miércoles, 10 de abril de 2024

LA URGENCIA DE RECUPERAR SENTIDOS Y, CON ELLOS, LA ESPERANZA.

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“El desarrollo de una cultura democrática y una ética ciudadana deberá contribuir a la reconstrucción de las relaciones sociales, tan deterioradas hoy en nuestro país, y a la consecución de la justicia y la paz. Tal desarrollo supone la definición de un mínimo de valores y principios éticos, que se desprenden de la doctrina de los derechos humanos y cuya vigencia deberá ser concordada por todos los ciudadanos, a partir del reconocimiento y práctica de los deberes y responsabilidades que de ella se derivan, tanto a nivel personal como social. Hacer de la democracia no una teoría sino una práctica cotidiana, exige de instituciones educativas que definan su quehacer, que tengan una concepción de ser humano, de la sociedad y de su rol educadorInstituciones que contribuyan al fortalecimiento de la esperanza en la posibilidad de construir una sociedad justa y más humana, que apoyen la construcción de proyectos comunes en los cuales las personas aprenden a vivir juntos como seres dignos; que promuevan espacios de entendimientos mutuos, en los que las personas adquieran un auténtico sentido de responsabilidad de sí mismos y de las otras personas, reconociendo, valorando y aceptando las diferencias.

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LA URGENCIA DE RECUPERAR SENTIDOS Y, CON ELLOS, LA ESPERANZA.

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Por Rosa María Mujica*

Fuente. Otra Mirada. Lima miércoles 10 de abril del 2024.

 

En el marco de los 32 años del golpe de estado de Fujimori y su dictadura, Rosa María Mujica reflexiona la importancia de una educación liberadora comprometida con la construcción de memoria histórica crítica, como un imperativo ético político encaminado a construir democracia real defensora y garante de Derechos Humanos para todas, todos y todes.



El Perú ha vivido, desde siempre, hechos de violencia, de racismo y de discriminación que han significado el sufrimiento para millones de personas. La construcción de la democracia ha sido un proceso difícil y sigue siendo un proceso inconcluso que pareciera, hoy más que nunca, que da pasos para atrás. La tendencia al retroceso, a la anarquía, el sentir que nos hundimos en un pozo profundo donde todo vale, donde la corrupción campea y la vida no vale nada, aparece una y otra vez, a pesar de todos los esfuerzos realizados. Hubo un momento en el que creímos que estábamos avanzando, que contra la barbarie vivida, frente al terror, a la muerte y al abuso contra las poblaciones más débiles vividas en los años del conflicto armado interno, se había impuesto el sentido común de amor a la Patria, de desear el bien común, de vivir en paz y ansiar el desarrollo para todos, creímos que la democracia se había afirmado como la mejor de las opciones y que los peruanos y peruanas haríamos todo lo necesario para avanzar, para defenderla. No podemos negar que hemos avanzado en la conquista de derechos para las poblaciones más vulnerables y que todo parecía indicar que estábamos avanzando hacia la construcción de un país desarrollado y moderno, pero hoy vemos con desolación y tristeza que no está siendo así, que la vida sigue valiendo nada, que es posible asesinar a 60 personas y que no pase nada, que es posible robarle al estado, o lo que es lo mismo, robarles a todos los peruanos, y que no pase nada, que es posible tener un congreso que traiciona a la patria dando leyes que destruyen las instituciones y que regalan el país a las mafias, y tampoco pasa nada.

Cada día somos testigos de la falta de importancia que tienen las leyes, las normas y la propia Constitución Política de nuestro país -y basta mirar al congreso de la República- para el ciudadano común, y de su permanente transgresión en todos los niveles y sectores sociales. La anomia se consolida como fenómeno nacional; el desorden y el caos se convierten en un estilo de vida que afecta profundamente el respeto que todo ser humano merece, violándose así la dignidad de las personas. Sin leyes y normas que regulen las relaciones económicas, políticas y sociales que tengan como fin el bien común y la protección del ser humano, sin sanciones claras y efectivas para quienes las incumplan, es imposible pensar o hablar de una convivencia democrática. El desarrollo de la conciencia de respeto a las normas básicas de convivencia social, la profunda convicción de que los derechos de cada uno terminan donde comienzan los derechos de los demás, son retos fundamentales que tenemos que enfrentar si queremos ver el futuro con esperanza.



Las denuncias de las diversas violaciones a los derechos humanos que ocurren en nuestra sociedad no son suficientes para promover el respeto y vigencia de estos. El desafío es construir una sociedad democrática estable, en la que los derechos humanos sean su fundamento ético y funcionen como pautas para las conductas tanto de autoridades como de los ciudadanos.

Es necesario reconocer que uno de los graves problemas que afronta la vigencia de los derechos humanos y la construcción de la democracia en nuestro país, es el desconocimiento que las personas tienen de sus derechos, así como de los elementos fundantes y las reglas básicas de la democracia. Esta realidad no es sólo resultado de falta de información, de los malos ejemplos de los políticos, y de un mal sistema educativo, sino de un problema más profundo: el gran vacío que hay en nuestra historia respecto a la vigencia de los derechos humanos y al desarrollo de un sistema y una cultura democrática.



Cuando hablamos de democracia – para evitar la manipulación que se hace de la misma, donde nos quieren vender propuestas autoritarias y dictatoriales como si fuesen democráticas- necesariamente nos tenemos que referir a que es un sistema político, una forma de organización del estado y una forma de convivencia de los seres humanos. Como sistema político y forma de organización del estado, tiene características fundamentales como la distribución equitativa del poder,  la separación de poderes, el reconocimiento de las necesidades e intereses de mayorías y minorías, la participación ciudadana organizada en la toma de decisiones, la práctica de una ética sustentada en valores, la vigencia del Estado de Derecho, el cumplimiento de responsabilidades y deberes, las elecciones libres para designar autoridades, la transparencia en el ejercicio de la delegación de autoridad, entre otros. Basta ver lo que está pasando en nuestro país para afirmar que estamos más cerca al autoritarismo que de la democracia. Vemos la ausencia de estado en todos los niveles, en especial en las poblaciones más lejanas y en las más vulnerables, la elección de gobernantes ineptos y corruptos, la falta de un sistema de partidos donde no se permita la presencia de las mafias ni de personajes con antecedentes de corrupción.  

Hoy, ante un estado débil y un ejecutivo que no es capaz de gobernar para el bien común, vemos que es el congreso – que responde a los intereses de las mafias y está plagado de congresistas con antecedentes de corrupción- el que parece ser que gobierna, y esto con el apoyo de los sectores más extremos de la derecha y de la izquierda, que tienen intereses específicos para los que no les importa violar la Constitución ni las leyes de nuestra república.

Como estilo de vida, la democracia implica la vivencia de los derechos humanos y la construcción de relaciones de justicia y de solidaridad que abren los espacios para la libre determinación de las personas, de los grupos y de los pueblos; espacio en el que los seres humanos se ven y se comunican como iguales en dignidad y en derechos, como seres libres reconociéndose diferentes entre sí, pero igualmente valiosos, permitiendo un equilibrio entre solidaridad e individuación personal.



Sin embargo, para la mayoría de los peruanos, la palabra democracia es poco clara. Para algunos, es sinónimo de caos, desorden, anomia; para otros, la democracia no vale, porque la identifican con lo que vivimos: es decir, con corrupción, poder absoluto de unos pocos, miseria, mentira, abuso, etc.  Es difícil hablar o pensar, y menos aún defender, algo que no conocen ni han conocido en su vida, por eso la tentación de salidas autoritarias, cuando no dictatoriales, están de moda. Esto, junto con factores de tipo políticos y culturales, entre otros, ha dado como resultado que hoy enfrentemos permanentemente situaciones de graves violaciones a los derechos humanos y que tengamos una democracia débil. En los últimos años, esta situación, sin duda, se ha agravado y vemos que los intereses políticos partidarios se han impuesto sobre los intereses de la Nación y el bien común.

El desarrollo de una cultura democrática y una ética ciudadana deberá contribuir a la reconstrucción de las relaciones sociales, tan deterioradas hoy en nuestro país, y a la consecución de la justicia y la paz. Tal desarrollo supone la definición de un mínimo de valores y principios éticos, que se desprenden de la doctrina de los derechos humanos y cuya vigencia deberá ser concordada por todos los ciudadanos, a partir del reconocimiento y práctica de los deberes y responsabilidades que de ella se derivan, tanto a nivel personal como social.



Hacer de la democracia no una teoría sino una práctica cotidiana, exige de instituciones educativas que definan su quehacer, que tengan una concepción de ser humano, de la sociedad y de su rol educador

Instituciones que contribuyan al fortalecimiento de la esperanza en la posibilidad de construir una sociedad justa y más humana, que apoyen la construcción de proyectos comunes en los cuales las personas aprenden a vivir juntos como seres dignos; que promuevan espacios de entendimientos mutuos, en los que las personas adquieran un auténtico sentido de responsabilidad de sí mismos y de las otras personas, reconociendo, valorando y aceptando las diferencias.

* Ex secretaria de la CNDH-Asociada de Foro Educativo

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