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Así ha recompuesto el superávit comercial
-puede llegar a los 12.000 millones de dólares a fin de año- en base al control de cambios y la regulación de
las importaciones. Mientras que con la
pesificación de la economía busca evitar en lo inmediato la devaluación,
trata de sostener el nivel de reservas para hacer frente a los compromisos y a
la propia crisis mundial. Al mismo
tiempo pone en marcha programas de estímulo al mercado y la demanda
doméstica con impacto en el nivel de
empleo -plan de créditos para viviendas, obras en los ferrocarriles- que responden a necesidades concretas y que
expresan también un esbozo de política anticíclica de corte neo-keynesiano, que acompaña con reducciones parciales de los
subsidios y presiones
a las provincias para que ajusten el gasto y equilibren sus finanzas.
Pareciera que se apunta a una crisis de
corta duración, como en el 2009. Pero
hoy no hay señales claras de que Estados
Unidos y China vuelvan a dinamizar la economía con la formidable expansión
monetaria de hace tres años, mientras que las medidas de ajuste en Europa no hacen más que profundizar la
recesión, por lo que no se puede descartar que la situación mundial condicione la tibia recuperación de la economía
brasileña. Por otra parte el gobierno ya no tiene la misma capacidad de
maniobra y si bien la reforma de la
Carta Orgánica del Banco Central habilita a transferir casi el doble de los
fondos, el Repro los necesitará, lo cierto es que se financiarían las medidas
anticíclicas con expansión monetaria, con los riesgos de recalentamiento
inflacionario que ello implica.
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El neodesarrollismo y sus limitaciones estructurales. Eduardo Lucita.
Propuestas frente a los límites del
modelo neo-desarrollista.
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Argenpress.info Viernes 10 de agosto del 2012.
Eduardo Lucita (LA ARENA)
Sobre la economía
nacional, marcada actualmente por la desaceleración, hay dos visiones que se
contraponen en su análisis. Pero ambas miradas son insuficientes para dar
cuenta de una realidad compleja.
Mientras la economía
mundial agudiza su crisis sin que se avizore una salida en lo inmediato, la
economía nacional da muestras de una desaceleración pronunciada. Dos miradas se
contraponen en esta coyuntura: una pone el acento en la crisis global, la otra
responsabiliza al gobierno por sus desaciertos de política económica.
Durante muchos años
Argentina fue caracterizada como un país con futuro pero sin presente. El
futuro lo veían promisorio por ser un país cargado de recursos y por la calidad
de su mano de obra, al presente se lo veía complicado por la contradicciones
internas, las disputas interburguesas y las pujas distributivas.
Hoy, salvando las
distancias, podría aplicarse un criterio similar en la coyuntura. Porque la
situación actual aparece complicada por la inflación, la pérdida de
competitividad internacional, el regreso de la restricción externa y otras
variables que ya no operan positivamente como en los años pasados. Por el
contrario, al futuro inmediato -pensando en 2013- se lo ve con expectativas por
la evolución favorable del precio y la demanda de soja y maíz, buenas
perspectivas climáticas y las posibilidades de una recuperación económica de Brasil.
Enroques de ocasión.
No deja de ser llamativo
que quienes ponían el acento en el llamado "viento de cola" para
explicar un ciclo expansivo que, con la excepción de 2009, hizo crecer la
economía a tasas chinas entre 2003 y 2011, niegan ahora toda influencia de la
situación mundial en la actual desaceleración de la actividad. Por el
contrario, para el oficialismo, que ha explicado ese ciclo como resultado
virtuoso de sus políticas y su manejo de las variables macroeconómicas, ahora
sí "el mundo se nos cayó encima".
A juicio de quien
suscribe estas líneas ambas interpretaciones son cuando menos insuficientes.
El mundo.
La crisis mundial no
golpea por igual a todas las regiones y tiene un carácter muy desigual y
contradictorio, incluso por sectores. Es innegable que hasta ahora el impacto
en nuestro país no tiene la dimensión que tuvo en 2009 cuando el PBI se
contrajo 2,5 puntos -caída de los precios internacionales de las materias
primas, fuerte sequía que redujo los saldos exportables-. En cambio hoy la
sostenida demanda de soja y sus derivados es evidente. También lo es la caída
en las exportaciones industriales -sobre todo automotriz-, por la fuerte
retracción de la economía de Brasil. Por otra parte en una país con un alto
grado de concentración y extranjerización de la economía no es posible estar
aislado, son las corporaciones las que deciden invertir o no según las
condiciones mundiales y las que exigen a sus filiales transferir a sus casas
matrices utilidades, dividendos y regalías.
Desequilibrios locales.
Pero la crisis mundial
poco tiene que ver con la fuerte retracción que, entre otros sectores, muestra
el de la construcción. Es que se trata de desequilibrios propios del modelo,
como lo señalara un documento de los Economistas de Izquierda hace ya varios
meses. Son los límites del modelo neodesarrollista que salen a la superficie.
Estos límites se
expresan hoy en la mutación del superávit a déficit fiscal; en el achicamiento
del superávit comercial -producto de las crecientes importaciones de
combustible-; en el proceso inflacionario -no cede a pesar de la retracción
económica- y en su contrapartida, el debilitamiento de la competitividad
internacional -atraso relativo del tipo de cambio-; la insuficiencia de las
inversiones reproductivas; la dependencia del sector industrial de las
importaciones de insumos, partes y componentes y las dificultades para avanzar
en la sustitución de importaciones.
Propuestas diferentes.
La oposición derechista
y los gurúes de la city porteña no proponen otra cosa que el ajuste clásico.
Resolver el déficit fiscal parando el gasto público, liberar totalmente el
mercado cambiario, volver a endeudarse. Se supone que así se controlará la
inflación, se reordenará la macroeconomía y se atraerán inversiones. Hay
demasiada experiencia entre nosotros sobre este tipo de recetas, si algo
faltara conviene mirar a Europa.
Como en otras
oportunidades, el kirchnerismo no parece actuar por convicción sino por
necesidad, intenta arbitrar en los desequilibrios sin ningún plan
preestablecido, sino con medidas que se ponen en ejecución cuando los límites
se hacen presentes, pero sin medidas de fondo que tiendan a resolver los
problemas estructurales de la economía argentina.
Así ha recompuesto el
superávit comercial -puede llegar a los 12.000 millones de dólares a fin de
año- en base al control de cambios y la regulación de las importaciones.
Mientras que con la pesificación de la economía busca evitar en lo inmediato la
devaluación, trata de sostener el nivel de reservas para hacer frente a los
compromisos y a la propia crisis mundial. Al mismo tiempo pone en marcha
programas de estímulo al mercado y la demanda doméstica con impacto en el nivel
de empleo -plan de créditos para viviendas, obras en los ferrocarriles- que
responden a necesidades concretas y que expresan también un esbozo de política
anticíclica de corte neo-keynesiano, que acompaña con reducciones parciales de
los subsidios y presiones a las provincias para que ajusten el gasto y
equilibren sus finanzas.
Pareciera que se apunta
a una crisis de corta duración, como en el 2009. Pero hoy no hay señales claras
de que Estados Unidos y China vuelvan a dinamizar la economía con la formidable
expansión monetaria de hace tres años, mientras que las medidas de ajuste en
Europa no hacen más que profundizar la recesión, por lo que no se puede
descartar que la situación mundial condicione la tibia recuperación de la
economía brasileña. Por otra parte el gobierno ya no tiene la misma capacidad
de maniobra y si bien la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central
habilita a transferir casi el doble de los fondos, el Repro los necesitará, lo
cierto es que se financiarían las medidas anticíclicas con expansión monetaria,
con los riesgos de recalentamiento inflacionario que ello implica.
Estado y protagonismo social.
Los desequilibrios
intrínsecos al modelo neodesarrollista de acumulación no hacen más que exponer
sus propios límites en el marco de las incertidumbres que provoca la crisis
mundial.
La reestatización de los
servicios de agua y saneamiento y de los de correo primero; la recuperación de
los fondos jubilatorios y de la mayoría del paquete accionario de YPF después;
el control de todo el negocio petrolero y la estatización de la Calcográfica
Ciccone ahora y las previsibles de las distribuidoras de energía (Edenor y
Edesur) e incluso de los Subterráneos de Buenos Aires, señalan una orientación
impuesta por las condiciones estructurales en que se desenvuelve el capitalismo
local.
La reapropiación por
parte del Estado de los principales resortes económicos que hacen al desarrollo
-ferrocarriles, energía, comercio exterior, finanzas-, el control de costos de
las formadoras de precios y la imposición del criterio de razonabilidad en las
tasas de ganancias junto a una reforma tributaria progresiva surgen como una
necesidad para poder reordenar la economía y obtener recursos genuinos para la
acumulación y la defensa del empleo. Pero nada de esto funcionará sino se
articula una instancia democrática de fuerte protagonismo de contralor social
-trabajadores, usuarios y otros sectores de la comunidad-.
Frente a las
insuficiencias de la inversión privada, las limitaciones del intervensionismo regulador y el
fracaso de la recreación de una burguesía nacional prebendaria no parece haber
mayores alternativas.
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Eduardo Lucita es
integrante de EDI-Economistas de Izquierda.
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