miércoles, 30 de enero de 2019

SOBRE LA NUEVA POLÍTICA Y EL NUEVO SUJETO DE CAMBIO.

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El fin es el mensaje.
"Hemos dicho “principios” pero quizás deberíamos haber dicho “medios”. Y ahora tal vez tendríamos que repetir lo de “principios” pero para significar “fines”. Porque esa “nueva política” tiene que definir con claridad no solo sus formas y maneras, sino lo que se pretende alcanzar con ellas. Si el porqué de la “nueva política” nace de las características del “nuevo sujeto de cambio”, el para qué de la “nueva política” tendrá que venir caracterizado por el tipo de cambio que se propone. La “nueva política” también tiene que decirnos qué “vieja sociedad” no quiere y qué “nueva sociedad” propugna. Y en esta tesitura convendría no embarrar el terreno, sino delimitar bien los términos de la cuestión. No se trata de que se defienda la toma para mañana por la tarde del palacio de invierno, tampoco de que se pretenda que los nada de hoy pasado mañana por la noche todo lo han de ser, ni siquiera de que se crea en la posibilidad de una sociedad perfecta en un más lejano futuro; se trata de responder a preguntas tales como":

"¿Es injusto de forma intrínseca el capitalismo?, ¿es sostenible ecológica y humanamente el modo de producción capitalista?, ¿cabe la vuelta, tras la reciente crisis, a un capitalismo de rostro humano?, ¿es posible la libertad, la igualdad y la fraternidad dentro de un régimen capitalista?, ¿se debe tener como aspiración o fin último acabar con el sistema capitalista?, ¿existe alguna alternativa, más justa y que sea factible, al capitalismo?, de existir ¿cuál es y cómo se realiza?, de no existir ¿estamos abocados a la explotación permanente o podemos organizar mecanismos de defensa que palien la barbarie?...En una palabra: ¿qué hacemos aquí y ahora con esa cosa llamada capitalismo? 


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SOBRE LA NUEVA POLÍTICA Y EL NUEVO SUJETO DE CAMBIO.
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Marisa del Campo Larramendi.

Rebelión viernes 1 de febrero del 2019.


Las palabras no son etiquetas neutras, denominaciones sin origen, voces heredadas de un lenguaje adánico. Las palabras –y sobre todo algunas palabras– son por el contrario espacios semánticos conflictivos, terrenos de significados en pugna, campos de batalla ideológica. Llamar a las cosas por su nombre no es tanto una reivindicación de un hipotético sentido primordial de un término, cuanto un poner en claro lo que realmente cada uno quiere decir con dicho nombre, esto es, un hacer bien explícita nuestra concepción de la cosa. Ese “llamar al pan, pan; y al vino, vino” consiste en exigir que se enuncie con todas y cada una de las letras, no ya solo lo que se quiere significar con lo dicho, sino también por qué y para qué se ha sido dicho lo afirmado.

A esto se le llama Higiene Semántica Social y es un aspecto fundamental de la lucha ideológica y política para la consecución de la hegemonía.

Ahora bien, para que esta higiene en el hablar de las “cosas” tenga razón de ser es necesario pensar: primero, que tales cosas existen fuera de nuestras cabezas; segundo, que nos condicionan independientemente de nuestros deseos; y tercero, que de alguna manera podemos conocerlas y nombrarlas.

Y es esta concepción del mundo, el realismo crítico, la que está puesta en solfa en estos tiempos de gaitas y eufemismos, de neolenguas y neopijos, de significantes vacíos y significados vaciados, y de “ni esto, ni lo otro, sino todo lo contrario y a ti te encontré en la calle mareando una perdiz a orillas del Pisuerga que pasa por Valladolid”. 





Al pan, pan; y al vino, vino.

Liémonos el realismo crítico a la cabeza y ensayemos un poco de Higiene Semántica Social. Analicemos, pues, ese “al pan, pan y al vino, vino” más de cerca. Con tal objeto, supongamos que el “pan” es la atractiva pareja de palabras “nueva política”; y el “vino” el lujurioso trio de voces “nuevo sujeto de cambio”. Empecemos por el “vino”:

Creo que existen pocas dudas de que el hipotético sujeto de cambio en las sociedades capitalistas más avanzadas es muy diferente del proletariado “sepulturero” de la burguesía de los tiempos del Manifiesto Comunista o de la clase obrera fordista, fundamento del estado de bienestar posterior a la segunda guerra mundial. Este presunto sujeto de cambio actual se caracterizaría por su gran estratificación, fragmentación, dispersión, precarización y feminización. Más allá del estado objetivo que le constituye como posible sujeto de cambio –ser explotado y dominado–, habría en su seno un amplio abanico de situaciones, una gran diversidad de intereses y unos muy diferentes niveles de conciencia política. Situaciones, intereses y niveles, contradictorios, en ocasiones conflictivos, e incluso contrarios, y siempre difíciles de compaginar. Estamos, pues, ante un sujeto de cambio en extremo frágil y tendente a la disgregación. Un sujeto de cambio además – y esto se olvida con excesiva frecuencia – muy colonizado ideológicamente por la clase dominante: sociedad de consumo, individualismo posesivo, ascenso social, competitividad, meritocracia y pragmatismo.

Es de este “vino” del “nuevo sujeto de cambio” del que nace – o debería nacer – la necesidad del “pan” de una “nueva política”, y no como a veces parece que se quiere dar a entender de un repentino descenso del espíritu santo desde el mundo de las ideas a las desconcertadas cabezas de los apóstoles de aquí abajo y de los de abajo, gracias al cual, de forma milagrosa y definitiva, los “nuevos” predicadores se verían conferidos del don de lenguas del conocimiento de las sociedades postmodernas y preparados para extender por el mundo la “nueva” buena nueva de la transformación social. 

Dar gato por liebre.

Pero, como ya advertíamos, en el saco de las palabras caben muchas acepciones, desde las corteses y valientes a las villanas y traidoras. Y como ahora avisamos, el viejo adagio de que “todo es bueno para el convento” nos puede conducir a meter al ladrón en casa, a que nos den gato por liebre o a caer en la ilusión de que la totalidad del monte es orégano. Convendría entonces precisar bien el significado de la expresión “nueva política”, no solo para saber a ciencia cierta qué es lo que realmente se quiere decir con ella, sino también, y una vez bien aquilatado el modismo, para comprobar si se lleva o no a la práctica lo que se supone que esa locución predica, es decir, si esa “nueva política” es de verdad nueva, o si en realidad es “pan viejo” para hoy y hambre para mañana.


Entonces, si hemos caracterizado al “nuevo sujeto de cambio” como profundamente estratificado, fragmentado, disperso, precarizado y feminizado, parece evidente que la “nueva política” ha de ser una teoría y una praxis que lidie con estas características.

Reglas tales como la búsqueda de acuerdos a través del diálogo permanente y la negociación respetuosa; las concesiones mutuas, primando siempre lo que une frente a lo que separa; la renuncia a la posesión de la verdad y a dogmas de catecismo; el rechazo a los cainismos, las capillas y las luchas tribales; la defensa del debate riguroso y en igualdad de condiciones; la resolución democrática de las diferencias; el respeto a las minorías; el fomento de la participación y de las iniciativas de individuos y colectivos; la asunción de la heterogeneidad no solo como mal inevitable sino como potencial riqueza; la lealtad y la confianza entre los representantes y seguidores de las diferentes corrientes y opiniones… parecerían ser los principios más adecuados para tratar de construir un “nuevo sujeto de cambio” en cuyo seno, como ya dijimos más arriba, y a pesar del estado común de sufrir explotación y dominio, cohabitarían distintas situaciones, una gran diversidad de intereses y unos muy diferentes niveles de conciencia política. Situaciones, intereses y niveles, repitamos, contradictorios, conflictivos, incluso contrarios y siempre difíciles de compaginar. 

El fin es el mensaje.

Hemos dicho “principios” pero quizás deberíamos haber dicho “medios”. Y ahora tal vez tendríamos que repetir lo de “principios” pero para significar “fines”. Porque esa “nueva política” tiene que definir con claridad no solo sus formas y maneras, sino lo que se pretende alcanzar con ellas.

Si el porqué de la “nueva política” nace de las características del “nuevo sujeto de cambio”, el para qué de la “nueva política” tendrá que venir caracterizado por el tipo de cambio que se propone. La “nueva política” también tiene que decirnos qué “vieja sociedad” no quiere y qué “nueva sociedad” propugna. Y en esta tesitura convendría no embarrar el terreno, sino delimitar bien los términos de la cuestión. No se trata de que se defienda la toma para mañana por la tarde del palacio de invierno, tampoco de que se pretenda que los nada de hoy pasado mañana por la noche todo lo han de ser, ni siquiera de que se crea en la posibilidad de una sociedad perfecta en un más lejano futuro; se trata de responder a preguntas tales como:

¿Es injusto de forma intrínseca el capitalismo?, ¿es sostenible ecológica y humanamente el modo de producción capitalista?, ¿cabe la vuelta, tras la reciente crisis, a un capitalismo de rostro humano?, ¿es posible la libertad, la igualdad y la fraternidad dentro de un régimen capitalista?, ¿se debe tener como aspiración o fin último acabar con el sistema capitalista?, ¿existe alguna alternativa, más justa y que sea factible, al capitalismo?, de existir ¿cuál es y cómo se realiza?, de no existir ¿estamos abocados a la explotación permanente o podemos organizar mecanismos de defensa que palien la barbarie?...

En una palabra: ¿qué hacemos aquí y ahora con esa cosa llamada capitalismo? 

¿La cuadratura del círculo?.

Si la nueva política quieres ser algo más que una frase publicitaria, ha de construir una praxeología crítica, abierta, arraigada molecularmente en los de abajo, tan pedagógica como atenta a aprender, tan alejada de los grandes diseños estratégicos como del pragmatismo táctico y oportunista, fundamentada en el conocimiento científico y en el análisis riguroso y realista, guiada por una ética pública y ciudadana, fortalecida por el optimismo de la voluntad y atemperada por el pesimismo de la inteligencia, capaz de trabajar en las instituciones, pero sin institucionalizarse, creadora de espacios de debate, gestión y decisión horizontales y de base, no desnaturalizada en sus fines, ni descafeinada en sus medios…

En definitiva una práctica política racional y amable entre los de abajo, con los de abajo y de los de abajo. 

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LA OIT, CIEN AÑOS DESPUÉS, TRATA DE DEFINIR QUÉ ES EL TRABAJO.

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Misión e impacto de la Organización Internacional del Trabajo OIT. Promover el empleo y proteger  a las personas. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) está consagrada a la promoción de la justicia social, de los derechos humanos y laborales reconocidos internacionalmente, persiguiendo su misión fundadora: la justicia social es esencial para la paz universal y permanente.

Única agencia 'tripartita' de la ONU, la OIT reúne a gobiernos, empleadores y trabajadores de 187 Estados miembros  a fin de establecer las normas del trabajo, formular políticas y elaborar programas promoviendo el trabajo decente de todos, mujeres y hombres.  Actualmente, el Programa de trabajo decente de la OIT,  el contribuye a mejorar la situación económica y las condiciones de trabajo que permiten que todos los trabajadores, empleadores y gobiernos participen en el establecimiento de un paz duradera, de la prosperidad y el progreso. 

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LA OIT, CIEN AÑOS DESPUÉS, TRATA DE DEFINIR QUÉ ES EL TRABAJO.
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Eduardo Camín.

Rebelión jueves 31 de enero del 2019.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) inauguró las festividades que marcarán su centenario a lo largo de este año 2019 y dio a conocer las bases del informe que con el objetivo de medir los desafíos que se avecinan encomendó hace dos años a una Comisión de expertos independientes sobre el futuro del trabajo.

Lo que sorprende del trabajo comenzado es que en la ausencia del mundo real de la informalidad, la fragmentación del empleo y el trabajo no pagado directamente, el informe naufraga con recomendaciones con un mundo que ya no existe, todo resumido en un fondo de emergencia ambiental

Inicios y presente.

Tal vez sea un hecho poco conocido, que la organización del trabajo nació en Versalles. De hecho, la Conferencia de Paz estableció una Comisión sobre el derecho internacional del trabajo y le ordenó que desarrollara la Constitución de una organización internacional permanente. El contexto era por entonces importante para dar una respuesta creíble a la "cuestión del trabajo", aunque el objetivo apenas velado estaba dirigido en particular para contener el riesgo de la internacionalización de la revolución comunista de 1917 que parecía instalarse en Alemania.

Un siglo después, el contexto es totalmente diferente. Con el fin de medir los desafíos que se avecinan, la OIT encomendó a una Comisión de expertos independientes hace dos años que pensara en el futuro del trabajo.

Copresidida por el mandatario de Sudáfrica Ciryl Ramaphosa y el primer ministro de Suecia Stefan Löfven, la Comisión propone una visión de un programa centrado en las personas, basado en la inversión en las capacidades de los individuos, las instituciones laborales y en el trabajo decente y sostenible. Entre las diez recomendaciones se encuentran: 

· Una garantía universal de empleo que proteja los derechos fundamentales de los trabajadores garantice un salario que permita un nivel de vida digno, horas de trabajo limitadas y lugares de trabajo seguros y saludables.

· Una protección social garantizada desde el nacimiento hasta la vejez que atienda las necesidades de las personas a lo largo de su ciclo de vida.

· Un derecho universal al aprendizaje permanente que permita que las personas se formen, adquieran nuevas competencias y mejoren sus cualificaciones.

· Una gestión del cambio tecnológico que favorezca el trabajo decente, incluso a través de un sistema de gobernanza internacional de las plataformas digitales de trabajo.

· Mayores inversiones en las economías rurales, verdes y del cuidado.

· Una agenda transformadora y mensurable a favor de la igualdad de género.

· La reestructuración de los incentivos a las empresas a fin de estimular las inversiones a largo plazo.

Este informe es el resultado de un examen realizado a lo largo de 15 meses por los 27 miembros de la Comisión Mundial, constituida por destacadas personalidades del mundo empresarial, laboral y académico, grupos de reflexión y organizaciones gubernamentales y no gubernamentales. 

 Producto de las Políticas neoliberales. La OIT se olvidó de la Juventud y del trabajo decente y bien remunerado. El trabajo como "Derecho universal" es un "cuento valioso" para los Gobiernos neoliberales y el capitalismo como sistema en su conjunto.
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La contracara del informe.

Aquellos que esperaban una visión ambiciosa se decepcionarán. El genio de cada experto parece haber disminuido, por no decir silenciado, en este trabajo grupal, ya que el punto de partida y el estado de la realidad están ausentes del informe. Como resultado, el texto flota en la ambigüedad de las buenas intenciones y se hace evidencia misma la falta de cemento en el hormigón del trabajo humano a comienzos del siglo XXI.

Si bien la definición de trabajo adoptada por la OIT abarca toda actividad relacionada con la producción de bienes, servicios individuales y colectivos, el texto de la Comisión sólo se ha centrado en el trabajo remunerado. Deja por fuera dos universos socio-económicos importantes: por un lado, trabajo remunerado en otros contextos como salarios (independiente e informalidad) y el trabajo que tiene lugar sin (plena) remuneración directa – como el trabajo doméstico.

Recordemos que el trabajo doméstico tan importante en volumen como el trabajo remunerado,– según la OIT, estimaba a 67 millones de personas – es otro aspecto en que la Comisión no aborda realmente, excepto cuando habla del mundo rural en los países en desarrollo. Este silencio tal vez sea menos sorprendente porque esta actividad escapa a toda estadística seria de trabajo, de la misma forma que es ignorada por las estadísticas de producción.

Las estadísticas de la OIT demuestran que, a nivel mundial, la ganancia salarial es menos de la mitad del trabajo remunerado. Si corresponde al 85% de los "puestos de trabajo" (en sentido estadístico) en los países de ingresos altos, la proporción recae en el 25% en los países menos adelantados, donde el servicio público es el principal proveedor de este tipo de trabajo.

El resto es responsabilidad de los trabajadores autónomos y de los miembros de la familia. Incluso si la Comisión pide la ampliación del diálogo social, el aprendizaje permanente, la cobertura universal de la seguridad social, las condiciones de trabajo decente y la garantía de un salario digno para todos, es una brecha abismal en el contexto actual de la locura capitalista.

El 82% de la riqueza mundial generada durante 2018, fue a parar a manos de 26 multimillonarios, el 1% más rico de la población mundial, mientras que el 50% más pobre3.700 millones de seres humanos- no se benefició lo más mínimo de dicho crecimiento, según el reciente Informe de Oxfam.

En realidad, el informe de los expertos propone la ampliación al mundo de un modelo que se está agotando en la mayoría de los países como resultado de la "uberización" y la fragmentación del trabajo.

Aunque esté plenamente comprendida en la definición de la labor adoptada por la propia OIT, la Comisión del centenario de la OIT no agota (y lejos está de hacerlo) el problema del futuro del trabajo. Destaca además que la inteligencia artificial, la automatización y la robótica darán lugar a una pérdida de empleos, en la medida que las competencias se volverán obsoletas.

Sin embargo, muchos son los que piensan que estos mismos avances tecnológicos, junto a la ecologización de las economías, también crearán millones de empleos, si se aprovechan las nuevas oportunidades.

Este tipo de diálogo social “puede contribuir a que la globalización nos beneficie a todos”, declaró el primer ministro sueco y copresidente de la Comisión Mundial, Stefan Löfven. “El mundo del trabajo experimenta grandes cambios que crean numerosas oportunidades para más y mejores empleos. Pero los gobiernos, los sindicatos y los empleadores necesitan trabajar juntos a fin de hacer que las economías y los mercados laborales sean más inclusivos”, añadió.  

Todo este tufillo de las festividades del centenario de la OIT tiene mucho sabor a la conciliación de clases, cuesta aun admitir, sin tratarnos de trasnochados, que la lucha de clases es un fenómeno que se refiere al eterno conflicto entre las dos clases sociales existentes, entre los que producen y los que no producen, entre los que sin trabajar se adueñan de la producción y excluyen a los que trabajan.

Es la lucha entre explotadores y explotados; entre esos 26 multimillonarios, que destacan los informes, entre ese 1% más rico de la población mundial, que abarca la misma riqueza de 3.700 millones de seres humanos.

La lucha de clases, es decir, la lucha entre el trabajo y el capital no es en absoluto un concepto que pertenece al pasado. En un mundo de creciente desigualdad, es una realidad más pertinente que nunca. 

Con la victoria del neoliberalismo, los gobiernos han dejado de actuar como mediadores entre el capital y el trabajo con el objetivo de mitigar la desigualdad. Por lo tanto, los sindicatos que todavía sólo se basan en la idea de asociación, a menudo son incapaces de librar luchas ofensivas. En el mejor de los casos, luchan por mantener el statu quo y, aun así, la mayoría de las veces no tienen éxito.

Por ello se genera un sentimiento, cuasi una necesidad urgente de que se escuchen otras voces en 2019 y puedan proporcionar a la organización con sede en Ginebra otros análisis y otras hipótesis de trabajo con el fin de enfrentar el mundo real de la informalidad, la fragmentación del empleo y el trabajo no pagado directamente, todo en un fondo de emergencia ambiental. Inteligencia Artificial si, robotización sí, …pero aquello de la justicia social, ¿dónde queda? 

EDUARDO CAMÍN. Periodista uruguayo, miembro de la Asociación de Corresponsales de prensa de la ONU. en Ginebra. Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE,www.estrategia.la)

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