martes, 12 de febrero de 2019

"NUESTRA IGNORANCIA FUE PLANIFICADA POR UNA GRAN SABIDURÍA".

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"Por supuesto que hay innumerables procesos en las dinámicas políticas y sociales de los seres humanos que siguen cursos ingobernables, que no se pueden predecir, que no responden necesariamente a lo que poderosos grupos selectos pergeñan; pero aunque todo eso sucede y siempre los imponderables emergen, hay líneas maestras que marcan (condicionan, ¿determinan?) lo que nos pasa. Poderes, incluso, que van más allá de las autoridades formales de los Estados. Tenemos ahí capitales monumentales que fijan las líneas de acción que, acompasadamente, siguen las enormes masas de ciudadanos del mundo, y que los gobernantes se encargan de hacer cumplir.

"¿Por qué, por ejemplo, las ciudades están cada vez más atestadas de vehículos automotores personales, siendo que eso es absolutamente contraproducente, tanto en términos sanitarios –la contaminación que producen los motores de combustión interna son los principales responsables del calentamiento global– como urbanísticos –ya se hace literalmente imposible circulas con tanto automóvil–? ¿Quién decide eso: los ciudadanos de a pie? Definitivamente no. Capitales enormes que mueven cifras descomunales hacen que se sigan produciendo vehículos que queman derivados del petróleo, y otros capitales más monumentales aún negocian con el oro negro, aún a sabiendas de los insolubles problemas de polución que ello trae".

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"NUESTRA IGNORANCIA FUE PLANIFICADA POR UNA GRAN SABIDURÍA".
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Marcelo Colussi.

Rebelión lunes 11 de febrero del 2019.

El título del presente texto es una frase del pensador argentino Raúl Scalabrini Ortiz. Genial formulación, sin dudas. Genial, por cuanto presenta las cosas tal como son: en términos sociales, vistos los acontecimientos humanos como fenómenos históricos omniabarcativos, no queda ninguna duda que nuestra forma de actuar como masa responde a una planificación que realizan algunos, muy pocos. Parafraseando lo dicho por Scalabrini Ortiz entonces: lo que no sabemos nosotros (nuestra ignorancia) lo saben los que deciden que no lo sepamos (los grandes grupos de poder, los que manejan los hilos de los títeres).

Esas estructuras de poder (económico, político, militar, científico, cultural), cada vez más pequeñas y poderosas, deciden el futuro de inconmensurables cantidades de personas sobre la faz del planeta. Ellas son las que le ponen precio a cada cosa que consumimos, las que deciden las guerras o el tipo de gobierno que debe tener cada país, las modas, lo que se come y no se come, cuánta agua puede beber cada mortal y lo que se debe pensar “correctamente”. Se podría retrucar rápidamente que hay en esta consideración un talante paranoico, un sabor a visión conspirativa que encuentra fantasmas allí donde no los hay. El sentido de este texto, en todo caso, es mostrar con ejemplos evidentes y concretos que no hay tal “teoría de la persecución” de por medio, sino crudas y descarnadas verdades, para lo que presentaremos algunos casos esclarecedores.

Por supuesto que hay innumerables procesos en las dinámicas políticas y sociales de los seres humanos que siguen cursos ingobernables, que no se pueden predecir, que no responden necesariamente a lo que poderosos grupos selectos pergeñan; pero aunque todo eso sucede y siempre los imponderables emergen, hay líneas maestras que marcan (condicionan, ¿determinan?) lo que nos pasa. Poderes, incluso, que van más allá de las autoridades formales de los Estados. Tenemos ahí capitales monumentales que fijan las líneas de acción que, acompasadamente, siguen las enormes masas de ciudadanos del mundo, y que los gobernantes se encargan de hacer cumplir.

¿Por qué, por ejemplo, las ciudades están cada vez más atestadas de vehículos automotores personales, siendo que eso es absolutamente contraproducente, tanto en términos sanitarios –la contaminación que producen los motores de combustión interna son los principales responsables del calentamiento global– como urbanísticos –ya se hace literalmente imposible circulas con tanto automóvil–? ¿Quién decide eso: los ciudadanos de a pie? Definitivamente no. Capitales enormes que mueven cifras descomunales hacen que se sigan produciendo vehículos que queman derivados del petróleo, y otros capitales más monumentales aún negocian con el oro negro, aún a sabiendas de los insolubles problemas de polución que ello trae.

Y las guerras que la búsqueda desenfrenada de ese petróleo trae aparejadas, ¿la deciden acaso los mortales que viven de un salario? ¿Quién determina los países que tienen que entrar en guerra: sus pobladores, sus gobiernos acaso?




Veamos estos casos, por demás de esclarecedores.

Argentina, entre las diez primeras economías del mundo al terminar la Segunda Guerra Mundial, con un proceso de industrialización propio que la hacía autosuficiente, aportando la mitad de todo el producto bruto de Latinoamérica para la década del 60 en el siglo pasado, años después cayó en picada. En “el país de las vacas”, hoy día la mitad de su población está bajo la línea de pobreza y pasa hambre. Buscar comida en los tarros de basura, para muchos argentinos ya es algo común (y se llegaron a matar animales en zoológicos para comer algo de carne roja). ¿Por qué? ¿Haraganería e indolencia de sus pobladores? ¿Malas políticas de sus gobernantes? “No dejemos que la Argentina sea una potencia, pues arrastrará tras de sí a toda América Latina… La estrategia es debilitar y corromper por dentro a la Argentina. Destruir sus industrias, sus fuerzas armadas, fomentar divisiones internas apoyando a bandos de derecha e izquierda, atacar su cultura en todos los medios, imponer dirigentes políticos que respondan a nuestro Imperio. Esto se logrará gracias a la apatía de su pueblo y a una democracia controlable, donde sus representantes levantarán sus manos en masa en servil sumisión. Hay que humillar a la Argentina”, decía Winston Churchill en Yalta en 1945. Evidentemente lo que sucedió a partir de 1976 con los planes de ajuste neoliberal impulsados por los organismos crediticios de Breton Woods (Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial), llevados adelante por una sangrienta dictadura militar, hundió al país sudamericano, dejándolo en un estado de postración del que, muy probablemente, ya no podrá salir.

En Guatemala, en el año 2015 se vivió una “primavera” anticorrupción particularmente llamativa: un país marcado por la impunidad y corrupción a través de toda su historia, con niveles de ambas características de las más altas de todo el continente, ¿por qué de buenas a primeras pareció acometer esta cruzada contra la corrupción? ¿Por qué esa repentina indignación ciudadana? Indignación llamativa: a partir de misteriosas convocatorias hechas en las redes sociales (después se supo que desde perfiles que resultaron ser todos falsos), la población capitalina –clasemediera en lo fundamental– comenzó a asistir a la plaza en algo que luego fue ritualizándose: llegar los sábados por la tarde a sonar vuvuzelas y a cantar el himno nacional. Terminado que fuera ese ritual, todos a su casa, sin consigna política transformadora más allá de una indignación ante los hechos de corrupción que se iban conociendo a partir del trabajo del Ministerio Público y la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala –CICIG–. De esa cuenta, con esa “presión” popular, se vieron forzados a renunciar los por entonces presidente y vicepresidenta: Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti. La sensación que pudo haber quedado es que la movilización popular los depuso. Ahora, fríamente analizados los hechos a la distancia, puede verse que se trató fundamentalmente de un bien pergeñado plan de psicología militar. Una vez más Guatemala fue utilizada por el gobierno de Estados Unidos como laboratorio de pruebas para un ensayo de manejo social: disparar la vena anticorrupción para lograr una protesta cívica (pacífica, sin la más mínima intención de modificar algo sustancial; lo que en otros contextos comenzó a llamarse “revolución de colores”). Con esa táctica ya probada, logró desplazar a los “molestos” gobiernos de Argentina y Brasil.

Lo interesante es que a principios de 2015, antes de abril en que comenzaron las protestas cívicas, fuentes oficiosas de la Embajada de Estados Unidos filtraron la noticia –nunca difundida en forma masiva– que el binomio presidencial no iba a terminar su período, pues iría preso, y muy probablemente deportado a Miami con cargos de narcoactividad. Meses después, “casualmente” la información extraoficial se confirmó en los hechos.
 


En la República Bolivariana de Venezuela –la mayor reserva de petróleo del mundo: 300,000 millones de barriles, botín apetecido por las grandes multinacionales petroleras, estadounidenses en lo fundamental– cursa hoy una agresión fenomenal por parte de Washington y una serie de países que lo secundan. Claramente y sin empacho lo expresó el Asesor de Seguridad Nacional John Bolton: Haría una gran diferencia para Estados Unidos económicamente si pudiéramos tener compañías petroleras estadounidenses invirtiendo y produciendo petróleo en Venezuela”. Es por ello que hoy el país caribeño atraviesa la situación terrible que debe soportar, con penurias y amenaza de invasión, más un autoproclamado presidente paralelo que complica tremendamente las cosas.

Analizando el panorama, brillantemente lo expone Simón Andrés Zúñiga en su texto “Los buitres y el reparto del botín”: Antes de cerrar la semana, el ingeniero venezolano Ricardo Hausman, escribe en su cuenta Twitter: “President Guaidó has an economic plan to start the recovery of Venezuela (…)”. Es decir, Hausman anuncia que Guaidó cuenta con un plan económico para iniciar la recuperación de Venezuela. El profesor de Harvard, a principios del 2018 ya había adelantado el escenario que ahora se está ejecutando. En ese momento, escribió un artículo donde justificaba una intervención militar y una operación de rescate (económico) por parte de Estados Unidos y algunos países latinoamericanos. Es impresionante como un año antes, detalló parte del guión estadounidense que ahora están leyendo (e interpretando) Bolton y Guaidó”.

Los ejemplos citados son por demás de aleccionadores respecto a lo que se quiere transmitir: todo, o muy buena parte, de lo que sucede en términos político-sociales a las poblaciones, son producto de elaborados planes de “ingeniería social”, o “ingeniería humana”. Pero, por suerte, los seres humanos somos algo más complejo que materiales que se pueden procesar y manipular como hace la ingeniería. Tenemos capacidad de reacción. Por eso la historia no está terminada.

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