la defensa de los intereses y los valores moderno-occidentales.
El
mundo es lo que se interpreta de éste. O descubres el mundo o te lo encubren.
La política exterior de nuestros países ha estado siempre constituida a partir
de los marcos teórico-conceptuales de la narración geopolítica imperial.
Desprenderse de aquello supone producir una nueva narración geopolítica que de
nacimiento a un nuevo tipo de relaciones internacionales. Lo usual en teoría de
las relaciones internacionales ha sido siempre la lectura abstracta,
descontextualizada, sin historia, usando conceptos meramente formales, que
ordenaban un pasivo reacomodo a las situaciones impuestas. La geopolítica parecía patrimonio del centro, por eso hasta la
izquierda ingenua entendía ésta como una disciplina imperial (sumidos en la
lectura hacia adentro olvidaban a menudo el mundo real en el cual se
encontraban).
Las
lecturas hegemónico-imperiales están en crisis, develando el provincianismo de
la visión del centro ante un mundo de ascensos civilizatorios que no logran
comprender. Occidente nunca conoció al mundo, por eso mira atónito el ascenso
de las potencias emergentes y descubre que no tiene otra cosa que la fuerza
bruta para imponerse. El afamado historiador de la Universidad de Yale, Paul Kennedy, sostiene que los asuntos
internacionales no andan bien en el mundo político y social y que incluso
estarían comenzando a desmoronarse, tanto institucional como discursivamente.
Pero este desmoronamiento lo ve como un atentado al “mundo libre”, es decir, no
es capaz de ver que se trata del desmoronamiento cultural-civilizatorio de la
propia hegemonía occidental, es decir, el llamado “mundo libre”.
La
conclusión que este tipo de personajes -muy influyentes en ámbitos de poder-
presenta, es que el mundo está desquiciado. Esa visión delata a un centro que
ya no sabe leer un nuevo mundo emergente. Para Charles Hill, legendario funcionario del Departamento de Estado, el
antiguo orden conocido como el siglo norteamericano, que era parte de la era
moderna, parece estar apagándose. Su diagnóstico es revelador, pues señala que
la era que viene “ya no será moderna”; pero lo que constituiría una esperanza
para el resto del mundo pobre, él lo ve como “nada agradable”.
Por
supuesto, desde el imperio no es nada agradable perder su preeminencia; por eso
hace bien David Brooks (columnista del New York Times) en señalar que el orden
moderno al cual se refiere Hill, es un sistema de Estados que encarnan los dos
grandes vicios de las relaciones internacionales: el deseo de dominio expansivo
y de eliminación de la diversidad. De ello se puede colegir que las mismas
relaciones internacionales no fueron nunca concebidas para un mundo multipolar
no occidental. Para el imperio, la geopolítica ha sido la defensa exclusiva de
sus intereses, a los cuales llama sus valores. Un mundo multipolar y policéntrico es algo inconcebible para la geopolítica
imperial, pero una necesidad a ser pensada en la geopolítica de nuestros
países. Por eso tiene sentido hablar de una descolonización de la geopolítica.
La
transición civilizatoria no puede ser ciega. Advertir el sentido potencial de
una nueva reconfiguración planetaria, sin hegemonía única, permite diseñar una
nueva fisonomía global más acorde a una realidad diversa y plural. Por eso la
visión provinciana de la geopolítica imperial ya no sirve para interpretar el
sentido de la transición. La narrativa geopolítica deberá recuperar las
historias negadas y los horizontes culturales olvidados. Si el G77, y Bolivia y los países del ALBA, están a la altura de liderar la
transición civilizatoria, lo que lógicamente debería acontecer es la
posibilidad de fundar, en el mediano plazo, una nueva “Liga de las Naciones”
(como reconocimiento además a sus verdaderos inspiradores: la liga indígena
Iroquesa).
Si todas las instituciones mundiales ya no cuentan con legitimidad, pues todas ellas responden a la disposición centro-periferia, prototípica de la hegemonía moderno-occidental, la propia ONU debería desaparecer y dar lugar a una nueva y más democrática organización. El G77 contiene la mayor concentración de países miembros de la ONU, por tanto, su legitimidad es considerable. Un nuevo mundo en ciernes no puede amanecer con instituciones arcaicas.
*****
Rafael Bautista
es autor de “la Descolonización de la Política. Introducción a una Política
Comunitaria”, Plural editores, la Paz, Bolivia.
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