En el campo de la política,
que es otra forma de guerra, la información sigue siendo un arma, máxime cuando la propiedad de los
grandes medios está concentrada en manos de los consorcios económicos,
nacionales y extranjeros, como ocurre en Colombia. La
más elemental noción
de ética debería ser suficiente para
que por lo menos después de conocerse la
veracidad de los hechos, los autores y propagadores de estas mentiras se
sintieran obligados ante la opinión pública a reconocer sus yerros. Pero no,
viven seguros de que, en medio de la avalancha de información diaria, sus falacias, sus calumnias y su falta de ética
quedan impunes”.
“Que la información es un arma en la guerra
es algo que todo el mundo sabe, al
igual que en una guerra la primera
víctima es la verdad. Pero es igualmente
cierto que, en el campo de la política,
que es otra forma de guerra, la información sigue siendo un arma, máxime cuando la propiedad de los grandes medios
está concentrada en manos de los consorcios
económicos, nacionales y extranjeros, como ocurre en Colombia. Así las
cosas, no se puede desconocer la
intencionalidad de las campañas
mediáticas que, obedeciendo a cada momento del proceso de paz, al igual que en las campañas militares dirigidas dentro del marco de una estrategia, en
este caso una estrategia comunicacional, buscan derrotar, al contrario, ya no
en el campo de combate sino en la arena política, que finalmente viene siendo el más despiadado
de los campos de batalla”.
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EN COLOMBIA LA POLÍTICA ES LA GUERRA POR
OTROS MEDIOS.
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Alberto Pinzón Sánchez.
Rebelión martes 16 de julio del 2019.
Cuando el presidente J M Santos aquel fatídico 11 de noviembre del 2011,
asesorado por el advertido “advaisor“ Hector Riveros, tomó la decisión más difícil de su vida (según su propia confesión,
ver revista Semana N° 1.925, marzo. 2.019 y que reproduce parte de su reciente
libro) de ordenar la muerte del máximo
Comandante de las Farc-EP Alfonso Cano, también sabía por los informes de
la inteligencia militar conjunta colombo-estadounidense, que no solo se quitaba
de encima el mayor
obstáculo para llevar a feliz término la negociación (sic) dada
la solidez política, moral y mental del “antropólogo de la nacional” (sic) sino que
además conocía que por las estrictas reglas
guerrilleras “quien” lo iría a
remplazar. Pero por, sobre todo, tenía completa información sobre la educación,
la moral, el compromiso político ideológico y especialmente el estado de salud
del “reemplazante” de aquel a quien
iba a ordenar neutralizar. Y esa fue la apuesta sangrienta del frio “ludópata”, que hoy tiene a Colombia ad
portas de un nuevo ciclo de violencia política y social, y, en la pendiente
irreversible de la reactivación paulatina del llamado conflicto
colombiano.
¿Por qué?
Porque el Comandante Cano, desde el complejo proceso de paz con el
presidente Betancur (1982-1986), siempre, ojo, siempre sostuvo
firmemente la opinión del “secretariado”
de la organización de la cual formaba parte junto con Jacobo Arenas y Marulanda Vélez, de concluir mediante una
Constituyente, amplia, democrática y autónoma, cualquier proceso de paz con el
régimen dominante, instalado como revolución pasiva de larga
duración, a partir del pacto anticomunista del bipartidismo de 1.957
firmado en Sitges, por los dos capitostes del tradicional anticomunismo
colombiano: el religioso de Laureano
Gómez y el tecnocrático estadounidense de la guerra fría de Alberto Lleras que ya comenzaba a
instalarse en el país.
Esta firmeza por legitimar y legaliza adecuadamente mediante una
Constituyente un proceso constituyente de paz en Colombia, fue el
obstáculo insalvable que el “advaisor” Riveros, junto con Chucho Bejarano y
Humberto de la Calle (a quien Santos no menciona en sus confesiones)
encontraron en Caracas en el proceso de paz frustrado de 1.990 durante el
gobierno de Cesar Gaviria. Y esta fue la “razón
de Estado” para ordenar quitar de en medio “el obstáculo”. Su punto de mira
estratégico.
¿Por qué?
Porque dentro del Bloque de Poder dominante (cuya
supraestructura hegemónica es la Contrainsurgencia) es de amplio conocimiento
que un proceso popular
constituyente así concebido; implica una serie de
trasformaciones profundas en el Estado (tanto en la Hegemonía como en la
Coerción, al decir de Gramsci) es
decir, conlleva cambios en la correlación de fuerzas políticas y sociales que
se expresan o están representadas en la Constitución que rige en ese momento.
Esta fue la famosa “linea roja”
defendida inflexiblemente por el Todo institucional, con el argumento
peregrino y leve de que “en una
constituyente cualquier cosa pude pasar”, y ante la cual el endeble “reemplazante de Cano”,
inexplicablemente cedió tan fácil, pasando autoritariamente por sobre las
observaciones que un sector crítico de la organización guerrillera hiciera
oportunamente al respecto y, aceptando sumisamente substituir la Constituyente
final como mecanismo de refrendación del Acuerdo de Paz, por un referendo (al
mejor estilo del plebiscito de Laureano
y Lleras Camargo en diciembre de 1957), el cual se sabía de antemano iría a
ser derrotado como en efecto sucedió aquel recordado y “enverracado” 02 de octubre
2016.
Derrotado el plebiscito, perdón, “el referendo por la paz de Colombia”, como se llamó, y perdida
la legitimidad del Acuerdo de Paz de la Habana, comenzó una enredada y
agobiante carrera “legalista” para
darle cierta legalidad, que finalmente la Corte Constitucional mediante la
Sentencia C-630/17 agregó a la Constitución vigente en Colombia, el acto
legislativo 02 del 11 de mayo de 2017, con lo cual se pretendió dar estabilidad y seguridad JURIDICA al Acuerdo
de la paz de la Habana.
Obtenida así una cierta “legalidad pero sin la legitimidad de las urnas ”, se
inició la manipulación política de esta contradicción por los adversarios de la
fracción oligárquica rival de la dirigida por JM Santos, para “hacer
trizas ese maldito papel que llaman Acuerdo de Paz”, como lo sentenció el
orate contrainsurgente Londoño Hoyos; a la par que se le dio vía libre a la
ofensiva militar contrainsurgente que a la fecha lleva más de 500 líderes
sociales fusilados y más de 130 ex guerrilleros reinsertados “neutralizados”, con el fin de allanar
o limpiar el camino, mediante el Terror
del Estado, el triunfo electoral en las elecciones del próximo octubre.
Confirmándose una vez más que en Colombia las cosas son, no al revés, sino al
contrario: La política es la
guerra por otros medios, que invierte la famosa y tan citada sentencia
del general prusiano von Clausewitz de la guerra como política por otros
medios.
Nadie con sentido común o mejor en sano juicio, puede
estar en contra de un Acuerdo de paz como el alcanzado con tantas dificultades
en la Habana en 2016. Lo que la
ciencia política y ese mismo sentido común están indicando a las personas que hacen política racional en y para Colombia;
es que algunos textos adulterados de ese Acuerdo
de paz del 2016, que como un chicle masticado se le ha pegado a la mesa de
la Constitución colombiana por mandato de unos seres humanos (parlamentarios
unos, magistrados de la Corte Constitucional otros) puede y debe ser corregido
también por hombres de carne y hueso, antes de llegar al borde de la pendiente
que deslizará a Colombia irremediablemente hacia un nuevo ciclo de violencia y
conflicto interno de duración impredecible.
Así las cosas, la coyuntura actual necesariamente va a
continuar dándole la razón a los viejos luchadores de la resistencia popular,
imponiendo la necesidad de legitimar ese
Acuerdo de paz mediante una Constituyente
amplia, democrática y popular que lo incorpore legítimamente a
la Constitución vigente, para que las nuevas fuerzas que están pujando,
desde abajo y desde hace tanto tiempo, por ser representadas en esa Constitución tengan expresión legal.
Y esa Constituyente debe incluir a todas, ojo, a todas las fuerzas de la
movilización social y popular que, con reivindicaciones políticas existentes
actualmente en Colombia, y, eso se
llama Solución Política al conflicto interno de Colombia. Con el
convencimiento claro, de que no hay solución militar posible y menos contrainsurgente para
tal conflicto en Colombia.
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