miércoles, 31 de mayo de 2017

LA CRISIS DEL CAPITALISMO GLOBAL Y LA MARCHA DE TRUMP HACIA LA GUERRA.

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EL CAPITALISMO GLOBAL, SEGÚN EL SOCIÓLOGO WILLIAM ROBINSON.- La irrupción y el desarrollo del capitalismo global es una interesante teoría explicativa sobre el cambio de época en el capitalismo mundial de finales del siglo XX y comienzos del XXI, expuesta en detalle por el sociólogo norteamericano William I. Robinson. Este cambio, según el autor, está dado por el surgimiento del Estado transnacional que en buena medida vino a remplazar la estructura económica del Estado-Nación a través de la globalización tanto de la producción como de los capitales transnacionales.

“Mientras muchos detractores de la globalización se enfocan en el comercio global y consecuentemente en el mercado, creo que el proceso de globalización está impulsado por la transnacionalización de la producción y los sistemas productivos y de propiedad del capital, que a su turno conducen a la aparición de una burguesía transnacionalizada asentada en la cúspide del orden global”, sostiene este investigador y científico social, quien cuenta con un Ph.D en Sociología de la Universidad de Nuevo México y es autor de varios libros y ensayos.

Robinson es actualmente profesor en el Departamento de Sociología de la Universidad de California, en Santa Bárbara, donde dicta sus cátedras sobre procesos económicos, América Latina, el cambio social y la democracia. Entre sus publicaciones recientes se destacan: “Estudios críticos sobre la globalización”, “Conflictos transnacionales: Centroamérica, globalización y cambio social” y “Una teoría sobre el capitalismo global: Producción, clases y Estado en un mundo transnacional”.

A su pasó por Colombia, tuvimos la oportunidad de dialogar con él para ahondar sobre las implicaciones y consecuencias del capital transnacional.
La economía global: Un nuevo sistema de producción
– En su libro “Una teoría sobre el capitalismo global”, usted señala que la globalización constituye una cambio de época. ¿Por qué?
– El capitalismo sigue siendo capitalismo en cuanto a sus propias leyes de desarrollo y acumulación pero fundamentalmente hay nuevos rasgos, procesos cambiantes, estructuras novedosas y por eso estamos ante una nueva etapa del capitalismo. Siempre el sistema capitalista ha ido cambiando intensiva y extensivamente y podríamos decir que hay una periodización del capitalismo: la primera época mercantil que se inicia en 1492 con la conquista hasta aquella fecha simbólica de 1789.
La segunda época la denominamos del capitalismo competitivo en la que se produce la revolución industrial, el nacimiento de la burguesía, su consolidación como clase y el aparición del Estado-Nación. A comienzos del siglo XX hay una tercera etapa y es cuando el capitalismo competitivo da lugar al capitalismo monopólico, yo lo denomino capitalismo corporativo y aquí tenemos a las grandes compañías nacionales que comienzan a internacionalizarse, a hacerse compañías multinacionales.
En esta época se dan la primera y segunda guerras mundiales, las rivalidades imperialistas entre las grandes potencias. Pero en estas etapas todavía era el capitalismo del Estado-Nación. A finales del siglo XX y comienzos del XXI vemos que se configuran nuevos rasgos que dan lugar a una cuarta etapa del capitalismo cuyas características están dadas porque los principales capitales nacionales se han ido transnacionalizando, fusionándose con capitales de otros países, de tal manera que surge el verdadero capital transnacional, un capital que ya no se arraiga o se identifica con un solo país sino con el sistema global en su conjunto.
Otro rasgo característico es el surgimiento de una nueva clase social que es la clase capitalista transnacional, esta es una fracción de clase que es la dueña de las grandes compañías multinacionales que operan alrededor del mundo sin base en ningún país. Opera como clase, desarrolla una conciencia de clase, se reúne una vez al año en Davos, y ha creado una serie de instituciones y foros para actuar como tal.
Un tercer rasgo es la aparición de una nueva institucionalidad a nivel transnacional como la Organización Mundial del Comercio (OMC), la transformación de las diferentes agencias de Naciones Unidas a comienzos de la década de los 90; y el hecho de que entidades como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial cada vez más sincronizan su accionar, representando los intereses del capital transnacional, creando la infraestructura global y las regulaciones para la economía global.
– ¿Qué características tiene esta economía global?
– La economía global es un nuevo sistema de producción y de finanzas que es trasnacional, que jamás lo habíamos visto. De tal manera que surgen circuitos globales de acumulación y todos los países se han visto obligados por lo que ha pasado con los ajustes y el neoliberalismo a integrarse a esta nuevo sistema productivo y financiero del capitalismo global. De esta manera, hoy los Estados responden a las exigencias del capital y no pueden absorber las demandas populares, cumpliendo un rol más policíaco que político.
– ¿Qué relación hay entre neoliberalismo y capitalismo global?
– Neoliberalismo no equivale a capitalismo global, son dos cosas distintas. El capitalismo global es una nueva etapa histórica del sistema capitalista; el neoliberalismo en cambio, es un programa particular que ha servido desde la década de los 80 para abrir paso al capitalismo global mediante la reducción de las barreras comerciales a la expansión del capital.
Pero perfectamente podríamos cambiar el modelo neoliberal y todavía tener el capitalismo global, al igual que podríamos tener un modelo capitalista de sustitución de importaciones, o un modelo capitalista competitivo, o keynesiano, o de mercado libre, o de Estado, hay muchos modelos, pero siempre hay capitalismo.
En el caso del neoliberalismo hay que decir que está en crisis y ha acelerado las contradicciones de este capitalismo global. Como el capital se globaliza, sale del Estado-Nación, las clases sociales ya no pueden intervenir para exigirle al Estado que redistribuya la riqueza, los sindicatos tienen muchas más dificultades, se presenta entonces un desplome del nivel de vida de las masas populares.
El neoliberalismo nunca genera una legitimidad entre las masas, pero éstas aún no tienen la suficiente fortaleza para enfrentarlo. No obstante, el neoliberalismo entra en crisis con la experiencia de Argentina durante los años 2001 y 2002, con lo cual se da el viraje en América Latina a través de la elección de gobiernos antineoliberales.
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LA CRISIS DEL CAPITALISMO GLOBAL Y LA MARCHA DE TRUMP  HACIA LA GUERRA.
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William I. Robinson.

Rebelión miércoles 31 de mayo del 2017.


La discreta escalada de la intervención norteamericana en el Medio Oriente en las últimas semanas llega en un momento en que el régimen de Trump enfrenta una creciente escándalo sobre la presunta injerencia rusa en su campaña electoral de 2016, además de los índices históricamente mas bajos de aprobación para un presidente entrante y una resistencia cada vez mayor entre la población. Los gobernantes estadounidenses a menudo han lanzado aventuras militares en el exterior para desviar la atención de las crisis políticas y los problemas de legitimidad en su ajuar.

Más allá de la intervención en Siria, Iraq, y Afganistán, Trump ha propuesto un incremento de $55 mil millones de dólares en el presupuesto del Pentágono. Ha amenazado con utilizar la fuerza militar en varios polvorines alrededor del mundo, incluyendo a Siria, Irán el Sudeste Asia, el flanco oriental de la OTAN con Rusia, y en la Península de Corea. En la medida que surjan centros competidores de poder en el sistema internacional, cualquier aventura militar podría desembocar en una conflagración global con consecuencias devastadoras para la humanidad.

Los periodistas y comentaristas políticos han centrado su atención en el análisis geo-político en su esfuerzo por explicar las crecientes tensiones internacionales. Por muy importante que sea este enfoque, hay profundas dinámicas estructurales en el sistema de capitalismo mundial que empujen los grupos gobernantes hacia la guerra. La crisis del capitalismo global se viene intensificando, no obstante el optimismo de los economistas tradicionales y las elites mareadas por índices recientes de crecimiento y la repentina inflación de los precios de las acciones a raíz de la elección de Trump. En particular, el sistema enfrenta una insoluble crisis de la sobre-acumulación y de la legitimidad.

La crisis actual, más que cíclica, es estructural, lo que quiere decir que la única solución es una reestructuración del sistema. La crisis estructural de los años 1930 fue resuelta mediante un nuevo tipo de capitalismo redistributivo, o sea, la social democracia, el Keynesianismo, y el corporativismo. El capital respondió a la crisis estructural de los años 1970 con globalizarse. La emergente clase capitalista transnacional (CCT) emprendió una vasta reestructuración neo-liberal, liberalización comercial, e integración de la economía mundial.

La globalización facilito un boom en la economía global en la última década del siglo XX en la medida que los ex-países socialistas se integraron al mercado global y el capital transnacional, liberado del estado-nación, emprendió una enorme ronda de despojos y de acumulación a nivel mundial. La CCT descargo los excedentes anteriormente acumulados y reanudo la generación de ganancias en la emergente sistema globalizado de producción y finanzas mediante la adquisición de los bienes privatizados, la extensión de las inversiones en la minería y la agro-industria a raíz del despojo de centenares de miles de personas del campo en el antiguo Tercer Mundo, y una nueva ola de expansión industrial asistido por la revolución en la Tecnología de la Informática y la Computación.

No obstante, la globalización capitalista ha dado lugar a una polarización social mundial sin precedente. La agencia de desarrollo británico OXFAM informa que apenas el un porciento de la humanidad posee la mitad de la riqueza del mundo y el 20 por ciento controla el 95 por ciento de esa riqueza, mientras el restante 80 por/ciento tiene que conformarse con apenas el 5 por/ciento.
 

 Los nuevos amos del mundo, el Club semisecreto de Bilderberg - 2017 - representa a la elite financiera del capitalismo global.
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Dada esta extrema polarización de los ingresos y la riqueza, el mercado global no puede absorber la producción de la economía global. El colapso financiero de 2008 marco el arranque de una nueva crisis estructural de la sobre-acumulación, lo que se refiere a que el capital acumulado no puede encontrar salidas rentables para la reinversión de ganancias. Los datos para 2010 indican, por ejemplo, que las compañías estadounidenses contaban en ese año con $1.8 billones de dólares en efectivo no invertido. Las ganancias corporativas han registrado niveles casi record al mismo tiempo que la inversión corporativa ha declinado.

En la medida que se va acumulando este capital no invertido, crecen enormes presiones para encontrar salidas rentables para el excedente. Los grupos capitalistas, y especialmente el capital financiero transnacional, presionan a los estados a crear nuevas oportunidades para la inversión rentable. Los estados neo-liberales han recurrido a cuatro mecanismos en años recientes para ayudar a la CCT a descargar el excedente y sostener la acumulación frente al estancamiento.

Uno es el asalto y el saqueo a los presupuestos públicos. Las finanzas públicas han sido reconfiguradas mediante la austeridad, los rescates a las corporaciones, los subsidios estatales al capital, el endeudamiento estatal, y el mercado global de bonos, todo lo que resulta en la transferencia directa e indirecta por parte de los gobiernos de la riqueza, desde la clases laborales a la CCT.

Un segundo mecanismo es la expansión del crédito a los consumidores y los gobiernos, sobre todo en los países ricos, para sostener el consumo. En Estados Unidos, por ejemplo, país que ha sido “el mercado de última instancia” para la economía global, el endeudamiento de las familias de la clase obrera ha llegado a nivel record para todo el periodo post-Segunda Guerra Mundial. Los hogares norteamericanos tenían una deuda total en 2016 de $13 billones de dólares en préstamos estudiantiles y automovilísticos, en deuda de las tarjetas de crédito, y los hipotecarios. Mientras tanto, el mercado global de bonos – un indicador de la deuda gubernamental global – ya había para 2011 rebasado los $100 billones de dólares.

Un tercer mecanismos es la frenética especulación financiera. La economía global ha sido un gigantesco casino para el capital financiero transnacional, mientras crece cada vez más la brecha entre la economía productiva y el “capital ficticio”. El Producto Bruto Mundial, o el valor total de los bienes y servicios producidos a nivel mundial, alcanzo los $75 billones de dólares en 2015, mientras la especulación solamente en monedas extranjeras llego a $5.3 billones al día en ese año y el mercado global de derivados se estimo en un alucinante $1.2 trillones.

Estos tres mecanismos pueden resolver el problema momentáneamente pero a la larga terminan agravando la crisis de la sobre-acumulación. La transferencia de la riqueza desde los trabajadores al capital constriñe aún más al mercado, mientras el consumo financiado por el cada vez más endeudamiento y la especulación aumenta la brecha entre la economía productiva y el “capital ficticio”. El resultado es una cada vez mayor inestabilidad subyacente de la economía global. Muchos ahora consideran que otro colapso es casi inevitable.
Sin embargo, hay otro mecanismos que sostiene la economía global: la acumulación militarizada. He aquí una convergencia de la necesidad que tiene el sistema para el control social y la necesidad que tiene para la acumulación perpetua. Las desigualdades sin precedente solo pueden ser sostenidas por los sistemas cada vez más expansivos y ubicuos de control social y represión. Pero muy por aparte de las consideraciones políticas, la CCT ha adquirido un interés creado en la guerra, el conflicto, y la represión como medio en si de la acumulación, incluyendo la aplicación de amplias nuevas tecnologías y una mayor fusión de la acumulación privada con la militarización estatal.

Mientras la guerra y la represión organizada por el estado cada vez más se privatiza, los intereses de un amplio despliegue de grupos capitalistas cambian el clima político, social, e ideológico hacia la generación y el sostenimiento de los conflictos – tal como en el Medio Oriente – y en la expansión de los sistemas de guerra, de represión, de vigilancia y de control social. Las así llamadas guerras contra las drogas, contra el terrorismo, contra los inmigrantes; la construcción de muros fronterizos, de centros de detención de los inmigrantes y cárceles; la instalación de los sistemas de monitoreo y vigilancia en masa, y la extensión de las compañías privadas mercenarias y de seguridad – todo eso se convierte en principales fuentes para la acumulación y generación de ganancias.
El estado norteamericano se aprovechó de los ataques del 11 de setiembre de 2001 para militarizar la economía global. El gasto militar estadounidense se disparó, alcanzando billones de dólares para librar la “guerra contra el terrorismo” y las invasiones y ocupaciones de Iraq y Afganistán. La “destrucción creativa” de las guerras funge para echar leña a las brasas humeantes de una economía global estancada. El presupuesto del Pentágono subió en un 91 por/ciento en términos reales entre 1998 y 2011, y aun sin incluir las asignaciones especiales para Iraq, se incrementó en un 50 por ciento en términos reales en este periodo. En la década de 2001 a 2011, las ganancias de la industria militar casi se cuadruplicaron. A nivel mundial, el gasto militar creció en un 50 por/ciento desde 2006 a 2015, de $1.4 billones a $2.03 billones de dólares.

La vanguardia de la acumulación en la economía real alrededor del mundo cambio de la Tecnología de la Informática y la Computación antes de que se reventó en 1999-2000 la burbuja de la bolsa de valores para este sector (conocido como “dot-com”), al nuevo “complejo militar-seguridad-industrial-financiero” – este mismo complejo a la vez integrado al conglomerado de alta tecnología. Este complejo ha acumulado enorme poder en los pasillos del poder en Washington y en otros centros políticos alrededor del mundo. Un emergente bloque de poder que reúne el complejo financiero global con el complejo militar-seguridad-industrial tendió a cristalizarse a raíz del colapso de 2008. Hay una peligrosa conjugación alrededor de la acumulación militarizada de los intereses de clase de la CCT con la cuestiones geo-políticas y económicas. Entre mas llega a dependerse la economía global de la militarización y el conflicto, cada vez mayor es el impulso hacia la guerra y cada vez mas altos los riesgos para la humanidad.

El día después del triunfo electoral de Trump, el precio de las acciones de la empresa “Corrections Corporation of America,” la principal contratista privada para los centros de detención de los inmigrantes en Estados Unidos, disparo en un 40 por ciento, dada la promesa electoral de Trump de deportar a los inmigrantes en masa. Los grandes contratistas militares como Raytheon y Lockheed Martin, registran súbitas alzas en sus acciones cada vez que hay un nuevo brote del conflicto en el Medio Oriente. Horas después de que la marina norteamericana bombardeo a Siria con misiles Tomahawk el pasado 6 de abril, el valor de las acciones de Raytheon subió en un mil millones de dólares. Centenares de firmas privadas alrededor del mundo hicieron ofertas para la construcción del tristemente célebre muro de Trump en la frontera Estadounidense-Mexicana.

Más allá de la retórica populista, el programa económico de Trump constituye el neo-liberalismo en esteroides. Las reducciones de impuestos corporativos y la acelerada desregulación vendrá a exacerbar la sobre-acumulación y aumentara la propensión del bloque de poder para los conflictos militares. Los militares activos y retirados que controlan la maquinaria norteamericana de guerra ocupan numerosos puestos en el régimen de Trump y gozan de cada vez mayor autonomía de acción. Sin embargo, detrás los régimen de Trump y del Pentágono, la CCT busca sostener la acumulación mediante la expansión de la militarización, el conflicto, y la represión. Solamente un contra-movimiento desde abajo, y a la larga, un programa para redistribuir la riqueza y el poder hacia abajo, pueden contrarrestar el espiral hacia arriba de la conflagración internacional.

William I. Robinson. Profesor de Sociología, Universidad de California en Santa Bárbara.

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martes, 30 de mayo de 2017

¿ES POSIBLE SER COMUNISTA EN LA ACTUALIDAD?

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“LOS ORÍGENES DE LA DESIGUALDAD.- LAS CLASES Y LA LUCHA DE CLASES COMO TESIS CENTRALES SIGUEN VIGENTES.- La Desigualdad económico-social-laboral-política, se ha mundializado  y es cada vez más fría, violenta, salvaje e inhumana. En 1754, hace más de 250 años, y veintidós años antes que Adam Smith publicara La riqueza de las naciones, la Academia de Dijon lanzó una osada pregunta y ofreció un premio para quien se atreviera a responderla: ¿Cuál es el origen de la desigualdad entre los hombres? ¿Es acaso la consecuencia de una ley natural? El filósofo francés Jean Jacques Rousseau se interesó por el tema y en respuesta escribió su obra Sobre el origen de la desigualdad entre los hombres. En ella, Rousseau sostiene que la desigualdad social y política no es natural, que no deriva de una voluntad divina y que tampoco es una consecuencia de la desigualdad natural entre los hombres. Por el contrario, su origen es el resultado de la propiedad privada y de los abusos de aquellos que se apropian para sí de la riqueza del mundo y de los beneficios privados que derivan de esa apropiación. Ya en esa época, buscar respuestas a la desigualdad social era un tema central para las ciencias sociales. Y eso que en aquel tiempo la desigualdad social era mucho más reducida.

Es un siglo más tarde, con el creciente proceso de industrialización, que comienza a crearse una diferencia importante en los niveles de ingreso, cuya relación, a nivel de ingreso medio entre los países “pobres” y los países “ricos” llegó, a principios del siglo XX una proporción de 1 a 4, para pasar a principios de este siglo a una proporción de 1 a 30.

Ahora sabemos que hay más de 3 mil millones de pobres en el mundo (casi el 50% de la población) y que la mitad de ellos vive en la miseria. La medición de la desigualdad social nunca fue un tema prioritario a lo largo de todo el siglo XX. Ni el Banco Mundial ni el Fondo Monetario Internacional, ni la ONU ni la FAO mostraron interés en el tema. Este fenómeno, sin embargo, se ha acrecentado con la actual crisis económica, dando cuenta que los más pobres y los más débiles son las principales víctimas de estas crisis generadas por la codicia y el despilfarro de unos pocos. 

No hace mucho que sabemos que la distribución de la riqueza es aún más desigual que la distribución de los ingresos. El 90% de la riqueza neta mundial está concentrado en Estados Unidos, Europa, Japón y Australia. Estados Unidos, con un 5% de la población mundial consume el 50% de toda la producción del mundo, mientras que India, con el 15% de la población mundial consume el 1% de la producción mundial. La diferencia es de 150 veces!.

La brecha entre ricos y pobres se ha multiplicado en los últimos 30 años, justamente por seguir las recetas del FMI y aceptar a ojos cerrados las premisas del modelo Neoliberal. Este sistema tiene la particularidad de aumentar la brecha incluso al interior de los propios países al generar nueva pobreza, y el caso más emblemático es justamente Estados Unidos, cuya línea de pobreza llega al 30% de la población. La actual crisis ha instalado nuevamente este tema en el debate y una de las posibles soluciones keynesianas que se apliquen para paliar la grave coyuntura es elevar en forma escalonada el salario mínimo. Junto a esto habrá que destinar líneas de crédito especiales a los seguros de desempleo pues una caída mayor en la demanda puede hacer que se cumpla la nueva profecía de Robert Shiller de que la crisis puede correr por años”. Pablo Raúl lunes 8 de mayo del 2017.
 


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¿ES POSIBLE SER COMUNISTA EN LA ACTUALIDAD?
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Marcelo Colussi.
Rebelión jueves 18 de mayo del 2017.


"El Socialismo solo funciona en dos lugares: en el Cielo, donde no lo necesitan, y en el Infierno donde ya lo tienen". Activista antichavista en Venezuela.
"Si hay 200 millones de niños en las calles, ninguno es cubano; si hay 100 millones de niños trabajando sin poder ir a la escuela, ninguno es cubano". Fidel Castro

I
Hoy día hablar de comunismo (o de socialismo, o de marxismo) no pareciera estar muy "de moda"; es más, a cualquiera que se precie de defenderlo, el discurso dominante con asombrosa rapidez lo tildará de anacrónico, desfasado, dinosaurio de tiempos idos. Ya ni siquiera es "peligroso" para el sistema (o, al menos, eso se quiere hacer creer); su evocación como rémora de un pasado "oprobioso que no debe volver nunca más" funciona ya como antídoto. Aunque, en lo profundo del sistema capitalista, por supuesto que sigue siendo altamente peligroso. ¿Por qué, si no, perdura el continuo armarse contra la posibilidad de "estallidos sociales", de "ingobernabilidades"? Como dijo Néstor Kohan: "curioso cadáver el del marxismo, que hay que estar enterrándolo continuamente". En realidad, para usar la expresión apócrifa equivocadamente atribuida a José Zorrilla: "los muertos que vos matáis gozan de buena salud". Pero la ideología que, hoy por hoy, domina la escena, lo presenta como "terminado, muerto y sepultado".

El epígrafe que abre el texto –el primer epígrafe, pronunciado con el más visceral odio de clase por un contrarrevolucionario venezolano– marca en buena medida los tiempos que corren. Quizá, jugando con los versos de Rafael de León, podría decirse: ¿comunismo? "¡Pamplinas! ¡Figuraciones que se inventan los chavales! Después la vida se impone: tanto tienes tanto vales”.

Aunque la caída del muro de Berlín en 1989 –y con esa caída, la puesta entre paréntesis de los sueños de transformación del mundo que venían materializándose en la primera mitad del siglo pasado: Rusia, China, Cuba, Nicaragua, Vietnam, liberación de países africanos, movimientos revolucionarios varios, espíritu contestatario– ha abierto una serie de interrogantes aún por responderse respecto a lo que fue socialismo real, la pregunta que da título al presente escrito necesita hoy de imperiosas respuestas, quizá más imperiosas y urgentes que años atrás. El fantasma de un tal "castro-comunismo", sin que eso pueda traducirse en forma clara en términos conceptuales, con su sola mención ya sirve para asustar, para horrorizar incluso, buscando santiguarse. En Venezuela, por ejemplo, (o en todo el mundo, mostrando la Revolución Bolivariana de Venezuela), con ese epíteto se moviliza lo más conservador y fascista de la sociedad, remedando la lucha ideológica de la Guerra Fría.

"Si viene el comunismo te van a poner obligadamente una familia a compartir tu casa, y a tus hijos te los van a quitar para mandarlos a campos de entrenamiento guerrillero en Cuba". Aunque parezca mentira, ya entrado el siglo XXI esas patrañas son las que dominan la inteligencia de la población mundial.

Desde el surgimiento del pensamiento anticapitalista en los albores de la gran industria europea, allá por el siglo XIX, e incluso después de la puesta en marcha de las primeras experiencias socialistas en el siglo XX, con la Rusia bolchevique, con la República Popular China, estaba bastante claro qué significaba ser comunista. Hoy, a inicios del siglo XXI, luego de toda el agua corrida bajo el puente, la pregunta tiene más vigencia que antes incluso. El descrédito que se le ha adosado hace más que urgente responder con claridad qué significa.

Las verdades que inaugura el Manifiesto Comunista en 1848 siguen siendo válidas aún hoy; y sin duda, en tanto verdades universales, lo serán por siempre, dado que develan estructuras de la naturaleza social misma: la explotación a partir de la apropiación del trabajo ajeno, la lucha de clases como motor de la historia, la violencia en tanto "partera de la historia", las revoluciones sociales como momento de superación de fases de desarrollo que signan el devenir humano. Todas estas verdades son expresión de un saber que se instaura como objetivo, neutro, científico en el sentido moderno de la palabra –los conceptos científicos no tienen color político–. Otra cosa es el llamado a la práctica que esas formulaciones teóricas posibilitan, es decir: la acción política; y para el caso, la revolución. ¡Obviamente eso es ideológico! Tan ideológica es la defensa del sistema vigente como la voluntad de transformarlo. ¿Quién dijo que las ideologías habían terminado? ¿Sería ello acaso remotamente posible?

Dicho rápidamente: el comunismo como expresión teórica y como práctica política no ha muerto, porque la realidad que le dio origen –la explotación de clase, las distintas formas de opresión de unos seres humanos sobre otros seres humanos (de clase, de género, étnica)– no ha desaparecido. Mientras persistan las inequidades y las diversas formas de explotación humana, el comunismo, en tanto aspiración justiciera, seguirá vigente.

II

Con la desaparición del campo socialista de Europa del Este hacia la década de los 90 del pasado siglo, la vorágine triunfalista del capitalismo ganador de la Guerra Fría arrastró al mundo a una suerte de aturdimiento intelectual, presentando el descrédito del comunismo como la demostración de su inviabilidad. Tan grande fue el golpe que, por algún momento, la prédica triunfal pareció ser verdadera: ¡el comunismo no era posible! Y todos pudimos llegar a creerlo. "¡Pamplinas! ¡Figuraciones que se inventan los chavales! ". El darwinismo social se agigantó.

Hoy, a casi tres décadas de esos acontecimientos, con una China que ha tomado caminos que, aunque no han derrumbado al Partido Comunista, al menos abre interrogantes sobre lo que el comunismo significa, y con un talante planetario donde decirse de izquierda conlleva una carga casi despectiva, vale la pena –o mejor aún: es imprescindible– plantearse la pregunta: ¿qué significa en la actualidad ser comunista? ¿Es posible serlo?



Las injusticias, la explotación, la apropiación del trabajo ajeno, la lucha de clases, todo ello sigue siendo la esencia de las relaciones sociales. Es más: caída la experiencia soviética, el capitalismo ganador ha avasallado conquistas de los trabajadores conseguidas con sangre durante décadas de lucha, entronizando un modelo ultraexplotador (llamado "neoliberalismo" ) que retrotrae peligrosamente la historia. Capitalismo triunfante, por otro lado, que se alza unilateral, insolente, con una potencia militar hegemónica –Estados Unidos de América– dispuesta a todo, con una posición provocativa que puede llevar al mundo a un holocausto nuclear, y que no ofrece –ni lo pretende, pero además, no podría lograrlo– soluciones reales a los problemas crónicos de la humanidad. Capitalismo triunfante sobre las primeras experiencias socialistas habidas pero que, pese a un descomunal desarrollo científico-técnico, no consigue remediar los males humanos de la pobreza, de la escasez, de la desprotección. En ese sentido, es válido el segundo epígrafe, la cita de Fidel Castro. Si toda esta barbarie capitalista continúa, –y tal como van las cosas, pareciera que tiende a aumentar– el comunismo, en tanto expresión de reacción ante tanta injusticia, lejos de desaparecer tiene más razón de ser que nunca. Porque la gente, la población de a pie, los que reciben los efectos de ese capitalismo salvaje, sin duda siguen protestando, aunque no conozcan nada de marxismo en términos teóricos.

Las vías de construcción de los primeros socialismos, por innumerables y complejas causas, quedaron dañadas, y merecen ser revisadas: el autoritarismo, el patriarcado y el Gulag fueron realidades palpables. "El socialismo clásico fue prepotente y arrogante. Siempre nos enviaba a ver tal página para encontrar verdades y soluciones. Nos dieron catecismos. Y eso es un grave error ", reflexionaba críticamente Rafael Correa, ex presidente de Ecuador. Sin duda que hubo errores, y muchos. Los comunistas son seres humanos de carne y hueso. Un comunista italiano, por ejemplo, se quejaba porque su hija se iba a casar con un siciliano. "¿Cómo con un africano, hija mía?", le reprochaba amargamente. ¿No hay derecho a la equivocación en el comunismo acaso?

Aunque todo eso existe: errores, desaciertos, exageraciones, ello no desautoriza el ideario comunista y su lucha por un mundo de mayor justicia. Debe quedar claro que todos esos errores –monstruosos en algunos casos, injustificables desde una posición comunista (como prohibir la homosexualidad por contrarrevolucionaria, por poner solo un ejemplo)– no desdibujan la lucha contra las injusticias que ese ideario significó. Valen aquí palabras de Frei Betto: 
El escándalo de la Inquisición no hizo que los cristianos abandonaran los valores y las propuestas del Evangelio. Del mismo modo, el fracaso del socialismo en el este europeo no debe inducir a descartar el socialismo del horizonte de la historia humana".

Ahora bien: ese pretendido "fracaso", de ningún modo autoriza a decir que las injusticias desaparecieron, y menos aún que las expresiones de búsqueda de mayor armonía y equidad social que representa el proyecto comunista, se hundieron igualmente.

Hoy por hoy, aunque el discurso hegemónico ha llevado los valores del capitalismo triunfal a un endiosamiento nunca antes visto en otros modelos sociales, la protesta de los excluidos sigue estando. Y pasados los primeros años del aturdimiento post Guerra Fría, vuelve a hacerse notar. Dicho así, entonces, el comunismo no ha desaparecido y está muy lejos de desaparecer, porque las injusticias continúan siendo la esencia cotidiana de la vida de los seres humanos. ¿Pero por qué este rechazo en decirnos claramente, con todas las letras, "comunistas"? ¿Pasó a ser el comunismo una "pamplina de chavales", una estupidez "fuera de moda", una utopía absolutamente irrealizable?

III

Las injusticias continúan (o se acrecientan); por tanto –no podría ser de otro modo– las protestas también continúan. Tal vez no crecen, no ponen la situación social al rojo vivo, tal como fueron las primeras décadas del siglo pasado, pero por supuesto que siguen presentes. Aunque la voz triunfal del capitalismo se levantó sobre la emblemática caída del muro de Berlín proclamando que "la historia terminó", a cada paso la experiencia nos demuestra que ello no es así. Para prueba, ahí están los movimientos que recorren nuevamente Latinoamérica, protestas y reivindicaciones campesinas, la Revolución Bolivariana en Venezuela como propuesta de una integración continental alternativa a los tratados de "libre" comercio impuestos por Washington; ahí está la reacción de los pueblos europeos diciendo "no" a una constitución política ultraliberal centrada en el gran capital que intenta desconocer conquistas populares históricas y desmontar los Estados de bienestar; ahí sigue Cuba revolucionaria resistiendo y, como dice el segundo epígrafe, con logros incontrastables; ahí está la resistencia de los pueblos árabes ante toda intervención armada estadounidense; ahí está el pueblo palestino alzándose contra el genocidio.

Protestas, todas éstas, a las que debe sumársele un amplísimo abanico de fuerzas contestatarias, progresistas, propulsoras también de cambios sociales: ahí está la reivindicación del género femenino ganando espacio día a día; ahí están todas las luchas antirracistas a partir de las reivindicaciones étnicas; ahí está una conciencia ecológica que va ganando terreno en todo el mundo para ponerle freno a la voracidad consumista y a la depredación planetaria realizada en nombre del lucro privado; ahí está un sinnúmero de voces que se alzan contra diversas formas de discriminación y/o opresión –sexual, cultural, contra la guerra, por derechos específicos–. ¿Son comunistas todas estas expresiones?
Sin dudas nadie se atreve a llamarlas así hoy día. Lo cual nos lleva a las siguientes reflexiones: a) la prédica anticomunista que la humanidad vivió por años durante prácticamente todo el siglo XX ha tornado al comunismo un siniestro monstruo innombrable, y b) hay que redefinir, hoy por hoy, qué significa exactamente ser comunista.

Sobre la primera consideración no es necesario explayarnos demasiado; archisabido es que si un fantasma comenzaba a recorrer Europa a mediados del siglo XIX, el fantasma que recorrió el mundo con una fuerza inusitada durante el XX se encargó de satanizar con ribetes increíbles todo lo que sonara a "crítico", a "contestatario", haciendo del término comunismo sinónimo inmediato del mal, de terror, de fatalidad deplorable, diabólica y pérfida, presentificación en la Tierra del peor y más deleznable de los infiernos. La prédica, por cierto, dio resultado (véase una vez más el primer epígrafe).

Pero más allá de esta consecuencia, producto de una despiadada política desinformativa del capitalismo, ¿por qué hoy día es tan difícil reconocerse comunista? Ello lleva a la otra consideración que mencionábamos: ¿es posible, efectivamente, seguir siendo comunista hoy día? Pero, ¿qué significa ser comunista?

IV



El comunismo, en tanto formulación conceptual, en buena medida recogida en esa brillante creación intelectual que fue su Manifiesto publicado por Marx y Engels a mediados del siglo XIX, se mueve en el ámbito de lo sociopolítico, ya sea como lectura crítica de la realidad, ya sea como guía para la acción práctica. El meollo toral de todo su andamiaje pasa por la lucha de clases sociales, motor último de la historia humana. Si contra algo luchan los comunistas, buscando su superación justamente, es contra la injusticia social, contra la explotación del ser humano por el mismo ser humano. En tal sentido, comunismo es sinónimo de "búsqueda de la igualdad", "búsqueda de la justicia". Siendo así, entonces, el comunismo no está muerto: la equidad social entre todos los seres humanos sigue siendo una agenda pendiente. Por tanto, su búsqueda continúa siendo una aspiración comunista en el sentido más cabal del término. Otra cuestión –que no tocaremos acá– es el tipo de medios a utilizarse para la concreción de la tarea: guerra popular prolongada, movilización obrera urbana, organizaciones campesinas alternativas, lucha armada de una vanguardia con base popular, incidencia parlamentaria, elecciones presidenciales en el ámbito de la democracia representativa.

Seguramente por miedo, por efecto de la monumental propaganda anticomunista desplegada en décadas pasadas, por cuestionables experiencias que nos dejó el socialismo real, o por una sumatoria de todas estas causas, hoy día la tendencia no es usar el término "comunista". Por el contrario, quienes portaban ese nombre se lo han sacado de encima. Pareciera que es una peste de la que hay que desembarazarse. La "moda", evidentemente, anda por otro lado. Nueve de cada diez estrellas son de derecha ", satirizaba Pedro Almodóvar.

Pero más allá de "modas", de "tendencias", el estado de inequidad que dio nacimiento a un pensamiento comunista un siglo y medio atrás aún sigue vigente. Por tanto, con las adecuaciones del caso, sigue también vigente el instrumento forjado para enfrentar esas inequidades. A quienes seguimos creyendo que es necesario buscar un mundo más justo, más solidario, más equitativo, ¿nos da miedo llamarnos hoy comunistas? ¿Nos avergüenza el estalinismo, las "dictaduras del proletariado" que tuvieron lugar en el socialismo real? (más dictaduras que otra cosa). ¿Realmente logró mellarnos la propaganda capitalista con su inacabable cantinela anticomunista? ¿Ganamos algo cambiándonos el nombre? ¿Qué ganamos?

Sin dudas lo que propone el Manifiesto Comunista de 1848, aunque sigue siendo válido en su núcleo, necesita adecuaciones. Un siglo y medio no es poco, y muchas cosas, por diversos motivos, no fueron consideradas en aquel entonces. El comunismo se ocupó de la lucha de clases pero dejó fuera otras opresiones: no puso particular énfasis en la explotación del género masculino sobre el femenino ni consideró la temática de las discriminaciones étnicas. Por el contrario, incluso, peca de cierto eurocentrismo civilizatorio, y el tema ecológico aún no entraba en su consideración. Obviamente, todos somos hijos de nuestro tiempo; también Marx y Engels.

Tal como se dijo anteriormente, en la actualidad asistimos a un sinnúmero de fuerzas progresistas que, sin decirse comunistas, abren una crítica sobre los poderes constituidos, sobre el ejercicio de esos poderes, sobre las distintas formas de opresión vigentes. Fuerzas, en definitiva, que buscan también un mundo más justo, más solidario, más equitativo. Fuerzas que sin llamarse comunistas en sentido estricto, son definitivamente comunistas en su proyecto, en tanto entendemos que comunismo es la búsqueda de "otro mundo posible", ese mundo más justo, más solidario, más equitativo.

Y esto, elípticamente, contesta la pregunta inaugural: ser comunista –aunque hoy día asuste, incomode o fastidie el término, aunque esté "pasado de moda" llamarse así, aunque su uso fuerce un debate en torno a qué entender por revolución y cómo lograr la justicia–, ser comunista, entonces, no es una pamplina ", pasajera " figuración de chaval ". Es luchar por un mundo más justo, más solidario, más equitativo. Esa lucha, por tanto, no se agota con una nueva organización económico-social, con una nueva relación de fuerzas en torno a las clases sociales; necesita también de cambios en la relación de poderes entre los géneros, en la consideración del otro distinto, en el respeto a la diversidad.

Después del aturdimiento de la caída del muro de Berlín –que provocó mucho ruido, sin dudas– ya va siendo hora de dos cosas: 
1) quitarnos el miedo, el estigma de usar la palabra "comunismo", y 
2) sobre la base de las lecciones aprendidas en el siglo XX, abrir un serio debate no sobre cómo nos designaremos (¿no nos gusta "comunista"?, ¿es mejor decirse "de izquierda"?, ¿queda más elegante "revolucionario"?, ¿y qué tal "luchadores por la justicia"?) sino sobre cómo lograr efectivamente ese mundo más justo, más solidario, más equitativo.

Es cierto que la tarea que nos espera es dura, pero… ¿quién dijo que iba a ser sencillo?.

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