viernes, 1 de diciembre de 2023

LOS KICHWA CAMBIAN EL HACHA POR LA ESCALADA PARA CUIDAR ‘EL ÁRBOL DE LA VIDA’ DE LA AMAZONIA.

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“El clima, la tierra y las palmeras. El aguaje es muy sensible al cambio climático”, afirma Ignacio Piqueras, experto en bionegocios que ha trabajado en la zona. Según cuenta, recientemente ha habido años en los cuales las variaciones de la temperatura hicieron imposible la floración de esta palmera. Paradójica y providencialmente, los mismos aguajales son gigantescos sumideros de carbono que ayudan a neutralizar el peligroso calentamiento global del ecosistema terrestre. Dado que el aguaje crece sobre los humedales, está enclavado sobre turberas, generosos depósitos de materia orgánica que almacenan carbono y, por ende, contribuyen a mitigar el calentamiento global. En el mundo, las turberas solo significan el 3% de la superficie mundial, pero almacenan cerca de un tercio del carbono de los suelos de todo el mundo, según la FAO. En Perú, se estima que los aguajales ubicados en la cuenca de los ríos Pastaza y Marañón almacenan 2,3 millones de toneladas de carbono. Pero, si se siguen talando, botarían a la atmósfera parte esa millonada, con lo que, en vez de mitigar el fenómeno, alimentarían el cambio climático. De allí que la tarea de los indígenas awajún y kichwa en este rincón sumergido en medio de una floresta interminable consiste en aprovechar inteligentemente el aguaje, cuidar a la fauna que vive gracias esta palmera, y finalmente contribuir a que la especie humana no siga hundiéndose en una catástrofe ambiental que ya está en curso. Desde lo alto de un aguaje, Chanchari mira el horizonte y parece entenderlo.

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Un trabajador escala la palmera del aguaje para cosechar sus frutos. Sebastián Castañeda.

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LOS KICHWA CAMBIAN EL HACHA POR LA ESCALADA PARA CUIDAR ‘EL ÁRBOL DE LA VIDA’ DE LA AMAZONIA.

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Esta comunidad indígena de Perú ha decidido hacer un uso sostenible del aguaje, una fruta amazónica que tiene generosas propiedades terapéuticas y culinarias

Por Ramiro Escobar La Cruz.

Fuente El País. Perú. Jueves 30 de noviembre del 2023.

Fuente. El País viernes 1 de diciembre del 2023.

 

Apenas bajado de un alto y voluminoso aguaje (Mauritia flexuosa) de más de 25 metros de altura, Segundo Chanchari, un indígena de la etnia Kichwa de 38 años, dice que tiene 15 años escalando, a punta de sudor y músculo, y recuerda que, hasta hace pocos años, este árbol más bien se tumbaba. “Con este equipo ahora lo hacemos más rápido”, agrega en medio de la maleza.

Él mismo y otros hombres comienzan a arrancar rápidamente el fruto de los siete u ocho racimos que fueron tirados desde arriba de esta palmera amazónica de un color entre rojizo y guinda, y a la que en otros países de la zona se le conoce como morete, morichi o buriti. El calor del trópico ha descendido un poco, luego de sobrepasar los 30 grados, y la luz del cielo azulino permite avistar otros ejemplares de aguaje sumergidos en medio del bosque.



Una extensión de bosque donde, desde el aire, se distinguen varios aguajales. SEBASTIÁN CASTAÑEDA

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Salvando a las palmeras femeninas.

Poco a poco se van juntando algunos frutos más que se meten en sacos, mientras otros escaladores permanecen subidos en estas plantas, removiendo más racimos y echándose bromas desde las alturas. Oe agarra bien ese racimo pe”, dice uno de ellos. En su aparente sencillez, esta jornada tiene un valor enorme: evita el agotamiento de esta especie, de la cual se consumen unas 9200 toneladas al año en Iquitos, la ciudad más grande de la Amazonía peruana.

Como dice Chanchari, antes se procedía a derribar los aguajes, hacha en mano, y eso producía un efecto pernicioso. Dado que la palmera hembra —el aguaje tiene ejemplares macho y hembra— es la que produce los frutos, al caer por los suelos perdía su capacidad de recuperación. Se producía una fuerte erosión genética, que fue medida en el 2012 por el investigador Luis Freitas.



Un racimo del aguaje hembra ya en el piso. SEBASTIÁN CASTAÑEDA.

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En su trabajo Impacto del aprovechamiento en la estructura, producción y valor de uso del aguaje en la Amazonía peruanaexplica que, si la forma de aprovechar este fruto se hace tumbando las palmeras, en cinco años el número de estas se reducen de 66 a 29 por cada hectárea. La consecuencia infeliz era —y todavía es en algunas zonas— que, en vez de producirse 132 sacos de 50 kilos de frutos en esa misma porción de terreno, se producían solamente 61.

Al cambiar el hachazo por el escalamiento, gracias a la asesoría de los técnicos de Profonanpe, un organismo privado que provee fondos ambientales, se ha logrado neutralizar en parte esa deriva. La ruta es sencilla y sostenible: al trepar, Segundo y otros nativos kichwas a los aguajes, no cosechan todos los racimos. Sólo toman un 80% de ellos, en tanto que el 20% se deja para que la misma planta hembra sea polinizada, se regenere naturalmente y siga produciendo.

La comunidad de San Lorenzo es una de las 28 que forman parte del proyecto Construyendo resiliencia en los humedales de la provincia del Dátem del Marañón, un territorio poblado por las etnias kichwa y awajún. Con esta práctica más responsable, toman distancia de la implacable deriva que, al tumbar a cientos de palmeras, provoca que al año se pierdan, esta provincia del departamento de Loreto, 1.400 hectáreas de aguajales.


Un saco de aguaje cargado por un indígena del pueblo Awajún. SEBASTIÁN CASTAÑEDA

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Los beneficios del aguaje

¿Por qué es tan importante conservar el aguaje si hay tantas plantas selváticas beneficiosas? Por un lado, porque tiene numerosas propiedades que son descubiertas o puestas en valor. Y porque su consumo es alto en los países amazónicos, lo que está alentando su extracción de una manera veloz y descontrolada.

El fruto del aguaje, de acuerdo con un documento del Instituto de Investigaciones de la Amazonia Peruana (IIAP), tiene sustancias químicas de donde se extraen vitaminas, lípidos y minerales que pueden ser destinados a las industrias alimentaria, cosmética y farmacéutica. Por eso, en las ciudades amazónicas es frecuente encontrar mermeladas, bebidas o refrescos hechos de la pulpa del aguaje. También helados, muy apreciados por su delicioso sabor.

  


Un trabajador muestra el aguaje. SEBASTIÁN CASTAÑEDA-

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Al consumir 100 gramos de esa pulpa, entran al cuerpo 30 miligramos de Vitamina A (betacarotenos), una cantidad que equivale a 20 veces lo que ofrece la apreciada zanahoria. Más incluso que la espinaca, con los consecuentes beneficios para la piel, las mucosas, la visión, los dientes, los tejidos blandos y óseos, y la salud en general. Se valora especialmente su efecto para las mujeres debido a su alto contenido de fitoestrógenos.

Asimismo, el aceite que se extrae de la pulpa se usa para hacer jabones y cosméticos. De allí que, en la comunidad de Chapis, perteneciente a la etnia awajún, haya una planta procesadora de pulpa de aguaje que produce al año unos 800 kilos de este aceite por cada campaña de 5 a 6 meses. Ese aceite tiene, según el documento del IIAP, más ácido oleico que el mismísimo aceite de oliva. Y por consiguiente, ayuda a reducir la tensión arterial y a acabar con el colesterol malo. La Asociación de Productores de Ungurahui y Aguaje de los Pueblos Indígenas del Sector Marañón (Apuapisem), que maneja la planta de Chapis, ya ha llegado a poner los frascos de aceite de aguaje en el mercado nacional e internacional como un producto orgánico notable.

Por si no bastara, en los aguajales andan o moran diversas especies de fauna silvestre. Por ejemplo, en sus troncos ya caídos por causas naturales vive el coleóptero llamado ‘suri’ (Rynchophorus palmarum), que es muy apreciado en el arte culinario amazónico. Allí mismo anidan los guacamayos azul y amarillo de la especie Ara araraunaComo son de pico duro, se comen las semillas del aguaje, en tanto que la sachavaca (Tapirus terrestris), el sajino (Pecari tajacu), el majaz (Cuniculus paca), el venado gris (Mazama gouazoubira) y la huangana (Tayassu pecari), todas especies comestibles para el hombre, se alimentan de los frutos del aguaje.

“Mantener los aguajales productivos es fundamental para la subsistencia de la fauna circundante”, dice Jairo Vásquez, consultor ambiental de Profonanpe.

 


Un grupo de 36 paneles solares abastece de energía a la planta donde el aguaje es procesado. SEBASTIÁN CASTAÑEDA.

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El clima, la tierra y las palmeras.

El aguaje es muy sensible al cambio climático”, afirma Ignacio Piqueras, experto en bionegocios que ha trabajado en la zona. Según cuenta, recientemente ha habido años en los cuales las variaciones de la temperatura hicieron imposible la floración de esta palmera. Paradójica y providencialmente, los mismos aguajales son gigantescos sumideros de carbono que ayudan a neutralizar el peligroso calentamiento global del ecosistema terrestre.

Dado que el aguaje crece sobre los humedales, está enclavado sobre turberas, generosos depósitos de materia orgánica que almacenan carbono y, por ende, contribuyen a mitigar el calentamiento global. En el mundo, las turberas solo significan el 3% de la superficie mundial, pero almacenan cerca de un tercio del carbono de los suelos de todo el mundo, según la FAO. En Perú, se estima que los aguajales ubicados en la cuenca de los ríos Pastaza y Marañón almacenan 2,3 millones de toneladas de carbono.

Pero, si se siguen talando, botarían a la atmósfera parte esa millonada, con lo que, en vez de mitigar el fenómeno, alimentarían el cambio climático. De allí que la tarea de los indígenas awajún y kichwa en este rincón sumergido en medio de una floresta interminable consiste en aprovechar inteligentemente el aguaje, cuidar a la fauna que vive gracias esta palmera, y finalmente contribuir a que la especie humana no siga hundiéndose en una catástrofe ambiental que ya está en curso. Desde lo alto de un aguaje, Chanchari mira el horizonte y parece entenderlo.

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