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La doctrina conservadora encarnada en el ajuste estructural a las economías, se impuso con un giro político hacia el totalitarismo, que funcionaba a la perfección en un clima de guerra fría. Bajo un clima de confrontación y con un capitalismo debilitado, su rol transversal en las políticas de estado no se notaba, y la lucha contra el comunismo la hacía todavía más relevante. ¡Quién no se transformó en un neoconservador en esos años 80 para poder sobrevivir y manipular el poder!
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El neoconservadurismo que se incuba en EEUU, Canadá y el Reino Unido especialmente, se transforma y expande por el mundo asumiendo diversos rostros y senderos, tiene en definitiva el mismo rasgo del totalitarismo al cual parecía combatir.
*****
DESMANTELAR LA AGENDA NEOCONSERVADORA Y EL TOTALITARISMO.
PRIMERA PARTE.
Lunes 26 de octubre de 2009
Juan Francisco Coloane (especial para ARGENPRESS.info)
La doctrina neoconservadora se puede atribuir dos victorias políticas de fundamentales consecuencias en un período que cubre apenas casi una década: 1982-1991.
La primera, a comienzos de los años 80, es la instalación del régimen económico del ajuste estructural a la economía mundial con sus tres ejes principales: privatizar servicios y recursos estratégicos; reforma institucional y reducir la regulación del Estado hasta un límite máximo posible para la expansión de la libre competencia; e incentivación del libre comercio y apertura de los mercados.
Este diseño provino de la crisis económica de los años setenta que venía incubándose desde los 60. Los sistemas políticos adoptaron el régimen económico sin ofrecer mayor resistencia. En su momento consistió en un “todo o nada y en un ahora o nunca”, para un sistema económico y político en profunda crisis en sus expresiones locales y más globales.
En algunos lugares se impusieron con dictaduras militares cuyos casos más insignes fueron Chile, Ghana, o regímenes políticos autoritarios al límite del totalitarismo con los casos de los llamados tigres asiáticos.
En resumidas cuentas, donde anduvo pululando la doctrina conservadora encarnada en el ajuste estructural a las economías, se impuso con un giro político hacia el totalitarismo, que funcionaba a la perfección en un clima de guerra fría. Bajo un clima de confrontación y con un capitalismo debilitado, su rol transversal en las políticas de estado no se notaba, y la lucha contra el comunismo la hacía todavía más relevante. ¡Quién no se transformó en un neoconservador en esos años 80 para poder sobrevivir y manipular el poder!
La segunda victoria o logro, fue el desplome final de la ex URSS en 1991. A partir de este hito, surge automáticamente la “invención” o el decreto de que se llegaba al fin de la guerra fría, siendo que en el “interior” del proceso se preservaba la ideología neoconservadora que la sustentaba.
La agenda neoconservadora fue fundamental para detener la expansión de la Ex Unión Soviética y la idea del comunismo porque presentaba un filo más agresivo y punzante que el liberalismo degradado en su ambigüedad de contener el comunismo con cierto grado de tolerancia y aspiración pluralista.
La ideología neoconservadora en ambos frentes, en el político-bélico y en el económico, proveyó el sustento doctrinario que se movilizó transversalmente en las sociedades por el mundo con diferentes caparazones. Formó una simbiosis compacta con las elites del poder que intentaban contener al comunismo y combatir la expansión soviética por una parte y entregarle una vía operativa al capitalismo. Este se desbarrancaba en sus periódicas crisis que alguna izquierda acostumbra a señalar como terminales y que en el fondo no son más que reventones destructivos cíclicos del capital para su reconstrucción.
Estamos casi en 2010, y ha pasado un poco más de un cuarto de siglo, 25 años, de la instauración con fuerza y a la fuerza, de la doctrina neoconservadora para administrar las sociedades.
Y en ambos frentes señalados, por el estado actual de la situación global, se observa un resultado paradójico de doble punta: con todo el espacio de poder a su disposición la doctrina ha fracasado y aún así está vigente.
La pregunta es por qué.
La única razón plausible es el nuevo tipo de totalitarismo que acompaña a la doctrina neoconservadora que se hace invisible por constituir en su esencia una fórmula para detener el comunismo. Es decir, su absorción en la sociedad, y su popularidad en los círculos de la elite del poder, responden al mismo resorte: ha sido una doctrina eficaz para contener la desestabilización que supuestamente conlleva el comunismo y entregarle gobernabilidad a las sociedades.
Aunque sean sociedades enclaustradas con carencia de participación ciudadana en los diseños programáticos de los estados, son sociedades seguras y previsibles por el control que está detrás de una doctrina que funciona en base a la situación de la permanente amenaza de la desestabilización.
Es totalitaria al estar inyectando el miedo por anticipación, como si la seguridad estuviera funcionando bajo la acción preventiva permanente.
La falsa democracia funciona sólo para un lado: para el que acepta el sistema. Al disidente hay que aplicarle la acción preventiva para erradicarlo.
El neoconservadurismo contemporáneo comienza a incubarse rápidamente con el ascenso de la Unión Soviética como potencia mundial después de la Segunda Guerra.
Si bien surge a partir de la desacreditación de legiones de liberales y conservadores en su lucha contra el socialismo, que se une a la vertiente de liberales desencantados del socialismo estalinista, el germen proviene del triunfo de la Revolución Bolchevique en 1917 como una poderosa señal de la vulnerabilidad del sistema.
Es así que no hay dos lecturas. En el tráfico de regímenes políticos, desde el libertario al autoritario que sucede entre 1917 y la Segunda Guerra Mundial fuera de la órbita soviética, se destaca en el debate “cómo concebir una doctrina más eficaz para contener la ola bolchevique”.
Frente a la realidad de una revolución rusa dura, pragmática y al inicio eficiente, y un capitalismo mundial debilitado, la línea divisoria entre liberalismo y conservadurismo era inexistente o inocua. En la fusión, germina con más coherencia la idea conservadora de formar una oposición a ultranza al nuevo fenómeno de masas de asalariados fuera de la elite intentando dirigir y cambiar el sistema.
Por los fenómenos decantados en dos sociedades donde la ola bolchevique prosperó más, se podría postular que tanto Adolf Hitler en Alemania como Benito Mussolini en Italia, serían el epítome del conservadurismo ultra que se opone al liberalismo frígido en la lucha contra el comunismo.
Hoy día no se está en aquella situación límite del liberalismo desencantado con el bolchevismo en alza, aún así, frente a la actual crisis económica y política que no cede, el conservadurismo comienza a presentar sus rasgos más totalitarios, encarnado en su formato más contemporáneo al que se la tendido a llamar neoconservadurismo.
La agenda neoconservadora es preservar el aparato conceptual y operativo que le dio dividendos y que se corona con el desplome soviético y como extensión inmediata del fenómeno, la pérdida de credibilidad en el socialismo como sistema alternativo, aún en un plano de coexistencia de dos sistemas.
Para una definición integral de neoconservadurismo sugiero la que trabaja la historiadora Avital Bloch en “Política, Pensamiento, e Historiografía en el EEUU Contemporáneo; 2005.Universidad de Colima México.
Esencialmente el neoconservadurismo consiste en instalar en la sociedad un pensamiento ideológico cuyo objetivo primordial es contrarrestar el desarrollo de las ideas desestabilizadoras del sistema capitalista. Esto se hace a través de agentes multiplicadores y difusores de ideas ubicados en posiciones de influencia y no necesariamente en contacto con la comunidad.
En forma simple: estructurar a partir de un liberalismo muy tenue o contenido, un discurso de construcción social y política que permitiera contraponerse a la idea de la reforma al capitalismo por la vía que fuera, sea liberal o socialista, y que permitiera reforzar en la sociedad su ideario esencial de la libertad individual, el libre mercado y la desestatización del acto de gobernar.
La primera, a comienzos de los años 80, es la instalación del régimen económico del ajuste estructural a la economía mundial con sus tres ejes principales: privatizar servicios y recursos estratégicos; reforma institucional y reducir la regulación del Estado hasta un límite máximo posible para la expansión de la libre competencia; e incentivación del libre comercio y apertura de los mercados.
Este diseño provino de la crisis económica de los años setenta que venía incubándose desde los 60. Los sistemas políticos adoptaron el régimen económico sin ofrecer mayor resistencia. En su momento consistió en un “todo o nada y en un ahora o nunca”, para un sistema económico y político en profunda crisis en sus expresiones locales y más globales.
En algunos lugares se impusieron con dictaduras militares cuyos casos más insignes fueron Chile, Ghana, o regímenes políticos autoritarios al límite del totalitarismo con los casos de los llamados tigres asiáticos.
En resumidas cuentas, donde anduvo pululando la doctrina conservadora encarnada en el ajuste estructural a las economías, se impuso con un giro político hacia el totalitarismo, que funcionaba a la perfección en un clima de guerra fría. Bajo un clima de confrontación y con un capitalismo debilitado, su rol transversal en las políticas de estado no se notaba, y la lucha contra el comunismo la hacía todavía más relevante. ¡Quién no se transformó en un neoconservador en esos años 80 para poder sobrevivir y manipular el poder!
La segunda victoria o logro, fue el desplome final de la ex URSS en 1991. A partir de este hito, surge automáticamente la “invención” o el decreto de que se llegaba al fin de la guerra fría, siendo que en el “interior” del proceso se preservaba la ideología neoconservadora que la sustentaba.
La agenda neoconservadora fue fundamental para detener la expansión de la Ex Unión Soviética y la idea del comunismo porque presentaba un filo más agresivo y punzante que el liberalismo degradado en su ambigüedad de contener el comunismo con cierto grado de tolerancia y aspiración pluralista.
La ideología neoconservadora en ambos frentes, en el político-bélico y en el económico, proveyó el sustento doctrinario que se movilizó transversalmente en las sociedades por el mundo con diferentes caparazones. Formó una simbiosis compacta con las elites del poder que intentaban contener al comunismo y combatir la expansión soviética por una parte y entregarle una vía operativa al capitalismo. Este se desbarrancaba en sus periódicas crisis que alguna izquierda acostumbra a señalar como terminales y que en el fondo no son más que reventones destructivos cíclicos del capital para su reconstrucción.
Estamos casi en 2010, y ha pasado un poco más de un cuarto de siglo, 25 años, de la instauración con fuerza y a la fuerza, de la doctrina neoconservadora para administrar las sociedades.
Y en ambos frentes señalados, por el estado actual de la situación global, se observa un resultado paradójico de doble punta: con todo el espacio de poder a su disposición la doctrina ha fracasado y aún así está vigente.
La pregunta es por qué.
La única razón plausible es el nuevo tipo de totalitarismo que acompaña a la doctrina neoconservadora que se hace invisible por constituir en su esencia una fórmula para detener el comunismo. Es decir, su absorción en la sociedad, y su popularidad en los círculos de la elite del poder, responden al mismo resorte: ha sido una doctrina eficaz para contener la desestabilización que supuestamente conlleva el comunismo y entregarle gobernabilidad a las sociedades.
Aunque sean sociedades enclaustradas con carencia de participación ciudadana en los diseños programáticos de los estados, son sociedades seguras y previsibles por el control que está detrás de una doctrina que funciona en base a la situación de la permanente amenaza de la desestabilización.
Es totalitaria al estar inyectando el miedo por anticipación, como si la seguridad estuviera funcionando bajo la acción preventiva permanente.
La falsa democracia funciona sólo para un lado: para el que acepta el sistema. Al disidente hay que aplicarle la acción preventiva para erradicarlo.
El neoconservadurismo contemporáneo comienza a incubarse rápidamente con el ascenso de la Unión Soviética como potencia mundial después de la Segunda Guerra.
Si bien surge a partir de la desacreditación de legiones de liberales y conservadores en su lucha contra el socialismo, que se une a la vertiente de liberales desencantados del socialismo estalinista, el germen proviene del triunfo de la Revolución Bolchevique en 1917 como una poderosa señal de la vulnerabilidad del sistema.
Es así que no hay dos lecturas. En el tráfico de regímenes políticos, desde el libertario al autoritario que sucede entre 1917 y la Segunda Guerra Mundial fuera de la órbita soviética, se destaca en el debate “cómo concebir una doctrina más eficaz para contener la ola bolchevique”.
Frente a la realidad de una revolución rusa dura, pragmática y al inicio eficiente, y un capitalismo mundial debilitado, la línea divisoria entre liberalismo y conservadurismo era inexistente o inocua. En la fusión, germina con más coherencia la idea conservadora de formar una oposición a ultranza al nuevo fenómeno de masas de asalariados fuera de la elite intentando dirigir y cambiar el sistema.
Por los fenómenos decantados en dos sociedades donde la ola bolchevique prosperó más, se podría postular que tanto Adolf Hitler en Alemania como Benito Mussolini en Italia, serían el epítome del conservadurismo ultra que se opone al liberalismo frígido en la lucha contra el comunismo.
Hoy día no se está en aquella situación límite del liberalismo desencantado con el bolchevismo en alza, aún así, frente a la actual crisis económica y política que no cede, el conservadurismo comienza a presentar sus rasgos más totalitarios, encarnado en su formato más contemporáneo al que se la tendido a llamar neoconservadurismo.
La agenda neoconservadora es preservar el aparato conceptual y operativo que le dio dividendos y que se corona con el desplome soviético y como extensión inmediata del fenómeno, la pérdida de credibilidad en el socialismo como sistema alternativo, aún en un plano de coexistencia de dos sistemas.
Para una definición integral de neoconservadurismo sugiero la que trabaja la historiadora Avital Bloch en “Política, Pensamiento, e Historiografía en el EEUU Contemporáneo; 2005.Universidad de Colima México.
Esencialmente el neoconservadurismo consiste en instalar en la sociedad un pensamiento ideológico cuyo objetivo primordial es contrarrestar el desarrollo de las ideas desestabilizadoras del sistema capitalista. Esto se hace a través de agentes multiplicadores y difusores de ideas ubicados en posiciones de influencia y no necesariamente en contacto con la comunidad.
En forma simple: estructurar a partir de un liberalismo muy tenue o contenido, un discurso de construcción social y política que permitiera contraponerse a la idea de la reforma al capitalismo por la vía que fuera, sea liberal o socialista, y que permitiera reforzar en la sociedad su ideario esencial de la libertad individual, el libre mercado y la desestatización del acto de gobernar.
Desmantelar la Agenda Neoconservadora y el Totalitarismo.
Segunda parte. Final.
La guerra fría como el neoconservadurismo, son artefactos creados por la doctrina expansiva de la supremacía, que prevalece en forma evidente en la cultura política occidental.
Es así que el neoconservadurismo se convierte en la réplica, en cuanto a cultura política, a la fórmula estalinista del control a ultranza y la negación del pluralismo. En vez de desprenderse de ella, reinventa el conservadurismo en una perspectiva totalitaria al no aceptar una reforma al ideario esencial del capitalismo: protección a la libertad individual, organizar la sociedad en base al libre mercado y la desestatización del acto de gobernar.
Es así que el neoconservadurismo se convierte en la réplica, en cuanto a cultura política, a la fórmula estalinista del control a ultranza y la negación del pluralismo. En vez de desprenderse de ella, reinventa el conservadurismo en una perspectiva totalitaria al no aceptar una reforma al ideario esencial del capitalismo: protección a la libertad individual, organizar la sociedad en base al libre mercado y la desestatización del acto de gobernar.
El neoconservadurismo que se incuba en EEUU, Canadá y el Reino Unido especialmente, se transforma y expande por el mundo asumiendo diversos rostros y senderos, tiene en definitiva el mismo rasgo del totalitarismo al cual parecía combatir.
Con Barack Obama ocupando el espacio de mayor gravitación política en el mundo, se abre la oportunidad de desprogramar la cultura del neoconservadurismo, y sus rasgos claramente totalitarios.
El neoconservadurismo encuentra en la guerra fría su ámbito ideal para su consolidación porque ésta aplica su foco en un enemigo bien específico y fácilmente identificable: el comunismo.
Al estar instalada desde el mismo fin de la segunda guerra mundial, desmantelar la guerra fría y su ideología de la confrontación, pareciera ser el desafío esencial en cualquier intento por re-humanizar el planeta haciéndolo un espacio de diálogo e integración.
Algunos escritores sostienen, (Naomi Klein, en The Shock Doctrine) que el neoconservadurismo no se acopló completamente a los mandatos de la guerra fría, sin embargo es incuestionable que el ámbito generado por el macartismo –un fenómeno producido por aquella- facilitó su crecimiento y legitimación como la herramienta más eficaz para combatir la desestabilización del sistema.
Con el fin de la guerra fría, la contención al comunismo de alguna forma no prosperó en la medida de establecer un dominio militar en el mundo acorde con el título de primera y única potencia, y en el plano económico los resultados tampoco han sido positivos.
Por el contrario, con todo el poder a su disposición, el neoconservadurismo no ha sabido aprovechar en el mundo su poderío ni en el terreno político ni en el económico
En la única zona donde hay un cierto progreso y equilibrio es en Europa Occidental y aún así, hasta cierto punto la unidad de la comunidad europea es compleja, como se ha visto en las dificultades de ratificar los tratados pilares de unidad.
En el resto de Europa, la zona desmembrada de la tutela soviética en 1991 es un popurrí para todos los gustos. Hay países económicamente inviables y políticamente protofascistas como Hungría, o modelos de un capitalismo subsidiado por Europa Occidental como son los casos de Georgia, Ukrania, Romania y Bulgaria o los países de la ex Yugoslavia.
En todo este popurrí, el país que más garantías ofrece es Turquía que siendo su territorio parte central e histórica de la Europa Clásica no puede paradójicamente entrar a la comunidad europea con la facilidad que han entrado países remendados como Bulgaria y Romania, por la simple razón de ser un país de religión islámica, y probablemente –eso si nunca reconocido oficialmente por Europa- por el antiguo resentimiento de haber sido cabeza del Imperio Otomano.
Sin embargo, “en pos de recuperar el terreno perdido”, bajo la propia admisión de Dick Cheney cuando asume como Vicepresidente y el equipo estelar que apoyó al Presidente George W. Bush, había dos tareas centrales: La primera, reposicionar a EEUU como la mayor potencia militar. La segunda, profundizar a escala mundial los ejes del ajuste estructural de los años 80: privatizar, desregular, y abrir zonas de libre mercado.
En cuanto a la primera se encontró el pretexto de derrocar a Saddam Hussein con una invasión.
La idea central de invadir Irak, consistía en posicionar un poder estratégico con una amplia zona de gravitación en el golfo pérsico para expandir la democracia occidental.
La segunda tarea consistía en transformar institucionalmente los países del golfo pérsico y el mundo árabe adyacente para incorporar nuevos territorios y recursos al activo de capitales del circuito económico, que hasta el momento permanecían y permanecen bajo estructuras políticas arcaicas y poco abiertas a la alta porosidad de la globalización. Support to Economic Growth and Institutional Reform (SEGIR).
La incorporación de nuevos capitales y mercados con la democracia, deberían funcionar como dos tenazas en pos de la supremacía global, de un capitalismo comandado bajo la doctrina neoconservadora y en clave de gobernabilidad totalitaria con la amenaza de la desestabilización como su objeto prioritario.
Anticipadamente, X. Arrizabalo en 1997 explica el fenómeno del “carácter parasitario y marcadamente regresivo del capitalismo de los años 90”… “La lógica del funcionamiento refuerza el predominio del capital financiero, buscando sus fuentes de apropiación de ganancia en el plano especulativo, lo que se traduce en reducir drásticamente recursos destinados a usos productivos, destruyendo masivamente fuerzas productivas”.
De alguna forma, el efecto de la invasión a Irak, de no haberse instalado una guerra, contemplaba la incorporación de otros territorios al activo de capitales para subsanar esta falencia estructural.
En inadvertida coincidencia, -se podrá conjeturar también que no- desde el comienzo de la década, la ONU impulsa un programa para instaurar democracias en la misma zona seleccionada por el equipo de Dick Cheney, bajo el tema de la gobernabilidad. El programa estaba en pleno desarrollo cuando estalla el conflicto de Irak y la propia ONU constató que se truncó por causa de la invasión. (UNDP; 2004). La guerra de Irak resultó ser un lastre económico y la democracia no se expandió.
Quizás la desarticulación del neoconservadurismo, con estos dos ejes fracasados, sea el desafío mayor que deberá enfrentar Barack Omaba, mientras está bombardeado de todos lados en el plano ideológico.
En este sentido, desmarcarse del neoconservadurismo que perdió la presidencia no es fácil. Está instalado en múltiples espacios de la política, y exhibe ropaje de izquierda, como de derecha. Frente al mundo progresista que no quiere más expansionismo de cualquier orden, la tarea es contener la doctrina de supremacía que se imprime desde la óptica occidental. Si él desea que a EEUU se le observe como a un líder benigno, y no como a un poder neo- imperial, deberá dar vuelta la hoja de esta concepción.
Está la inquietud acerca de en qué magnitud y cuando, su administración comenzará a diferenciarse de la presidencia que le sirvió de llave maestra para llegar a la presidencia.
Si bien las medidas adoptadas reflejan el pragmatismo de un tecnócrata y de un político sagaz, también es un indicador de las dificultades en el cambio. Especialmente cuando en la raíz de la estructura del poder están implantadas corrientes de pensamiento orientadas a la expansión y la supremacía.
Para ello deberá contener las ambiciones de los países europeos occidentales que se cuelgan detrás de la alianza con EEUU, para prosperar en el eje de la supremacía global.
Un tema clave es si las potencias occidentales, por el factor del capital de las corporaciones transnacionales, estarán en condiciones de permitirlo especialmente cuando enfrentan una de sus peores crisis.
Desmantelar la agenda neoconservadora y su totalitarismo, implica en esencia desmantelar los principios de la supremacía que están instalados como ethos de la política. Supremacía y totalitarismo van de la mano y son antídotos contra la verdadera integración de sistemas, países o sociedades.
La batalla contra el neoconservadurismo en los países centrales que lo incubaron es muy incipiente aún, y lo que se vislumbra a través de los esfuerzos de Barack Obama y su gobierno abre la necesidad de una comprensión más global del fenómeno.
Con décadas de neoconservadurismo impregnado en los intersticios de la política mundial, el esfuerzo para desprogramar su agenda es colectivo. No se trata del uso del slogan fácil y directo. Hay que estudiarlo, comprenderlo y explicarlo para recién pensar en desprogramarlo.
No se va a extirpar fácilmente porque reside en le esencia del capitalismo, no obstante su impacto se puede contener y revertir para hacer que el presente sistema que predomina en las sociedades sea menos totalitario.
*****
Con Barack Obama ocupando el espacio de mayor gravitación política en el mundo, se abre la oportunidad de desprogramar la cultura del neoconservadurismo, y sus rasgos claramente totalitarios.
El neoconservadurismo encuentra en la guerra fría su ámbito ideal para su consolidación porque ésta aplica su foco en un enemigo bien específico y fácilmente identificable: el comunismo.
Al estar instalada desde el mismo fin de la segunda guerra mundial, desmantelar la guerra fría y su ideología de la confrontación, pareciera ser el desafío esencial en cualquier intento por re-humanizar el planeta haciéndolo un espacio de diálogo e integración.
Algunos escritores sostienen, (Naomi Klein, en The Shock Doctrine) que el neoconservadurismo no se acopló completamente a los mandatos de la guerra fría, sin embargo es incuestionable que el ámbito generado por el macartismo –un fenómeno producido por aquella- facilitó su crecimiento y legitimación como la herramienta más eficaz para combatir la desestabilización del sistema.
Con el fin de la guerra fría, la contención al comunismo de alguna forma no prosperó en la medida de establecer un dominio militar en el mundo acorde con el título de primera y única potencia, y en el plano económico los resultados tampoco han sido positivos.
Por el contrario, con todo el poder a su disposición, el neoconservadurismo no ha sabido aprovechar en el mundo su poderío ni en el terreno político ni en el económico
En la única zona donde hay un cierto progreso y equilibrio es en Europa Occidental y aún así, hasta cierto punto la unidad de la comunidad europea es compleja, como se ha visto en las dificultades de ratificar los tratados pilares de unidad.
En el resto de Europa, la zona desmembrada de la tutela soviética en 1991 es un popurrí para todos los gustos. Hay países económicamente inviables y políticamente protofascistas como Hungría, o modelos de un capitalismo subsidiado por Europa Occidental como son los casos de Georgia, Ukrania, Romania y Bulgaria o los países de la ex Yugoslavia.
En todo este popurrí, el país que más garantías ofrece es Turquía que siendo su territorio parte central e histórica de la Europa Clásica no puede paradójicamente entrar a la comunidad europea con la facilidad que han entrado países remendados como Bulgaria y Romania, por la simple razón de ser un país de religión islámica, y probablemente –eso si nunca reconocido oficialmente por Europa- por el antiguo resentimiento de haber sido cabeza del Imperio Otomano.
Sin embargo, “en pos de recuperar el terreno perdido”, bajo la propia admisión de Dick Cheney cuando asume como Vicepresidente y el equipo estelar que apoyó al Presidente George W. Bush, había dos tareas centrales: La primera, reposicionar a EEUU como la mayor potencia militar. La segunda, profundizar a escala mundial los ejes del ajuste estructural de los años 80: privatizar, desregular, y abrir zonas de libre mercado.
En cuanto a la primera se encontró el pretexto de derrocar a Saddam Hussein con una invasión.
La idea central de invadir Irak, consistía en posicionar un poder estratégico con una amplia zona de gravitación en el golfo pérsico para expandir la democracia occidental.
La segunda tarea consistía en transformar institucionalmente los países del golfo pérsico y el mundo árabe adyacente para incorporar nuevos territorios y recursos al activo de capitales del circuito económico, que hasta el momento permanecían y permanecen bajo estructuras políticas arcaicas y poco abiertas a la alta porosidad de la globalización. Support to Economic Growth and Institutional Reform (SEGIR).
La incorporación de nuevos capitales y mercados con la democracia, deberían funcionar como dos tenazas en pos de la supremacía global, de un capitalismo comandado bajo la doctrina neoconservadora y en clave de gobernabilidad totalitaria con la amenaza de la desestabilización como su objeto prioritario.
Anticipadamente, X. Arrizabalo en 1997 explica el fenómeno del “carácter parasitario y marcadamente regresivo del capitalismo de los años 90”… “La lógica del funcionamiento refuerza el predominio del capital financiero, buscando sus fuentes de apropiación de ganancia en el plano especulativo, lo que se traduce en reducir drásticamente recursos destinados a usos productivos, destruyendo masivamente fuerzas productivas”.
De alguna forma, el efecto de la invasión a Irak, de no haberse instalado una guerra, contemplaba la incorporación de otros territorios al activo de capitales para subsanar esta falencia estructural.
En inadvertida coincidencia, -se podrá conjeturar también que no- desde el comienzo de la década, la ONU impulsa un programa para instaurar democracias en la misma zona seleccionada por el equipo de Dick Cheney, bajo el tema de la gobernabilidad. El programa estaba en pleno desarrollo cuando estalla el conflicto de Irak y la propia ONU constató que se truncó por causa de la invasión. (UNDP; 2004). La guerra de Irak resultó ser un lastre económico y la democracia no se expandió.
Quizás la desarticulación del neoconservadurismo, con estos dos ejes fracasados, sea el desafío mayor que deberá enfrentar Barack Omaba, mientras está bombardeado de todos lados en el plano ideológico.
En este sentido, desmarcarse del neoconservadurismo que perdió la presidencia no es fácil. Está instalado en múltiples espacios de la política, y exhibe ropaje de izquierda, como de derecha. Frente al mundo progresista que no quiere más expansionismo de cualquier orden, la tarea es contener la doctrina de supremacía que se imprime desde la óptica occidental. Si él desea que a EEUU se le observe como a un líder benigno, y no como a un poder neo- imperial, deberá dar vuelta la hoja de esta concepción.
Está la inquietud acerca de en qué magnitud y cuando, su administración comenzará a diferenciarse de la presidencia que le sirvió de llave maestra para llegar a la presidencia.
Si bien las medidas adoptadas reflejan el pragmatismo de un tecnócrata y de un político sagaz, también es un indicador de las dificultades en el cambio. Especialmente cuando en la raíz de la estructura del poder están implantadas corrientes de pensamiento orientadas a la expansión y la supremacía.
Para ello deberá contener las ambiciones de los países europeos occidentales que se cuelgan detrás de la alianza con EEUU, para prosperar en el eje de la supremacía global.
Un tema clave es si las potencias occidentales, por el factor del capital de las corporaciones transnacionales, estarán en condiciones de permitirlo especialmente cuando enfrentan una de sus peores crisis.
Desmantelar la agenda neoconservadora y su totalitarismo, implica en esencia desmantelar los principios de la supremacía que están instalados como ethos de la política. Supremacía y totalitarismo van de la mano y son antídotos contra la verdadera integración de sistemas, países o sociedades.
La batalla contra el neoconservadurismo en los países centrales que lo incubaron es muy incipiente aún, y lo que se vislumbra a través de los esfuerzos de Barack Obama y su gobierno abre la necesidad de una comprensión más global del fenómeno.
Con décadas de neoconservadurismo impregnado en los intersticios de la política mundial, el esfuerzo para desprogramar su agenda es colectivo. No se trata del uso del slogan fácil y directo. Hay que estudiarlo, comprenderlo y explicarlo para recién pensar en desprogramarlo.
No se va a extirpar fácilmente porque reside en le esencia del capitalismo, no obstante su impacto se puede contener y revertir para hacer que el presente sistema que predomina en las sociedades sea menos totalitario.
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