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“Economía bajo ataque. Sería
ingenuo creer que la ética
de la depredación pública implantada en el país respetará nuestros
últimos bastiones de razón tecnocrática. El asalto ha
comenzado. El MEF que alguna vez fue un déspota
avaro ahora es una dócil caja chica. Y ni
tan chica. El Consejo fiscal ha encontrado que entre 2021 y 2025,
el congreso aprobó normas con un costo superior
a 35 mil millones de soles. Es decir, un gasto 65 veces mayor que en
los quinquenios precedentes. Si se sigue por esta vía, asegura
el consejo, la deuda pública será insostenible. Porque, además,
nuestra tasa de crecimiento económica potencial para los próximos
años ya no es alta. Hoy el Perú está en el mejor de los contextos
internacionales (oro y cobre disparados) y, sin embargo, solo
crecemos 3%. No hay que ser economista para intuir qué
ocurrirá cuando las condiciones sean otras.
“Sobre esto, agreguemos que ya se hizo costumbre
modificar, al ritmo de las necesidades políticas, indicadores
para medir diferentes ámbitos de la vida económica y social. Si
el déficit se dispara, se altera su tope. Y, peor aún, incluso
modificándolo a su antojo, lo incumplieron: tramposos, monses.
Tanto el 2023 como el 2024 se incumplió la regla fiscal.
Además, poco a poco, nos hemos ido quedando sin ahorros al
no querer incrementar la deuda externa. Si mañana llega una
situación de emergencia, no tendremos las arcas que hubo cuando
el fenómeno del Niño, el 2017 o en la pandemia. Finalmente,
todo este desmontaje macro produce el destartale micro.
Como lo recordaba hace poco Carolina Trivelli, los niveles de consumo
en todos los sectores sociales peruanos (con excepción del más alto)
es, en promedio, 10% más bajo que antes de la pandemia. Somos el país
de América Latina con más pobres pospandemia y, junto con Argentina
y Honduras, los únicos tres que no hemos
regresado a los niveles de pobreza prepandemia.
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LOS AÑOS BOLUARTE, POR ALBERTO VERGARA.
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"No contentos con destruir el
país, los políticos rapaces y pasajeros de los años Boluarte han
asegurado que quienes les sigan sean de la misma estirpe".
No vo’a perder un minuto en volver a
pensarte
- Rosalía –
Por Alberto Vergara. Politólogo.
Docente Universitario.
Fuente. Diario La República lunes 3 de
noviembre del 2025.
Hace unos días una periodista me
preguntó por los legados que deja Dina Boluarte. Cual resorte metodológico me saltó
la necesidad de aclarar que Boluarte no importa nada. Es decir, si Engels
aseguró --con la convicción que brindan las religiones laicas-- que la historia
de Europa sería exactamente la misma si no hubiera existido Napoleón,
es seguro que en el devenir peruano Dina es apenas una extraviada nota a
pie de página. Esto, desde luego, no es una apreciación penal: ojalá con ella
se verifique que la presidencia peruana es la antesala de la cárcel. Lo que
quiero subrayar no es su irresponsabilidad política o penal, sino su
insignificancia. Una política sin riendas, donde da lo mismo Chana que
Juana, Jerí que Boluarte. Entonces, es un abuso analítico tomar a Boluarte
como actriz principal. En el mejor de los casos, se trata de un papel de
reparto, acaso de extra. Nuestra debacle galopaba sin jockey antes de que la
señora asumiera la presidencia y prosigue ahora que, supongo, disfruta de sus telenovelas
turcas sin que la importunen los contratiempos de la presidencia. Anodina.
Y, sin embargo, los años de su presidencia importan. Ella, sus ministros y
el Legislativo profundizaron la deriva del país. Nada inventaron, todo
empeoraron. Nos dejan cinco legados indelebles.
Rencor.
La vida peruana se sostiene sobre tres
pilares: el desinterés
político, la desconfianza social y el rencor histórico. Si
debiera definir qué significa progresar en el Perú diría que se trata
menos de una hoja de ruta hacia algún tipo de objetivo que de un plan para
escapar de ese statu quo. Es muy difícil construir algo a con esos ingredientes
nacidos para bloquear la asociatividad, el compromiso y la posibilidad del
mediano plazo. Como es obvio, en mayor o menor medida, esos componentes nos
han acompañado quién sabe desde cuándo. Pero también es cierto que hemos tenido
esfuerzos mil por superarlos. ¿Qué otra cosa era la Nueva Crónica y
buen gobierno de don Felipe Huamán Poma de Ayala escrita en la segunda
mitad del siglo XVI que nuestro primer generoso alegato reformista?
En realidad, la desconfianza, el
desinterés y el rencor
pasan por etapas. Funcionan como un acordeón. Hay épocas en que se
expanden y en otras se contraen. Los años Boluarte las han tensado
cuanto era posible. En especial, el rencor histórico del cual se derivan la desconfianza
social y el desinterés político. Las masacres al inicio del gobierno de Boluarte
van a ser el zócalo de nuestra memoria histórica por mucho tiempo. Al menos 49
civiles asesinados de una manera tan transparente como ilegal. La reactivación
brutal de nuestras peores grietas. No solo la matanza, sino su
justificación altanera: “ni los animales” ponen en riesgo a sus crías
así, dijo un ministro de educación que nadie censuró; la recompensa
simbólica y material para los agentes de la escabechina (Otárola
ascendido de ministro de defensa a Premier); y, por supuesto, la impunidad
construida a través de una extensa toma y daca entre diversas
instituciones. Una vez más, la mayoría de los muertos los ponen los Quispes,
los Huamán y los Mamani. Boluarte y compañía nos heredan un rencor
histórico que hace imposible confiar en el otro.
Una Pedagogía del abuso.
Ahora, para el proceso político que nos espera, la impunidad resulta
peor que las masacres. Porque se instalará como sentido común que asesinar
civiles no lleva a la destitución ni renuncia de un presidente.
Pronto se argumentará que catorce o veinticinco muertos no son causal de
vacancia o renuncia ya que Boluarte se mantuvo en el poder cargando varias decenas
más. De hecho, que ya nadie considere que Jerí podría caer por al asesinato
de Eduardo “Truko” Ruiz es una manifestación directa de cómo ha calado esta
pedagogía del abuso. Peor aún: que se le acuse de terruco y se borren
los murales que lo recuerdan es parte de esta pedagogía cotidiana del
desprecio.
Que funciona como una pedagogía hacia la sociedad en general. Tener
poder es abusar de él: el que puede puede, y el que no corta uñas.
Una paideia abocada a adiestrar a los peruanos en el
oficio de prosperar a través de la complicidad y a constatar el
triunfo propio en la humillación del prójimo.
La utopía del marca y el merca.
Una vez asimilada y democratizada, la
mecánica del abuso engendra en institución. Le ley deja de ser una herramienta para arbitrar y se
transforma en valor de intercambio. Debajo de la mesa todo tiene su
precio: reducir el número de acciones que son pasibles de ser incluidas en
la categoría de organización criminal, acabar para todo efecto práctico
con la figura del allanamiento policial, modificar las normas que
hacen posible la captura de un delincuente en flagrancia o bloquear
la incautación de bienes de la corrupción. Juanito Alimaña no habría
producido un programa de gobierno más favorable al crimen. La ola de
extorsión y asesinatos certifica la eficacia de las medidas.
A la utopía del marca sigue la del merca. Del merca
de todo tipo: la minería informal e ilegal que consigue una y otra
vez que el Registro integral de formalización minera (REINFO)
funcione como legalización trucha de sus actividades; o los agroexportadores
que regresan a un régimen preferencial tributario, pagando
la mitad de lo que corresponde solo porque tienen la influencia para lograrlo.
El lobby feroz.
John Rawls, el teórico del liberalismo, postulaba que una sociedad
ordenada es aquella donde hay una idea pública y compartida de la
justicia. Nuestra idea de la justicia, en cambio, es clandestina
y particular. Y, en consecuencia, es imposible que produzca orden.
La utopía del marca y del merca es la distopia del peruano de
a pie, quien atestigua cómo se transita de una sociedad
en la que cada uno baila con su pañuelo a otra donde cada quien
habrá de hacerlo con su pistola.
Economía bajo ataque.
Sería ingenuo creer que la ética de la depredación pública implantada
en el país respetará nuestros últimos bastiones de razón tecnocrática.
El asalto ha comenzado. El MEF que alguna vez
fue un déspota avaro ahora es una dócil
caja chica. Y ni tan chica. El Consejo fiscal
ha encontrado que entre 2021 y 2025, el congreso
aprobó normas con un costo superior a 35 mil millones de soles.
Es decir, un gasto 65 veces mayor que en los quinquenios precedentes.
Si se sigue por esta vía, asegura el consejo, la deuda
pública será insostenible. Porque, además, nuestra tasa de crecimiento
económica potencial para los próximos años ya no es alta. Hoy el Perú
está en el mejor de los contextos internacionales (oro y cobre
disparados) y, sin embargo, solo crecemos 3%. No hay
que ser economista para intuir qué ocurrirá cuando las condiciones
sean otras.
Sobre esto, agreguemos que ya se hizo costumbre
modificar, al ritmo de las necesidades políticas, indicadores
para medir diferentes ámbitos de la vida económica y social. Si
el déficit se dispara, se altera su tope. Y, peor aún, incluso
modificándolo a su antojo, lo incumplieron: tramposos, monses.
Tanto el 2023 como el 2024 se incumplió la regla fiscal.
Además, poco a poco, nos hemos ido quedando sin ahorros al
no querer incrementar la deuda externa. Si mañana llega una
situación de emergencia, no tendremos las arcas que hubo cuando
el fenómeno del Niño, el 2017 o en la pandemia.
Finalmente, todo este desmontaje macro produce el destartale
micro. Como lo recordaba hace poco Carolina Trivelli, los niveles
de consumo en todos los sectores sociales peruanos (con excepción del
más alto) es, en promedio, 10% más bajo que antes de la pandemia.
Somos el país de América Latina con más pobres pospandemia y, junto
con Argentina y Honduras, los únicos tres que no hemos regresado a
los niveles de pobreza prepandemia.
La "Tinka" y la Feria Electoral con más de 40 "partidos políticos" que en realidad son "quioscos de venta" de entradas al mejor postor". Los Líderes "murieron". Hoy son los amos, dueños, patrones y empresarios. Ahora a prepararse para saber como sacar la Tinka.
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Ritual de lo habitual.
Finalmente, los años Boluarte dejan un sistema político
programado para reproducir lo de hoy. O más preciso:
para profundizarlo y empeorarlo. Gracias a las contrarreformas políticas
del Congreso –que siempre tuvieron la complicidad del ejecutivo—la
competencia electoral del 2026 tendrá unas condiciones mucho
peores y sus consecuencias probablemente también lo sean.
Es decir, se decidió no alterar las reglas de juego que nos han
traído hasta aquí y, como no podía ser de otro modo, esto
producirá escenarios nocivos.
Para empezar, se eliminaron las reglas que buscaban limitar la fragmentación
del sistema, por lo cual se entiende que enrumbemos hacia
una elección con 40 candidatos presidenciales. Reintrodujeron
el voto preferencial, expandieron el número de “invitados” en las listas
legislativas, crearon un Senado (y la posibilidad de ser
simultáneamente candidato a la presidencia y senador incentivando la
dispersión ya que los políticos consideran que es más posible
ser electos al senado candidateando también a la presidencia). Con casi
cuarenta partidos habilitados a participar y ninguno de ellos por
encima del 15% de intención de voto, el congreso será el menos
representativo de la historia. Porque muy pocas
organizaciones superarán el 5% necesario para ingresar al
congreso y, por lo tanto, unos pocos partidos --que recogerán
alrededor del 20% del electorado-- se repartirán el 100% del
legislativo. Ya se pueden imaginar el tipo de excelso
tribuno que poblará el Congreso.
En síntesis, no contentos con destruir el
país, los políticos rapaces y pasajeros de los años Boluarte han
asegurado que quienes les sigan sean de la misma estirpe.
Se esforzaron por crear un sistema autoinmune. Se han asegurado
de que la regeneración sea imposible. O casi.
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