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Para nosotros, la imposición al capital y
la anulación de las deudas ilegítimas deben formar parte
de un programa mucho más amplio de medidas complementarias que permitan lanzar
una transición hacia un modelo poscapitalista y posproductivista. Tal programa, que debería tener una
dimensión europea y podría comenzar por ponerse en práctica en uno o varios
países del continente, comprendería, en especial, el abandono de las políticas
de austeridad, la reducción generalizada del tiempo de trabajo con contratos
compensatorios y mantenimiento del salario, la socialización del sector bancario, una reforma fiscal total, medidas
para garantizar la igualdad hombre-mujer y la puesta en marcha de una política
determinada de transición ecológica. Graeber pone el acento en la anulación de la deuda ya que cree, como nosotros, que se trata de
un objetivo político movilizador,
pero no pretende que esta medida sea suficiente y el mismo se sitúa en una
perspectiva radicalmente igualitaria y anticapitalista. La crítica fundamental
que se le puede hacer a Thomas Piketty es que piensa que su solución puede
funcionar aunque se mantenga el sistema actual. Propone un impuesto progresivo sobre el capital para redistribuir
las riquezas y salvaguardar la democracia, pero no se cuestiona las condiciones en las que estas riquezas se originaron
ni las consecuencias que resultan de ese proceso. Su respuesta sólo remedia uno de los efectos
del funcionamiento del sistema económico actual, sin atacar la verdadera causa
del problema.
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ANULAR
LA DEUDA O GRAVAR AL CAPITAL: ¿Por qué elegir?.
*****
Viernes 6 de
diciembre del 2013.
Eric Toussaint - Patrick Saurin - Thomas Coutrot
(CDTM)
Con
ocasión de la publicación de dos libros importantes, Dette, 5000 ans d’
histoire y Le Capital au XXième siècle, Mediapart tuvo la feliz idea de
convocar a sus respectivos autores, David
Graeber y Thomas Piketty, para un encuentro de debate. Éste se puede
consultar en la web del diario digital
Cómo salir de la deuda es una cuestión crucial, puesta como preámbulo a este diálogo, se encuentra también en el núcleo de nuestras reflexiones y de nuestras actividades militantes respectivas. Y esa es la razón por la que quisimos darle una prolongación constructiva a ese debate, proponiendo el texto siguiente. Texto que es fruto de una reflexión colectiva que explicita, comenta, cuestiona y critica los puntos de vista y los argumentos de los dos autores.
¿Anular la deuda o gravar al capital?
El debate
entre Thomas Piketty y David Graeber gira esencialmente alrededor de la
consideración de los respectivos méritos del impuesto sobre el capital y del
repudio de la deuda pública. Graeber, apoyándose en una hermosa erudición
histórica y antropológica, subraya que la anulación total o de una parte de la
deuda, tanto privada como pública, es una idea reiterada de la lucha de clases
desde hace 5.000 años. Considerando que la deuda es un mecanismo central de la
dominación capitalista en la actualidad, Graeber no ve ninguna razón de que cambie
este enfoque en el futuro.
Thomas
Piketty por su parte cree que se puede obtener un alivio considerable del peso
de las deudas mediante un mecanismo fiscal de imposición a las grandes fortunas
que sería más justo socialmente, ya que evitaría perjudicar a los pequeños y
medianos inversores, tenedores (por medio de los fondos comunes de inversiones
gestionados por los bancos y las aseguradoras) de una gran parte de la deuda
pública.
Sin que
lo expliciten los dos interlocutores, se puede atribuir sus diferencias a dos
presupuestos filosóficos y políticos opuestos. Para Graeber, de tradición
anarquista, la anulación de la deuda es preferible porque no supone
necesariamente remitirse al Estado nacional, y todavía menos a un Estado o a
una institución supranacional: puede resultar de una acción directa de los
deudores (cf. El proyecto de «strike debt» propuesto por Occupy Wall Street en
Estados Unidos), o bien debido a una presión popular que impone esta decisión a
un gobierno. Para Piketty, de tradición social-demócrata, una fiscalidad
mundial sobre el capital es necesaria, y en el plano nacional, las medidas
fiscales propuestas por los gobiernos permitirían avanzar en el buen camino.
A la vista de los argumentos de los dos autores, pensamos que no es necesario optar entre imposición al capital o anulación de la deuda, sino que lo juicioso sería poner en marcha ambas medidas simultáneamente.
A la vista de los argumentos de los dos autores, pensamos que no es necesario optar entre imposición al capital o anulación de la deuda, sino que lo juicioso sería poner en marcha ambas medidas simultáneamente.
Anular la deuda, ¿es una medida socialmente injusta?
Thomas
Piketty rechaza las anulaciones de deuda debido a que los acreedores serían en
su mayoría pequeños ahorradores, siendo injusto de que recayera sobre ellos esa
anulación, mientras que los muy ricos sólo habrían invertido una pequeña parte
de su patrimonio en títulos de la deuda pública. Pero le objetamos que la
auditoría de la deuda que preconizamos no sólo tiene la vocación de identificar
la deuda legítima (es decir la deuda al servicio del interés general) de la que
no lo es, sino también identificar precisamente a los tenedores de esas deudas
para poderlos tratar en forma diferenciada según su calidad y la suma de deuda
que poseen. En la práctica, la suspensión de pago es la mejor manera de saber
exactamente quién posee y qué posee puesto que los tenedores de los títulos se
verán forzados a salir del anonimato.
Según el Banco de Francia, en abril de 2013, la deuda negociable del Estado francés estaba en un 61,9 % en manos de no residentes, esencialmente inversores institucionales (bancos, compañías de seguros, fondos de pensión, fondos mutuales…). El 38,1 % restante, estaba en manos de residentes, aunque la mayor parte corresponde a los bancos, que poseen el 14 % de la deuda pública francesa, a las aseguradoras y a otros gestores de activos |2|. Los pequeños tenedores de deuda (que gestionan directamente su cartera de títulos) sólo representan una ínfima parte de los tenedores de deuda pública. Con ocasión de la anulación de deudas públicas, sería conveniente proteger a los pequeños ahorradores que colocaron sus economías en títulos de deuda pública así como a los asalariados y a los pensionistas que vieron cómo las instituciones o los organismos gestores colocaron una parte de sus cotizaciones sociales (jubilación, desempleo, enfermedad, familia) en títulos de deuda.
La anulación de las deudas ilegítimas debe ser soportada por las grandes instituciones financieras privadas o las familias más ricas. El resto de la deuda debe ser reestructurado de manera que se reduzca drásticamente tanto el stock como la carga de la deuda. Esta reducción/reestructuración puede apoyarse en particular sobre el impuesto al patrimonio de los más ricos, como postula Thomas Piketty. La anulación de deudas ilegítimas y la reducción/reestructuración del resto de las deudas deben ir a la par. Mediante un amplio debate democrático se debe decidir sobre la frontera entre los pequeños y medianos ahorradores, a los que se debe indemnizar, y los grandes, a los que se puede expropiar. Entonces se podrá instaurara un impuesto progresivo sobre el capital, que afecte con dureza a las grandes fortunas, aquellas del 1 % más rico, que Piketty mostró que poseen actualmente más de un cuarto de la riqueza total en Europa y en Estados Unidos. Esta tasa, cobrada en una sola vez, permitiría terminar de esponjar el conjunto de deudas públicas. Además, una fiscalidad fuertemente progresiva sobre los ingresos y el capital bloquearía la reconstitución de las desigualdades patrimoniales, de las que Piketty cree, con justicia, que son antagonistas de la democracia.
Según el Banco de Francia, en abril de 2013, la deuda negociable del Estado francés estaba en un 61,9 % en manos de no residentes, esencialmente inversores institucionales (bancos, compañías de seguros, fondos de pensión, fondos mutuales…). El 38,1 % restante, estaba en manos de residentes, aunque la mayor parte corresponde a los bancos, que poseen el 14 % de la deuda pública francesa, a las aseguradoras y a otros gestores de activos |2|. Los pequeños tenedores de deuda (que gestionan directamente su cartera de títulos) sólo representan una ínfima parte de los tenedores de deuda pública. Con ocasión de la anulación de deudas públicas, sería conveniente proteger a los pequeños ahorradores que colocaron sus economías en títulos de deuda pública así como a los asalariados y a los pensionistas que vieron cómo las instituciones o los organismos gestores colocaron una parte de sus cotizaciones sociales (jubilación, desempleo, enfermedad, familia) en títulos de deuda.
La anulación de las deudas ilegítimas debe ser soportada por las grandes instituciones financieras privadas o las familias más ricas. El resto de la deuda debe ser reestructurado de manera que se reduzca drásticamente tanto el stock como la carga de la deuda. Esta reducción/reestructuración puede apoyarse en particular sobre el impuesto al patrimonio de los más ricos, como postula Thomas Piketty. La anulación de deudas ilegítimas y la reducción/reestructuración del resto de las deudas deben ir a la par. Mediante un amplio debate democrático se debe decidir sobre la frontera entre los pequeños y medianos ahorradores, a los que se debe indemnizar, y los grandes, a los que se puede expropiar. Entonces se podrá instaurara un impuesto progresivo sobre el capital, que afecte con dureza a las grandes fortunas, aquellas del 1 % más rico, que Piketty mostró que poseen actualmente más de un cuarto de la riqueza total en Europa y en Estados Unidos. Esta tasa, cobrada en una sola vez, permitiría terminar de esponjar el conjunto de deudas públicas. Además, una fiscalidad fuertemente progresiva sobre los ingresos y el capital bloquearía la reconstitución de las desigualdades patrimoniales, de las que Piketty cree, con justicia, que son antagonistas de la democracia.
Anulación de la deuda: ¿en provecho de quién?.
Si bien
no podemos estar de acuerdo con Piketty cuando afirma que la anulación de la
deuda «no es de ninguna manera una solución progresista», en cambio tiene razón
en cuestionar el tipo de anulación parcial de deudas concebido por la Troika
(Comisión Europea, Banco Central Europeo, Fondo Monetario Internacional) para
Grecia en mayo de 2012. Esta anulación ha sido condicionada por medidas que
constituyeron violaciones a los derechos económicos, sociales, políticos y
civiles del pueblo griego y que hundieron aún más a Grecia en una espiral
descendente. Se trataba de un timo que tenía como fin permitir que los bancos
privados extranjeros (principalmente franceses y alemanes) se liberaran con
unas pérdidas limitadas, que los bancos griegos se recapitalizaran a cargo del
Tesoro Público, y permitía a la Troika reforzar su influencia sobre Grecia.
Mientras que la deuda pública griega representaba el 130 % del PIB en 2009, y
el 157 % en 2012 después de la anulación parcial de la deuda, alcanzó un nuevo
pico en 2013: ¡el 175 %! La tasa de desempleo que era del 12,6 % en 2010 se
eleva al 27 % en 2013 (y llega al 50 % entre los menores de 25 años). De
acuerdo con Thomas Piketty nosotros también rechazamos ese recorte propugnado
por el FMI, que sólo tiene un objetivo: mantener a las víctimas con vida para
poder seguir chupando su sangre, y cada vez más. La anulación o suspensión de
pagos de la deuda la debe decidir el país deudor, con sus propias condiciones,
para recibir un verdadero balón de oxígeno (como lo hizo Argentina en 2001 y
2005 y Ecuador en 2008-2009).
La
deuda y la desigualdad de la riqueza no son los únicos problemas.
Graeber y
Piketty tienen posiciones opuestas al determinar cuál es el blanco político
prioritario: la deuda o la desigualdad de los patrimonios. Pero para nosotros,
los problemas de nuestras sociedades no se limitan al de la deuda pública o a
la desigualdad engendrada por las fortunas privadas. En principio, es bueno recordar
—y Graeber lo hace sistemáticamente— que existe una deuda privada mucho más
importante que la deuda pública |5|, y que el brutal aumento de esta última
desde hace cinco años se debe en buena parte a la transformación de deudas
privadas, principalmente la de los bancos, en deudas públicas. Por lo tanto, y
sobre todo, hay que recolocar la cuestión de la deuda en el contexto global del
sistema económico que la genera y de la que sólo es uno de sus aspectos.
Para
nosotros, la imposición al capital y la anulación de las deudas ilegítimas
deben formar parte de un programa mucho más amplio de medidas complementarias
que permitan lanzar una transición hacia un modelo poscapitalista y
posproductivista. Tal programa, que debería tener una dimensión europea y podría
comenzar por ponerse en práctica en uno o varios países del continente,
comprendería, en especial, el abandono de las políticas de austeridad, la
reducción generalizada del tiempo de trabajo con contratos compensatorios y
mantenimiento del salario, la socialización del sector bancario, una reforma
fiscal total, medidas para garantizar la igualdad hombre-mujer y la puesta en
marcha de una política determinada de transición ecológica.
Graeber pone el acento en la anulación de la deuda ya que cree, como nosotros, que se trata de un objetivo político movilizador, pero no pretende que esta medida sea suficiente y el mismo se sitúa en una perspectiva radicalmente igualitaria y anticapitalista. La crítica fundamental que se le puede hacer a Thomas Piketty es que piensa que su solución puede funcionar aunque se mantenga el sistema actual. Propone un impuesto progresivo sobre el capital para redistribuir las riquezas y salvaguardar la democracia, pero no se cuestiona las condiciones en las que estas riquezas se originaron ni las consecuencias que resultan de ese proceso. Su respuesta sólo remedia uno de los efectos del funcionamiento del sistema económico actual, sin atacar la verdadera causa del problema.
Graeber pone el acento en la anulación de la deuda ya que cree, como nosotros, que se trata de un objetivo político movilizador, pero no pretende que esta medida sea suficiente y el mismo se sitúa en una perspectiva radicalmente igualitaria y anticapitalista. La crítica fundamental que se le puede hacer a Thomas Piketty es que piensa que su solución puede funcionar aunque se mantenga el sistema actual. Propone un impuesto progresivo sobre el capital para redistribuir las riquezas y salvaguardar la democracia, pero no se cuestiona las condiciones en las que estas riquezas se originaron ni las consecuencias que resultan de ese proceso. Su respuesta sólo remedia uno de los efectos del funcionamiento del sistema económico actual, sin atacar la verdadera causa del problema.
En primer lugar,
admitamos que logramos, mediante un combate colectivo, una imposición al
capital, sin embargo la recaudación generada por este impuesto corre el riesgo
de ser succionada por el reembolso de deudas ilegítimas, si no actuamos para
que se anulen. Pero sobre todo no nos puede satisfacer un reparto más
equitativo de las riquezas, si éstas son producidas por un sistema depredador
que no respeta ni las personas ni los bienes comunes, y acelera la destrucción
de los ecosistemas. El capital no es un
simple «factor de producción» que «juega un papel útil» y merece, por lo
tanto, «naturalmente» un rendimiento del 5 %, como lo dice Piketty, es también, y principalmente, una relación social que se caracteriza por la influencia de los que
poseen sobre el destino de las sociedades.
El sistema capitalista en tanto
que modo de producción está en el origen no sólo de las desigualdades sociales,
cada vez más insostenibles, sino también del peligro que corre nuestro
ecosistema, del saqueo de los bienes comunes, de las relaciones de dominación y
de explotación, de la alienación en los mercados, la lógica de acumulación que
reduce a nuestra humanidad a mujeres y hombres incapaces de transformar sus
pulsiones, obsesionados por la posesión de bienes materiales y despreocupados
por lo inmaterial, que sin embargo es la base de nuestra vida.
La gran cuestión que Piketty no se plantea pero que salta a
la vista de quien observa las relaciones de poder en nuestras sociedades y la
influencia de la oligarquía financiera sobre los Estados, es la siguiente: ¿Qué gobierno, qué G-20 decidirá
gravar al capital con un impuesto progresivo sin que unos potentes movimientos
sociales hayan previamente impuesto el desmantelamiento del mercado financiero
mundial y la anulación de las deudas públicas, que son los principales
instrumentos del poder actual de la oligarquía?
Al igual que David Graeber, pensamos que será necesario imponer la anulación de las deudas bajo «el impulso de los movimientos sociales». Esta es la razón por la que actuamos en el marco del Colectivo de auditoría ciudadana (CAC) con el fin de que la anulación de la deuda ilegítima resulte de una auditoría, en la que la ciudadanía participe como actora. De todas maneras tenemos nuestras dudas frente a la idea de que «el modo de producción actual está fundado sobre principios morales que no son solamente económicos», puesto que «el neoliberalismo privilegió la política y la ideología sobre lo económico». Para nosotros, no hay oposición entre estos tres campos sino que hay un sistema, el neoliberalismo, que los articula a su manera.
Al igual que David Graeber, pensamos que será necesario imponer la anulación de las deudas bajo «el impulso de los movimientos sociales». Esta es la razón por la que actuamos en el marco del Colectivo de auditoría ciudadana (CAC) con el fin de que la anulación de la deuda ilegítima resulte de una auditoría, en la que la ciudadanía participe como actora. De todas maneras tenemos nuestras dudas frente a la idea de que «el modo de producción actual está fundado sobre principios morales que no son solamente económicos», puesto que «el neoliberalismo privilegió la política y la ideología sobre lo económico». Para nosotros, no hay oposición entre estos tres campos sino que hay un sistema, el neoliberalismo, que los articula a su manera.
El capitalismo neoliberal no ha
privilegiado la política o la ideología sobre lo económico, las ha utilizado y puesto al servicio
de la búsqueda del máximo beneficio, con un cierto éxito hasta ahora, si
tomamos en cuenta los datos proporcionados por el libro de Piketty. Por
supuesto que este sistema ha engendrado monstruosos desequilibrios —por ejemplo
las deudas privadas y públicas— y es incompatible con una futura sociedad
emancipada, pero en lo inmediato su dominación se perpetúa.
Más allá de las divergencias
—secundarias con Graeber, más
profundas con Piketty— que acabamos de explicar, estamos listos, por supuesto,
a emprender juntos el camino de la anulación de las deudas ilegítimas y del
impuesto progresivo sobre el capital. Cuando lleguemos a un cruce, en que una
de las vías nos indique la salida del capitalismo, tendremos, todos y todas
juntos, que
retomar el debate considerando las lecciones sacadas de la experiencia del
camino recorrido.
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Thomas Coutrot es
miembro del Consejo Científico de ATTAC Francia, Patrick Saurin es uno de los portavoces del sindicato SUD-BPCE y Éric Toussaint es presidente del CADTM
Bélgica.
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