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¿Cuál podría ser su estrategia? En primer lugar, conseguir que Estados Unidos
bombardee las pequeñas embarcaciones que quizá estén involucradas en
las operaciones de contrabando que se llevan a cabo en el
Caribe desde hace siglos. Si Estados Unidos bombardea suficientes embarcaciones
de este tipo, los pequeños contrabandistas se replantearán
el tránsito de drogas, armas y productos básicos de
consumo. En segundo lugar,
utilizar la buena voluntad generada con Trump para fomentar la
inversión en la esencial pero estancada industria
petrolera de Trinidad y Tobago. KPB podría obtener beneficios a corto
plazo. Trinidad y Tobago necesitan al menos 300 millones de
dólares al año, por no decir 700 millones, para el mantenimiento
y la mejora de sus plantas petroquímicas y de gas natural licuado
(y luego necesita 5.000 millones de dólares para el desarrollo de
yacimientos marinos y la construcción de nuevas
infraestructuras). La enorme inversión de ExxonMobil en
Guyana (que, según los rumores, supera los 10.000 millones de
dólares) ha atraído la atención de todo el Caribe, donde otros
países desearían atraer este tipo de inversiones. ¿Invertirían
empresas como ExxonMobil en Trinidad y Tobago? Si Trump quisiera recompensar
a KPB por su zalamería, le diría al director ejecutivo
de ExxonMobil, Darren Woods, que ampliara la inversión en bloques
de aguas profundas que su empresa ya ha realizado en Trinidad y
Tobago. Quizás el cálculo de KPB de dejar de lado las ideas de zona
de paz le reportará más dinero de los gigantes petroleros.
“Pero ¿qué rompe esta traición? Sin
duda, perturba aún más cualquier intento de construir la unidad caribeña
y aísla a Trinidad y Tobago de la sensibilidad caribeña más amplia
contra el uso de las aguas para enfrentamientos militares
estadounidenses. Hay problemas reales en Trinidad y Tobago:
el aumento de la violencia relacionada con las armas, el
tráfico transnacional y la migración irregular a través del golfo
de Paria. Estos problemas requieren soluciones reales, no
las fantasías de una intervención militar estadounidense. Las intervenciones
militares estadounidenses no resuelven los problemas, sino
que profundizan la dependencia, aumentan las tensiones y erosionan
la soberanía de todos los países. Un ataque a Venezuela no va
a resolver los problemas de Trinidad y Tobago, sino que podría
amplificarlos. El Caribe tiene que elegir entre dos futuros. Un
camino conduce a una mayor militarización, dependencia e incorporación
al aparato de seguridad estadounidense. La otra
conduce hacia la revitalización de la autonomía regional, la cooperación
Sur-Sur y las tradiciones antiimperialistas que durante
mucho tiempo han sustentado la imaginación política del Caribe.
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Fuentes: Voces del Mundo [Foto: mapa del sur del Caribe, alrededor de la costa venezolana en el que se muestra la isla La Orchila (GilPe – © CC BY-SA 2.0)]
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EL CARIBE SE ENFRENTA A DOS OPCIONES:
INCORPORARSE AL INTENTO DE EE.
UU.
DE INTIMIDAR A VENEZUELA
O CONSTRUIR SU PROPIA SOBERANÍA.
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Por Vijay
Prashad | 02/12/2025 | América Latina y Caribe.
Fuentes.
Revista Rebelión martes 2 de diciembre del 2025.
Fuentes: Voces del Mundo [Foto:
mapa del sur del Caribe, alrededor de la costa venezolana en el que se muestra
la isla La Orchila (GilPe – © CC BY-SA 2.0)]
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El presidente estadounidense Donald
Trump ha autorizado que el portaviones USS
Gerald R. Ford se adentre en el Caribe. En estos momentos
navega por el norte de Puerto Rico, y se dispone a unirse al USS
Iwo Jim y otros navíos que amenazan con atacar Venezuela.
La tensión es alta en el Caribe, con diversas teorías sobre la
posibilidad de que se produzca lo que parece ser un ataque inevitable por parte
de EE. UU. y sobre la catástrofe social que tal ataque podría provocar. CARICOM,
el organismo regional de los países caribeños, emitió un comunicado en el que reafirmaba su
voluntad de que la región sea una “zona de paz” y que las disputas se
resuelvan de forma pacífica. Diez ex jefes de Gobierno de los Estados
del Caribe publicaron una carta en la que exigían que “nuestra
región no se convierta nunca en un peón en las rivalidades de otros”.
El ex primer ministro de Trinidad y
Tobago, Stuart Young, declaró el 21 de agosto:
“La CARICOM y nuestra región son una zona de
paz reconocida, y es fundamental que así siga siendo”. Trinidad y Tobago, afirmó, “ha respetado y defendido los
principios de la no intervención y no injerencia en los asuntos internos de
otros países, y por una buena razón”. A primera vista, parece que nadie
en el Caribe quiere que Estados Unidos ataque a Venezuela.
Sin embargo, la actual primera ministra de
Trinidad y Tobago, Kamla Persad-Bissessar (conocida por sus iniciales KPB),
ha dicho abiertamente que apoya las acciones de Estados Unidos en el
Caribe. Esto incluye el asesinato ilegal de ochenta y tres personas
en veintiún ataques aéreos desde el 2 de septiembre de 2025. De
hecho, cuando la CARICOM publicó su declaración sobre la región
como zona de paz, Trinidad y Tobago se retiró de la declaración.
¿Por qué la primera ministra de Trinidad y Tobago se ha opuesto a todos los líderes de la CARICOM y ha apoyado la aventura militar de la administración Trump en el Caribe?
Patio trasero.
Desde la Doctrina Monroe (1823),
Estados Unidos ha
tratado a toda América Latina y el Caribe como su “patio trasero”.
Ha intervenido en al menos treinta de los treinta y tres países
de América Latina y el Caribe (es decir, el 90% de los países), desde
el ataque estadounidense a las islas Malvinas argentinas
(1831-1832) hasta las actuales amenazas contra Venezuela.
La idea de la “zona de paz” surgió en 1971, cuando la Asamblea
General de la ONU votó a favor de que el océano
Índico fuera una “zona de paz”. En las dos décadas siguientes, cuando
la CARICOM debatió este concepto para el Caribe, Estados Unidos
intervino, al menos, en la República Dominicana (después de 1965),
Jamaica (1972-1976), Guyana (1974-1976), Barbados
(1976-1978), Granada (1979-1983), Nicaragua (1981-1988), Surinam
(1982-1988) y Haití (1986).
En 1986, en la cumbre de la CARICOM celebrada en Guyana, el primer
ministro de Barbados, Errol Barrow, declaró lo siguiente:
“Mi postura sigue
siendo clara: el Caribe debe ser reconocido y respetado como una zona de paz…
He dicho, y repito, que mientras sea primer ministro de Barbados, nuestro
territorio no se utilizará para intimidar a ninguno de nuestros vecinos, ya sea
Cuba o Estados Unidos”.
Desde que Barrow hizo ese comentario, los líderes caribeños han
afirmado puntualmente, frente a los Estados Unidos, que no son el patio
trasero de nadie y que sus aguas son una zona de paz. En 2014, en La
Habana, todos los miembros de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños (CELAC) aprobaron una proclamación de “zona de paz” con el
objetivo de “erradicar para siempre la amenaza o el uso de la fuerza” en la
región.
Persad-Bissessar o KPB ha rechazado este importante consenso entre las tradiciones políticas del Caribe. ¿Por qué?
Traiciones.
En 1989 el líder sindical Basdeo
Panday formó el Congreso
Nacional Unido (CNU), una formación de centroizquierda (cuyo antiguo
nombre era Caucus por el Amor, la Unidad y la Hermandad). KPB
se unió al partido de Panday y ha permanecido en el CNU desde
entonces. A lo largo de su carrera hasta hace poco, KPB se mantuvo en el
centro del CNU, defendiendo políticas socialdemócratas y
favorables al bienestar social, tanto como líder de la oposición
como en su primer mandato como primera ministra
(2010-2015). Pero incluso en su primer mandato, KPB demostró
que no se mantendría dentro de los límites del centroizquierda,
sino que se inclinaría hacia la extrema derecha en una cuestión: la
delincuencia.
En 2011 KPB declaró el estado de emergencia
para librar una “guerra contra el crimen”. En su casa de San
Fernando, Filipinas, KPB declaró a la prensa:
“La nación no debe ser
rehén de grupos de matones empeñados en sembrar el caos en nuestra sociedad,
tenemos que tomar medidas muy enérgicas”, dijo, “medidas muy decisivas”.
El Gobierno detuvo a siete mil
personas, la mayoría
de las cuales fueron puestas en libertad por falta de
pruebas en su contra, y la Ley Antipandillas del Gobierno no
pudo aprobarse: se trataba de una política que imitaba las campañas
contra los pobres del Norte Global. Ya en este estado de emergencia,
KPB traicionó el legado del CNU, al que arrastró aún más hacia la
derecha.
Cuando KPB volvió al poder en 2025, comenzó a imitar a Trump con
la retórica de “Trinidad y Tobago
primero” y con un lenguaje aún más duro contra los presuntos
traficantes de drogas. Tras el primer ataque estadounidense contra
una pequeña embarcación, KPB hizo una contundente declaración en apoyo de este:
“No siento ninguna simpatía por los traficantes, el ejército estadounidense debería matarlos a todos violentamente”. Pennelope Beckles, líder de la oposición en Trinidad y Tobago, dijo que, si bien su partido (el Movimiento Nacional Popular) apoya las medidas enérgicas contra el tráfico de drogas, dichas medidas deben ser “legales” y que la “declaración imprudente” de KPB debía retirarse. No obstante, KPB ha reforzado su apoyo a la militarización del Caribe por parte de Estados Unidos.
Problemas
Sin duda, Trinidad y Tobago se enfrenta a un complejo
entramado de vulnerabilidad económica (dependencia del petróleo
y el gas, escasez de divisas, lenta diversificación) y crisis
sociales (delincuencia, desigualdad, migración, exclusión de los
jóvenes). Todo ello se ve agravado por la debilidad de las
instituciones estatales para ayudar a superar estos retos.
La debilidad del regionalismo aísla aún más a los países
pequeños como Trinidad y Tobago, que son vulnerables a la
presión de los países poderosos. Pero KPB no sólo está actuando debido
a la presión de Trump; ha tomado la decisión política de
utilizar la fuerza estadounidense para intentar resolver los
problemas de su país.
¿Cuál podría ser su estrategia? En primer lugar, conseguir que Estados Unidos bombardee las pequeñas embarcaciones que quizá estén involucradas en las operaciones de contrabando que se llevan a cabo en el Caribe desde hace siglos. Si Estados Unidos bombardea suficientes embarcaciones de este tipo, los pequeños contrabandistas se replantearán el tránsito de drogas, armas y productos básicos de consumo. En segundo lugar, utilizar la buena voluntad generada con Trump para fomentar la inversión en la esencial pero estancada industria petrolera de Trinidad y Tobago. KPB podría obtener beneficios a corto plazo. Trinidad y Tobago necesitan al menos 300 millones de dólares al año, por no decir 700 millones, para el mantenimiento y la mejora de sus plantas petroquímicas y de gas natural licuado (y luego necesita 5.000 millones de dólares para el desarrollo de yacimientos marinos y la construcción de nuevas infraestructuras). La enorme inversión de ExxonMobil en Guyana (que, según los rumores, supera los 10.000 millones de dólares) ha atraído la atención de todo el Caribe, donde otros países desearían atraer este tipo de inversiones. ¿Invertirían empresas como ExxonMobil en Trinidad y Tobago? Si Trump quisiera recompensar a KPB por su zalamería, le diría al director ejecutivo de ExxonMobil, Darren Woods, que ampliara la inversión en bloques de aguas profundas que su empresa ya ha realizado en Trinidad y Tobago. Quizás el cálculo de KPB de dejar de lado las ideas de zona de paz le reportará más dinero de los gigantes petroleros.
Pero ¿qué rompe esta traición? Sin duda, perturba aún más cualquier intento
de construir la unidad caribeña y aísla a Trinidad y Tobago de la sensibilidad
caribeña más amplia contra el uso de las aguas para
enfrentamientos militares estadounidenses. Hay problemas reales
en Trinidad y Tobago: el aumento de la violencia
relacionada con las armas, el tráfico transnacional y la migración
irregular a través del golfo de Paria.
Estos problemas requieren soluciones reales, no
las fantasías de una intervención militar estadounidense. Las intervenciones
militares estadounidenses no resuelven los problemas, sino
que profundizan la dependencia, aumentan las tensiones y erosionan
la soberanía de todos los países. Un ataque a Venezuela no va
a resolver los problemas de Trinidad y Tobago, sino que podría
amplificarlos.
El Caribe tiene que elegir entre dos futuros.
Un camino conduce a una mayor militarización, dependencia e incorporación
al aparato de seguridad estadounidense. La otra
conduce hacia la revitalización de la autonomía regional, la cooperación
Sur-Sur y las tradiciones antiimperialistas que durante
mucho tiempo han sustentado la imaginación política del Caribe.
Vijay Prashad es un historiador, editor y periodista indio. Es
miembro de la redacción y corresponsal-jefe de Globetrotter.
Así como editor-jefe de LeftWord
Books y director del Tricontinental:
Institute for Social Research.
Es miembro no residente del Instituto Chongyang de Estudios
Financieros de
la Universidad Renmin de China. Ha escrito más de veinte libros, entre
ellos The
Darker Nations y The
Poorer Nations. El libro más recent de Vijay Prashad (con Noam
Chomsky) es The
Withdrawal: Iraq, Libya, Afghanistan and the Fragility of US
Power (New Press, agosto 2022).
Texto en inglés: CounterPunch.org, traducido por Sinfo
Fernández
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