“Como dice James Petras, Trump está completamente integrado en la estructura
más profunda del imperialismo estadunidense; durante su
mandato las instituciones permanentes del Estado se han mantenido sin
cambios. A pesar de sus ocasionales referencias a la no intervención en guerras
en el extranjero, Trump sigue los
pasos de sus predecesores. Sus diferencias con Barack Obama se limitan al estilo y la retórica. Con su demagogia
pseudoprogresista Obama expulsó a una cifra récord de trabajadores
mexicanos (2 millones en ocho años); Trump ha continuado la senda prometiendo
aumentar las deportaciones. Pero inmigrantes y refugiados son producto
del cambio climático, de la depredación ecológica, de la acumulación de capital
por despojo. Y de las guerras directas y encubiertas de Obama; de sus políticas de cambio de
régimen que provocaron desplazamientos forzosos, la muerte de millones de
civiles y miseria por doquier. Obama derramó la sangre
y a Trump le toca arreglar el caos. México no
escapa a esa lógica”.
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TRUMP Y EL ESTADO POLICIACO GLOBAL.
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Carlos Fazio.
La Jornada martes 2 de julio del 2019.
En muy corto plazo, la guerra de migrantes por
aranceles desatada el 30 de mayo por Donald Trump derivó en una grave crisis
humanitaria en México. Y de manera vertiginosa, también, la imagen progresista
y humanista del Gobierno de Andrés Manuel López Obrador se trasmutó en la de un
país que opera como un módulo más del Estado policiaco global, como
característica principal del capitalismo actual, asentado en sistemas cada vez
más ubicuos y omnipresentes de control social de masas y humanidad superflua
mediante la represión estatal y guerras difusas, como forma militarizada de
acumulación de capital por despojo.
Más allá de la narrativa populista,
el neoliberalismo con esteroides de Trump (William I. Robinson dixit)
es una respuesta clasista de la ultraderecha a la crisis de legitimidad del
sistema, que descansa sobre un mensaje nacionalista y proteccionista de corte
neonazi, dirigido, en particular, a generar emociones y movilizar al sector más
reaccionario de su electorado blanco, anglosajón y protestante (WASP, por
sus siglas en inglés), que en 2016 resultó deslumbrado por el narcisismo, el
rostro rosado, la gorra roja y el grito de campaña America first! del
actual inquilino de la Casa Blanca.
Entonces como ahora, la fanfarronería imperial y el
discurso supremacista blanco y xenófobo de Trump −que criminaliza al otro, ese
extranjero− están dirigidos a despertar el sentimiento antimexicano y
antinmigrante en ese sector de trabajadores estadunidenses perjudicados por el
TLCAN, para que canalicen su temor e inseguridad hacia una conciencia racista
de su condición; lo que alienta la reproducción de milicias privadas,
organizaciones fundamentalistas de todo tipo y grupos de vigilancia
antinmigrantes.
En la coyuntura, la retórica deconstruir el
muro y el fuerte incremento de las redadas y las detenciones de personas
sin papeles que huyen del horror, la persecución y la violencia criminal
(delincuencial y estatal) forman parte de una estrategia más amplia para
desarticular en EU a las llamadas minorías en resistencia. A lo que
se suma la necesidad de la economía estadunidense y la clase capitalista
trasnacional de remplazar el actual sistema de superexplotación de la mano de
obra indocumentada con un masivo programa de trabajadores con visas, que
sería más eficaz en conjugar la superexplotación y nuevas formas autoritarias
de disciplina laboral con la vigilancia en masa y el supercontrol social.
De allí la guerra (no) declarada de Trump contra los
inmigrantes, los refugiados y las pandillas (los bad hombres),
que se combina con la construcción de muros fronterizos, cárceles y centros de
detención de inmigrantes (lucrativos negocios todos) incluso fuera de EU, como
es el caso de México en la coyuntura. Un sistema concentracionario que se va
gestando a la par del surgimiento de una cultura neofascista mediante la
militarización de sociedades enteras, la xenofobia, la misoginia y la
imposición de una ideología que abarca una supremacía racial/cultural que
normaliza la guerra, la dominación y la violencia social.
Pero la cultura militarista y masculinista de Trump
viene de atrás. Las políticas de Hitler se inspiraron en el racismo
institucionalizado de EU y el pragmatismo del derecho consuetudinario; en Mein
Kampf, el futuro führer alabó las restricciones de EU
a la inmigración. Los nazis consideraban a EU modelo para la raza blanca, un
imperio racial nórdico que había conquistado una ingente cantidad de lebensraum (espacio
vital). Rasse y raum −raza y espacio vital−
eran para los nazis palabras claves tras el triunfo de EU en el mundo. Los
nazis veían a los judíos, los zíngaros, etcétera, como inferiores, igual que
los sureños blancos veían a los esclavos negros y sus descendientes como
una raza extranjera de invasores que amenazaba con tomar la
delantera.
Asimismo, y a la luz de la historia, el magnate
especulador inmobiliario de Nueva York no habría llegado a la Oficina Oval, si
antes el senador republicano Barry Goldwater no sentara las bases del
neoconservadurismo extremista de estirpe racista que abrazaría después Ronald Reagan.
El eslogan Make America great again fue creado y usado por
primera vez por Reagan en 1980. Por lo que Trump no es una falla crítica del
sistema, sino la culminación de ese proceso.
Como dice James Petras, Trump está completamente
integrado en la estructura más profunda del imperialismo estadunidense; durante
su mandato las instituciones permanentes del Estado se han mantenido
sin cambios. A pesar de sus ocasionales referencias a la no intervención en
guerras en el extranjero, Trump sigue los pasos de sus predecesores. Sus
diferencias con Barack Obama se limitan al estilo y la retórica. Con su
demagogia pseudoprogresista Obama expulsó a una cifra récord de trabajadores
mexicanos (2 millones en ocho años); Trump ha continuado la senda prometiendo
aumentar las deportaciones. Pero inmigrantes y refugiados son producto del
cambio climático, de la depredación ecológica, de la acumulación de capital por
despojo. Y de las guerras directas y encubiertas de Obama; de sus políticas de cambio de
régimen que provocaron desplazamientos forzosos, la muerte de millones de
civiles y miseria por doquier. Obama derramó la sangre y a Trump le
toca arreglar el caos. México no
escapa a esa lógica.
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