“La perspectiva de la automatización
alimenta el miedo al paro y a una degradación irreversible de las condiciones laborales. En ningún momento parece
tenerse en cuenta que la evolución
demográfica, y en particular la
disminución de la población en edad de trabajar contribuirá a aliviar el
problema. Van a coincidir, en efecto, una demanda cada vez más reducida de
trabajadores, por la robotización, y
una oferta también más reducida, por la evolución descendente de la población
en edad de trabajar. Lo que podría verse como un problema y su solución (al
menos parcial) se nos presenta como dos
problemas contradictorios: a la vez sobran trabajadores (robotización) y faltan
trabajadores (demografía)”.
“En
el pasado, el aumento de la productividad, que ha sido considerable, no ha
reducido el empleo. Por una parte, ha
disminuido la jornada de trabajo y por otra, han aparecido nuevas
actividades demandantes de trabajo. El miedo actual podría no estar justificado
y lo que lo alimenta es sobre todo la evolución reciente del mercado de
trabajo, en el que conviven jornadas que tienden a aumentar con salarios a la
baja y un importante desempleo, acompañando a incesantes recortes de plantilla.
Las reformas laborales, que han
acompañado fielmente las políticas de austeridad, han creado esta situación y
resultan absolutamente inadecuadas en una perspectiva de robotización, salvo
que se acepte el empobrecimiento generalizado de los trabajadores. Una de las
claves es encontrar fórmulas que permitan distribuir a todos unos recursos
crecientes producidos por un número decreciente de ocupados. Se están apuntando
soluciones a este problema, entre otras la llamada renta universal, que ha
figurado ya como propuesta concreta en algún programa electoral”.
“Cualquiera
que sea la modalidad específica, tanto la evolución demográfica como la
tecnológica exigen replantear las formas actuales de distribución
y, en particular, la exclusividad del salario como forma de distribución
primaria de la renta. Es también necesario reconsiderar el debilitamiento del
Estado, como instrumento de regulación y
de (re)distribución. La socialdemocracia representaba un modelo con
capacidad de afrontar retos a largo plazo, por el papel que en ella desempeñaba
el estado. La contrarreforma liberal ha venido a romper un modelo capaz de
encarar los problemas ecológicos y demográficos, así como, sin duda, organizar
la nueva sociedad de alta tecnología. Aunque nada indica que el retorno a un
modelo de ese tipo sea políticamente pensable en la actualidad, es necesario
admitir que, sin un cambio en profundidad de nuestro sistema económico, la
conjunción de problemas insolubles puede conducir a un caos peligroso”.
/////
ECONOMÍA: ASUMIR LOS COSTES DE LA
REPRODUCCIÓN.
*****
Juan Antonio Fernández Cordón.
Economistas Frente a la Crisis.
Rebelión sábado 29 de julio del 2017.
Toda sociedad
está obligada a organizar, por una parte, el mantenimiento de los individuos
que la componen –la satisfacción de sus necesidades- produciendo bienes y
servicios y, por otra parte, la renovación de sus efectivos –la sustitución de
las personas que mueren y de sus capacidades- a través de la reproducción humana y de la reproducción
social. Las variables demográficas son la manifestación estadística de la
organización social de la reproducción humana, a su vez condición de la
continuidad social. Por eso, los cambios demográficos no son en absoluto
separables del resto de los cambios económicos y sociales que los han
acompañado a lo largo de la historia reciente.
El cambio
demográfico actual se basa en una transformación profunda del modelo
reproductivo por la que un sistema de baja productividad, en el que eran
necesarios muchos nacimientos y muchas muertes para asegurar la renovación de
la población y su capacidad productiva, ha sido sustituido por una modalidad de
gran eficacia, en el que el “rendimiento”,
tanto en población total como en población en edad de trabajar, es máximo.
Hemos sustituido la rápida rotación de un gran número de generaciones, por
menos generaciones que viven más tiempo y pueden desarrollar con mayor eficacia
su formación y la adquisición de
experiencia, una condición básica en nuestro actual modelo productivo.
Además, se une al alargamiento de la vida media, el haber hecho posible que las
mujeres no siguieran dedicadas en exclusiva a las tareas de reproducción, para
beneficio de ellas, que acceden así a la plena ciudadanía y para beneficio de
todos, puesto que ha permitido su incorporación a tareas más productivas. No es
pensable que una situación de baja
fecundidad, a su vez consecuencia de la baja mortalidad, sea compatible con
el apartamiento de las mujeres del mundo laboral. Tanto la disminución de la
mortalidad, como la incorporación de las mujeres al trabajo remunerado, han
agrandado considerablemente nuestra capacidad productiva. Una de las
consecuencias es que emerge al ámbito de lo social la importancia del trabajo en el seno del hogar,
tradicionalmente reservado a las mujeres que, todavía hoy, siguen realizando,
compaginándolo, en demasiados casos, con su actividad laboral remunerada
El cambio demográfico en curso no se traduce por un
aumento insostenible de la carga sobre los activos sino por un cambio radical
del tipo de dependientes que será necesario atender. En otras palabras, el
problema no es la insuficiencia de recursos sino la dificultad que entraña
modificar la distribución actual de estos recursos para adaptarla a la nueva
composición de la población dependiente, en la que abundarán los jubilados. Por
muy difícil que sea la solución de este problema, creemos que no es comparable
a la que plantearía una insuficiencia real de recursos.
El análisis del
cambio demográfico revela, cuando se tiene en cuenta el conjunto de factores que
se modifican al mismo tiempo, la necesidad de distribuir de forma distinta unos
recursos suficientes. El salario,
hasta ahora vector único de la distribución primaria de la renta, debe ser
completado, o en parte sustituido, por mecanismos que faciliten una
distribución flexible. Cualquiera que sean las modalidades prácticas para
alcanzar este objetivo, la imposición y las transferencias deberá sin duda
jugar un gran papel, de ahí la necesidad de una rehabilitación y reforzamiento
del Estado. Interesa, sin embargo, señalar que reconsiderar el papel del
salario y desarrollar formas de distribución alternativas, no se plantea solo
al analizar el cambio demográfico.
Al contrario, los grandes problemas a los que se enfrenta nuestra sociedad, cada
vez con más urgencia, desembocan todos en un replanteamiento de la distribución
primaria. La no asunción de los costes de la reproducción de los bienes
naturales ha planteado una grave crisis ecológica, con una vertiente climática
y otra relacionada con el medio ambiente y los recursos no renovables. Por otra
parte, el rápido progreso de la productividad, con la creciente automatización
y robotización del proceso productivo, conduce a que un número cada vez más
reducido de personas pueda producir lo mismo o más que ahora. ¿Cómo se
distribuirán, en ese caso, los bienes producidos al conjunto de la población?
La perspectiva
de la automatización alimenta el miedo al paro y a una degradación irreversible
de las condiciones laborales. En ningún momento parece tenerse en cuenta
que la evolución demográfica, y en particular la disminución de la población en
edad de trabajar contribuirá a aliviar el problema. Van a coincidir, en efecto,
una demanda cada vez más reducida de trabajadores, por la robotización, y una oferta también más reducida, por la
evolución descendente de la población en edad de trabajar. Lo que podría verse
como un problema y su solución (al menos parcial) se nos presenta como dos
problemas contradictorios: a la vez sobran trabajadores (robotización) y faltan
trabajadores (demografía).
En el pasado, el aumento de la productividad, que ha
sido considerable, no ha reducido el empleo. Por una parte, ha disminuido la jornada de trabajo y
por otra, han aparecido nuevas actividades demandantes de trabajo. El miedo
actual podría no estar justificado y lo que lo alimenta es sobre todo la
evolución reciente del mercado de trabajo, en el que conviven jornadas que
tienden a aumentar con salarios a la baja y un importante desempleo,
acompañando a incesantes recortes de plantilla. Las reformas laborales, que han acompañado fielmente las políticas
de austeridad, han creado esta situación y resultan absolutamente inadecuadas
en una perspectiva de robotización, salvo que se acepte el empobrecimiento
generalizado de los trabajadores. Una de las claves es encontrar fórmulas que
permitan distribuir a todos unos recursos crecientes producidos por un número
decreciente de ocupados. Se están apuntando soluciones a este problema, entre
otras la llamada renta universal, que ha figurado ya como propuesta concreta en
algún programa electoral. Cualquiera que sea la modalidad específica, tanto la
evolución demográfica como la tecnológica exigen replantear las formas actuales
de distribución y, en particular, la exclusividad del salario como forma de
distribución primaria de la renta. Es también necesario reconsiderar el
debilitamiento del Estado, como instrumento de regulación y de (re)distribución. La socialdemocracia
representaba un modelo con capacidad de afrontar retos a largo plazo, por el
papel que en ella desempeñaba el estado. La contrarreforma liberal ha venido a
romper un modelo capaz de encarar los problemas ecológicos y demográficos, así
como, sin duda, organizar la nueva sociedad de alta tecnología. Aunque nada
indica que el retorno a un modelo de ese tipo sea políticamente pensable en la
actualidad, es necesario admitir que, sin un cambio en profundidad de nuestro
sistema económico, la conjunción de problemas insolubles puede conducir a un
caos peligroso.
La otra vía pasa por el desarrollo de nuevos sectores
productivos y la creación de nuevos empleos.
Así, la agricultura exige ahora muy pocos brazos para alimentar a una
población creciente y el empleo se desplazó primero a la industria y después a
los servicios. Hoy, la gran necesidad no cubierta es el cuidado y, en general,
todo lo relacionado con la reproducción, incluyendo la conservación de la
naturaleza. Las condiciones, que ya apuntaba
la autora feminista Nancy Fraser en 1977, para un modelo postindustrial en
el que el cuidado no permanece escondido, se dan ahora. Tanto si se presta por
el Estado y el mercado, lo que
conlleva transferencias y gasto privado, como si permanece en el hogar, gracias
a reducciones de jornada y remuneraciones a cuidadores, parece llegado el
momento de su emergencia social. La idea de un cuarto sector, el cuidado de las
personas, que recoja la fuerza productiva que libera la robotización, merece ser situada en el centro del debate sobre
nuestro futuro. Los obstáculos son grandes porque, una vez más, es necesario
innovar en materia de distribución de la renta. El interés de los que poseen el
capital y acaparan una proporción creciente del producto, se opone a esta
evolución.
En el sistema capitalista, el interés
privado desempeña teóricamente un papel instrumental: se supone que la maximización
del interés personal conduce a un resultado socialmente óptimo. En cierto modo,
ese “egoísmo implacable” del que
hablaba la gran economista Robinson,
es el que garantiza una situación óptima para todos, según la teoría económica
dominante. Pero, como cada vez queda más claro, ese egoísmo, que se pretende
eficaz, no garantiza en absoluto la
reproducción, ni de las personas ni de la naturaleza, es más entra en
conflicto con los intereses a largo plazo de la sociedad y, si no se le pone
freno, puede conducir a una catástrofe ecológica y a una verdadera quiebra de
la cohesión social. La ausencia de referencia al ámbito de la reproducción
explica por qué, aun admitiendo que la búsqueda del máximo beneficio condujera
a una asignación óptima de los recursos en cada momento, incluyendo el
arbitraje temporal entre consumo e inversión, se producen necesariamente
carencias y disfunciones que, en muchos casos, se manifiestan como
desigualdades económicas y sociales y también en forma de crisis ecológica y
demográfica.
No hay que descartar que, después de la brutalidad de la contrarreforma liberal que
ha caracterizado estos últimos años, la gestión de los intereses del capital se
torne progresivamente compatible con el mantenimiento de una cierta protección
del medio ambiente (ya iniciada, sin grandes efectos, en algunos países) y de
las personas. Macron, en Francia,
puede ser el primer ejemplo claro de esta política, que generalizaría la precariedad en el mercado de trabajo (bajo
el nombre de flexibilización) compensada con la también generalización
de la garantía para todos de un mínimo vital, durante la vida activa, con la
renta universal, por ejemplo, y en la jubilación, con pensiones públicas
garantizadas para todos, aunque muy recortadas. Este panorama, que va implícito
en las políticas que se van implantando en los países desarrollados, en nombre
de la búsqueda de la competitividad, exige cambios políticos, de los cuales Francia es también un modelo. El final de la alternativa
socialdemócrata, la formación de un bloque gestor formado por parte de la
derecha y parte de la izquierda que aquí se ha llamado socio-liberal y el resto
divido en los llamados “populismos” de
izquierda y de extrema derecha, condenados a no participar en las
decisiones colectivas, ni como oposición, ni como gobierno. Una situación que
mantiene solo una apariencia de democracia.
A los cambios
demográficos se está respondiendo, por parte del pensamiento
dominante y de los grupos y partidos conservadores, con planteamientos
contables, como si los sistemas de protección social pudieran permanecer
aislados del conjunto de la economía. Por ejemplo, al anteponer el equilibrio
contable del sistema público de pensiones a cualquier otro objetivo, se olvida
que es una pieza más de nuestro sistema de distribución de los recursos, cuyo
fin último es que alcancen a todos con la máxima equidad. Así, la evolución de la composición de los dependientes, es decir,
de las personas que no reciben ingresos directamente del mercado, exige que se
modifiquen las reglas de la distribución de la renta, algo para lo cual nuestro
sistema no parece preparado. Nos encontramos en un momento en el que convergen
tres grandes cambios: el demográfico, el ecológico y el
tecnológico, que demandan innovaciones sociales a la altura de los
retos planteados. Para enfrentarlos, es necesario ahondar en dos direcciones:
por una parte, replantear los mecanismos de distribución de la renta y por otra
parte hacer emerger el cuidado como sector productivo. Los interminables
debates en torno a los recortes en las prestaciones sociales pertenecen a otro
ámbito, el de la
lucha de intereses contrapuestos en la sociedad, y no contribuyen a la solución
real de los verdaderos problemas.
Juan Antonio Fernández Cordón, economista y
demógrafo, es miembro de Economistas Frente a la Crisis, EFC.
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario