El denominador común es la pérdida relativa de prestigio y poder de los participantes en los mercados financieros, incluidos los bancos de inversión, en favor de otros actores situados en la intersección entre el sector real de la economía y el mundo de las finanzas más tradicionales, es decir, las entidades de depósito y de crédito.
Cambio de guardia en la economía global.
Septiembre 18 del 2008. Rebelión.
La turbulencia en los mercados financieros supone, ante todo, una nueva fase en el proceso de globalización que venimos experimentando desde hace tres décadas. Mientras las autoridades económicas y monetarias de medio mundo se esmeran por resolver la miríada de problemas que aquejan a los mercados financieros, otros movimientos y tendencias más sutiles se afianzan y adquieren una mayor relevancia económica y política. Se trata de una reconfiguración del poder de decisión y de la influencia -y por tanto de la geopolítica económica- tanto dentro de cada país como en el conjunto de la economía global. El denominador común es la pérdida relativa de prestigio y poder de los participantes en los mercados financieros, incluidos los bancos de inversión, en favor de otros actores situados en la intersección entre el sector real de la economía y el mundo de las finanzas más tradicionales, es decir, las entidades de depósito y de crédito.
Seguirá la globalización financiera, pero con mayor regulación de los Estados
El modelo de negocio de los bancos de inversión ha quedado obsoleto
La abrupta caída en desgracia de tres de los cinco mayores bancos de inversión de Estados Unidos, y por ende del mundo, tiene mucho que ver con la práctica del apalancamiento financiero, que consiste en multiplicar la rentabilidad de las inversiones pidiendo dinero prestado siempre bajo el supuesto de que los precios de ciertos activos reales, tales como la vivienda, continuarían exhibiendo una tendencia alcista de modo indefinido. Tal y como apuntaba recientemente el economista y columnista Paul Krugman,* los sofisticados productos financieros ideados y popularizados durante los últimos años por los intermediarios financieros norteamericanos, lejos de reducir y distribuir el riesgo, lo han hecho más opaco y difícil de evaluar. Esta dificultad de esclarecer y evaluar la magnitud de los riesgos subyacentes se erige como la razón fundamental por la que venimos experimentando una crisis de liquidez, motivada por una desconfianza cada vez más extendida ante la incertidumbre de no poder conocer con exactitud la solidez y solvencia de los distintos intermediarios que participan en los mercados financieros.
Estos acontecimientos suponen el fin de una era. Fue precisamente durante la Gran Depresión cuando el Gobierno de Estados Unidos vio necesario establecer un fondo de garantía de depósitos para proteger a los ahorradores, por un lado, y prohibir a los bancos comerciales participar en actividades de banca de inversión para eliminar conflictos de interés y blindar a los depositantes de los riesgos intrínsecos a las operaciones de intermediación en el mercado de valores, por el otro. Esta legislación se mantuvo en vigor hasta 1999, año en el que el presidente Clinton apoyó una iniciativa del Congreso que permitió de nuevo a los bancos comerciales actuar como bancos de inversión.
Un año antes ya se había producido el primer movimiento de la nueva era cuando nació Citigroup, el mayor conglomerado financiero del mundo, fruto de la fusión de Citibank y Travelers Group. Precisamente, hace unos meses otro banco comercial con cierta presencia en banca de inversión, J. P. Morgan Chase, se hizo con Bear Stearns, el primero de los grandes bancos de inversión en quebrar. En los últimos días, Bank of America ha hecho lo propio con Merrill Lynch, si bien en el caso de Lehman Brothers no haya acudido al rescate ningún banco comercial. Algunos observadores, tales como Nouriel Roubini, afirman que el modelo de negocio de los bancos de inversión ha quedado obsoleto y que la viabilidad a largo plazo de Goldman Sachs o Morgan Stanley como entidades independientes se encuentra también en entredicho, aunque hoy en día sean sólidas y rentables.
No hace falta lanzar esos augurios para afirmar que el mundo de las finanzas internacionales está presenciando un cambio de guardia. Estados Unidos vuelve a tener grandes entidades financieras universales cuyas actividades abarcan tanto la banca comercial como la de inversión. Este modelo bancario es el predominante en la Europa continental, en Japón y en China. La competencia en los mercados financieros globales se ha transformado. A corto plazo, cabe esperar que la reestructuración y reorganización de la banca norteamericana abra nuevas oportunidades de negocio para los bancos europeos y asiáticos, tanto en sus mercados de origen como en Estados Unidos. Cabe esperar asimismo que los grandes bancos norteamericanos acepten mayores inyecciones de capital de entidades o fondos de inversión extranjeros.
Contemplar el posible auge de los bancos universales europeos y asiáticos no es lo mismo que predecir el declive de Nueva York (o de Londres) como grandes plazas financieras globales. No cabe duda de que los mercados financieros norteamericanos continuarán siendo los más dinámicos e innovadores del mundo, y que Londres seguirá constituyendo una plaza alternativa de importancia. Ambas plazas tienen de su lado una larga tradición y un eficaz sistema legal que les ampara. La actual crisis hace más posible, sin embargo, una situación en la que un cada vez mayor número de bancos universales internacionales se posicionen como actores importantes en los mercados financieros anglosajones. Ahí radica el cambio de guardia que está transformando las finanzas globales, alentado en parte por la necesidad de financiar el persistente déficit exterior de la economía norteamericana y acelerado por el súbito declive de los bancos de inversión. El principal teatro de operaciones, el lugar donde se celebren el mayor número de transacciones, seguirá siendo Nueva York, pero un número creciente de los decisores financieros más importantes estarán situados en otros países.
Aunque resulte paradójico, la globalización financiera parece llevarnos a un mundo más policéntrico y fragmentado desde el punto de vista de la toma de decisiones. Este cambio obliga a replantearse numerosas cuestiones, desde el peso de los distintos países en los organismos multilaterales hasta la necesidad de aumentar la coordinación de la supervisión bancaria, de los principios contables y de los métodos de evaluación de riesgos.
Las finanzas continúan siendo la punta de lanza del proceso de globalización. Pero se abre ahora una nueva fase con protagonistas diferentes, entidades que, si bien no van a pretender obtener rentabilidades exorbitantes a cambio de exponerse a riesgos inusitados, tendrán que ser observadas y supervisadas estrechamente, puesto que serán no solamente participantes en los mercados financieros sino también guardianes de nuestros ahorros. La verdadera paradoja es que la globalización financiera proseguirá su rumbo ascendente, pero con una mayor intervención reguladora por parte de los Estados. Se trata de un cambio de guardia quizás inesperado, pero seguramente necesario para devolver la confianza y el dinamismo a los mercados.
* Paul Krugman.- Premio Nobel de Economía 2008.
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