viernes, 8 de febrero de 2019

LA CRISIS VENEZOLANA Y LA CONFUSIÓN DE LA IZQUIERDA. Carta abierta al Frente Amplio de Chile.

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LA SOBERANÍA DE AMÉRICA LATINA OTRA VEZ EN PELIGRO.
¿Qué tienen en común Dwight Eisenhower, Lyndon Johnson y Richard Nixon? los tres siendo presidentes de EEUU organizaron campañas para derrocar gobiernos democráticamente elegidos en países latinoamericanos. en el caso de Eisenhower, organizó la invasión contra el gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954. Johnson envió tropas a república dominicana para derrocar a Juan Bosch en 1965. Nixon y su asesor de seguridad nacional, Henry Kissinger, intervinieron en chile en 1973 para poner fin al gobierno de la unidad popular y asesinar a salvador allende.

Son tres ejemplos de una larga lista de invasiones e intervenciones por parte de EEUU para interrumpir procesos políticos democráticos en la región latinoamericana. hay que agregar a la lista a los demás países – con unas pocas excepciones – que han sufrido invasiones, golpes o intervenciones a lo largo de más de un siglo. En el siglo XXI se pueden agregar los golpes ‘parlamentarios’ contra presidentes electos democráticamente en Paraguay y Brasil, así como el caso de Honduras.

En la actualidad, Washington tiene tropas en la frontera de Colombia con Venezuela mientras trata de estrangular económicamente al gobierno del presidente Nicolás Maduro, electo democráticamente en 2018. Además del bloqueo, EE.UU., ha reclutado una docena de países latinoamericanos y otros 4 gobiernos de Europa occidental en una ofensiva diplomática contra el gobierno bolivariano. Las tropas en la frontera colombo-venezolana responden a las amenazas del presidente Donald Trump de mantener sobre la mesa la opción militar de una invasión.

Sería la primera vez en la historia de las relaciones entre EE.UU. y América Latina que Washington lanza una invasión terrestre utilizando un país latinoamericano. la modalidad siempre ha sido marítima o aérea. EE.UU. siempre ha utilizado – previo a sus invasiones o golpes de estado – un sofisticado operativo de propaganda a escala mundial para legitimar sus acciones. En la mayoría de los casos sólo han servido para dar el golpe inicial y después se desmoronan. En Guatemala Arbenz fue descrito por Eisenhower como un dictador sanguinario que seguía órdenes del comunismo soviético. En realidad, Arbenz era un abogado de la burguesía nacional quien quería que la United Fruit (bananera) pagara sus impuestos. En dominicana, Juan Bosch era un intelectual nacionalista que llegó al poder después de la larga dictadura de Trujillo apadrinada por EE.UU.. Bosch prometía una reforma agraria que afectaría a los grandes cañaverales propiedad de los monopolios norteamericanos. Salvador Allende, a su vez, era un socialista que creía en la democracia y en la posibilidad de poner al servicio del desarrollo de chile las enormes riquezas minerales (cobre). El error lo pagó con su vida y chile fue sometido a la barbarie más espantosa durante 20 años de dictadura militar.
 

Golpe militar en Chile. 1973. Su larga historia de intervenciones militares - golpes de Estado - en los últimos tiempos desde falsas "mayorías" en el Parlamento, impuso "nuevos Gobiernos" títeres y se violentó la Soberanía Nacional.
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En Venezuela, Nicolás Maduro es sometido a una campaña de propaganda feroz a escala internacional que impregna todos los medios de comunicación masivos y las redes sociales. según la máquina de propaganda de Washington, que reproduce los ‘fake-news’ diarios en EE.UU, América Latina y el mundo entero, maduro es un dictador, sanguinario, que hace pasar hambre al pueblo y tiene las cárceles llenas de prisioneros políticos. En realidad, maduro fue elegido presidente, no reprime a sus adversarios políticos ni tiene prisioneros políticos, tampoco hace pasar hambre a los venezolanos. Al contrario, la oposición política se reúne en la asamblea nacional y moviliza a los sectores opuestos al gobierno bolivariano en las calles. Incluso, permite que un diputado de la asamblea se auto-proclame presidente ‘interino’ con el apoyo de EE.UU.

Hace 17 años el entonces presidente de EE.UU, George W. Bush, avaló un golpe de estado contra el presidente Chávez que fracasó. desde entonces, hasta la fecha ha gastado ingentes recursos en poner fin al gobierno bolivariano. Trump y sus asesores han puesto en marcha un operativo ideado por el ‘Establishment’ norteamericano hace un par de décadas: la guerra humanitaria. aunque suene contradictorio, la idea es hacer la guerra con un manto humanitario. El primer paso consistió en bloquear económicamente a Venezuela creando caos en el mercado nacional. Segundo, promover una campaña de ‘fake-news’ que creara un país no existente. Tercero, ante el caos económico creado y la propaganda, levantar una supuesta crisis humanitaria.

la respuesta sería enviar ‘asistencia’ humanitaria a Venezuela disimulando la presencia de tropas norteamericanas y mercenarios de toda clase. Trump se agregaría a la nefasta lista de presidentes norteamericanos que han violado una y otra vez la soberanía de toda América latina.
 7 de febrero de 2019.

 Marco A. Gandásegui, hijo, profesor de sociología de la universidad de panamá e investigador asociado del CELA.

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LA CRISIS VENEZOLANA Y LA CONFUSIÓN DE LA IZQUIERDA.
Carta abierta al Frente Amplio de Chile.

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Atilio A. Boron.

Rebelión jueves 7 de febrero del 2019.

Días pasados, Pablo Vidal, uno de los diputados del partido Revolución Democrática que integra el Frente Amplio de Chile, manifestó en una entrevista ante La Tercera que el presidente Nicolás Maduro era un dictador. Lo que podría haber sido el desafortunado exabrupto de un novel legislador tardó unas pocas horas en revelarse como el síntoma de una grave enfermedad que, de no combatirse de inmediato, clausuraría por largos años la posibilidad de ofrecer una alternativa pos-neoliberal al desprestigiado sistema de partidos políticos imperante en Chile, vástago de la funesta dictadura de Augusto Pinochet. En efecto, sin meditar sobre el significado y los alcances de las palabras de Vidal otros dirigentes del FA salieron en tropel a respaldar sus dichos poniendo en evidencia que su profundo desconocimiento de la historia chilena y de las categorías más elementales del análisis político es una falencia compartida por igual con sus compañeras y compañeros de partido. Porque, ¿cómo es posible que alguien que se propone como una alternativa de izquierda asuma por completo el discurso y la propaganda urdidas por el imperio y la derecha vernácula? Por si hubiera dudas al respecto Vlado Mirosevic, un representante del Partido Liberal –una derecha pura y dura, mal disimulada por una delgada pátina de posmodernismo combinada con un eficaz marketing político- saltó al ruedo para expresar su total acuerdo con el extravío de Vidal. Desgraciadamente en pocas horas el “efecto manada” hizo presa de muchos dirigentes del FA que de modo irreflexivo arrojaron por la borda buena parte de su identidad de izquierda.1

Se requiere un elevado nivel de analfabetismo político -para decirlo diplomáticamente- para que un ciudadano o una ciudadana de un país como Chile, que ha sufrido una de las más horrendas dictaduras de que se tenga noticias en el siglo veinte, pueda calificar con los mismos términos a Augusto Pinochet y Nicolás Maduro. No sólo Vidal y sus cofrades han demostrado tener un olímpico desconocimiento de la realidad venezolana sino que, peor aún, otro tanto ocurre con la historia de su propio país. Si la conocieran, porque es su obligación como legisladores o como dirigentes políticos conocerla muy bien, jamás podrían haber cometido una grosería como la que estamos comentando y que no por casualidad fue recibida con enorme alborozo por la canalla mediática, comenzando por la CNN y siguiendo por los demás medios hegemónicos. Como lo comenta con sensatez en su tuit una joven comunista chilena, Florencia Lagos Neumann, “Dictadura es dictadura. Pinochet era dictador, Videla era dictador, Somoza era dictador, Franco era dictador. Si en sus dictaduras hubiera aparecido un loco autoproclamándose presidente a las 2 horas era fusilado y tirado a una fosa común. ¿Se entiende?” La elocuencia de este razonamiento ahorra muchas palabras.

Se pueden decir muchas cosas de Juan Guaidó (la mayoría de las cuales poco honorables) menos que haya padecido inconveniente alguno en su continua prédica sediciosa, o en su convocatoria a la población y las fuerzas armadas para quebrar el orden constitucional o en su infame pedido al gobierno de Estados Unidos para que se inmiscuya activamente en la resolución –sin duda violenta y sin ninguna clase de diálogo político, como lo ha manifestado más de una vez la Casa Blanca- de la crisis que afecta a Venezuela. Su demagógica pregunta, formulada en un acto público callejero, de si alguien le tiene miedo a una guerra civil (y que el público asistente contestó con un resonante no) es de una irresponsabilidad criminal. En cualquier país del mundo –y Chile no es la excepción- un sujeto que obra de esa manera es de inmediato apresado y juzgado perentoriamente a cumplir una larga condena en una cárcel de máxima seguridad. En Estados Unidos podría inclusive ser pasible de la pena capital. Pero nada de eso ocurre en la “dictadura” de Maduro denunciada con un ardor digno de mejores causas por algunos sectores del FA. Una extraña dictadura –como decía Eduardo Galeano hablando de los días de Hugo Chávez en el poder- que permite que un fantoche como Guaidó circule por todo el país sin ser perseguido, que cite a exministros chavistas y se reúna con ellos, a plena luz del día, en el Palacio Legislativo en el centro de Caracas para intercambiar ideas sobre la constitución de un gabinete de su ilusoria “transición”. O que permite que un dirigente responsable de ser el inspirador y autor intelectual de las dos guarimbas que en el 2014 y 2017 dejaron una estela de centenares de muertos, miles de heridos e inmensos daños a la propiedad, nos referimos a  Leopoldo López, aparezca regularmente en diversos programas de radio reproducido y viralizados por las redes sociales y en donde desde su confortable prisión domiciliaria se exhorta a las fuerzas armadas bolivarianas a permitir el ingreso de la “ayuda humanitaria” enviada por Washington. ¿No son éstos, acaso, ejemplos rotundos de la libertad de prensa y de reunión que existe en la Venezuela bolivariana y que ninguna dictadura jamás admitió? ¿Pudo hacer esto la oposición a Pinochet en Chile, o de Videla en la Argentina o de Somoza en Nicaragua? ¿Es posible ignorar una verdad tan elemental como ésta? ¿Cuál es el concepto de “dictadura” que manejan algunos líderes del FA? Confieso mi curiosidad por conocerlo y por saber cuál es el teórico que produjo tan extravagante definición por la cual el venezolano es un dictador y el déspota de Arabia Saudita que masacra al pueble yemení y manda asesinar a un periodista de su país en la sede de su embajada en Turquía no lo es; o que un régimen neofascista y genocida como Israel sea considerado como una ejemplar democracia con la cual Chile debe estrechar sus vínculos sin ninguna clase de reserva pese a su flagrante y sistemática violación de los derechos humanos en los territorios ocupados y su rechazo a todas las resoluciones de Naciones Unidas.

La conclusión inescapable de esta toma de posición de algunos dirigentes del FA es que su referencia a la cultura de la izquierda y sus centenarias luchas es un lamentable  malentendido; o, en caso de que exista mala fe, un artilugio discursivo y electorero para adquirir respetabilidad ante los sectores dominantes. Una identidad de izquierda tan frágil que se disuelve tan pronto sus representantes deben plantarse frente a los candentes desafíos de la realidad política, esa “lucha de dioses contrapuestos” a la que se refería Max Weber y en la cual no caben las mediatintas ni los “ni-ni” del posmodernismo sea en sus variantes de derecha o de (pseudo)izquierda. Recuerdo unos versos de Víctor Jara cuando cantaba, en los años de la Unidad Popular: “usté no es ná, ni chicha ni limoná”.  Quienes en estos días se unieron alegre e irresponsablemente al discurso del imperialismo y la reacción autóctona corren serio riesgo de convertirse en “ná”, y eso políticamente es un seguro camino al desastre. O, peor aún, convertirse en su contrario y abandonar la empresa histórica de rescatar a Chile de las garras del neoliberalismo. Porque quienes ingresan ruidosamente al ágora con el discurso de “Maduro dictador” ya se colocan, objetivamente y más allá de inconsecuenciales gestos de rebeldía, del lado del imperialismo y la reacción. Tienen que tomar conciencia que al hacerlo se han asociado a lo peor de la política latinoamericana. Están codo a codo con Uribe y Duque, Macri y Bolsonaro, con Hernández y Lenín Moreno, con Almagro y con Santos, con Bolton y Abrams, todos entonando el relato concebido en Estados Unidos y difundido en nuestra lengua por el inigualable maestro en el arte de decir mentiras que parezcan verdades: Mario Vargas Llosa. Ese sector del FA, porque no creo que sea toda esa organización, ingresa en la política latinoamericana de la mano de los herederos de los que ahogaron a sangre y fuego la experiencia pionera de Salvador Allende, y este no es un dato menor ni una simple anécdota. Tomaron partido por ellos, por los vástagos de quienes bombardearon la Moneda, asesinaron a Orlando Letelier, René Schneider, Carlos Prats González, a Pablo Neruda, a Eduardo Frei y condujeron a la muerte a Salvador Allende; también por los que torturaron, mutilaron y ejecutaron cobardemente a Víctor Jara y a miles de chilenas y chilenos; los que organizaron siniestros campos de concentración y caravanas de la muerte, desaparecieron a miles, mataron a otros tantos y enviaron a cientos de miles de sus compatriotas al exilio.

En su asombrosa ignorancia este sector de la dirigencia frentista demuestra desconocer el abc de la filosofía política, ¡y pretenden con tal rudimentario arsenal  teórico conducir a Chile por la senda del progreso y la justicia social!  Incapaces de distinguir lo que es una dictadura, de reconocer la omnipresencia del imperialismo –palabra prohibida en su discurso- o de conocer el dolor y la destrucción que éste provoca con su agresión económica, política, diplomática y mediática a la Venezuela bolivariana se rinden ante el pensamiento único en su fatal empeño por constituirse como una alternativa “moderada” ante la “inmoderada” injusticia que campea en Chile.
 
Ante el crisol de la crisis venezolana ese sector del FA se funde con la derecha en su maniqueísmo propio de la Guerra Fría, en su cruzada contra los gobiernos que no se arrodillan ante los mandatos de la Casa Blanca (Noam Chomsky dixit) y que son invariablemente  caracterizados por ésta como “dictaduras”. Una izquierda que en su infantilismo cae en la trampa de creer que va a poder resolver la deuda social de la “democracia de (muy) baja intensidad” de Chile, o de su “democradura”, sin enfrentarse con todos los demonios del infierno que saldrán en tropel para aplastar a sangre y fuego a quienes tengan la osadía de pretender cambiar el mundo. Gentes que, en su inexperiencia, creen que la política es un juego caballeresco en donde los reformadores sociales, ni digamos los revolucionarios, van a ser enfrentados con las armas de la legalidad y la institucionalidad por los partidarios del status quo. No basta con que Donald Trump le confiera el rango de presidente legítimo de Venezuela a un fantoche como Juan Guaidó, en abierta violación de la Carta de las Naciones Unidas y el derecho internacional. Tampoco que John Bolton haya declarado que quiere el petróleo de Venezuela para las empresas estadounidenses. Aunque Trump y Bolton les griten en la cara que en su momento vendrán a apoderarse de los recursos naturales de Chile en su ebriedad posmoderna los que vociferan “Maduro dictador” seguirán pensando que el imperialismo es una fábula de la vieja izquierda, un mito que sobrevive increíblemente en tiempos de la posmodernidad líquida en donde, como decían Marx y Engels en el  Manifiesto Comunista (que esos sectores del FA harían muy bien en leer) “todo lo sólido se disuelve en el aire”. Todo, sí, menos la lucha de clases y la dominación imperialista. Y si no comprenden esto no han comprendido nada y se disolverán en el aire sin dejar más que un borroso recuerdo, una juvenilia pasajera que prometió ser una brisa renovadora en la política chilena y acabó siendo más de lo mismo. 
Admito que algunos sectores de la izquierda puedan ser duros críticos del gobierno de Maduro. O decir que éste no supo contrarrestar efectivamente la brutal ofensiva que Estados Unidos lanzó para acabar con la Revolución Bolivariana. O que su manejo de la política económica fue desacertado o que el combate a la corrupción careció de la energía requerida. Pero decir que Maduro es un dictador es un gigantesco error conceptual grávido de lesivas consecuencias prácticas para el futuro del movimiento popular chileno. Este difícilmente podrá hallar una ruta de salida a las injusticias e inequidades producto de casi medio siglo de políticas neoliberales cuando una fuerza política que se pretende de izquierda piensa y actúa como si fuera de derecha. Olvidándose, además, ¡torpes sociólogos quienes la asesoran!, que los pueblos, dondequiera que sea, y no sólo en Latinoamérica, siempre prefieren el original a la copia. Y una izquierda que se presenta como una caricatura de la derecha decreta su propia obsolescencia y lleva agua al molino de aquélla. El Frente Amplio aún está a tiempo de sortear tan lamentable desenlace. Una discusión franca,  rigurosa y con mucho fundamento puede salvar un proyecto de recambio, tendencialmente pos-neoliberal, que Chile necesita impostergablemente. Sería imperdonable que esa oportunidad se frustrara.

Nota:
1.              Un reporte sobre este asunto se encuentra en http://www.cnnchile.com/pais/diputados-rd-se-alinean-al-calificar-de-dictador-a-nicolas-maduro_20190205/


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