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“En los
últimos años, el término ‘empoderamiento’ se ha convertido en un ‘clásico’ de
los encuentros, las políticas y las medidas sobre igualdad y mujeres. Usted es
muy crítica con la evolución de ese término y su aplicación. ¿Qué ha pasado con
el empoderamiento? Lo describiría de dos maneras. Por
un lado, el término procede
originalmente de un colectivo de
mujeres indias que lo definió como el movimiento para transformar las instituciones sociales, culturales y políticas de modo que
reflejen la igualdad de género. Pasó de eso a ser adoptado por la ONU y
formar parte de instrumentos
transnacionales. El problema fue que pasó de ser una palabra que tenía significado a una de moda que sonaba bien y que todo el mundo quería poner en sus papeles.
Ahora puede significar cualquier
cosa, desde la compra de un
determinado tipo de sujetador deportivo
a luchar contra las guerrillas armadas
en Nigeria. Cuando un término se diluye de esa manera, desafortunadamente, tiene muy poco impacto. Por eso
ya no soy un gran fan de la palabra empoderamiento.
“Por otro lado, soy columnista de un periódico
paquistaní desde 2009. Durante
gran parte de la guerra contra el
terrorismo, yo estuve allí y se invertían
cantidades increíbles de dinero en Afganistán
y Pakistán para esta idea del
empoderamiento. Era una situación muy difícil: como feminista diriges un refugio
y de repente, el gobierno de Estados
Unidos quiere darte 40 millones
y quieres aceptarlo, pero al mismo
tiempo era un feminismo ‘de
goteo’. Es decir, pones dinero
desde arriba y te permite hacer cosas, pero como no hay aceptación de los interesados,
de abajo, tan pronto como Estados Unidos
se fue, o tan pronto como se acabó
la subvención, el proyecto se acabó.
Se pusieron millones, por
ejemplo, en proyectos para que las niñas afganas pudieran aprender a
patinar o jugar al baloncesto o
cosas que son buenas, pero si
hablamos de una sociedad en la
que las mujeres no
tienen educación básica y viven en zonas muy
alejadas, separadas unas de otras,
sin atención sanitaria básica, entonces esa priorización es errónea. ¿Por qué se les da prioridad a que jueguen al baloncesto en lugar de
a que puedan recibir las vacunas básicas? Por un lado, bombardeas su aldea y, por otro,
decides que vas a construir una escuela en algún lugar.
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«EL PROBLEMA DEL FEMINISMO
BLANCO ES CREER QUE LA CULTURA OCCIDENTAL ES LA MÁS ADECUADA PARA LA IGUALDAD».
Entrevista a la escritora y
abogada feminista pakistaní Rafia Zakaria.
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Por | 08/01/2025 | Feminismos
Fuente. Revista Rebelión miércoles 8 de enero del 2025.
La autora de ‘Contra el
feminismo blanco’ critica duramente un marco feminista que sigue teniendo como
centro y referencia a las mujeres blancas, sus características, vidas,
necesidades e historias.
Detrás de un título algo
provocador –Contra
el feminismo blanco (Editorial
Contintametienes)- hay un libro para
pensar y aprender. Lo firma Rafia Zakaria, una abogada feminista pakistaní, escritora, columnista en varios medios
de comunicación, que, harta de ver cómo el racismo
y la blanquitud se reproducen en la academia, el activismo, las ONG y
también en el feminismo, se puso a escribir un manual no apto para ofendiditos u ofendiditas occidentales.
Zakaria diserta desde la experiencia concreta y desde todo el conocimiento y experiencia acumulado,
no solo desde la teoría, sino desde la práctica, que ella reivindica como fundamental, por encima de nociones elitistas de feminismo que alejan a muchas mujeres de él. Hace unas semanas, la abogada y escritora estuvo
en Madrid para participar del
ciclo de pensamiento organizado por la asociación
Mujeres de Guatemala y La Casa
Encendida.
¿Cómo define feminismo blanco y por
qué acabar con él?
Uno de los conceptos centrales del libro es la idea de blanquitud, no en el sentido del color de la piel, sino como un sistema de dominación. La blanquitud es el sistema de colonialismo y subyugación, el deseo de mantener ese sistema y su centralidad en nuestro mundo, de modo que, de forma directa o indirecta, se mantiene el statu quo. Implica poner a la gente blanca esencialmente en el centro y priorizar sus preocupaciones y agendas. La razón por la que escribí este libro es que sentía que había un montón de interacciones que estaban teniendo lugar atravesadas por la raza y que, sin embargo, funcionaban bajo la idea de que en general, tienen lugar en igualdad de condiciones, con la misma cantidad de poder. Y eso era completamente erróneo. Hoy en día es muy raro que alguien vaya a ser abiertamente racista, la mayor parte del racismo sucede debajo de la superficie. Así que este concepto busca crear un vocabulario que permita que eso salga a la luz para que la gente entienda que todas nuestras interacciones están cargadas de diferencias de poder y, si no las reconocemos, entonces estamos participando de ello.
¿Cómo diría que funciona el
feminismo blanco, de qué maneras concretas se reproduce la blanquitud, también
en el feminismo?
Uno de los principales
problemas es que las mujeres blancas asumen que la cultura blanca, es decir, la cultura europea occidental y norteamericana, es más adecuada para la
igualdad de género y para la libertad de las mujeres que otras culturas. Voy a dar un ejemplo que me
acaba de pasar. Hace un par de días hablaba con un grupo de mujeres, la mayoría blancas, y me
preguntaban dónde había estado en los últimos tiempos. Conté que acababa de
volver de Qatar e inmediatamente una
de ellas dijo ‘oh la situación de las mujeres allí debe ser muy mala, debe haber sido
difícil para ti estar allí’. Cuando la gente se entera de que soy
musulmana sé que van a empezar con el ‘¿qué
opinas del velo? ‘. No puedo decirte el número de veces que como mujer marrón y musulmana sufro esta
suposición de que vengo de una cultura
que es extremadamente represiva
en la que las mujeres no tienen idea
de cómo luchar por su libertad, así que tenemos que hacerlo por ellas y decirles qué hacer.
No creo que las mujeres
blancas tengan una intención maliciosa, o que lo hagan para hacerme sentir por debajo de ellas, pero lo hacen. Exponen la suposición de que otras mujeres están de alguna manera
por debajo y tienen menos idea de lo
que es ser feminista, cuando la verdad
es que las mujeres en estas culturas, como con las que crecí en Pakistán, luchan tanto para sobrevivir como mujer que son mejores luchadoras, grandes y fuertes, porque saben lo que es ir en contra de los hombres todo el
tiempo. Hay muchas mujeres blancas
que tienden a hablar mucho y a ocupar todo el espacio, y es muy difícil para ellas ceder ese espacio
para que las mujeres marrones,
negras, asiáticas, etc. también puedan hablar. Aunque estas mujeres son mayoría, tienen muy poca voz dentro del movimiento feminista global.
Pone el ejemplo del sufragismo, que
siempre aparece como un hito en la historia del feminismo, tal y como la
solemos escuchar y relatar.
Si sabemos algo sobre el sufragismo es por supuesto sobre el sufragismo blanco. El feminismo no empezó cuando las mujeres blancas decidieron luchar por el voto o en la Revolución Francesa. Esa es precisamente la cuestión: ¿qué marco consideramos feminista? Si tienes a una mujer blanca y sólo te fijas en las características de su vida y de sí misma, y si esas son las únicas mujeres en las que estás pensando cuando piensas en el feminismo, entonces eso es lo que encontrarás porque otras características que puedan tener otras mujeres marrones, negras, etc., ni siquiera forman parte del marco, así que quedan fuera. Empezar tu marco con el movimiento sufragista deja fuera a millones y millones de mujeres y a muchísima historia. La consecuencia, y digo esto como alguien que creció en Pakistán, es que si eres una chica pakistaní piensas que allí no ha habido feministas en absoluto, que todas están en América o en Europa. Eso es simplemente incorrecto, y si estamos tratando de crear un movimiento feminista que sea inclusivo pero seguimos haciendo esto, naturalmente que muchas de esas mujeres y chicas dirán ‘no queremos tener nada que ver, esto no se aplica a nuestras vidas’. Cuando creas una historia que deja fuera a tanta gente, naturalmente esas personas no van a estar interesadas en el propósito de esa historia.
En el libro hace una diferencia muy
interesante entre los términos ingleses expertise y experience,
que en español sería como diferenciar entre las mujeres que son expertas en
sentido más teórico, de leer, escribir, estudiar, y las que tienen experiencias
en el feminismo, que lo viven desde sus heridas y vivencias. ¿Cuáles son las
consecuencias de que generemos esa diferencia?
Empecé mi carrera como
abogada, trabajando con mujeres en un refugio para víctimas de violencia. Habían perdido sus hogares, estaban allí con sus hijos, no sabían qué iba a
pasar en el futuro, y se les estaba pidiendo que mostraran un increíble grado de fuerza para ser capaces de,
básicamente, sobrevivir. Hay
millones de mujeres en todo el mundo que están experimentando esto en un nivel u otro. Sin embargo, al mismo tiempo, mis experiencias como estudiante de posgrado en aulas de
teoría feminista eran muy
diferentes, ya que no se hablaba de
los retos reales a los que se enfrentan
las mujeres en su día a día. Había conversaciones teóricas muy profundas
sobre qué es el feminismo y sobre si deberíamos
incluir esto o aquello. No estoy diciendo que esas conversaciones no sean importantes, pero me sentía frustrada porque creía que era urgente hablar de lo que las mujeres necesitan y
merecen de la sociedad. Y no había
urgencia en esas conversaciones. Tenía
la sensación de que esas mujeres
se sentían cómodas en su papel de teóricas. También veía que en el caso de las mujeres que estaban creando un
importante discurso feminista
antirracista dentro del mundo académico,
su trabajo no estaba saliendo a la luz.
En última instancia, quería señalar que las mujeres que sobreviven a estas situaciones
difíciles, sus voces, deben ser
fundamentales para el feminismo.
¿Cree que esa diferenciación que se
hace está de alguna manera relacionada con las tensiones y debates feministas
de los últimos años, con la ‘pelea’ por marcar cuál debe ser la agenda
feminista y quiénes son las que pueden hablar en nombre del ‘verdadero’
feminismo?
Absolutamente. En inglés,
la palabra que usamos para ello es gatekeeping,
que significa que esencialmente
están tratando de controlar quién pertenece y quién no pertenece. Eso sucede de varias formas, por ejemplo, cuando se les dice a las mujeres que necesitan estudiar feminismo o que su comprensión
de las partes teóricas del feminismo
es defectuosa o que no conocen la
definición de feminismo. Todas
estas réplicas me parecen discriminatorias y excluyentes. Es una
forma de mantener a las mujeres fuera del feminismo, de intimidarlas
para que guarden silencio, porque
entonces piensan ‘quizás yo no sepa nada
de feminismo’. Les quitas la confianza para hablar y participar.
Por eso, cuando la gente me pregunta cuál es la
definición de feminismo, utilizo una muy sencilla:
cualquiera que esté comprometido con la justicia igualitaria de género
y con la transformación de las instituciones sociales, políticas y culturales
para que reflejen esa igualdad. Y la práctica es crucial. Eso es todo. Las mujeres deberían poder hablar de sus experiencias y conectar a partir de ellas. Y las mujeres que tienen menos poder en la sala son las que deberían
poder hablar más, porque son las que más necesitan que se oiga su voz. Estaría bien que alguna gente dejara
de preocuparse tanto por la
definición de feminismo y viera cómo
interactúan en su vida diferentes
tipos de discriminación, alienación o
subordinación.
¿Está esa diferente forma de
entender o definir el feminismo en la base de la disputa por los derechos
trans, la autodeterminación de género y lo queer? Es decir, ¿es el intento por
definir y controlar qué es el feminismo lo que está condicionando que haya
quien señale eso como un problema, una especie de enemigo para las mujeres?
Existe una conexión muy
importante. Personalmente, creo que toda la
controversia en torno a los derechos
trans es una distracción. El
verdadero peligro para las mujeres
no son las mujeres u hombres trans. Esto que se repite de las mujeres en los deportes, por ejemplo. El
hecho es que las oportunidades para las categorías femeninas de todos los
deportes son muy pequeñas en comparación
con lo que los hombres tienen. Así
que una forma de abordar esto sería, tal vez, aumentar la cantidad de recursos disponibles para el deporte femenino. Pero, por supuesto,
nadie habla de eso porque es mucho más fácil que las mujeres se peleen
entre ellas y se pidan definir qué es esto o lo otro. Es parte de
la manera en la que el patriarcado
crea ansiedad interna entre las mujeres,
incluso por lo poco que tienen. Es una
mentalidad de escasez que sucede cuando
has sido subyugada durante mucho tiempo. Quiero decir, es asombroso pensar en todas las cosas que
estamos viendo -por ejemplo, imágenes en directo
de Marte-, pero que todavía estamos en una situación en la que las mujeres
tienen que discutir si es importante que
estén en la junta de su empresa
mientras tantos hombres sienten la necesidad
de afirmarse y de excluir a las mujeres
de la toma de decisiones, de
posiciones importantes y de la formulación
de políticas.
Parece anatema, pero esa es nuestra
realidad. Y es una realidad urgente
porque estamos en un momento de
transformación. En todo el mundo,
los sistemas políticos están cambiando la importancia que damos a la democracia, a la igualdad. Y si las mujeres no presentamos al menos una apariencia de frente unido, en el que
insistamos en mantener nuestros derechos,
será un mundo muy oscuro. El nivel de misoginia en este momento en
el mundo parece ser mayor de lo que era en épocas anteriores. No es sólo el tipo habitual que ha
existido siempre, siento que hay mucha
rabia entre los hombres y el deseo
real de hacer daño y de ver a las
mujeres subyugadas.
En los últimos años, el término
‘empoderamiento’ se ha convertido en un ‘clásico’ de los encuentros, las
políticas y las medidas sobre igualdad y mujeres. Usted es muy crítica con la
evolución de ese término y su aplicación. ¿Qué ha pasado con el empoderamiento?
Lo describiría de dos maneras. Por un lado, el término procede originalmente de un colectivo de mujeres indias que lo definió como el movimiento para transformar las instituciones sociales, culturales y políticas de modo que reflejen la igualdad de género. Pasó de eso a ser adoptado por la ONU y formar parte de instrumentos transnacionales. El problema fue que pasó de ser una palabra que tenía significado a una de moda que sonaba bien y que todo el mundo quería poner en sus papeles. Ahora puede significar cualquier cosa, desde la compra de un determinado tipo de sujetador deportivo a luchar contra las guerrillas armadas en Nigeria. Cuando un término se diluye de esa manera, desafortunadamente, tiene muy poco impacto. Por eso ya no soy un gran fan de la palabra empoderamiento.
Por otro lado, soy
columnista de un periódico
paquistaní desde 2009. Durante
gran parte de la guerra contra el
terrorismo, yo estuve allí y se invertían
cantidades increíbles de dinero en Afganistán
y Pakistán para esta idea del
empoderamiento. Era una situación muy difícil: como feminista diriges un refugio
y de repente, el gobierno de Estados
Unidos quiere darte 40 millones
y quieres aceptarlo, pero al mismo
tiempo era un feminismo ‘de
goteo’. Es decir, pones dinero
desde arriba y te permite hacer cosas, pero como no hay aceptación de los interesados,
de abajo, tan pronto como Estados Unidos
se fue, o tan pronto como se acabó
la subvención, el proyecto se acabó.
Se pusieron millones, por
ejemplo, en proyectos para que las niñas afganas pudieran aprender a
patinar o jugar al baloncesto o
cosas que son buenas, pero si
hablamos de una sociedad en la
que las mujeres no
tienen educación básica y viven en zonas muy
alejadas, separadas unas de otras,
sin atención sanitaria básica, entonces esa priorización es errónea. ¿Por qué se les da prioridad a que jueguen al baloncesto en lugar de
a que puedan recibir las vacunas básicas? Por un lado, bombardeas su aldea y, por otro,
decides que vas a construir una escuela
en algún lugar.
Entiendo que entonces eso
desacreditó esa idea del empoderamiento…
Manchó la idea del
empoderamiento y del feminismo para toda una región
del mundo, de modo que ahora si estás
hablando sobre los derechos de las
mujeres es algo controvertido y
se considera inherentemente
pro-estadounidense. Ese fue el otro
motivo por el que llegué a la idea de la blanquitud, porque lo que intentaba
mostrarles es que lo que realmente
rechazan es la blanquitud, no el empoderamiento de las mujeres. Cuando
se habla o se discute sobre los principios
feministas, inmediatamente se te considera pro-occidental, pro-estadounidense, anti-Pakistán, anti-Afganistán.
Por eso es tan importante separar estas
ideas, porque está perfectamente bien que la gente se sienta como se siente sobre la blanquitud y el colonialismo,
porque esa ha sido la base de su subyugación. Pero decir que todo discurso sobre la emancipación de las mujeres es de alguna manera occidental es incorrecto. Así
que ahora el trabajo dentro de estas sociedades tiene que ser, y está sucediendo, observar a las mujeres dentro de sus propias culturas y saber que lucharon estas luchas
desde hace mucho y crear una especie de narrativa indígena del feminismo.
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