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“El comercio en los mercados mundiales de divisas —el mercado que
determina el tipo de cambio de las
monedas mundiales y que tiene su
origen moderno en la abolición del sistema de
Bretton Woods— se disparó desde niveles
insignificantes en la década de 1970
hasta alcanzar un valor nominal de 620.000 millones de dólares en 1989 y de 4,5 billones de dólares en 2008;
para pasar a situarse en 7,5 billones de dólares en 2022. Estos flujos masivos de dinero,
que alimentan lo que algunos definieron como una clase rentista «tecnofeudal»,
plantean un problema potencialmente
sistémico, dada la presión que conllevan para buscar su realización en la
economía real. En la era del exceso climático, el estancamiento secular y la policrisis, estas pretensiones sobre la
producción futura —ahora muy superiores al PIB mundial— crean un dilema fundamental. Dadas las crecientes pruebas que ponen en tela de
juicio la ambición de ecologizar el crecimiento económico, los esfuerzos
por obtener beneficios futuros del
capital ficticio conducirán a un crecimiento insostenible que desestabilizará peligrosamente la vida
planetaria o a un escenario
alternativo de poscrecimiento,
en el que las sociedades recuperarán el control democrático y convertirán el
capital ficticio en activos varados.
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Fuentes: Jacobin [Imagen: cartel de un cajero automático de bitcoins en Barcelona, España, el 11 de noviembre de 2024. (Ángel García / Bloomberg vía Getty Images)]
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EL CAPITALISMO FINANCIERO ES
MÁS PELIGROSO QUE NUNCA.
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Por | 03/07/2025 | Economía
Fuentes. Revista Rebelión miércoles 3 de julio del 2025.
Se suponía que
la crisis de 2008 auguraba el fin del capitalismo financiero ultra especulativo.
Sin embargo, los actores financieros salieron fortalecidos y el capital
ficticio supone una amenaza mayor que nunca para la estabilidad económica
mundial.
El texto que sigue es un
fragmento adaptado de Freedom for Capital, Not People: The Mont Pèlerin
Society and the Origins of the Neoliberal Monetary Order, disponible en Verso
Books.
Algunos autores tomaron el período
posterior a la crisis del capitalismo
financiero de 2008 como el «fin del
neoliberalismo» o el advenimiento del «pos-neoliberalismo».
Otros lo describieron como una versión «mutante»
o «zombi» de un neoliberalismo que, en realidad, está «medio muerto, medio vivo».
En una era de creciente proteccionismo, ideología de derecha y desglobalización, las ideologías neoliberales sin duda sufrieron un revés. Pero también se rearticularon forjando nuevas alianzas y adoptando formas novedosas. Cabe destacar tres dimensiones de la coyuntura actual.
La política del dinero.
Hoy, como en la década de
1960, hay un enorme interés
por la forma que adopta el dinero como factor central en la política y la vida social. La política monetaria es hoy más que nunca una cuestión política que interpela directamente
incluso a quienes no se interesan por sus arcanos. Hay motivos para pensar que
el sistema global de dinero y finanzas se está acercando a
un umbral disruptivo de importancia
histórica, con el potencial de transformar la manera en que las sociedades invierten, se aseguran y
comercian.
Por supuesto, la forma del dinero
—esencialmente la «promesa de pago»
construida social y políticamente— siempre ha fluctuado. Lo que distingue
la transformación del dinero en los
primeros años del siglo XXI es, en
primer lugar, la proliferación de las monedas
y los tokens digitales. Al operar en las sombras de los sistemas
monetarios hegemónicos, no pueden considerarse simplemente como herramientas
de emancipación desde abajo contra los bancos centrales
autoritarios y las políticas monetarias de austeridad, como a veces afirman
sus defensores.
Más bien, los tokens no fungibles, la Web3, la tecnología blockchain,
las criptomonedas
y las organizaciones autónomas
descentralizadas están a la vanguardia de una revolución financiera impulsada
cada vez más por plataformas
transnacionales y los propios bancos centrales. En nombre de la flexibilidad y la eficiencia, anticipan
el fin del dinero en efectivo, poniendo
así en riesgo la privacidad y debilitando
aún más la democracia. Estos
desarrollos marcan el agotamiento del
régimen de flexibilización cuantitativa
(QE) vigente desde 2019.
Aunque son demasiado complejos para
analizarlos en detalle aquí, representan una perspectiva para el llamado orden pos-neoliberal, cuyas
características no pueden entenderse como progresistas, ya que en algunos casos prometen ceder aún más autoridad a los propios señores de las finanzas, potencialmente
de forma directa por medios administrativos.
Los términos en que se discute esta nueva
arquitectura monetaria recuerdan
debates anteriores. En el campo de
las monedas digitales, por ejemplo,
la lógica fuertemente restrictiva,
limitada y orientada a disciplinar
el mercado propia de Bitcoin remite a la escasez
incorporada del oro —y, si se
generalizara su uso, podría reproducir la lógica del patrón oro—, mientras que la proliferación
aparentemente interminable de dinero privado con nombres absurdos durante la
década de la QE se asemeja a la especulación desenfrenada que habilitaron
los tipos de cambio flotantes.
A esta oposición familiar se le puede añadir un
tercer polo: la moneda digital del banco
central, emitida formalmente por los
propios bancos centrales o, lo que
es funcionalmente equivalente, por los bancos privados más grandes. Esta nueva forma de dinero se distingue
por introducir la posibilidad de imponer
directamente condiciones sociopolíticas
a las transacciones o penalizar a
los ahorristas mediante tipos de
interés muy bajos.
Quizás sea por esta razón que los neoliberales
más principistas sumaron sus voces de alarma en lo que respecta a
algunas de estas innovaciones. Como sugirió el historiador Adam Tooze, parafraseando a Antonio Gramsci,
«las criptomonedas son el síntoma mórbido de un interregno, un interregno en el
que el patrón oro ha muerto, pero
aún no ha nacido un dinero plenamente
político que se atreva a decir su
nombre».
Privilegio exorbitante.
Otra cuestión candente en los debates
contemporáneos es el estatus del dólar
como moneda de reserva mundial, un «privilegio exorbitante» ratificado por
el paso a los tipos de cambio flotantes. Los efectos de esta fatídica
decisión, como recoge un libro publicado
en su quincuagésimo aniversario,
«fueron mucho más allá del sistema monetario internacional y tuvieron
repercusiones geopolíticas y políticas,
así como económicas y financieras,
de gran importancia».
Hoy en día, si bien la hegemonía
del dólar sigue intacta, cada vez son
más las voces que cuestionan su
permanencia y, con ella, la capacidad de
Estados Unidos para mantener su posición
geopolítica sin rival. En este sentido, el momento actual se
asemeja al de la década de 1970,
cuando la política monetaria
reflejaba las luchas entre las potencias
mundiales y la gestión de las relaciones entre aliados. Con la introducción de la canasta de monedas BRICS y la perspectiva de desdolarización que sugiere, tras el Brexit y la crisis de la zona euro, las previsiones de regionalización suelen girar en torno
a la política monetaria.
Aun así, en medio de los rumores sobre la desglobalización y las pruebas
de una caída de los flujos de capital, la proporción de transacciones realizadas en dólares se mantuvo relativamente estable en las últimas décadas. No obstante, la «creditocracia del dólar» estadounidense
se ve amenazada por las contradicciones internas de la expansión cuantitativa, y los déficits
por cuenta corriente y presupuestario
de Estados Unidos siguen ejerciendo una presión a la baja sobre el dólar, lo que exacerba el resentimiento hacia el unilateralismo estadounidense.
Por último, la
liberalización de los movimientos de capital en la década de 1970 debe considerarse como una cara del agotamiento del crecimiento económico en los países industrializados avanzados; ambos
son efectos de la sobreacumulación y del descenso
del crecimiento de la productividad y adoptaron la forma de un
estancamiento secular. El período posterior fue testigo de una enorme explosión del capital ficticio, es
decir, de activos financieros que
son, en esencia, derechos sobre la
producción y los beneficios futuros.
La financiarización de la era postfordista ha producido una economía desequilibrada, en la que este tipo de activos supera ampliamente el tamaño de la economía real subyacente. Su lógica es la de un casino sin crecimiento, basado en la transferencia y apropiación de valor en gran medida desvinculadas de los valores de uso del mundo real. Esta dinámica desproporcionada fue precisamente la que generó el sobreendeudamiento responsable del colapso de 2008.
Dinero, capital ficticio y la criptomonedas. Su impacto en la economía mundial.
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Capital ficticio.
A pesar de las promesas de volver a regular y
frenar el poder de las finanzas, la metástasis
del capital ficticio continuó a buen ritmo. Si bien el uso de algunos activos —esos instrumentos complejos que se
encuentran en el centro de la crisis inmobiliaria y financiera, como los CDO (Obligaciones de Deuda Colateralizada)— disminuyó, la cantidad total de capital
ficticio siguió aumentando. Esta dinámica se pone de manifiesto en la
enorme importancia del sector financiero,
de los seguros y del sector inmobiliario
(FIRE, por sus siglas en inglés) y
en el aumento de los precios de la
vivienda y de los objetos de arte
como activos financiarizados.
El comercio en los mercados mundiales
de divisas —el mercado que determina el tipo de cambio de las monedas mundiales y que tiene su origen moderno en la abolición del
sistema de Bretton Woods— se
disparó desde niveles insignificantes en
la década de 1970 hasta alcanzar un valor nominal de 620.000 millones de dólares en 1989 y de 4,5 billones de dólares en 2008;
para pasar a situarse en 7,5 billones de dólares en 2022. Estos flujos masivos de dinero,
que alimentan lo que algunos definieron como una clase rentista «tecnofeudal»,
plantean un problema potencialmente
sistémico, dada la presión que conllevan para buscar su realización en la
economía real.
En la era del exceso climático,
el estancamiento secular y la policrisis, estas pretensiones sobre la
producción futura —ahora muy superiores al PIB mundial— crean un dilema fundamental. Dadas las crecientes pruebas que ponen en tela de
juicio la ambición de ecologizar el crecimiento económico, los esfuerzos
por obtener beneficios futuros del
capital ficticio conducirán a un crecimiento insostenible que desestabilizará peligrosamente la vida
planetaria o a un escenario
alternativo de poscrecimiento,
en el que las sociedades recuperarán el control democrático y convertirán el
capital ficticio en activos varados.
Matthias Schmelzer. Profesor de
la Universidad de Flensburg y director del Centro Norbert Elias para el Diseño
y la Investigación de la Transformación. Es autor de The Hegemony of
Growth: The OECD and the Making of the Growth Paradigm.
Traducción: Pedro Perucca
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