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Perfectamente de acuerdo con
la valoración sobre la democracia liberal representativa, dominante y/o
hegemónica en tiempos del capitalismo financiero-especulativo –
la era de la globalización neoliberal -, porque en el escenario del mundo
actual, son realmente contrarias y
polarizantes: capitalismo y democracia no funcionan. Pero el capitalismo,
el Estado y sus poderes fácticos, utilizan y manejan de acuerdo a sus nefastos y salvajes intereses. Lo que
sí realmente funciona es la descomposición
estructural de la democracia, transformada
en democracia de telenovela, de élite, de comerciantes, y explotadores de nuevo
tipo, ha sido capturada absolutamente por
el poder de las corporaciones transnacionales y como consecuencia han creado, en los “salones de las elites
dominantes” – en tiempos de la Triple
crisis sistémica del capitalismo - la Gobernabilidad Corporativa, como conjunto de políticas, oportunas,
viables, de aparente consenso que den seguridad, viabilidad y garanticen responsabilidad a la inversión
transnacional, en las nuevas formas de explotación, despojo, saqueo y
pillaje de la diversidad de nuestros
recursos naturales – minería, petróleo, gas, madera, pesca, agro-industria
de exportación, etc . – Ante la crisis de
la política, la progresiva desaparición de los partidos políticos, la
corrupción, oportunismo y falta de decencia, los políticos cada vez son
considerados como la versión moderna y opuesta
del ”Robin Hood”, porque se esmeran y especializan en robar – con sus políticas anti-crisis que son un fracaso – a los pobres, en beneficio de los ricos,
poderosos y explotadores. Contexto local, nacional, continental, mundial
donde hoy frente a esta crisis estructural,-
y/o poli-crisis - los medios y el fracaso – principalmente pérdida de confianza - en los políticos, con el
poder de los bancos, han “transformado” políticamente la democracia en “bancocracia” o la democracia de los bancos, la dictadura de los
mass-media ante la incapacidad, corrupción y descomposición de la política, los
políticos y sus partidos políticos.
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DEMOCRACIA Y CRISIS SOCIAL.
“Lo llaman democracia y no lo es”. “Democracia
Real, Ya”.
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Marcos
Roitman Rosenmann.
La Jornada. Rebelión
martes 28 de agosto del 2012.
La democracia es una forma de vida que habla en plural. Ser demócrata exige carácter,
ser consciente de los actos emprendidos y asumir responsabilidades. Supone
autocontrol. Un ciudadano no puede,
por ejemplo, actuar de mutuo propio y bajo el concepto de propiedad privada contaminar
las aguas, cambiar el curso de los ríos, talar bosques o en nombre del progreso
expropiar las tierras comunitarias de los pueblos originarios. Tampoco
disponer, bajo el ideario de la libertad individual, de bienes colectivos, privatizando los servicios públicos en pro
de su beneficio particular y en detrimento de sus iguales.
La democracia porta un código, un ADN
constituyente. Se trata de las formas de convivencia
básicas. Un saber estar y saber vivir bajo el principio de coacción, el que
no requiere una ley externa para comprender que su práctica es contraria al
sentido común. Todos sabemos la diferencia entre actuar con honestidad o marrulleramente. No necesitamos recurrir al
derecho penal o civil cuando aceptamos sobornos, usamos información
privilegiada y damos favores saltándonos normas del decoro social. Somos
conscientes de estar vulnerando la ética de la convicción democrática.
El acto democrático, cuando es generalizado, no conlleva reconocimiento
social, ni premios, se ejerce sin esperar nada a cambio. Forma parte del
quehacer cotidiano. En definitiva, la
democracia, puede sintetizarse como un mandar obedeciendo. Por esta razón, capitalismo y democracia no
hacen buenas migas. El capitalismo
privilegia al individuo, el yo hasta la extenuación y por otro lado pide
acciones de caridad y la aparición de héroes. Mecenas a los que agradecer su
generosidad. Empresarios de éxito
que donen una parte de su fortuna para la investigación del sida, Alzheimer u otras
enfermedades. Bancos que otorguen becas
a estudiantes, fundaciones que patrocinen museos e instituciones
eclesiásticas que fomenten la caridad cristiana. Todo envuelto bajo el
denominador común de ayuda a los
necesitados, filantropía o altruismo. Lamentablemente, ninguno de los tres hace democracia ni fomenta la ciudadanía
participativa, son limosna. Los
restos de un festín al cual no todos están invitados. Más bien están excluidos.
Optar por un
comportamiento democrático exige
templanza. Valoración de consecuencias, autoestima, confianza y dignidad. Pensar en un nosotros. Cualquier
decisión democrática nos compromete. No planteo que la democracia sea una forma
de vida monacal, estoica o inmaculada. La
virginidad social no es viable, ni tampoco aconsejable. Pero el
comportamiento democrático tiene límites y es necesario respetarlos, de lo
contrario su vulneración reiterada la niega en su esencia. Podríamos decir que
tiene un punto de saturación, tras el cual el cambio de estado trae consigo un
sin retorno. La democracia se corrompe,
haciendo imposible su realización, convirtiéndose en un sinsentido. El sálvese quien pueda y el todos contra
todos se convierte en el alma mater
de actos adjetivados como democráticos, pero no lo son, convirtiéndola en un
objeto imposible.
Los ejemplos sobran. El primero lo obtenemos del derecho
a recibir una educación de calidad, pública y gratuita, es decir pagada por el Estado, levantada con el esfuerzo de
quienes trabajan y aportan al erario público sus impuestos. Una persona analfabeta, sin memoria
colectiva, ni historia, sin pasado, es la negación del hecho democrático. Pero
también lo es llamar educación de
calidad a la formación obtenida por los alumnos en centros privados, laicos
o religiosos, que hacen de ella un negocio, convirtiéndola en una fuente de
ingresos, donde su ideario y planes de estudios se adecuan a la lógica del
sálvese quien pueda: competitividad,
competitividad y competitividad. Las movilizaciones y la emergencia de nuevos movimientos estudiantiles poniendo
en cuestión esta forma de entender la educación
es una muestra fehaciente del fracaso del modelo. En Chile, cuna del neoliberalismo, la crisis es completa y no deja
lugar a dudas sobre su ineficiencia.
Y es que lo llaman democracia y no lo es. Democracia Real, Ya.
***
Otro ejemplo
lo constituye la libertad de expresión y
prensa. En la actualidad, su práctica no trae una proyección democrática.
No se trata de formar una opinión
pública ilustrada con discernimiento y capacidad deliberativa en la
lectura. En su lugar, aparece un sentido monopólico de lo conveniente y lo inadecuado
para publicar y decir. La manipulación, la noticia falsa, el libelo, las
verdades a media, los manuales de estilo, la censura, son el pan nuestro de
cada día. No hay país donde no se den casos de falta de ética y vulneración de
códigos deontológicos. La prensa ya no
es libre, ni democrática y cuando lo es, mejor ahogarla. El control de la
noticia, de los medios de comunicación acaban despidiendo a los buenos
periodistas, llevándolos a la cárcel o incluso matándolos. Honduras, Colombia o México son buenos ejemplos en la región. Bien
señala Arturo Barea, en La forja de un rebelde, un formidable análisis de la
sociedad española de principios del siglo XX y la guerra civil, refiriéndose a
la prensa y los medios de comunicación: Me
enseñaron a leer, y después me enseñaron que no debía leer más que lo que ellos
me dejaran. Así se corrompe la democracia, la libertad de prensa y de
expresión.
Ser demócrata hoy en día es una pesada carga de la cual muchos desean liberarse. No
es bueno ser amigo de personas críticas, cuyas palabras molestan, llaman a la
reflexión y cuestionan el capitalismo salvaje. Peor resulta convertirse en uno
de ellos, trae consecuencias nefastas para las arcas personales. Va contra los
interese personales, es tirar piedras sobre el tejado de la casa. Mejor adoptar una doble moral, pero sin
llamar la atención. Para conseguirlo se requiere cómplices y vivir sin
remordimientos. Así se ha corrompido la democracia. El bien común, su fundamento, se volatiliza bajo el interés común o
social, algo gelatinoso e imposible de definir, pero eficaz para mutar
al ciudadano en consumidor y abandonar la práctica democrática.
Una de las
frases emblemáticas del movimiento de
los indignados, levantada como símbolo de la crisis social del capitalismo
neoliberal ha sido: lo llaman democracia y no lo es. El postulado se
refiere a la paradoja de hablar y no practicar los principios democráticos. Y sin práctica la democracia se ve amputada
de su inherente valor político. A cambio, se ofrece un sucedáneo para el
consumo, la democracia de mercado. Invento para satisfacer las malas
conciencias y los comportamientos más propios de dictaduras. Así, por defecto,
la inexistente democracia de mercado cubre el expediente celebrando elecciones disque
libres y democráticas y deja al desnudo lo abyecto de un orden de explotación
totalitario, excluyente y desigual.
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