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Tras el golpe de Estado del general Augusto Pinochet contra el gobierno de Salvador Allende, Friedman llegó a ser asesor económico de Pinochet, apoyando la represión y aconsejando la toma de medidas antisociales extremas. Michel Beaud y Gilles Dostaler agregan: «En 1977, Milton Friedman publicó una obra titulada Contra Galbraith, con el material de las conferencias pronunciadas en Gran Bretaña. En una de éstas, proponía a Gran Bretaña, para salir de sus males, una terapia de choque inspirada en parte en la que se había puesto en marcha en Chile».
*** De Friedman y von Hayek a Greenspan pasando por el dúo (mágico)
Banco Mundial-F.M.I: Los dogmas neoliberales.
Martes 29 de septiembre de 2009
Eric Toussaint. Publicado por ARGENPRESS.info.
La corriente neoliberal convirtió a la Universidad de Chicago —institución donde Friedman hizo toda su carrera universitaria y von Hayek enseñó desde 1950 hasta 1961— en uno de sus bastiones, al punto de que más tarde se hablara de la Escuela de Chicago y de los Chicago Boys de Friedman.
Éste declaró, en 1970, que había hecho triunfar la «contrarrevolución en la teoría monetaria» que caracterizaba por «el renovado acento en el papel de la cantidad de moneda». Friedman afirmaba que cualquier variación de la masa monetaria es seguida de una variación en el mismo sentido de los precios, de la producción y de los ingresos. Además añadía que se trata de una ley observada desde hace siglos y que es asimilable a las leyes surgidas de las ciencias naturales. De esto dedujo que el Estado no puede relanzar la demanda emitiendo moneda so pena de aumentar en las mismas proporciones la tasa de inflación. Propuso entonces una enmienda constitucional que implicara que la masa monetaria debe variar a tasa constante, igual a la tasa de crecimiento a largo plazo de la producción nacional.
Para Friedman, como para J. B. Say, el funcionamiento libre del mercado es suficiente para asegurar la distribución óptima de los recursos y el pleno empleo de las capacidades de producción. Esta visión se contradice con la realidad, pero ello no impide que sea difundida sistemáticamente y aceptada como una evidencia. Friedman estaba claramente embarcado en un proyecto político y se colocó del lado reaccionario. En 1964 fue consejero económico del candidato republicano a la presidencia, Barry Goldwater. Cumplió la misma función con Richard Nixon en 1968 y con Ronald Reagan en 1980.
Tras el golpe de Estado del general Augusto Pinochet contra el gobierno de Salvador Allende, Friedman llegó a ser asesor económico de Pinochet, apoyando la represión y aconsejando la toma de medidas antisociales extremas. Michel Beaud y Gilles Dostaler agregan: «En 1977, Milton Friedman publicó una obra titulada Contra Galbraith, con el material de las conferencias pronunciadas en Gran Bretaña. En una de éstas, proponía a Gran Bretaña, para salir de sus males, una terapia de choque inspirada en parte en la que se había puesto en marcha en Chile». Por su parte, von Hayek indicaba igualmente su preferencia por los métodos dictatoriales sanguinarios del general Pinochet. «Un dictador puede gobernar de manera liberal, así como es posible que una democracia gobierne sin el menor liberalismo. Mi preferencia personal es una dictadura liberal y no un gobierno democrático donde todo liberalismo está ausente», respondió a un periodista chileno en 1981.
Tras diez años de aplicación de estas recetas económicas, Chile sufrió una recesión que hizo caer el PIB en un 15% entre 1982 y 1983, en un momento en que la tasa de desempleo alcanzaba el 30%. Además, si Chile conoció en los años noventa cierto éxito económico, fue por romper netamente con las recetas de los Chicago Boys.
Si Ronald Reagan se inspiró en Friedman, Margaret Thatcher reivindicaba la influencia de von Hayek: «No fue sino a mediados de los setenta, cuando las obras de von Hayek figuraron en primer lugar entre las lecturas que me diera Keith Joseph [consejero económico de Margaret Thatcher que participó en reuniones de la Sociedad de Mont Pèlerin, N. de R.], que comprendí realmente las ideas que planteaba. Fue entonces cuando consideré sus argumentos desde el punto de vista del tipo de Estado que queríamos los conservadores (un gobierno limitado bajo el reino de la ley), mas que desde el punto de vista del tipo de Estado a evitar (un Estado socialista, donde los burócratas gobiernan sin freno)».
Si observamos con atención, a partir del 11 de septiembre de 1973, Chile constituyó en el hemisferio sur un laboratorio en el que se implantó, de una manera especialmente violenta y brutal, el proyecto neoliberal. Después de esta experimentación chilena de la dictadura del general Augusto Pinochet, el proyecto neoliberal se generalizó en el hemisferio norte, comenzando por Gran Bretaña y Estados Unidos. Por cierto, los métodos no fueron los mismos pero el fondo de la orientación social y económica era idéntico. Las referencias ideológicas eran las mismas.
Robert Lucas y la negación del desempleo involuntario
La contrarrevolución neoliberal fue muy lejos en la trayectoria reaccionaria. Según Robert Lucas (1937- ), que se caracteriza como seguidor de la «nueva macroeconomía clásica», el desempleo involuntario no existe. Sin embargo, para Keynes, la existencia del desempleo involuntario era una evidencia. Por el contrario, según Lucas, el desempleo es provocado por las opciones que toma el trabajador entre el ocio y el trabajo. Siempre según Lucas, el economista que quiera comprender la evolución del mercado laboral debe postular que los trabajadores tienen un comportamiento racional de maximización en el arbitraje que operan entre el tiempo de trabajo y el tiempo de ocio. En otros términos, un trabajador desempleado es una persona que eligió aumentar su tiempo de ocio, aunque esto represente una caída o una pérdida total de sus ingresos.
Por su parte, Robert Lucas afirma, en el marco de la ortodoxia clásica que habían combatido tanto Marx como Keynes, que existe una tasa natural de desempleo que no se puede tratar de modificar mediante políticas de reactivación de empleo, ya que éstas son contraproducentes. Robert Lucas es profesor de la Universidad de Chicago y su aporte a la ofensiva neoliberal fue recompensado en 1995 con el premio Nobel de Economía. Lucas y sus colegas elaboraron una crítica radical de la política de Reagan, porque no era coherente con los postulados monetaristas, y en eso tenían razón. Habían aprobado la voluntad de Reagan de aplicar una política monetarista con el objetivo de reducir la masa monetaria, pero enunciaron que esto era incompatible con una reducción de impuestos, a lo que se agregaba un aumento de los gastos militares, situación que sólo podía desembocar en un agravamiento del déficit público. Aprobaban la reducción de los gastos sociales pero rechazaron el aumento de los gastos militares.
Este rechazo, que no tenía nada de ético, mostraba claramente la incoherencia real entre el discurso monetarista de Reagan y su práctica política, que implicaba un aumento del déficit público. Reagan aplicó parcialmente una receta keynesiana para hacer salir a Estados Unidos de la recesión, reactivando los gastos públicos. Lo hizo de una forma reaccionaria, destinando ese aumento al armamento y a la investigación espacial para su proyecto de guerra de las galaxias. Sin embargo, desde el punto de vista de los intereses imperialistas norteamericanos, dicha apuesta, criticada por los dogmáticos neoliberales o neoclásicos, tuvo resultados más bien positivos. Pero el costo social fue enorme.
Un postulado clave de la ola neoliberal: el mercado libre asegura la asignación óptima de los recursos
«Para que la mano permanezca invisible es preciso que el ojo sea ciego».
Evidentemente, se puede argüir que no hay ningún ejemplo de funcionamiento en donde no existan trabas del mercado. Esto sucede no sólo en países donde los poderes públicos y los trabajadores organizados rechazan el dogma neoliberal y se empeñan en defender su sistema de seguridad social o en una cierta estabilidad en el empleo o de algunos servicios públicos, sino también en todas las economías con políticas neoliberales aplicadas con la mayor agresividad. Los neoliberales en el poder en Estados Unidos desde 1980 han reducido, por cierto, lo que denuncian como trabas al libre funcionamiento del mercado (por ejemplo, consiguieron disminuir la fuerza del movimiento sindical reduciendo los mecanismos de protección social), pero reforzaron otras:
.* una mayor concentración de empresas que conduce a una situación de oligopolio en algunos sectores;
.* privatización de las empresas públicas que escapan a todo control democrático;
.* mantenimiento del proteccionismo contra sus competidores extranjeros (barreras aduaneras y otros mecanismos de limitación del libre intercambio, subvenciones a los exportadores);
.* barreras a la libre circulación de la fuerza de trabajo;
.* refuerzo del poder de los actores financieros, que evoluciona hacia una «tiranía de los mercados»;
.* multiplicación de actos de delincuencia financiera, que traban el libre funcionamiento del mercado.
Observemos los escándalos financieros desde el «affaire» Enron hasta el esquema piramidal Ponzi de Bernard Madoff.
Pero, al mismo tiempo, las desigualdades aumentaron en Estados Unidos: la pobreza alcanzó a un sector cada vez más importante de la población; una gran parte de los empleos creados fueron precarios y mal pagados; el número de personas encarceladas pasó de 250.000 en 1975 a 744.000 en 1985, y alcanzó los 2,3 millones en junio de 2008 (de los que cerca de la mitad son afroamericanos y una cuarta parte latinos); el aspecto criminal de una gran parte de las actividades económicas realizadas por los altos responsables de las empresas privadas y del Estado nunca fue tan elevado, ya que fue estimulado por las medidas de desregulación financiera.
El último argumento de los neoliberales para defender su balance dice que nunca existirá una distribución óptima de los recursos porque en ninguna parte hay un funcionamiento sin trabas del mercado. Se trata entonces de luchar contra esas trabas con la perspectiva lejana de una prosperidad general. En realidad, se pretende, en nombre de la búsqueda del mercado libre (la tierra prometida de los neoliberales), anular las conquistas de los trabajadores y de los oprimidos en general, presentándolas como actos de rigidez reaccionaria.
Un artilugio de los neoliberales: presentar al oprimido/a bajo la forma del opresor.
De hecho, este argumento no es novedoso: trata de designar al movimiento sindical y las legislaciones que protegen a los trabajadores como instrumentos de opresión usados por los privilegiados que tienen un trabajo bien pago contra los que tienen el coraje de aceptar el trabajo precario lo que se le «ofrece». Friedrich von Hayek escribía, ya en 1944, en Camino de servidumbre: «Jamás una clase fue explotada de forma tan cruel como lo son las capas más débiles de la clase obrera por sus hermanos privilegiados, explotación que es posible debido a la “reglamentación” de la competencia. Pocos eslóganes han hecho tanto mal como el de la “estabilización” de los precios y de los salarios: asegurando los ingresos de unos, se hace cada vez más precaria la situación de los otros.».Cincuenta años más tarde, en su informe de 1995 titulado «El Mundo del Trabajo en una Economía sin Fronteras», el Banco Mundial declaraba grosso modo las mismas cosas que Hayek. A continuación, algunos extractos:
«Por los obstáculos que pone en la creación de empleos, una reglamentación de seguridad del empleo muy rígida se arriesga a proteger sólo a aquellos que tienen un empleo asalariado, a expensas de los excluidos, los desempleados y los trabajadores del sector informal, así como los del sector rural». ¡Luchemos contra la protección del empleo puesto que existe a costa de los oprimidos!«Existe un gran temor en que aquellos que serán los primeros beneficiarios de la seguridad social —generalmente los trabajadores de condición acomodada— lo sean a expensas de otros trabajadores».
¡Luchemos contra la seguridad social!«No hay dudas de que los sindicatos actúan frecuentemente obteniendo y monopolizando mejoras en las condiciones de salario y trabajo de sus adherentes a costa de los poseedores de capitales, de los consumidores y de la mano de obra no sindicalizada ni organizada».
¡Luchemos contra los sindicatos!Von Hayek y Friedman tienen actualmente émulos en algunos Estados. Vaclav Klaus, ahora presidente de la republica checa, declaró en el semanario británico The Economist: «El sistema social de Europa occidental es demasiado prisionero de reglas y controles excesivos.
El Estado-providencia, con todas sus transferencias de pagos generosas no condicionadas por criterios o por el esfuerzo o los méritos de las personas implicadas, destruye los fundamentos morales del trabajo y el sentimiento de responsabilidad individual. Los funcionarios están demasiado protegidos. Es preciso decir que la revolución thatcheriana, es decir antikeynesiana y liberal, se encuentra a mitad del vado en Europa Occidental. Es preciso que llegue a la otra orilla.»
En otro documento redactado especialmente por el Banco Mundial para aportar su contribución a la Cumbre mundial sobre el Desarrollo Social, organizada por la ONU en marzo de 1995 en Copenhague, éste declaraba pura y simplemente que para los países del Tercer Mundo «Salario mínimo, seguro de desempleo, indemnización por despidos y legislación de seguridad de empleo no son de ninguna utilidad para los trabajadores del campo y del sector informal, que constituyen esencialmente los pobres en los países en desarrollo».
Este tipo de declaración encaja perfectamente con la de otro defensor del neoliberalismo, George Gilder, para quien: «La seguridad social erosiona actualmente el trabajo y la familia y mantiene así a los pobres en la pobreza». Puede ser útil precisar que Gilder propone estas medidas para el conjunto del planeta, ¡incluidos los países industrializados! Estas declaraciones de Gilder y del Banco Mundial nos hacen recordar la afirmación de Thomas Robert Malthus: «En definitiva, las leyes para los pobres pueden ser consideradas como aquellas que debilitan a la vez el gusto y la facultad de elevarse de la gente del común; debilitando así uno de los más poderosos motivos del trabajo». Alan Greenspan, pisándole los talones a Malthus, Gilder, von Hayek y el Banco Mundial, escribe: «Las redes de seguridad social existen prácticamente en todos partes, en mayor o menor medida. Por su naturaleza, inhiben el ejercicio pleno del laisser-faire, sobre todo mediante las leyes laborales y programas de redistribución de la renta.»
Por otro lado, Greenspan no ve por qué se fijarían límites a la remuneración de los ejecutivos: «Aun teniendo en cuenta los aspectos defectuosos del gobierno empresarial, los salarios de los ejecutivos cuentan en última instancia con el asentimiento, cabe suponer voluntario, de los accionistas de la compañía. Como he señalado antes: no debería existir papel para el gobierno en esta transacción. El control salarial, como el control de precios, conduce invariablemente a graves distorsiones inesperadas.»
Y agrega la guinda al pastel neoliberal: «... el paradigma del director general autócrata parece la única solución que permite el funcionamiento eficaz de una empresa. No podemos sortear el imperativo autoritario de la actual estructura corporativa...»
Debemos revelar la capacidad visionaria de ese gran neoliberal que es Alan Greenspan. En el momento en que se derrumbaba todo el andamiaje financiero que había ayudado a crear, Greenspan escribía: «Para facilitar la financiación, el aseguramiento, y la puntualidad de todo ese comercio, el volumen de las transacciones transfronterizas en instrumentos financieros ha tenido que aumentar más rápido incluso que el propio comercio. Hubo que inventar o desarrollar variedades de finanzas nuevas por completo: derivados de crédito, activos titulizados, futuros de petróleo y demás han hecho todos que el sistema comercial mundial funcione con mucha mayor eficiencia.
»En muchos aspectos, la aparente estabilidad de nuestro sistema comercial y financiero global es una reafirmación del simple y contrastado principio que Adam Smith formulara en 1776: el comercio libre de unos individuos con otros en pos de su propio interés conduce a una economía creciente y estable.»
Pero ¿que espera el Banco Central de Suecia para concederle el premio Nobel de Economía?.
El FMI y la inexistencia del desempleo involuntario
Según Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía de 2001, el dogma de la inexistencia del desempleo involuntario está fuertemente arraigado en el seno del FMI: «En algunas universidades, cuyos graduados el FMI contrata de forma habitual, las asignaturas centrales giran en torno a modelos en donde nunca existe el desempleo. Después de todo, en el modelo competitivo —que subyace en el fundamentalismo del mercado del FMI— la demanda siempre iguala a la oferta. Si la demanda de trabajo es igual a la oferta, nunca hay desempleo involuntario. Todo el que no trabaje evidentemente ha elegido no hacerlo. En esta interpretación, el desempleo de la Gran Depresión, cuando una de cada cuatro personas estaba sin trabajo, derivó de un súbito incremento en el deseo de ocio. [...] Estos modelos acaso proporcionen algún entretenimiento a los académicos, pero son particularmente impropios para entender los aprietos de un país como Sudáfrica, que ha sufrido tasas de desempleo superiores al 25 % desde el desmantelamiento del apartheid.
»Los economistas del FMI no podían, evidentemente, ignorar la existencia del desempleo. Dado que, según el fundamentalismo del mercado [...] no puede haber desempleo, el problema no puede estar en los mercados. Debe provenir de otra parte: de sindicatos codiciosos y políticos que interfieren en la acción del libre mercado demandando —y consiguiendo— salarios excesivamente altos. El corolario político es obvio: si hay desempleo se deben reducir los salarios.»
Traducido por Griselda Pinero y Raul Quiroz.
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