viernes, 30 de octubre de 2020

«COMO SOCIALISTAS NUESTRA TAREA ES DEFENDER LA LIBERTAD»

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“Libertad sin justicia. Ahora bien, creo que esta idea de una sociedad basada en la justicia y en la libertad fue la agenda política del movimiento estudiantil durante los años sesenta, la agenda de la así denominada «generación del 68». Había una demanda muy extendida tanto de libertad como de justicia: libertad de la coerción del Estado, libertad de la coerción impuesta por el capital corporativo, libertad de las coerciones del mercado, todo esto conjugado con la demanda de justicia social.

“La respuesta política capitalista a esto durante los setenta fue interesante. Implicó abordar estas demandas para decir: «Les daremos las libertades (con algunas salvedades) pero se olvidan de la justicia». Lo que terminó por significar esta libertad fue muy limitado. En gran medida se trató de la libertad de elección en el mercado. El libre mercado y la liberación de cualquier regulación estatal fueron las respuestas a la cuestión de la libertad. Y hubo que olvidarse de la justicia. Esta sería impartida por la competencia de mercado, que supuestamente era tan efectiva que aseguraría que cada quien recibiría lo que merecía. Sin embargo, el efecto fue que se les dio rienda suelta a muchas de las libertades malas (por ejemplo, la libertad de explotar a otras personas) en nombre de las libertades virtuosas.

“Este giro fue algo que Polanyi evidentemente reconoció. Observó que el pasaje hacia el futuro que él imaginaba estaba bloqueado por un obstáculo moral, y este obstáculo moral era algo que él denominó «utopismo liberal». Creo que todavía nos enfrentamos a los problemas que plantea este utopismo liberal. Es una ideología que se ha generalizado en los medios de comunicación y en los discursos políticos. El utopismo liberal del Partido Demócrata, por tomar un caso, es uno de los obstáculos en el camino hacia la conquista de la libertad real.  «La planificación y el control», escribió Polanyi, «están siendo atacadas como si implicaran la negación de la libertad. En cambio, se define como lo esencial de la libertad a la libertad de empresa y a la propiedad privada». Esto es lo que plantearon los principales ideólogos del neoliberalismo”.

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«COMO SOCIALISTAS NUESTRA TAREA ES DEFENDER LA LIBERTAD»

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Por David Harvey |30/10/2020 1 Opinión

Rebelión viernes 20 de octubre del 2020.

 

La propaganda de la derecha sostiene que el socialismo es enemigo de la libertad individual. Pero en realidad es al revés: trabajamos para crear condiciones materiales bajo las cuales las personas puedan ser verdaderamente libres, sin los límites rígidos que el capitalismo impone a nuestras vidas.

Este texto es un fragmento del nuevo libro de David Harvey, The Anti-Capitalist Chronicles, editado por Pluto Press.

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Durante unas charlas que di en Perú surgió el tema de la libertad. Un grupo de estudiantes estaba muy interesado en esta pregunta: «¿El socialismo implica renunciar a la libertad individual?».

La derecha se las ha arreglado para apropiarse del concepto de libertad como si le perteneciera y para usarlo como un arma en la lucha de clases contra el socialismo. Argumenta que la sumisión del individuo al control estatal impuesta por el socialismo o por el comunismo es algo inevitable.

Mi respuesta es que no deberíamos abandonar la idea de que la libertad individual es una parte constitutiva de un proyecto socialista emancipatorio. La conquista de las libertades individuales es, tal como argumenté en aquella ocasión, una de las metas centrales de estos proyectos emancipatorios. Pero esta conquista requiere la construcción colectiva de una sociedad en la cual todas las personas tienen la oportunidad y la posibilidad de realizar su potencial.

Marx y la libertad

Marx dijo algunas cosas muy interesantes sobre este tema. Una de ellas es que «el reino de la libertado comienza solo allí donde termina el trabajo impuesto por la necesidad». La libertad no significa nada para alguien que no puede alimentarse, que no puede acceder un servicio de salud adecuado, a una vivienda, al transporte, a la educación, etc. El rol del socialismo es proveer estas necesidades básicas para que la gente sea libre de hacer todo lo que desee.

 


 

El punto de llegada de una transición socialista es un mundo en el cual las capacidades y la potencia individual son liberadas completamente de los límites que les impone la necesidad y otras limitaciones sociales y políticas. En lugar de conceder que la derecha tiene el monopolio sobre la noción de libertad individual, debemos reclamar la idea de libertad para nuestro proyecto socialista.

Pero Marx también señaló que la libertad es un arma de doble filo, dado que quienes deben trabajar en una sociedad capitalista son libres en un doble sentido. Pueden vender libremente su fuerza de trabajo en el mercado a cualquiera. Pueden ofrecerla bajo los términos de un contrato negociado libremente.

Pero al mismo tiempo son «no libres» porque se han «librado» de cualquier control o acceso a los medios de producción. Por lo tanto, deben entregar su fuerza de trabajo al capital para vivir.

Estos son los dos costados de su libertad. Para Marx esta es la contradicción central de la libertad bajo el capitalismo. En el capítulo sobre la jornada laboral de El capital, lo pone en estos términos: el capitalista es libre de decirle al trabajador o a la trabajadora:

«Quiero emplearte pagándote el salario más bajo posible por la mayor cantidad de horas posibles para que hagas exactamente el trabajo que yo preciso. Eso es lo que te exijo cuando te contrato».

Y el capitalista es libre de hacer esto en una sociedad de mercado porque, como sabemos, la sociedad de mercado se trata de ofrecer y de competir por esto y por aquello.

Pero, por otro lado, quien trabaja también es libre de decir:

«No tienes derecho a hacerme trabajar 14 horas por día. No tienes derecho a hacer lo que quieras con mi fuerza de trabajo, especialmente si esto acorta mi vida y pone en peligro mi salud y mi bienestar. Solo estoy dispuesto a trabajar durante una jornada justa a cambio de un salario justo».

Dada la naturaleza de una sociedad de mercado, tanto el capitalista como el trabajador tienen razón en lo que reclaman. Marx dice que ambos tienen razón por la ley del intercambio que domina en el mercado. Dice también que entre derechos iguales solo decide la fuerza. La lucha de clases entre el capital y el trabajo define la cuestión. El resultado depende de la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo que, en algunos casos, puede volverse coercitiva y violenta.

Un arma de doble filo

Esta idea de la libertad como un arma de doble filo es muy importante y debe ser considerada con más detalle. Una de las mejores elaboraciones de este tema se encuentra en un ensayo de Karl Polanyi. En su libro La gran transformación, Polanyi dice que hay buenas formas y malas formas de libertad.

Entre las malas formas que enumera se cuentan las libertades para explotar al prójimo sin límites; la libertad de obtener ganancias exorbitantes inconmensurables con el servicio que se brinda a la comunidad a cambio; la libertad de evitar que las invenciones tecnológicas sean utilizadas para el beneficio de toda la población; la libertad de sacar rédito de las tragedias humanas o naturales, algunas de las cuales son secretamente diseñadas para el beneficio de agentes privados.

Sin embargo, continúa Polanyi, la economía de mercado bajo la cual prosperan estas libertades, también generó libertades por las que tenemos una alta estima: la libertad de conciencia, la libertad de expresión, la libertad de reunión, la libertad de asociación y la libertad de elegir el propio trabajo.

A pesar de que podemos apreciar estas libertades en sí mismas, no dejan de ser, en gran medida, un producto derivado de la misma economía que es responsable de las libertades malas. La respuesta de Polanyi a esta dualidad le resulta muy extraña a algunas personas, dada la hegemonía actual del pensamiento neoliberal y la forma en la cual el poder político existente nos presenta la libertad.

 


 

Polanyi escribe:

«La quiebra de la economía de mercado» — es decir, la posibilidad de ir más allá de la economía de mercado«puede suponer el comienzo de una era de libertades sin precedentes». Es una afirmación bastante impactante. La libertad real comienza una vez que se abandona la economía de mercado. Polanyi continúa:

La libertad jurídica y la libertad efectiva pueden ser mayores y más amplias de lo que nunca han sido. Reglamentar y dirigir puede convertirse en una forma de lograr la libertad, no sólo para algunos sino para todos. No la libertad como algo asociado al privilegio y viciada de raíz, sino la libertad en tanto que derecho prescriptivo que se extiende más allá de los estrechos límites de la esfera política, a la organización íntima de la sociedad misma. De este modo, a las antiguas libertades y los antiguos derechos cívicos se añadirán nuevas libertades para todos y engendradas por el ocio y la seguridad. La sociedad industrial puede permitirse ser a la vez libre y justa.

Libertad sin justicia

Ahora bien, creo que esta idea de una sociedad basada en la justicia y en la libertad fue la agenda política del movimiento estudiantil durante los años sesenta, la agenda de la así denominada «generación del 68». Había una demanda muy extendida tanto de libertad como de justicia: libertad de la coerción del Estado, libertad de la coerción impuesta por el capital corporativo, libertad de las coerciones del mercado, todo esto conjugado con la demanda de justicia social.

La respuesta política capitalista a esto durante los setenta fue interesante. Implicó abordar estas demandas para decir:

«Les daremos las libertades (con algunas salvedades) pero se olvidan de la justicia».

Lo que terminó por significar esta libertad fue muy limitado. En gran medida se trató de la libertad de elección en el mercado. El libre mercado y la liberación de cualquier regulación estatal fueron las respuestas a la cuestión de la libertad. Y hubo que olvidarse de la justicia. Esta sería impartida por la competencia de mercado, que supuestamente era tan efectiva que aseguraría que cada quien recibiría lo que merecía. Sin embargo, el efecto fue que se les dio rienda suelta a muchas de las libertades malas (por ejemplo, la libertad de explotar a otras personas) en nombre de las libertades virtuosas.

Este giro fue algo que Polanyi evidentemente reconoció. Observó que el pasaje hacia el futuro que él imaginaba estaba bloqueado por un obstáculo moral, y este obstáculo moral era algo que él denominó «utopismo liberal». Creo que todavía nos enfrentamos a los problemas que plantea este utopismo liberal. Es una ideología que se ha generalizado en los medios de comunicación y en los discursos políticos.

El utopismo liberal del Partido Demócrata, por tomar un caso, es uno de los obstáculos en el camino hacia la conquista de la libertad real.

«La planificación y el control», escribió Polanyi, «están siendo atacadas como si implicaran la negación de la libertad. En cambio, se define como lo esencial de la libertad a la libertad de empresa y a la propiedad privada». Esto es lo que plantearon los principales ideólogos del neoliberalismo.

Más allá del mercado

Yo creo que este es uno de los temas principales de nuestra época. ¿Vamos a ir más allá de las libertades limitadas del mercado y de la regulación de nuestras vidas por las leyes de la oferta y la demanda? ¿O vamos a aceptar, como dijo Margaret Thatcher, que no hay alternativa? Somos libres de todo control estatal, pero tenemos una relación de esclavitud con el mercado. No hay ninguna alternativa a esto y más allá de esto no hay ninguna libertad. Esto es lo que profesa la derecha, y esto es lo que mucha gente ha llegado a creer.

Es la paradoja de nuestra situación presente: que en nombre de la libertad hemos adoptado la ideología del utopismo liberal, que en realidad es una barrera para alcanzar la libertad real. No creo que estemos en un mundo de libertad cuando alguien que quiere recibir una buena educación debe pagar una inmensa cantidad de dinero y cargar con una deuda enorme por el resto de su vida.

En Gran Bretaña, una proporción considerable de la provisión de vivienda durante los años sesenta estaba a cargo del sector público; se trataba de una vivienda social. Cuando era joven, esta vivienda social brindaba satisfacción a una necesidad básica por un costo razonable. Luego llegó Margareth Thatcher y lo privatizó todo, argumentando básicamente que

«seríamos más libres cuando poseyéramos nuestra propiedad y nos convirtiéramos en parte de una democracia de propietarios».

Una situación en la cual el 60% de la provisión de vivienda estaba a cargo del sector público se transformó de repente en una situación en el cual solo el 20% —o tal vez menos— lo estaba. La vivienda se convierte en una mercancía, y la mercancía forma parte de las actividades especulativas. Hasta tal punto de convertirse en un vehículo para la especulación. Cuando el precio de las propiedades sube, el costo de la vivienda sube sin que se incrementen proporcionalmente los medios de acceso.

Estamos construyendo ciudades y viviendas de un modo que le brinda una libertad enorme a las clases altas mientras hace que el resto de la población sea cada vez menos libre. Creo que Marx se refería a esto cuando hizo su célebre comentario: el reino de la necesidad debe ser superado para alcanzar el reino de la libertad.

 


 

El reino de la libertad

Esta es la forma en la cual las libertades de mercado limitan las posibilidades y, desde este punto de vista, creo que una perspectiva socialista implica una respuesta del tipo de la de Polanyi; es decir, es necesario socializar el acceso a la libertad socializando, por ejemplo, el acceso a la vivienda. Hacemos que deje de ser algo que está simplemente en el mercado para que se convierta en algo que existe en el dominio público. La vivienda pública es nuestro lema. Esta es una de las ideas básicas del socialismo en el sistema contemporáneo: poner las cosas bajo dominio público.

Muchas veces se dice que para alcanzar el socialismo debemos renunciar a nuestra individualidad y hacer un sacrificio. Ahora bien, esto puede ser verdad hasta cierto punto; pero tal como dijo Polanyi, queda una enorme libertad por conquistar si vamos más allá de las crueles realidades que nos imponen las libertades individualizadas del mercado.

Creo que lo que Marx quería decir es que hay que maximizar el reino de la libertad, pero que esto solo puede suceder si se dan respuestas a los problemas que surgen del reino de la necesidad. La tarea de una sociedad socialista no es en absoluto regular todo lo que sucede en la sociedad. La tarea de una sociedad socialista es garantizar que todas las necesidades básicas sean atendidas —de manera gratuita— para que las personas puedan hacer todo lo que quieran cuando lo deseen.

Si le preguntan a alguien ahora mismo «¿cuánto tiempo libre tienes a tu disposición?», la respuesta típica es «no tengo tiempo para casi nada. Todo mi tiempo está ocupado en hacerme cargo de esto y de aquello». La libertad real implica un mundo en el cual tenemos tiempo libre para hacer todo lo que queremos, y para un proyecto emancipatorio socialista esta es una de las misiones principales. Por lo tanto, esto es algo por lo que debemos trabajar.

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jueves, 29 de octubre de 2020

SOBRE CONSTITUCIONES EN BOLIVIA, CHILE Y PERÚ.

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PERÚ. CAMBIO DE ÉPOCA HISTÓRICA. Hoy si tenemos una urgencia nacional, con la finalidad de trabajar en el centro de todos nuestros problemas estructurales e históricos, - Pobreza, Hambre, Informalidad-Precariedad, Violencia, Corrupción, Crisis Política, Educación, Salud, Pensiones, Desigualdad Económico-Social - como los de coyuntura o emergencia nacional - crisis sanitaria, crisis de la Democracia – cruzados ambos por la Crisis Ambiental, es el de luchar desde las bases de los Movimientos Sociales – Unidad Nacional sobre la base de una ”Plataforma Nacional Político Democrática” con la finalidad de Cambiar la Constitución actual – firma y sello – que fue hecha a pedido e imposición del dictador Fujimori en 1993, además comprobado producto de un proceso de corrupción. Todo su contenido con un programa neoliberal, hoy en descomposición y destrucción total. Necesitamos una Nueva Constitución, si realmente queremos salir en Democracia de la hecatombe económico, social y política en la cual hoy nos encontramos. Urgente luchemos en Democracia por una Nueva Constitución para la forja y construcción de un Perú Nuevo en Nuestra América, la Patria Grande.

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SOBRE CONSTITUCIONES EN BOLIVIA, CHILE Y PERÚ.

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Rodrigo Montoya Rojas.

ALAI. América latina en Movimiento. Opinión.

ALAI jueves 29 de octubre del 2020.

 

En los últimos dos domingos de octubre 2020, los grandes festejos pertenecen a las mayorías boliviana y chilena. Una pequeña parte de peruanos se alegra por esos triunfos, por supuesto; si volvemos los ojos sobre nuestra realidad, nuestra peruanísima tristeza los nubla y la rabia los enciende porque no tenemos aún nada que se parezca a lo que el pueblo boliviano ya produjo y lo que ahora el pueblo chileno está buscando. En Perú sigue reinando la tesis “salvo una curul, el resto es ilusión”, mal endémico de la clase política que ha contagiado también a los segmentos de izquierda que quedan.    

En el plebiscito chileno se preguntó a los electores "¿Quiere usted una Nueva Constitución?". Ganó el “apruebo” con el 78,27% y perdió el “rechazo” con el 21,73%. En la segunda, "¿Qué tipo de órgano debiera redactar la Nueva Constitución?", los chilenos optaron por una Convención constitucional [Asamblea Constituyente], con el 79.7% de los votos, la que estará formada por 155 ciudadanos elegidos en su totalidad por voto popular, con la novedad de una paridad de hombres y mujeres, notable triunfo de los feminismos y las mujeres en lucha, no feministas ni antifeministas. Perdieron quienes querían una nueva Constitución redactada por un 50% escogido entre los parlamentarios actuales y el 50% por nuevos representantes elegidos después de este plebiscito.

En este artículo ofrezco una primera reacción, pocas horas después de conocer los resultados. Resulta imposible no comparar la cuestión de la Constitución en los casos chileno, boliviano y peruano.

CHILE 

Es muy grande la importancia de la aplastante victoria del sí a una nueva Constitución porque en más de 200 años de República pomposamente llamada democrática, chilenas y chilenos serán llamados por primera vez en su historia a opinar sobre la constitución que su país necesita. Sus constituciones anteriores fueron todas impuestas; la última, del general Pinochet fue fruto de un golpe militar tramado por los generales y los burgueses chilenos, con el apoyo directo y explícito del gobierno norteamericano a través de su servicio de inteligencia, CIA. El gobierno de Allende fue elegido democráticamente, del mismo modo que el gobierno republicano español, destruido por el general Francisco Franco protegido por los fascistas alemanes e italianos. En ambos casos como en muchísimos otros, los intereses de las clases dominantes y de sus aliados importaron mucho más que la legitimidad de los gobiernos elegidos democráticamente. Se hartó el pueblo chileno, no se conformó con las decenas de enmiendas de la constitución pinochetista.

El plebiscito fue una conquista de un pueblo que a lo largo de un año fue ganando las calles para exigir el cumplimiento de sus derechos, para plantear nuevos derechos; los carabineros reprimieron con el saber acumulado que tienen para eso; hubo también provocadores infiltrados en las marchas; se presentaron denuncias sobre oficiales de las fuerzas armadas entre los provocadores. Como en el pasado, el saldo de 30 muertos es la prueba de algo muy simple: los derechos se conquistan, no se ruega para conseguirlos, ni se regalan. Hay otra vieja lección casi olvidada; cuando los movimientos sociales se organizan desde abajo, toman las calles y se multiplican, no hay aparato represivo suficiente para vencerlos y los beneficiarios del poder quedan desarmados.

 


 

Luego de los primeros resultados, el presidente Sebastián Piñera saludó la victoria de la institucionalidad y unidad chilena, del triunfo de la paz sobre la violencia; voceros de la derecha dijeron que había ganado Chile, que no hubo vencedores y que ganaron todos. Ese discurso es muy antiguo y debe ser oído y leído como el canto de los vencidos, como la aceptación hipócrita de su derrota. ¡Que amorosos!: “todos estamos unidos”. Se trata de una alucinación, la realidad no pasa por ahí. La aplastante victoria del pueblo chileno en las calles cierra una etapa de la constitución de Pinochet y abre un proceso que a lo largo de un año concluirá en una nueva constitución. Será inevitable la lucha en defensa de intereses opuestos: de un lado, los que perdieron y se negaron a aceptar públicamente su derrota, tratarán de recuperar lo más que puedan del poder que acaba de perder; de otro, los que ganaron, buscarán defender sus nuevas demandas reconociéndolas explícitamente en artículos constitucionales. Se mantendrán firmes, negociarán, concederán, conciliarán.

El momento habrá llegado para defender el planeta como primera prioridad para salvarnos como especie homo sapiens, si todavía es posible. Ya no se tratará solo de derechos civiles, políticos y humanos en general, porque con el agotamiento del modelo capitalista y los demoledores efectos de la pandemia ya es visible en plena superficie la enorme desigualdad que estaba escondida y cubierta por el discurso triunfalista de un Chile-país del primer mundo. Ya no tendrá sentido reformar y menos mantener las AFP, mal ejemplo chileno en la región; dura será la batalla para lograr que la salud sea declarada bien público y no un área de lucro privado y se establezca un sistema universal de pensiones. Otra batalla tendrá lugar para reformar la economía y el Estado, así como acabar con el militarismo y el armamentismo, y a ver si son capaces de formular un gesto político serio sobre el litoral que le expropiaron a Bolivia. Esa herida sigue abierta en todo el pueblo boliviano. Habrá llegado el momento de discutir a fondo y reconocer a la nación Mapuche y a los pueblos originarios aymara, atacameño, kawesqar, kolla, quechua, rapanui, yagan, como parte de un estado plurinacional. La hora habría llegado para dejar atrás el inútil discurso de la colonialidad del poder que solo propone “incluir” a esos pueblos en el estado uninacional para que poco a poco se disuelvan y desaparezcan. Se trata de alrededor de 700 mil habitantes, que importan mucho más por sus culturas y saberes que por su relativa pequeñez demográfica, razón por la cual la clase política de todos los colores los ignoran, con algunas excepciones, seguramente.

BOLIVIA 

Luis Arce y David Choquehuanca (Movimiento al Socialismo - MAS) obtuvieron en las elecciones del 25 de octubre 2020, el 55.10% de los votos y Carlos Mesa, expresidente de Bolivia, el 28.84 de los votos. La victoria fue notable porque el MAS casi duplicó los votos de su adversario más importante y obtuvo también una mayoría en las cámaras de diputados (75 de 130) y senadores (21 de 36). Como en los viejos tiempos, desde 2005 el MAS ganó todas las elecciones. He señalado en dos artículos anteriores el grave error de Evo Morales de insistir en una nueva reelección prohibida por la constitución, elaborada y aprobada por el propio MAS, rechazada en una consulta popular, e impuesta finalmente por el Tribunal Constitucional. El resultado de ese grave error fue el golpe de Estado de 2019 y la aparición de la senadora Añez como presidenta. A la derecha le hubiera gustado desmontar el estado plurinacional, acabar con la Constitución, pero no estaba en condiciones de hacerlo de manera legal, tampoco ilegalmente con un golpe militar de mediana duración.

Le corresponde ahora al nuevo gobierno del MAS afirmar y defender sus muchas conquistas, particularmente la conversión del viejo Estado un nacional de la República en un Estado Plurinacional de Bolivia. Don Fausto Reynaga abrió en 1967 el camino para que los bolivianos tomen conciencia de la existencia de dos Bolivias: una blanca, qara (desnuda) europea, y otra india, derivada de los pueblos originarios y defendida por Tupak y Tomás Katari, compañeros de Tupak Amaru en la revolución nacional indígena de 1780-1782. Surgió así el katarismo, como una especie de inconsciente colectivo de la mayoría de bolivianos. La multiplicación de katarismos para insistir solo en el componente étnico de Bolivia, sin tomar en cuenta el componente de clase, encarnado en la Central Obrera Boliviana (COB), condujo a su desaparición. El MAS produjo la síntesis de esos dos componentes centrales para articular una gran coalición de fuerzas, la que luego de la victoria electoral en primera vuelta de las elecciones de 2005 elaboró y acordó la nueva Constitución, aprobada por casi dos tercios de la población en un plebiscito que entró en vigencia en 2009. Nunca antes en su historia el pueblo boliviano había sido convocado para discutir y aprobar una Constitución.



 

La constitución vigente no es el regalo de un gobierno sino una conquista del pueblo de Bolivia, en las calles y caminos de todo el país, en luchas sucesivas, con centenares de bolivianos muertos y heridos. Esa constitución trajo una novedad extraordinaria: los rostros de todos los colores de las 14 naciones originarias y de los descendientes directos de la Bolivia blanca se convirtieron en rostros oficiales del país, con su espiritualidad, sus cantos, danzas y polleras. Desapareció “la nación boliviana” y fue sustituida por todas las otras naciones originarias oprimidas, pisadas, ninguneadas, pero realmente existentes a pesar de los cinco siglos de opresión colonial y republicana. Bolivia tiene, en consecuencia, el Estado plurinacional que le hacía falta, que se parece y se confunde con el país y que expresa por lo menos una parte de sus anhelos. Chile tiene ahora su oportunidad.

PERÚ

Aquí, vivimos en un Estado uninacional que no representa los intereses de los pueblos y de las naciones originarias. La Constitución de 1993 fue impuesta por una dictadura militar al servicio de un agrónomo que se ganaba la vida como profesor de matemáticas: Alberto Fujimori. Veintisiete años después, pasa los últimos inviernos de su vida una cárcel dorada, en el invierno de su vida, condenado a 25 años de prisión por muchos delitos, entre ellos uno de lesa humanidad. No fue él quien pensó la nueva constitución; la responsabilidad hay que cargársela a los funcionarios e ideólogos del capital y sus cómplices militares y burgueses peruanos. En la jerga actual suele llamárseles neoliberales, en caída abierta luego de 40 años en los que convirtieron la sección económica de la Constitución del 93 en un evangelio, indiscutible, casi convertido en una palabra de dios.

Ya se oyen tímidas voces reclamando una nueva constitución, sin precisar el contenido que tendría, ni cómo ganar la coalición política de ancha base que se necesita para cualquiera de los caminos que se encuentre para lograrla. Esas voces vienen de nuestros divididos predios de la izquierda. Sería peor si no tuviéramos esas tímidas voces. Los burgueses beneficiarios de la inmensa desigualdad en el país y sus aliados dueños de la prensa piensan que, salvo el respeto al capítulo económico de la Constitución de 1993, el resto es ilusión. Son sacrificados pastores que llevan la buena noticia del capital y sus bondades como el evangelio de los santos de los últimos días. Viven encerrados en esa burbuja y no se dan cuenta del barro de sus pies, barro que la pandemia está ya disolviendo.



 

Como la política es mundial desde hace varias lunas, también nosotros tendremos esas batallas por una nueva constitución peruana, pero hace falta abrir muy bien los ojos, dejar de lado los apetitos individuales por curules, organizarnos desde abajo, ganando las calles y mirando al congreso desde un espejo retrovisor, y librándonos de ese virus que obliga a buscar con desesperación las cámaras de televisión y figurar en territorios del poder, pero no de los pueblos.

Las constituciones no cambian la realidad. Unas palabras finales. En el mundo abogadil en que vivimos nos han enseñado una especie de lección muy bien pensada: todo se arregla con leyes. Como la Constitución es ley de leyes o madre de todas, tendremos que cuidarnos y estar vigilantes. En Perú solo nos falta una nueva con un artículo único: “que las leyes ya existentes se cumplan”. “Dada la ley, hecha la trampa”, dice la sabiduría popular. El mal ejemplo de no cumplir las leyes lo dan precisamente quienes las hacen o los que encargados de cumplirlas. No recuerdo a qué lúcido presidente peruano se la atribuye la sabiduría de la frase “Para mis amigos todo, para mis enemigos, la ley”. Lo que importa es tener en cuenta que ni las constituciones ni las leyes cambian la realidad. Ese cambio se produce por actores políticos interesados en la aplicación efectiva de esas leyes. Si se derogasen algunos miles de las 131 mil y tantas que ya tenemos, los abogados quedarían sin trabajo y ojalá nos acerquemos a Utopía, el reino de ficción creado por Tomás Moro, en el que maravillosamente no hay abogados. El cumplimiento efectivo de la Constitución y las leyes depende del pueblo interesado en que se cumpla, vigilante y movilizado, bloqueando la acción de abogados, fiscales y jueces interesados en que no se cumplan para favorecer los intereses de sus amigos y “hermanitos”.

Fuente: La Mula

https://navegarrioarriba.lamula.pe/2020/10/26/sobre-constituciones-en-bolivia-chile-y-peru/rodrigomontoyar/

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