"El
futuro del Mercosur. Dicho lo anterior,
también podemos extraer algunas conclusiones sobre el acuerdo y sus
consecuencias específicas para el MERCOSUR
en tanto bloque regional. En primer
lugar, lo que revela el tratado es que el organismo sigue siendo una
herramienta importante en la estrategia externa de los países miembros, aun
cuando, en el principio de su mandato, el gobierno de Jair Bolsonaro expresó
que el MERCOSUr no iba a ser una
prioridad para el país verdeamarelo. A su vez, su potencial concreción pone de
manifiesto lo inconveniente que resulta hablar de una «crisis del MERCOSUR», algo que, paradójicamente, vienen sosteniendo
tanto los sectores proteccionistas como los liberales. Los primeros afirman que
la crisis es el resultado de haber abandonado una visión autonómica de la
integración; los liberales, por su parte, alegan que la parálisis del bloque se
debe a años de aislamiento internacional y escasos avances en el comercio
intrarregional".
"En todo caso, el
acuerdo con la UE refleja que los
sentidos y los objetivos del regionalismo son construidos y redefinidos en
función de diferentes contextos e intereses. Puede que la retórica
integracionista de la «patria grande»,
basada en un pasado y una identidad común haya desaparecido, pero ello no
significa que el regionalismo haya perdido relevancia para los gobiernos
sudamericanos. La pregunta que debe hacerse, en todo caso, es qué tipo de
regionalismo se privilegia en este momento. En este sentido, lo que devela el
acuerdo es una apuesta por emparentar al MERCOSUR
con el llamado «regionalismo del siglo XXI». Es decir, transformar al bloque en
una plataforma de inserción en el mercado global. Pero no para ocupar un lugar
privilegiado en las cadenas globales de valor sino más bien como una periferia
orientada a la provisión de bienes primarios, consumidores y mano de obra
barata".
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UNIÓN EUROPEA-MERCOSUR, APUNTES SOBRE EL
ACUERDO.
Los perdedores de siempre.
*****
Alejandro Frenkel y Luciana Ghiotto.
Rebelión sábado 13 de julio del 2019.
El MERCOSUR y la UNIÓN EUROPEA, anunciaron el fin de las negociaciones
para un acuerdo conjunto. Aunque todavía se desconoce la letra chica de este
acuerdo, los términos generales no parecen ser beneficiosos para los países del
MERCOSUR. ¿Qué implicancias tiene el acuerdo y cómo afecta al bloque regional
de cara al futuro?
El reciente anuncio del cierre de negociaciones entre
los bloques de la UNIÓN EUROPEA (UE) y
el MERCOSUR ha dejado perplejo a periodistas, representantes de sectores
productivos y dirigentes sindicales. Envuelto en un extremo hermetismo, el acuerdo pone fin a casi 25 años de
negociaciones, iniciadas en 1995 con la firma del tratado interregional de
cooperación. El contexto, sin embargo, no podría ser más distinto: si a
mediados de la década de 1990 primaba un marcado optimismo por la globalización, hoy en día los otrora
pilares del orden liberal internacional, como el multilateralismo y el «libre
comercio», sufren cuestionamientos en Estados Unidos y en la propia Europa.
¿Qué
dice el Acuerdo?
Cabe comenzar
aclarando dos cuestiones: todavía no hay información oficial detallada sobre lo
acordado y el tratado no fue formalmente rubricado. En la práctica, esto
significa que las controversias para su efectiva concreción no están del todo
resueltas. De hecho, gobiernos como el de Francia
ya han expresado que el acuerdo aún debe atravesar una «revisión completa» y que no está asegurado que el parlamento galo
termine dando su visto bueno. Pero el problema no se limita a esto, porque la
ratificación de los congresos nacionales podría demorar hasta dos años. Si se
produce una rápida o lenta aprobación dependerá, en última instancia, de las
resistencias y la correlación de fuerzas dentro de cada país.
Pero, ¿qué es finalmente lo que se acordó? De
lo publicado por la Comisión Europea y
considerando algunos elementos del borrador filtrado en noviembre de 2017
podemos extraer algunas conclusiones preliminares. La primera es que las
posiciones que quedaron en el papel del acuerdo fueron, en su gran mayoría, las
sostenidas por la UNIÓN EUROPEA. Y
en los puntos donde parecería haber una «victoria» del MERCOSUR, hay cuestiones que llevan más preocupación que optimismo.
Veamos por qué.
Los temas comerciales
En los temas
comerciales, el MERCOSUR aceptó
liberalizar el 91% de su comercio bilateral con la UE en un período que, para la gran mayoría de los productos, será
de sólo diez años. Entre esos sectores alcanzados se encuentran los de
automóviles, autopartes, maquinaria, químicos y medicamentos. En el sector de
autopartes, un área clave para el desarrollo industrial de Argentina y Brasil, el MERCOSUR
aceptó remover aranceles de manera lineal en un período de entre diez (el 60%)
y quince años (el 30%). En el caso de los vehículos terminados, la desgravación
total tiene un período de carencia de siete años, lo cual será compensado con
una cuota anual de 50.000 unidades procedentes de la UE con una preferencia
arancelaria del 50%.
Esto marca dos
cuestiones. Primero, que como en
todo tratado comercial de «libre
comercio», el objetivo es reducir los aranceles
lo más cercano a cero posible. Pero esto no solo se estaría logrando en un
sector sensible como el automotriz,
sino también en el calzado y los
textiles, que tendrán un plazo de 15 años para adaptarse a los niveles de
competitividad de las empresas europeas. Sin una reconversión, es altamente
probable que buena parte de las empresas industriales de Argentina y Brasil deban cerrar sus puertas ante la libre
competencia. Las declaraciones del sojero argentino
Gustavo Grobocopatel sosteniendo que hay sectores económicos que van a «desaparecer»
con el acuerdo, aunque pueden sonar antipáticas, son más que alusivas de los
efectos a mediano plazo.
El sector agrícola es
donde se vislumbran las mayores ganancias para los países del MERCOSUR, aunque aquí también habrá
perdedores. Los productores latinoamericanos tendrán una cuota de exportación
de 99.000 toneladas de carne vacuna pesada con carcasa con un arancel de
ingreso a Europa del 7,5%. Cabe destacar que, hace una década, el MERCOSUR solicitaba en las
negociaciones que la cuota fuera de 400.000 toneladas y sin carcasa. Otra
novedad es que todas las exportaciones que ya se vienen haciendo con la cuota
Hilton (cortes de alta calidad comercial) tendrán ahora un arancel del 0%. Algo
parecido sucederá con el azúcar, el etanol y la miel: no tendrán arancel, pero
sí cuotas de exportación. Es de esperar, entonces, que la entrada en vigor del
tratado genere más incentivos para que los países del MERCOSUR se sigan especializando en producir Commodities y que las empresas más beneficiadas sean las que
concentran los mayores nichos del mercado.
Sumado a lo anterior,
los europeos podrán introducir al mercado sudamericano sin ningún tipo de
restricción productos agroalimentarios
sofisticados que hoy en día pagan
aranceles, como vinos, chocolates, quesos, frutas, gaseosas y aceite de oliva;
todos señalados en el texto como productos clave para la exportación europea y
en los que la competencia con los países del MERCOSUR es alta. Más allá de la apertura unilateral que implica
para las economías sudamericanas, este tipo de cuestiones ponen de manifiesto
la huella ecológica que muchas veces producen los acuerdos comerciales
internacionales, ya que, por ejemplo, se podrán importarán frutas que son
producidas a escasos kilómetros de los consumidores metropolitanos, pero que
ahora viajarán por 11.000 kilómetros en barcos gigantes desde, por ejemplo, Italia hasta Buenos Aires.
Los temas regulatorios
En base a los
documentos en los documentos difundidos puede decirse que el Acuerdo de
Asociación entre ambos bloques no es muy distinto a los Tratados de Libre Comercio (TLC) que vienen suscribiendo otras
potencias como Estados Unidos desde
comienzos de la década de 1990. Esto
significa que, además de los temas estrictamente comerciales, se incluyen una
cantidad de capítulos de temas «asociados al comercio», como derechos de
propiedad intelectual, inversiones, servicios, compras públicas, comercio
electrónico, medidas sanitarias y fitosanitarias, indicaciones geográficas,
entre otros. Es decir, cuestiones que van más allá de bienes y aranceles y que
se entremezclan con la función regulatoria de los estados, generando serios
condicionamientos a las economías nacionales.
Un examen preliminar
revela que las empresas europeas serían las más favorecidas en todos estos temas,
a excepción del tema inversiones, que aparentemente no fue incorporado.
Especialmente, en lo que atañe a servicios y compras públicas es donde se
distinguen mayores perjuicios para el bloque sudamericano: las empresas de los
países del MERCOSUR dejarán de tener
un trato prioritario en la construcción de infraestructuras estratégicas, como carreteras, líneas ferroviarias, puertos y
fibra óptica; y en la provisión de insumos al Estado en áreas como
medicamentos, vehículos y tractores. El compromiso es que esta apertura se
realice en un plazo de dos años y que además se extienda tanto a nivel nacional (ministerios, agencias y
universidades) como subnacional (provincias y municipios).
También aparecen en
el acuerdo otros temas más novedosos de orden regulatorio vinculados a la
economía digital global, como el comercio electrónico. Este tema, que también
viene siendo incorporado en las negociaciones de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y en otros TLC, estipula que ambos bloques
garantizarán la libre circulación de los datos, generando un potencial
obstáculo a la posibilidad de diseñar e implementar políticas digitales
soberanas.
El futuro del Mercosur
Dicho lo anterior,
también podemos extraer algunas conclusiones sobre el acuerdo y sus
consecuencias específicas para el MERCOSUR
en tanto bloque regional. En primer
lugar, lo que revela el tratado es que el organismo sigue siendo una
herramienta importante en la estrategia externa de los países miembros, aun
cuando, en el principio de su mandato, el gobierno de Jair Bolsonaro expresó
que el MERCOSUr no iba a ser una
prioridad para el país verdeamarelo. A su vez, su potencial concreción pone de
manifiesto lo inconveniente que resulta hablar de una «crisis del MERCOSUR», algo que, paradójicamente, vienen sosteniendo
tanto los sectores proteccionistas como los liberales. Los primeros afirman que
la crisis es el resultado de haber abandonado una visión autonómica de la
integración; los liberales, por su parte, alegan que la parálisis del bloque se
debe a años de aislamiento internacional y escasos avances en el comercio
intrarregional.
En todo caso, el
acuerdo con la UE refleja que los
sentidos y los objetivos del regionalismo son construidos y redefinidos en
función de diferentes contextos e intereses. Puede que la retórica
integracionista de la «patria grande»,
basada en un pasado y una identidad común haya desaparecido, pero ello no
significa que el regionalismo haya perdido relevancia para los gobiernos
sudamericanos. La pregunta que debe hacerse, en todo caso, es qué tipo de
regionalismo se privilegia en este momento. En este sentido, lo que devela el
acuerdo es una apuesta por emparentar al MERCOSUR
con el llamado «regionalismo del siglo XXI». Es decir, transformar al bloque en
una plataforma de inserción en el mercado global. Pero no para ocupar un lugar
privilegiado en las cadenas globales de valor sino más bien como una periferia
orientada a la provisión de bienes primarios, consumidores y mano de obra
barata.
El acuerdo parece definir el dilema de hacia dónde
reorientar el Mercosur en términos institucionales. Durante la década pasada, los gobiernos de la marea
rosa buscaron acentuar el carácter político del bloque y apostaron por una
integración más multidimensional. En los últimos años, sin embargo, viene
primando la idea de «flexibilizar»
el MERCOSUR. Esto es, asimilarlo con
otros esquemas regionales como la ALIANZA
DEL PACÍFICO, otorgar mayores libertades a los países miembros para avanzar
en estrategias individuales y privilegiar un regionalismo fuertemente
economicista. De hecho, aun cuando las negociaciones se hicieron de manera
conjunta, la idea de avanzar individualmente en múltiples velocidades no ha
sido totalmente descartada. Al menos para el gobierno brasileño, que según la
prensa de ese país considera incluir una «cláusula
de vigencia bilateral» que permitiría que el tratado entre en vigor aun en
caso que los demás parlamentos retrasen o directamente rechacen su aprobación.
En tercer lugar, la idea de motorizar al MERCOSUR a través del relacionamiento externo revela que, más
que fortalecer el mercado regional, la prioridad de los gobiernos conosureños
parece estar en atraer inversiones e incrementar el comercio con otras
regiones. En este sentido, resulta significativo que luego del anuncio casi
todos los funcionarios nacionales omitieran mencionar cómo es que el acuerdo va
a impactar en la integración entre los países del MERCOSUR y se hayan concentrado, en cambio, en resaltar los efectos
sobre las economías nacionales y su vinculación con el mercado europeo.
En cuarto lugar, para los gobiernos del bloque, especialmente de Argentina y Brasil, esta renovada
«integración» al mercado global implica una drástica reestructuración de las
estructuras productivas nacionales, quitando las protecciones a los sectores «ineficientes» de la economía en pos de
bajar los costos de producción y aumentar la competitividad, aun cuando ello
implique pulverizar buena parte de su sector industrial. Ese es, en realidad,
el efecto de los TLC: operar como
una suerte de corset externo que presiona a los Estados a implementar reformas
domésticas que alteren la relación entre capital y trabajo, inclinando la
balanza en favor de los actores económicos y financieros trasnacionales que
promueven una mayor desregulación del mercado laboral.
Por último, la firma del acuerdo parece marcar un
rumbo más claro sobre la
estrategia externa del bloque. Por más que se hable de futuros acuerdos con Canadá, Corea o Singapur, todo indica
que el próximo tema de discusión entre los países del Cono Sur será si se concreta un TLC con China o Estados Unidos. Uruguay, incorporado el año pasado a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, viene pugnando por hacerlo con
el país asiático, aunque primero habría que resolver el veto de Paraguay por su relación con Taiwan. Argentina y Brasil, los más
alineados con Washington, proponen avanzar en un tratado con el país del norte.
Y es probable
que Trump, a pesar de su retórica contraria al libre comercio, no quiera dejar
la región en manos de China y Europa.
ALEJANDRO FRENKEL es politólogo y doctor en Ciencias Sociales por la
Universidad de Buenos Aires (UBA).
Profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Nacional de San Martín
(UNSAM) y becario post-doctoral del
Consejo Nacional de Investigación Científicas y Técnicas (CONICET).
LUCIANA GHIOTTO es investigadora del CONICET con sede en la Escuela de Política y Gobierno de la
Universidad Nacional de San Martín (UNSAM).
Es miembro de la Sociedad de Economía Política Latinoamericana (SEPLA) y coordinadora regional de la
Plataforma América Latina mejor sin TLC.
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