“A principios de septiembre Amazon, el gigante tecnológico
estadounidense que acaba de convertirse en la segunda compañía de la historia valorada en más de un billón de dólares, abrió su tercer “supermercado
inteligente”. Como bien sabemos, Amazon no entra
en un mercado en el que no pueda causar
una disrupción. Amazon Go es la primera
tienda sin cajeros ni dependientes. A través de cámaras infrarrojas, sensores
electrónicos y algoritmos de aprendizaje profundo, Amazon sabe qué artículos se
han llevado sus clientes al salir por la puerta y se los cobra de su cuenta
bancaria en el acto”. “La Cuarta Revolución Industrial nos coloca
frente a un mundo cuyo signo principal es el cambio constante, y las
economías que mejor se adapten a esta realidad rebasarán a las que no. Por eso,
Iberoamérica no tiene más opción que ser parte del cambio y asumir los retos
que conlleva: invertir más en innovación
e investigación, tener infraestructuras para el siglo XXI, hacer la transición
a la economía digital, abrir las instituciones a las transformaciones, y ser
creativos y emprendedores”.
“Quiero detenerme en tres aspectos
esenciales. El primero es
entender que la disrupción tendrá efectos
diversos en distintos grupos y generaciones. No será
igual para quienes hoy van a la escuela, han
crecido en el mundo digital y están habituados al cambio, que para aquellos
que actualmente se encuentran en riesgo de perder su empleo poco antes de su
edad de retiro. Habrá un período de transición en el que muchas personas se
verán desprotegidas. Debemos afianzar
nuestro compromiso con ellas y diseñar políticas públicas que respondan a la
disrupción. Por otra parte, tenemos que actualizar nuestras instituciones. Nuestros sistemas de representación colectiva
están anclados en el siglo XIX y mediados del XX, una época donde la gente
no solía cambiar de empresa, donde había grandes industrias, pocos trabajadores
autónomos y ni se sospechaba que algún día existirían los “nómadas digitales”. Necesitamos modelos de representación que
concilien trabajo y familia, que nos ayuden a combatir la informalidad laboral e incorporen a
jóvenes y mujeres, que son las principales víctimas del desempleo”.
/////
EL ESCASO FUTURO DEL TRABAJO.
*****
Josep Burgaya.
Economistas frente a la crisis.
Rebelión martes 23 de julio del 2019.
El universo productivo industrial
de la segunda mitad del siglo XX se está desmenuzando en el mundo digital. En Occidente venimos de sociedades hegemonizada por
la clase media con trabajo, expectativas razonables de aumento del bienestar,
de protección y seguridades estatales y de innovaciones tecnológicas, la
mayoría de las cuales eran financiadas con fondos públicos. Justamente las tecnologías de la
comunicación y la información que han generado esta profusión inaudita de
grandes negocios privados tiene su origen en investigación y recursos
estatales. Esta
economía digital, paradójicamente, se caracteriza por crear una desigualdad cada vez mayor entre una
pequeña élite y el resto de la población, sin que en ningún caso reposen en
forma de impuestos las aportaciones públicas recibidas. Alguien ha definido
esto como una "economía de
donut", es decir, sin nada en medio. Una actividad, la de internet,
que genera beneficios brutales, pero casi sin empleados. Cuando Facebook
compró WhatsApp en 2014, pagó el equivalente
a 345 millones de dólares por cada uno
de sus 55 trabajadores. La economía digital
concentra riqueza y disminuye oportunidades. Los niveles salariales
medios de los trabajadores en todo el mundo no han dejado de decrecer en las
últimas décadas. En Estados Unidos lo
han hecho un 30% en los últimos cuarenta años.
El entorno digital
genera muy poco trabajo y aún parte del que crea es escasamente competente y
extremadamente precario, especialmente en las fases de fabricación y en la de
distribución hacia el consumidor final. Choca
tanta tecnología innovadora y cómo esta requiere de trabajo tan poco
cualificado en algunos aspectos, no incorporado a sus plantillas además de muy
mal remunerado. Más allá de las múltiples formas de subcontratación y subrogación de funciones, la diferencia en puestos de trabajo entre la economía industrial y la
digital resulta abismal. Mientras
que Alphabet tenía a principios de 2018 una
capitalización bursátil de 710.000 millones de dólares -la segunda después
de Apple- sólo daba empleo directo a 70.000 personas; General Motors, con una capitalización doce veces
inferior emplea a 250.000 personas.
Lo refleja muy claramente el chiste americano:
«una fábrica moderna sólo emplea a un hombre y un
perro. Al hombre para que dé de comer al perro y al perro para que mantenga al
hombre lejos de la maquinaria».
El huracán digital ha pulverizado sectores enteros de la economía, dando como resultado un proceso de concentración de los beneficios y la
destrucción y precarización de multitud de puestos de trabajo. No se
produce tanto un problema relacionado
con la robotización, que afecta seriamente a algunas actividades de planta industrial, como el desplazamiento de
trabajo formal a condiciones informales e incluso no monetizadas, como es especialmente
evidente en las funciones que tienen que ver con la formación o con la
creación de contenidos culturales. El modelo de negocio distribuido de Google se ha
trasladado al turismo, con plataformas
que han prácticamente liquidado las
agencias de viajes, que facilitan la contratación directa de vuelos o plazas hoteleras. Airbnb está provocando serias dificultades en el
sector hotelero, como Uber en el
sector del taxi.
Se venden como innovadoras
actividades que, en realidad, se constituyen de manera informal, sin empleados y sin pagar impuestos. John Doerr y el controvertido Travis Kalanick crearon Uber en 2009
con la aparente modesta pretensión de facilitar tecnológicamente formas
innovadoras de transporte público.
«Un software que come taxis» en palabras de Marc Andreessen.
Sólo ocupa 1.000 trabajadores de
manera directa. Aunque no dispone de
ningún automóvil y sus activos son poco más que un software, tiene una
valoración de más de 62.500 millones de
dólares, que es mucho más que lo que valen conjuntamente las dos grandes
compañías de alquiler de automóviles, Avis y Hertz, que entre ambas tienen más de 60.000 empleados. Participada por Arabia Saudí y Goldman Sachs, Uber
ha generado muchas expectativas y disrupciones, pero sus resultados siguen en
la zona de pérdidas. La maniobra de
estas compañías de plataforma no es otra que reventar precios
temporalmente, lo cual es posible con su abundante financiación, para acaparar
el negocio y poder establecer precios elevados. Es la misma estrategia de Walmart en el comercio minorista analógico. Es un modelo tan antiguo que consiste
en practicar dumping. Su
triunfo no tiene que ver con la tecnología y sí más bien con su inmunidad para
no respetar reglas ni legislaciones. No
hay inocencia de ningún tipo en esta ilusión que se nos vende como «economía
colaborativa».
ABOUT JOSEP BURGAYA, Director académico del Instituto Catalán de la
Economía Verde (InCEV), Doctor en
Historia Contemporánea por la Universidad Autónoma de Barcelona.
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario