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Democracia y
capitalismo son radicalmente incompatibles.- El sistema político-económico
actual es una forma de plutocracia que diverge fuertemente de la democracia, si por ese
concepto nos referimos a los arreglos políticos en los que la norma está
influenciada de manera significativa por la voluntad pública. Ha habido serios
debates a través de los años sobre si el capitalismo es compatible con la
democracia. Si seguimos que la democracia
capitalista realmente existe (DCRE,
para abreviar), la pregunta es respondida acertadamente: Son radicalmente incompatibles. A mí me
parece poco probable que la civilización
pueda sobrevivir a la DCRE y la democracia altamente atenuada que conlleva.
Pero, ¿podría una democracia que funcione marcar la diferencia? Sigamos el
problema inmediato más crítico que enfrenta la civilización: una catástrofe ambiental. Las políticas y actitudes
públicas divergen marcadamente, como sucede a menudo bajo la DCRE. La
naturaleza de la brecha se examina en varios artículos de la edición actual del Deadalus, periódico
de la Academia Americana de Artes y Ciencias.
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NOAM CHOMSKY: ¿PUEDE LA CIVILIZACIÓN SOBREVIVIR AL
CAPITALISMO?
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Noam Chomsky.
Net/globalización, mayo del 2014.
Hay "capitalismo"
y luego el "verdadero capitalismo
existente". El término "capitalismo" se usa comúnmente para
referirse al sistema económico de Estados Unidos con intervención sustancial
del Estado, que va de subsidios para innovación creativa a la póliza de seguro
gubernamental para bancos "demasiado-grande-para-fracasar".
El sistema está altamente monopolizado, limitando la dependencia en el mercado cada vez más: En los últimos 20 años el reparto de utilidades de las 200 empresas más grandes se ha elevado enormemente, reporta el académico Robert W. McChesney en su nuevo libro Digital disconnect. "Capitalismo" es un término usado ahora comúnmente para describir sistemas en los que no hay capitalistas; por ejemplo, el conglomerado-cooperativa Mondragón en la región vasca de España o las empresas cooperativas que se expanden en el norte de Ohio, a menudo con apoyo conservador –ambas son discutidas en un importante trabajo del académico Gar Alperovitz.
El sistema está altamente monopolizado, limitando la dependencia en el mercado cada vez más: En los últimos 20 años el reparto de utilidades de las 200 empresas más grandes se ha elevado enormemente, reporta el académico Robert W. McChesney en su nuevo libro Digital disconnect. "Capitalismo" es un término usado ahora comúnmente para describir sistemas en los que no hay capitalistas; por ejemplo, el conglomerado-cooperativa Mondragón en la región vasca de España o las empresas cooperativas que se expanden en el norte de Ohio, a menudo con apoyo conservador –ambas son discutidas en un importante trabajo del académico Gar Alperovitz.
Algunos hasta pueden usar el término "capitalismo" para referirse
a la democracia industrial apoyada por John
Dewey, filósofo social líder de Estados Unidos, a finales del siglo XIX y
principios del XX. Dewey instó a los trabajadores "a ser los dueños de su destino industrial" y a todas las
instituciones a someterse a control público, incluyendo los medios de
producción, intercambio, publicidad, transporte y comunicación. A falta de
esto, alegaba Dewey, la política
seguirá siendo "la sombra que los
grandes negocios proyectan sobre la sociedad". La democracia truncada
que Dewey condenaba ha quedado hecha andrajos en los últimos años. Ahora el
control del gobierno se ha concentrado estrechamente en el máximo del índice de
ingresos, mientras la gran mayoría "de los de abajo" han sido
virtualmente privados de sus derechos.
El sistema político-económico actual es una
forma de plutocracia que diverge
fuertemente de la democracia, si por ese concepto nos referimos a los arreglos
políticos en los que la norma está influenciada de manera significativa por la
voluntad pública. Ha habido serios debates a través de los años sobre si el
capitalismo es compatible con la democracia. Si seguimos que la democracia capitalista realmente existe
(DCRE, para abreviar), la pregunta es respondida acertadamente: Son radicalmente incompatibles. A mí me
parece poco probable que la civilización
pueda sobrevivir a la DCRE y la democracia altamente atenuada que conlleva.
Pero, ¿podría una democracia que funcione marcar la diferencia? Sigamos el
problema inmediato más crítico que enfrenta la civilización: una catástrofe ambiental. Las políticas y actitudes
públicas divergen marcadamente, como sucede a menudo bajo la DCRE. La
naturaleza de la brecha se examina en varios artículos de la edición actual del
Deadalus, periódico de la Academia Americana de Artes y Ciencias.
El investigador
Kelly Sims Gallagher descubre que "109 países han promulgado alguna
forma de política relacionada con la energía renovable, y 118 países han
establecido objetivos para la energía renovable. En contraste, Estados Unidos
no ha adoptado ninguna política consistente y estable a escala nacional para
apoyar el uso de la energía renovable". No es la opinión pública lo que
motiva a la política estadunidense a mantenerse fuera del espectro
internacional. Todo lo contrario. La opinión está mucho más cerca de la norma
global que lo que reflejan las políticas del gobierno de Estados Unidos, y
apoya mucho más las acciones necesarias para confrontar el probable desastre
ambiental pronosticado por un abrumador consenso científico –y uno que no está
muy lejano; afectando las vidas de nuestros
nietos, muy probablemente. Como reportan Jon A. Krosnik y Bo MacInnis en
Daedalus: "Inmensas mayorías han favorecido los pasos del gobierno federal
para reducir la cantidad de emisiones de gas de efecto invernadero generadas
por las compañías productoras de electricidad.
En 2006, 86 por ciento de los encuestados favorecieron solicitar a estas compañías
o apoyarlas con exención de impuestos para reducir la cantidad de ese gas que
emiten... También en ese año, 87 por
ciento favoreció la exención de impuestos a las compañías que producen más
electricidad a partir de agua, viento o energía solar. Estas mayorías se
mantuvieron entre 2006 y 2010, y de alguna manera después se redujeron".
El hecho de que el público esté influenciado por la ciencia es profundamente
preocupante para aquellos que dominan la economía y la política de Estado. Una
ilustración actual de su preocupación es la "enseñanza sobre la ley de mejora ambiental", propuesta a
los legisladores de Estado por el Consejo de Intercambio Legislativo
Estadunidense (CILE), grupo de cabildeo de fondos corporativos que designa la
legislación para cubrir las necesidades del sector corporativo y de riqueza
extrema. La Ley CILE manda "enseñanza equilibrada" de la ciencia del
clima en salones de clase K-12. La "enseñanza
equilibrada" es una frase en código que se refiere a enseñar la
negación del cambio climático, a "equilibrar" la corriente de la
ciencia del clima. Es análoga a la "enseñanza
equilibrada" apoyada por creacionistas para hacer posible la enseñanza
de "ciencia de creación" en escuelas públicas. La legislación basada
en modelos CILE ya ha sido introducida en varios estados.
Desde luego, todo esto se ha revestido en
retórica sobre la enseñanza del
pensamiento crítico –una gran idea, sin duda, pero es más fácil pensar en
buenos ejemplos que en un tema que amenaza nuestra supervivencia y ha sido
seleccionado por su importancia en términos de ganancias corporativas. Los
reportes de los medios comúnmente presentan controversia entre dos lados sobre
el cambio climático. Un lado consiste en la abrumadora mayoría de científicos,
las academias científicas nacionales a escala mundial, las revistas científicas
profesionales y el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (PICC). Están de acuerdo en que el calentamiento
global está sucediendo, que hay un sustancial componente humano, que la
situación es seria y tal vez fatal, y que muy pronto, tal vez en décadas, el
mundo pueda alcanzar un punto de inflexión donde el proceso escale rápidamente
y sea irreversible, con severos efectos sociales y económicos. Es raro encontrar tal consenso en cuestiones
científicas complejas.
El otro lado consiste en los escépticos,
incluyendo unos cuantos científicos
respetados –que advierten que es mucho lo que aún se ignora–, lo cual
significa que las cosas podrían no estar tan mal como se pensó, o podrían estar
peor. Fuera del debate artificial hay un grupo mucho mayor de escépticos:
científicos del clima altamente reconocidos que ven los reportes regulares del PICC como demasiado conservadores. Y,
desafortunadamente, estos científicos
han demostrado estar en lo correcto repetidamente. Aparentemente, la campaña de
propaganda ha tenido algún efecto en la opinión pública de Estados Unidos, la
cual es más escéptica que la norma global. Pero el efecto no es suficientemente
significativo como para satisfacer a los señores.
Presumiblemente esa es la razón por la que
los sectores del mundo corporativo han lanzado su ataque sobre el sistema educativo, en un esfuerzo por
contrarrestar la peligrosa tendencia pública a prestar atención a las
conclusiones de la investigación científica. En la Reunión Invernal del Comité
Nacional Republicano (RICNR), hace unas semanas, el gobernador por Luisiana,
Bobby Jindal, advirtió a la dirigencia que "tenemos que dejar de ser el
partido estúpido. Tenemos que dejar de insultar la inteligencia de los
votantes". Dentro del sistema DCRE
es de extrema importancia que nos convirtamos en la nación estúpida, no
engañados por la ciencia y la racionalidad, en los intereses de las ganancias a
corto plazo de los señores de la economía y del sistema político, y al diablo
con las consecuencias. Estos compromisos están profundamente arraigados en las
doctrinas de mercado fundamentalistas que se predican dentro del DCRE, aunque
se siguen de manera altamente selectiva, para sustentar un Estado poderoso que
sirve a la riqueza y al poder.
Las doctrinas oficiales sufren de un número de conocidas "ineficiencias de mercado",
entre ellas el no tomar en cuenta los efectos en otros en transacciones de
mercado. Las consecuencias de estas "exterioridades" pueden ser
sustanciales. La actual crisis
financiera es una ilustración. En parte es rastreable a los grandes bancos
y firmas de inversión al ignorar el "riesgo sistémico" –la
posibilidad de que todo el sistema pueda colapsar– cuando llevaron a cabo
transacciones riesgosas. La catástrofe ambiental es mucho más seria: La
externalidad que se está ignorando es el futuro de las especies. Y no hay hacia
dónde correr, gorra en mano, para un rescate. En el futuro los historiadores (si queda alguno) mirarán hacia
atrás este curioso espectáculo que tomó forma a principios del siglo XXI. Por primera vez en la historia de la
humanidad los humanos están enfrentando el importante prospecto de una severa
calamidad como resultado de sus acciones –acciones que están golpeando
nuestro prospecto de una supervivencia decente. Esos historiadores observarán que el país más rico y poderoso de la
historia, que disfruta de ventajas incomparables, está guiando el esfuerzo para
intensificar la probabilidad del
desastre.
Llevar el esfuerzo para preservar las
condiciones en las que nuestros descendientes inmediatos puedan tener una vida
decente son las llamadas sociedades "primitivas": Primeras naciones, tribus, indígenas, aborígenes. Los
países con poblaciones indígenas grandes y de influencia están bien encaminados
para preservar el planeta. Los países que han llevado a la población indígena a
la extinción o extrema marginación se precipitan hacia la destrucción. Por eso Ecuador, con su gran población
indígena, está buscando ayuda de los países ricos para que le permitan
conservar sus cuantiosas reservas de petróleo bajo tierra, que es donde deben
estar. Mientras tanto, Estados Unidos y
Canadá están buscando quemar combustibles fósiles, incluyendo las peligrosas
arenas bituminosas canadienses, y hacerlo lo más rápido y completo posible,
mientras alaban las maravillas de un siglo de (totalmente sin sentido)
independencia energética sin mirar de reojo lo que sería el mundo después de
este compromiso de autodestrucción. Esta observación generaliza: Alrededor del
mundo las sociedades indígenas están
luchando para proteger lo que ellos a veces llaman "los derechos de la naturaleza", mientras los civilizados
y sofisticados se burlan de esta tontería. Esto es exactamente lo opuesto a lo
que la racionalidad presagiaría –a menos que sea la forma sesgada de la razón
que pasa a través del filtro de DCRE.
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(El Nuevo libro de Noam Chomsky es Power Systems: Conversations on Global Democratic
Uprisings and the New Challenges to U.S. Empire. Conversations with David
Barsamian).
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