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“Es obvio que estas
extravagancias teóricas no
son inocentes. No creo que Milei o
Sturzenegger sean tan
ignorantes como para desconocer lo
que se enseña en las primeras clases
de cualquier curso de historia
económica. En realidad, esos
disparates
pseudo-teóricos tienen por misión justificar al redoblado pillaje
que la clase capitalista practica sobre
la sociedad argentina. Sería ingenuo
suponer que estamos en presencia de
un debate en el terreno de las
ideas. Octavio
Paz advertía sobre la necesidad de distinguir las ideas -es
decir, construcciones intelectuales finamente elaboradas y respaldadas por
los datos de la experiencia- de las meras ocurrencias que podían
surgir de la cabeza de un neófito o de un publicista al servicio de una causa impresentable. La destrucción del estado y la magia
de los mercados son ocurrencias que justifican una política
que favorece al gran capital y hunde en la miseria y la exclusión social a la gran mayoría de la sociedad.
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TRAGEDIAS DE UNA SOCIEDAD SIN
ESTADO.
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Por.
Atilio A. Borón.
Sociólogo.
Dr. En Ciencias Sociales.
Fuente.
Página /12 sábado 4 de enero del 2025.
Imagen: Redes sociales
El brutal experimento económico en que se encuentra
inmersa la Argentina no sólo está empobreciendo aceleradamente al grueso de la
población (aunque las amañadas cifras oficiales pretendan hacernos creer lo
contrario) sino que también está obligando a muchas empresas a cerrar sus
puertas, no sólo las más chicas, y desplomando el nivel de actividad en los
sectores más intensivos de mano de obra, como la construcción, por ejemplo.
En su desenfreno ideológico el alucinado profeta que nos gobierna y sus aviesos consejeros se empeñan en destruir al Estado, justificando esta conducta recurriendo a las elucubraciones de algunos economistas que jamás fueron seriamente tomados en cuenta por gobierno alguno o los CEOs de las principales empresas para quienes los subsidios estatales, las exenciones impositivas y las compras de un vigoroso sector público (por ejemplo, armas) son la garantía de las superganancias de sus corporaciones y de sus fenomenales remuneraciones que se miden en decenas y hasta centenares de millones de dólares por año. La remuneración media de los CEOs de las 500 más grandes empresas según Standard and Poor fue de casi 18 millones de dólares por año, pero con un lote de privilegiados que se acerca a los 200 millones. Por eso sonríen condescendientes cuando escuchan a Milei decir que va a destruir al Estado, ese que precisamente les garantiza los réditos extraordinarios de sus empresas y los fabulosos salarios con que son remunerados sus directivos.
El extremo ideologismo del funcionariado
mileísta es un dato novedoso aún en un país tan dado a las exageraciones como la Argentina.
“Soy
el topo que destruye al Estado desde dentro”
es una de esas frases del presidente que los manuales de historia económica
incorporarán en su listado de las mayores aberraciones jamás enunciadas por un
economista y a la vez jefe de Estado. En una entrevista concedida al sitio de
noticias estadounidense The Free Press Milei abundó en
detalles y dijo, textualmente, que “Es
como estar infiltrado en las filas enemigas, la reforma del Estado la tiene que
hacer alguien que odie el Estado y yo odio tanto al Estado que estoy dispuesto
a soportar todo este tipo de mentiras, calumnias, injurias, tanto sobre mi
persona como mis seres más queridos, que son mi hermana y mis perros y mis
padres con tal de destruir al Estado”.
Frase inquietante,
porque revela que lo que establece la política económica de este país no es una
serena evaluación racional de las condiciones en que se desenvuelve la economía argentina sino un trauma psicológico del
ocasional ocupante de la Casa Rosada:
su visceral odio al Estado. Ni Margaret
Thatcher ni Ronald Reagan llegaron a
decir algo siquiera superficialmente semejante a lo de Milei.
Ambos eran políticos conservadores y
se tomaban en serio la función de gobernar
y sabían que el Estado era un instrumento esencial para apoyar a las empresas privadas, promover el crecimiento
económico y garantizar la estabilidad del orden social. Milei, en cambio, es un iluminado que busca revivir un mundo que nunca existió: un capitalismo de mercados libérrimos y sin
Estados que interfiriesen con sus regulaciones y disposiciones legales. Tal
cosa sólo existe en su imaginación y la de alguno
de sus prosélitos. La ignorancia
que exhibe en este asunto es asombrosa. Alguien de su entorno debería
recordarle al presidente que el gasto
público en relación al PIB en
los países del G-7 oscila entre el 42 % (Japón) y el 58 % (Francia). En Gabón,
uno de los países más pobres de África, este
guarismo es 23 % y en Burundi y Sudán del Sur la cifra es aún menor. Hacia allá nos conducen
las políticas de Milei, no hacia aquellos paraísos a los que llegaríamos luego de
trajinar por el tenebroso “valle
de la transición” durante 35
o 40 años. Esta película,
recordémoslo, ya la vimos durante el
menemismo y sabemos cómo terminó.
Pero no es esa
--la del topo-- la única frase que expresa
la barbarie intelectual y política del actual elenco gobernante. El cruzado de la desregulación,
Federico
Sturzenegger, acuñó otra
para la historia de los disparates cuando dijo que “para cada necesidad habrá un
mercado.” Frase insanablemente errónea
a la luz de la historia económica mundial y que sin embargo Milei calificó de “genial.” Además,
aquel enunciado revela una inmoralidad
imperdonable al convertir a las necesidades
humanas -salud, educación, abrigo, bienestar- en mercancías que se deben transar en un mercado. Si Sturzenegger
tuviera razón ¿por qué en esta cruel Argentina anarco-capitalista no se constituyó un
mercado para proveer de medicamentos oncológicos a las decenas de personas que
fallecieron por esa causa? ¿Y por qué si el gobierno redujo
drásticamente la distribución de medicamentos gratuitos los laboratorios
farmacéuticos lejos de competir en el mercado se confabulan para aumentar sus
precios?, como Adam Smith
ya lo advirtiera en La Riqueza
de las Naciones.
Es obvio que estas extravagancias
teóricas no son inocentes. No creo que Milei o
Sturzenegger sean tan
ignorantes como para desconocer lo
que se enseña en las primeras clases
de cualquier curso de historia
económica. En realidad, esos
disparates
pseudo-teóricos tienen por misión justificar al redoblado pillaje
que la clase capitalista practica sobre
la sociedad argentina. Sería ingenuo
suponer que estamos en presencia de
un debate en el terreno de las
ideas. Octavio
Paz advertía sobre la necesidad de distinguir las ideas -es
decir, construcciones intelectuales finamente elaboradas y respaldadas por
los datos de la experiencia- de las meras ocurrencias que podían
surgir de la cabeza de un neófito o de un publicista al servicio de una causa impresentable. La destrucción del estado y la magia
de los mercados son ocurrencias que justifican una política
que favorece al gran capital y hunde en la miseria y la exclusión social a la gran mayoría de la sociedad.
El
Estado que alegre
e irresponsablemente destruye Milei a contrapelo de la realidad de los capitalismos desarrollados es el que desafía una orden judicial girada al Ministerio del Capital Humano, para
que entregue los alimentos que obran en su poder a comedores y merenderos populares. Crueldad ante los flagelos de la pobreza e irresponsabilidad
mayúscula del gobierno porque
allí donde el Estado se
retira, destruido por el topo vengador, aparece el narco para ofrecer lo que las autoridades se empeñan en retener. Este fenómeno ya es perceptible en algunas villas dentro de
la misma
ciudad de Buenos Aires y en el conurbano
bonaerense,
con lo cual la situación social de
esos sectores se agrava porque no
sólo habrá que combatir a la pobreza
sino también desalojar al narco.
Expresiones
como las ya mencionadas son coartadas que pretenden disimular el carácter ferozmente antipopular, inclusive racista, del proyecto del capital más concentrado de este país y de sus socios extranjeros que ha puesto en marcha el gobierno de La Libertad Avanza. Pérfidas consignas de una batalla
cultural encaminada a
crear las condiciones para la instauración del “darwinismo social de mercado”, que consagra la supervivencia de los más aptos y la sumisión de los pobres y vulnerables, desarmados ideológicamente por los medios de comunicación y las redes sociales que maneja el gran capital y sus representantes en el gobierno. Los ganadores en el desigual combate que se libra cuando el Estado abdica de su función arbitral nunca son los mejores, los más
buenos, patriotas y virtuosos sino los que están dispuestos a cometer
cualquier crimen o incurrir en cualquier delito con tal de “aumentar
el tamaño de sus bolsillos”, cosa que se ha propuesto el régimen de Milei según su propia confesión.
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