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“Insurrección de los pueblos contra la
decadencia imperial. Nuestro
desafío no es simplemente derrotar electoralmente a personajes como Trump. El desafío
es más profundo; construir una semiosis
revolucionaria emancipadora que rompa
con el círculo de miedo, codicia y
mentira. Entender que cada signo es
campo de batalla. Derrotar cada
palabra, cada imagen, cada relato del
imperio y gestionar las semiosis para la
emancipación. Trump utilizó los signos como armas de dominación. Nuestra tarea es revolucionar el sentido
como herramienta de liberación. No más miedo,
sino solidaridad. No más saqueo, sino justicia. No más engaño, sino
verdad organizada. Trump es síntoma de un imperio en ruinas. Nuestra tarea es que esas ruinas no nos sepulten, no las necesitamos lo que nos urge es un nuevo humanismo de género nuevo, de paz
pero no sin armas, (armas de la independencia: San Martinianas,
de Morazán, de Artigas, de Hidalgo, de
Morelos de Bolívar) contra los
saqueos y contra los engaños. No más
Trump. No más imperio de armas burguesas. No más imperio de saqueos. No más
imperio de engaños.
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TRUMP COMO SÍNTOMA DE LA DECADENCIA IMPERIAL.
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Por Fernando Buen Abad Domínguez | 09/09/2025 | Opinión
Fuente.
Revista Rebelión martes 9 de septiembre del 2025.
Fuentes: Rebelión
No
más imperio de armas, imperio de saqueos, imperio de engaños
Donald Trump
no es un accidente “rentable” aislado en la historia de USA. Es la cristalización grotesca de un sistema que
lleva siglos nutriéndose de la violencia
organizada, del saqueo sistemático,
de la explotación de los pueblos y de la mentira institucionalizada. Su figura concentra, como una botarga obscena, todo lo que el capitalismo-imperialismo estadounidense
produce en su fase más degenerada; la
adoración a las armas, la codicia sin límites, la manipulación mediática, el
racismo estructural y la glorificación de la ignorancia cínica como
estrategia política. Trump es el síntoma
y la enfermedad a la vez; síntoma
de un imperio en decadencia y enfermedad
que acelera la descomposición del
planeta bajo el yugo de las armas, el saqueo y el engaño. La muerte misma.
Su imperio de las armas. En la trayectoria de Trump, el negocio de las armas no aparece sólo como política de Estado, sino como espectáculo mediático. Desde su presidencia se multiplicaron los presupuestos militares, se fortaleció el complejo industrial-armamentista y se celebraron abiertamente las alianzas con fabricantes de muerte. Trump convirtió los desfiles militares, los despliegues de tropas y la venta de armas en símbolos de “grandeza nacional”. En su retórica, las armas no son instrumentos de muerte sino emblemas de patriotismo, poder y masculinidad. Nuestro análisis semiótico nos obliga a mirar más allá de las cifras del gasto militar. Cada discurso suyo sobre la “defensa de la nación” era, en realidad, un signo destinado a infundir miedo, a fabricar enemigos externos e internos. Trump necesitaba enemigos para justificar el negocio de las armas; inmigrantes, musulmanes, gobiernos soberanos que no se sometían al dictado estadounidense. Bajo su mandato se intensificó la lógica del miedo como recurso electoral, se armó ideológicamente a sectores reaccionarios de la sociedad y se dio oxígeno al supremacismo armado. Trump es la encarnación del imperio de las armas porque no sólo las promueve en términos económicos, sino porque convierte el signo de la violencia en mercancía política. En él se funden el empresario del espectáculo con el comandante en jefe, en una obscena naturalización de la guerra como entretenimiento.
Su imperio de
saqueos. Trump es empresario del saqueo. Su fortuna se levantó sobre fraudes inmobiliarios,
evasiones fiscales, estafas disfrazadas de universidades, casinos quebrados y
negociados turbios. Pero más allá de su biografía personal, en su presidencia
impulsó con crudeza la lógica saqueadora del capitalismo estadounidense. Redujo impuestos a los millonarios, entregó recursos naturales a corporaciones
extractivistas, privatizó bienes públicos y subordinó todo al lucro de las élites. El saqueo con Trump no se limitó al interior de EE.UU. También intensificó el expolio externo; sanciones
económicas contra países soberanos,
robos de recursos energéticos en Oriente
Medio, agresiones financieras contra América
Latina. Bajo su mandato se
multiplicaron los bloqueos, las confiscaciones de activos y la presión sobre gobiernos que no se arrodillaban. Fue un saqueo global disfrazado de “defensa de la libertad”.
En términos
semióticos, Trump elevó a rango de virtud la figura del saqueador. Su narrativa presentaba la codicia como prueba de inteligencia, el enriquecimiento
personal como objetivo de vida, la depredación de recursos como “crecimiento económico”. Convirtió la lógica mafiosa en programa político. Cada vez que aparecía en televisión jactándose de su éxito empresarial, fabricaba un signo que naturalizaba el saqueo
como modelo de conducta. Trump es el
rostro obsceno del imperio saqueador
porque no tiene siquiera la máscara de civilización con que otros presidentes disfrazaron sus crímenes. Él se vanagloria del robo, lo exhibe, lo celebra. Es la honestidad brutal de un imperio que ya no necesita fingir moralidad.
Su imperio de
engaños. Pero si Trump es síntoma
de la decadencia imperial, lo es sobre todo en el terreno del engaño.
Su carrera política se levantó sobre
una catarata de mentiras; el “birtherismo” contra Obama, la negación del cambio climático, las promesas de un muro que nunca se construyó como lo
anunciaba, las cifras infladas de logros
económicos, las teorías conspirativas sobre las elecciones. Mintió
con descaro porque descubrió que la mentira,
en la era digital, no necesita ser verosímil; basta con ser ruidosa, basta con viralizarse.
Trump
convirtió la mentira en arma de masas. Sus tuits eran misiles semióticos cargados de odio, racismo y falsedad. Sus discursos
eran espectáculos diseñados para movilizar emociones antes que para
comunicar verdades. Fue el gran
estafador semiótico que entendió
cómo manipular la indignación, cómo
explotar el resentimiento, cómo fabricar
enemigos y cómo victimizarse al mismo tiempo. Bajo su mandato, la mentira dejó de ser un defecto político para
convertirse en estrategia central. No
importaba cuántas veces fuese desmentido;
sus seguidores no buscaban verdad, buscaban pertenencia a una narrativa emocional. Trump creó un ecosistema de engaño donde los hechos eran irrelevantes y lo
único importante era la lealtad al
líder. Así, se consolidó como figura arquetípica del imperio de los
engaños; un vendedor de humo que sabe que la mercancía simbólica más rentable es la ilusión de grandeza. El “Make America Great Again” no es un
programa político; es un signo vacío
diseñado para manipular deseos colectivos.
Síntomas de
la decadencia imperial. Trump no inventó el militarismo, ni el saqueo, ni la
mentira política. Pero los llevó
a una forma de obscenidad inédita.
Representa la etapa en la que el imperio
ya no necesita ocultar sus crímenes;
los exhibe con orgullo. Su figura es
la confesión más clara de que el capitalismo
estadounidense se sostiene
únicamente en la violencia, el
robo y la manipulación. Cada gesto de Trump
nos muestra que el imperio ya no puede sostenerse con promesas de bienestar colectivo.
Sólo le queda la imposición del miedo,
el despojo sistemático y el engaño
masivo. Trump es el síntoma de un orden
que se descompone y que, en su decadencia, se vuelve más peligroso. En
términos semióticos, su figura es un signo saturado de contradicciones; un millonario
que se presenta como defensor de los pobres; un evasor fiscal que dice proteger
a los trabajadores; un mentiroso compulsivo que acusa a todos de falsedad; un imperialista que se disfraza de
nacionalista. Ese juego de espejos
es la expresión más acabada de un
imperio que vive de su propia impostura.
No más
imperio decadente. Decir no más
imperio de armas, saqueos y engaños es decir también no más Trump. No como individuo, sino como modelo de dominación. No más la lógica del empresario saqueador convertido en presidente. No más la política de la mentira como espectáculo. No más la normalización de la violencia como
identidad nacional. Trump es una advertencia
para el mundo; lo que él representa
no es sólo una presidencia fallida,
es la dirección hacia la que el capitalismo
arrastra a la humanidad si no se lo detiene. Es la barbarie maquillada de reality show. Es la
democracia convertida en circo.
Es la verdad convertida en mercancía
descartable. La tarea histórica
es desmontar
no sólo a Trump, sino a todo el sistema que lo produce y lo sostiene.
Desarmar el imperio de las armas que multiplica guerras. Desmantelar el
imperio de saqueos que destruye pueblos
y ecosistemas. Desenmascarar el
imperio de engaños que manipula
conciencias y fabrica consensos para la
opresión.
Insurrección de los pueblos contra la decadencia
imperial.
Nuestro
desafío no es simplemente derrotar electoralmente a personajes como Trump. El desafío
es más profundo; construir una semiosis
revolucionaria emancipadora que rompa
con el círculo de miedo, codicia y
mentira. Entender que cada signo es
campo de batalla. Derrotar cada
palabra, cada imagen, cada relato del
imperio y gestionar las semiosis para la
emancipación. Trump utilizó los signos como armas de dominación. Nuestra tarea es revolucionar el sentido
como herramienta de liberación. No más miedo,
sino solidaridad. No más saqueo, sino justicia. No más engaño, sino
verdad organizada. Trump es síntoma de un imperio en ruinas. Nuestra tarea es que esas ruinas no nos sepulten, no las necesitamos lo que nos urge es un nuevo humanismo de género nuevo, de paz
pero no sin armas, (armas de la independencia: San Martinianas,
de Morazán, de Artigas, de Hidalgo, de
Morelos de Bolívar) contra los
saqueos y contra los engaños. No más
Trump. No más imperio de armas burguesas. No más imperio de saqueos. No más
imperio de engaños.
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