&&&&&
Los hechos, las palabras, la oportunidad.
Washington Uranga.- El papa Francisco sostuvo
hace apenas unos días que “las grandes economías mundiales sacrifican al hombre
a los pies del ídolo dinero”. Conceptos similares
respecto del sistema económico internacional había desplegado hace unos meses
en su encíclica Evangelii gaudium. En una entrevista que concedió recientemente
al diario español La Vanguardia, el papa
Bergoglio insistió en que “la crisis financiera mundial demostró la
fragilidad del sistema económico actual y de las instituciones a ellas
conectadas” y agregó que “por mantener un sistema económico que ya no se
aguanta, descartamos a toda una generación”. Las palabras no podrían ser más apropiadas frente a la coyuntura
que está atravesando la Argentina a raíz del embate de los especuladores
internacionales y la complicidad que éstos han recibido del sistema judicial de
los Estados Unidos. Los Curas en la
Opción por los Pobres acaban de pronunciarse en el mismo sentido y,
apoyándose también en las declaraciones del Papa, condenan el fallo de la Corte Suprema de los
Estados Unidos y las decisiones del juez Thomas Griesa.
Pero bien hacen los curas en reclamar una manifestación en la misma
línea –que sería de solidaridad
con el pueblo argentino, de condena del injusto sistema financiero
internacional y sus aparatos auxiliares– por parte de la jerarquía católica
argentina. Como en tantos temas en los que es necesario jugarse e interpretar
los acontecimientos de la historia y de
la vida cotidiana a la luz de la doctrina católica, los obispos católicos
argentinos hasta el momento han preferido callar. Es posible que en algún
momento se refieran al tema como parte de una declaración que incluya también
otros asuntos. Hay circunstancias en las que llegar tarde equivale a no llegar.
En este caso, ni siquiera les alcanza
con el paraguas doctrinal e institucional que les ofrece el papa argentino.
Se trata, en realidad, de un estilo institucional que se reviste de un
sinnúmero de explicaciones formales –la dificultad de construir consensos, la
diversidad de miradas existentes– que sólo sirven hacia adentro y para
justificar ante los propios la inacción, pero que dejan en evidencia que en el seno de la jerarquía católica –donde no
todos piensan igual– se siguen imponiendo aquellos que impiden toda declaración
que pueda leerse como apoyo al Gobierno. Así sea en este ocasión, donde más que
amparar al oficialismo lo que se haría es respaldar, como lo han entendido también fuerzas políticas
de la oposición, una causa nacional.
Pero no es el único caso en el que los obispos católicos guardan
silencio. El papa Francisco dialogó con las Abuelas de Plaza de Mayo y
les prometió que haría lo que esté en sus manos para que la Iglesia Católica
aporte la información que pudiera poseer para esclarecer el paradero de niños
nacidos en cautiverio durante la dictadura
militar. El Episcopado prometió el año anterior crear una comisión para
investigar sobre el particular. Hasta el momento no se conoce ni la composición
de esa comisión ni, mucho menos, los resultados de su actuación. El arzobispo José María Arancedo, después
de una entrevista con las Abuelas, les remitió una carta formal en la que
nada se aporta realmente al tema ni se asume ningún compromiso efectivo en la
línea planteada. Mientras tanto, el arzobispo
de Bahía Blanca, Guillermo José
Garlatti, fue procesado por el encubrimiento agravado del ex capellán Aldo
Vara durante los ocho meses que estuvo prófugo de la Justicia. Garlatti dijo
ante el juez que “no pensó” o “no se le
ocurrió” que los datos que ocultaba fueran valiosos para la Justicia. Es la
misma presunta ingenuidad o candidez que muchos obispos pretenden esgrimir cuando afirman su lejanía de la
política, mientras hacen afirmaciones abstractas sobre principios generales
que luego no pueden sostener con su propia conducta. Para quienes tienen
responsabilidades institucionales, como es el caso de la jerarquía católica,
los silencios no pueden leerse como simples omisiones. En algunas ocasiones se transforman en
complicidades.
/////

ARGENTINA: SOBRE
EL CAPITAL BUITRE.
***
EL CAPITAL
FINANCIERO BUSCA DISCIPLINAR A LOS GOBIERNOS CON LA DECISIÓN DE LA JUSTICIA
ESTADOUNIDENSE.
*****
El impacto internacional del fallo.
Guillermo Wierzba * y María Sol Rivas **
(In)Justicia global.
Página /12 viernes 20 de junio del 2014.
La contrarrevolución
neoconservadora del último cuarto de siglo pasado no se constituyó sólo en la
modificación de la lógica de la economía y las finanzas globales. Fue
completada y promovida por las reformas políticas, institucionales y legales en
los países periféricos y también en los centrales. El fallo de la Justicia
estadounidense respecto de los fondos buitre está anclado en el dispositivo
jurídico generado en esa época y entroncado con la financiarización de la
economía global.
Entre los cambios a la
normativa jurídica que se impusieron en los años ’70, se destaca el abandono de
la doctrina absoluta del derecho que dotaba a los Estados de total inmunidad y
su reemplazo por una restrictiva, basada en la teoría de la doble personalidad
del Estado. Esta distingue dos esferas, una definida por actos soberanos
sujetos a inmunidad y otra que iguala a las naciones con los sujetos privados,
quedando desprovistas de esa protección, en la que se encuentran comprendidos
los actos mercantiles. Este paradigma provocó un avance progresivo de normas
que recortaron crecientemente la esfera en que se respetaba la inmunidad
soberana. En 1972 la Comunidad Europea, en 1976 los Estados Unidos y en 1978
Gran Bretaña adoptan legislaciones que funcionalizan los marcos jurídicos a la
globalización financiera.
Al mismo tiempo, en los temas de deudas soberanas,
bajo la excusa de la seguridad jurídica, se promovió que en los contratos de
emisión de deuda se incluya la renuncia a la inmunidad soberana, adoptando las
jurisdicciones de países centrales. La facultad de esa opción se convirtió en
la práctica en condicionalidad para el acceso al endeudamiento. Pero estas
exigencias de los países centrales se pudieron concretar por la existencia de
agentes internos que construyeron también en la periferia la institucionalidad
de la inserción pasiva en el neoliberalismo. En el Cono Sur de América latina,
la reconversión adquirió una velocidad y profundidad intensas de la mano de
dictaduras terroristas y represivas.
En
la Argentina, como señala Raúl Dellatorre en Página/12 del 16.06.14, fue durante el
terrorismo de Estado, durante la gestión del ministro Martínez de Hoz, cuando
se realizó la reforma legal que admitió la renuncia a la inmunidad soberana. El
primer antecedente lo constituyó la sanción, en 1976, de la Ley 21.305, que
luego fue ratificada en los 54 tratados bilaterales de inversión firmados entre
1992 y 2002 y en las sucesivas emisiones de bonos. Estas reformas en el centro
y la periferia permitieron que en el caso de los fondos buitre fuera
prácticamente anulado el legítimo derecho de inmunidad soberana en los pleitos
que se sucedieron en materia de deuda pública. En los ’90, la Justicia
estadounidense rechaza, también, aplicar a esos fondos la disposición legal que
prohíbe comprar, en el Estado de Nueva York, documentos de crédito vencidos con
el propósito de llevarlos a juicio. El fundamento utilizado fue que ése no era
su objetivo primordial sino secundario al cobro. Arbitrario criterio para
operaciones sobre títulos cuyo precio era típicamente de default.
Aunque el principio del
Derecho establece que una parte no puede desistir de un derecho si se afectan
cuestiones de índole pública o moral, la “Justicia” neoliberal tampoco ha hecho
lugar a determinar, con este fundamento, la nulidad de las cláusulas de
desistimiento sobre la inmunidad soberana en los contratos de deuda asumidos
por naciones.
Así, la globalización
financiera no sólo ha operado en función de limitar la soberanía nacional
respecto de la autonomía en las políticas comerciales y monetarias, sino que
también ha avanzado en la generación de ámbitos de “Justicia” global de facto
situados en los países centrales (como Estados Unidos y Gran Bretaña), lugares
en los que la historia reciente muestra fallos que favorecen abrumadoramente a
los financistas, especuladores y lobistas; que son los agentes activos junto a
otros –como las calificadoras de riesgo– del predominio del capitalismo
financiero. En realidad, la renuncia a la jurisdicción ha significado, más que
un cambio de tribunal, un acto de avenimiento al predominio del interés
financiero sobre el bien público. El imperio de esta lógica deviene en que
siempre deben ganar los financistas especuladores y perder quienes litiguen
contra ellos, sin mediaciones, consideraciones de Estado ni razonamientos de
equilibrio.
*
Director del Cefid-AR.
**
Investigadora del
Cefid-AR.
Otra dimensión de la carroña.
*****
Andrés Musacchio *
El rechazo de la Corte
Suprema estadounidense a tomar el proceso de los fondos buitre contra Argentina
levantó una gran polvareda, que vuelve a poner sobre el tapete la negra etapa
neoliberal de la historia argentina. Entre las fuentes de la turbulencia se
destaca la cláusula Rights Upon Future Offers (RUFO), que obliga a extender las
ventajas que se concedan a los bonistas que no ingresaron al canje a todos los
que sí lo hicieron. La cláusula vence a fin de año. Después de trece años de
espera y a sólo cinco meses de un cambio sustancial de la mesa para negociar,
una mesa que daría más flexibilidad a la Argentina, es necesario preguntarse
por qué la avidez por acelerar ahora algo que en poco tiempo se simplifica.
Queda claro que la cuestión es absolutamente política. No se trata de guita; no
es (solo) la inmoralidad del dinero en acción, sino un ataque a un tipo de
políticas que más allá de algunos arduos problemas, mostró la viabilidad de una
alternativa distinta del capitalismo financiero.
Se ha insistido hasta el
hartazgo en que si el canje de la deuda argentina cae, cualquier
reestructuración futura será muy dificultosa. Sin embargo, el problema es más
grande. El mundo viene preparándose para reestructurar las deudas de muchos
países ahogados por el peso de sus pasivos en el marco de una crisis
internacional que, a esta altura, ha superado a sus antecesoras con holgura.
Pero el problema no está en la deuda y sus reestructuraciones, sino en la
crisis misma, fiel reflejo de un tipo de capitalismo que funciona mal y no
tiene chances de recuperarse sin un giro radical.
Las lecciones de la crisis del ’30.
Uno de los problemas que
desvelaron a muchos economistas entre las dos grandes guerras mundiales fue
cómo reconstruir una economía productiva y con empleo creciente, evitando
burbujas especulativas que truncaran los esfuerzos de la sociedad. Central en
Keynes, esta cuestión sobrevoló las discusiones de Bretton Woods en 1944. El nuevo orden internacional que comenzó a
plasmarse allí incluyó la venia explícita a la regulación de los flujos
internacionales de capital, buscando detener la movilidad del capital
financiero. Las restricciones se generalizaron en el mundo occidental,
especialmente en los países desarrollados considerados campeones del
liberalismo. En síntesis, los controles frenaban la competencia internacional
por captar dinero e inversiones entre los emplazamientos posibles. De esa
manera podían elevarse salarios y estándares laborales al interior de las
naciones, mientras la autonomía relativa de los mercados monetarios aseguraba
una política expansiva.
Una nueva crisis desde
finales de los ’60 y el paulatino opacamiento del “socialismo real” dieron paso
en los ’70 a un golpe de timón. Rotos los acuerdos de Bretton Woods por parte
de los Estados Unidos en 1971, se abrió paso una liberalización financiera que
se inició en 1974 en Estados Unidos y Suiza y se expandió a prácticamente todo
el mundo en los veinte años siguientes. La liberalización subordinó la dinámica
económica a las lógicas del capital financiero y disparó una espuria
competencia por atraer o retener capitales. Costos laborales o fiscales altos para
las empresas significaban que el capital podía migrar, extorsionando a Estado y
trabajadores a amoldar sus pretensiones a los que ofrecían emplazamientos
competidores.
También abrió la puerta a
burbujas especulativas cada vez más audaces, que despegaban las ganancias
financieras de la riqueza creada e impulsaba crisis periódicas. La llave de la
especulación era el endeudamiento público y privado y las crisis transcurrían
invariablemente por el mismo sendero: rescate del sector privado con ayuda
internacional para el Estado, que asumía las deudas privadas; negociaciones con
el Estado que profundizaban las políticas neoliberales y abrían nuevas
oportunidades de negocios para los recién rescatados; finalmente, se sucedía
una nueva burbuja de endeudamiento especulativo con su correspondiente crisis.
Los organismos
internacionales, especialmente el FMI, pasaron entonces de ser un garante de la
estabilidad de corto plazo de las finanzas internacionales –tal su mandato en
Bretton Woods– a un gerente del manejo de las burbujas financieras y las
crisis. La misión era recauchutar a los países malheridos y volver a ponerlos
en la ruta, pero ahora con un mercado laboral más flexible, un Estado más
austero y un sistema legal más poroso, con mayor “competitividad”.
La piedra en el zapato.
La crisis de los países
latinoamericanos a finales de los ’90 puede considerarse como terminal.
Finalmente, las sociedades locales manifestaron su hartazgo y forzaron a un
giro en las políticas. Curiosamente quedó expuesto que un proceso expansivo
necesitaba menos atraer capitales y mucho más retener los propios. Lejos de la
prometida explosión de recursos, el neoliberalismo había provocado una sangría
atroz y la tarea prioritaria era frenarla de raíz. Sin programas de desarrollo
estructurales definidos, se fueron imponiendo procesos de crecimiento endógenos
que trataban de recrear algunas de las condiciones de la posguerra. No todas,
por supuesto, porque el mundo ha cambiado sustancialmente y de aquella receta
varios ingredientes ya no sirven.
Uno de los pilares de las
nuevas políticas fue el cuestionamiento a las lógicas de la deuda externa. La
reestructuración de las deudas, el pago completo de los pasivos con el FMI y
nuevas condiciones para los acreedores mejoraron el perfil de las cuentas
corrientes y oxigenaron las economías nacionales. El relativo aislamiento de
los mercados financieros internacionales, lejos de la catástrofe, contribuyó a
una evidente mejoría. Y probablemente ahí este la clave de lo ocurrido estos
días. Se busca mostrar que tal camino es inviable y conduce al abismo. Si la
región tiene éxito se abre una impredecible caja de Pandora.
La reacción de los buitres
y sus socios es posible por la falta de un marco legal internacional del
mercado financiero. Operativamente, la ausencia de un proceso reglamentado de
insolvencia le da poder de veto a una minoría no cooperativa. Pero que se
sostiene en la falta total de normas relativas a las condiciones generales de
los flujos financieros especulativos, que desestabilizan potencialmente
cualquier salida de la crisis internacional. Exactamente lo que desvelaba a los
economistas de la posguerra.
El caso argentino pone
sobre el tapete esa discusión y las reacciones son esperables. No importan los
1300 millones ni los cinco meses, sino cerrar las puertas al cambio. Pero
también está claro que las condiciones políticas y económicas se han
deteriorado tanto incluso en las regiones centrales, que el statu quo resulta
insostenible. Por eso, Argentina cosechó algunos tímidos apoyos, otrora
impensables, como el de Anne Osborn Krueger o el FMI, e incluso de bancos
transnacionales que notan que la falta de reglas puede tornar aún más
inmanejables las finanzas globales. Por supuesto, las soluciones de cada actor
son diferentes. Pero el caso argentino dispara una pulseada política en la que
se debate la gobernanza internacional. En esa dimensión, eminentemente
política, deben moverse nuestras autoridades para trazar su estrategia.
*****
* Idehesi/UBA-Conicet.
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario