sábado, 7 de noviembre de 2009

MUERE CLADE LÉVI-STRAUUS. Padre de la Antropología Moderna.

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El famoso antropólogo Claude Lévi-Strauss falleció la madrugada del domingo en París cuando le faltaban unos pocos días para cumplir 101 años, según ha confirmado la Escuela de Altos Estudios Sociales. Había nacido en Bruselas, en 1908, de padres judíos franceses y dedicó toda su vida a explicar y explicarse el mundo desde la antropología. No sólo fue la principal figura en el mundo de la etnología a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, sino también un extraordinario escritor y un filósofo de primera magnitud.
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En 1973 ingresó en la Academia Francesa. Fue el primer antropólogo que lo hizo. El año pasado, el mundo cultural francés le rindió un homenaje al cumplir 100 años: fueron múltiples los suplementos, los documentales y las exposiciones consagradas a su persona y a su obra.
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MUERE CLADE LÉVI-STRAUUS. Padre de la Antropología Moderna.


CIENCIAS SOCIALES HOY – Weblog

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Padre de la antropología moderna El anuncio del fallecimiento de Lévi-Strauss conmociona a Francia. Sus obras de etnología le sitúan como uno de los pensadores clave del siglo XX


ANTONIO JIMÉNEZ BARCA - París – 04/11/2009


Dedicó toda su vida a explicar y a explicarse el mundo desde la antropología. Y con sus obras lúcidas y sensibles iluminó la Francia de la segunda mitad del siglo XX. Hasta que la madrugada del domingo pasado el filósofo y antropólogo francés Claude Lévi-Strauss, pensador clave del siglo XX, falleció, cuando estaba a punto de cumplir 101 años. Su muerte se hizo pública ayer, y causó una enorme conmoción en Francia, después de que se celebrasen sus exequias en Lingerolles, en la Costa de Oro. "Hace dos años se rompió el fémur; desde entonces estaba muy fatigado, ha muerto de la edad", aseguró Philippe Descola, su sucesor en el Colegio de Francia.


Había nacido en Bruselas en el seno de una familia de intelectuales franceses de ascendencia judía. Su padre era pintor. Él se inclinó por la filosofía. Desde 1935 a 1939 residió en Brasil, pasando grandes periodos de su vida alojado en las tribus amazónicas de los bororo y los nambikwara. Esa experiencia serviría para revolucionar para siempre los principios y los métodos de la antropología.

Tras su estancia en Brasil volvió a Francia. Fue movilizado. En la línea Maginot, mientras servía como oficial de enlace y como intérprete de inglés, intuyó el secreto del estructuralismo, la ciencia que iba a modificar el estudio de las disciplinas humanas, según él mismo explicó: "Mientras esperábamos una batalla que no comenzaba, observé con detalle cómo, detrás del aparente azar de la belleza de un campo de flores, existía una organización estricta en cada una de ellas".

Tras la invasión, huyó del régimen de Vichy a Estados Unidos. Allí, en Nueva York, conoció al lingüista Roman Jacobson, cuyo trabajo sobre las lenguas le impresionó. Bajo esa luz nueva completó el método estructuralista, el que había intuido en el frente de la II Guerra Mundial. En 1959, ya en Francia, es nombrado catedrático de Antropología Social del Colegio de Francia, cátedra que ocupó hasta su jubilación, en 1982.

Mientras tanto, habían empezado a sucederse obras destinadas a cimentar un pensamiento determinante del siglo pasado: La vida familiar y social de los indios nambikwara, Estructuras elementales del parentesco, los cuatro volúmenes de Mitológicas, El camino de las máscaras y La mirada lejana, entre otros.

En 1954 publicó un libro especial, a caballo entre el estudio científico y el relato de viajes. Se titulaba Tristes trópicos, y en él se descubre a un viajero preocupado ya por la deriva de la destrucción medioambiental del planeta, así como a un escritor lúcido y sensible. En 1973 se convirtió en el primer etnólogo en entrar en la Academia Francesa. Un colega de institución, el escritor Jean d’Ormesson, le definió como "una persona a la que espantaba toda afectación, de una sabiduría interminable".

El año pasado, para conmemorar el centenario de su nacimiento, Francia le rindió una serie de homenajes que recordaron su altura intelectual.

Ayer, toda Francia volvió a recordar a este sabio que vivió un siglo entero y que comenzó su libro más famoso, Tristes trópicos, con una frase célebre: "Odio los viajes y a los exploradores".








Muere a los 100 años el antropólogo

francés Claude Lévi-Strauss



Se trata de uno de los intelectuales más influyentes del siglo XX en el campo de las ciencias sociales.


ANTONIO JIMÉNEZ BARCA / EL PAÍS - París – 03/11/2009


El famoso antropólogo Claude Lévi-Strauss falleció la madrugada del domingo en París cuando le faltaban unos pocos días para cumplir 101 años, según ha confirmado la Escuela de Altos Estudios Sociales. Había nacido en Bruselas, en 1908, de padres judíos franceses y dedicó toda su vida a explicar y explicarse el mundo desde la antropología. No sólo fue la principal figura en el mundo de la etnología a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, sino también un extraordinario escritor y un filósofo de primera magnitud.

El profesor de antropología, Manuel Delgado, recordaba precisamente en un artículo publicado en EL PAÍS , los logros que había transmitido en este campo. "Lo que Lévi-Strauss nos ha transmitido es un conocimiento que no es sólo resultado de una honda reflexión sobre la convivencia humana, sino de los testimonios que una determinada ciencia social ha podido establecer acerca de hombres y mujeres concretas, cuya vida concreta -en tiempos y lugares no menos concretos- otros hombres y mujeres fueron a conocer de cerca".


Desde 1935 a 1939 pasó largas temporadas con los indios del Amazonas, en Brasil, en una zona remota de la selva. Esta experiencia le marcaría, vital y profesionalmente, durante toda su vida. Transformó la etnología contemporánea al elaborar un método original que aunaba el estructuralismo, el psicoanálisis a la hora de interpretar los mitos. Éste fue el método usado para estudiar la organización social de las tribus de Brasil y la de los indios del norte y sur de América. Sus primeras obras fueron La vida familiar y social de los indios Nambikwara y Las estructuras elementales de parentesco.


"El viaje del etnógrafo tiene muy poco que ver con la aventura romántica que pude imaginarme antes de marchar hacia Brasil", diría tiempos después en un libro de Catherine Clément sobre aquella experiencia . También recordaba como se había metido en el apasionante mundo de la antropología. "Nació de un telefonazo. Marcel Mauss y su equipo reclutaban entre los licenciados en filosofía gente que quisiera trabajar en el recién creado departamento de etnografía, una ciencia que acababa de adquirir rango universitario y que hasta entonces había dependido de misioneros y administradores coloniales. Yo hacía sólo dos años que ejercía como profesor de filosofía, en Mont-de-Marsan y en Laon, en 1932 y 1933. El primer año es apasionante, tienes que construirte todo un programa, pero los cursos siguientes te limitas a retocarlo. Estaba claro que no era eso lo que iba a dar sentido a mi vida. Tenía ganas de descubrir el mundo. Y de ahí que aceptase un puesto en la universidad de São Paulo y comenzase mis viajes de etnólogo".


Otras obras suyas determinantes fueron El pensamiento Salvaje o Lo crudo y lo cocido.
En 1973 ingresó en la Academia Francesa. Fue el primer antropólogo que lo hizo. El año pasado, el mundo cultural francés le rindió un homenaje al cumplir 100 años: fueron múltiples los suplementos, los documentales y las exposiciones consagradas a su persona y a su obra.
Lévi-Strauss y el lugar de la antropología.

El gran investigador francés acaba de cumplir 100 años y su forma de mirar el mundo sigue cargada de una fuerte dimensión ética: pensar y dar a pensar el valor de la pluralidad humana, y la necesidad de defenderla


MANUEL DELGADO 08/01/2009

Pocas serán las instancias culturales y académicas de todo el mundo que no estén celebrando de algún modo estos días el centésimo cumpleaños de Claude Lévi-Strauss, sin duda uno de los autores más influyentes del siglo XX. Todas las ciencias sociales, la crítica literaria, el psicoanálisis, la lingüística, la historia, la filosofía…, llevan medio siglo dialogando con él, incluso contra él, sin que ninguna haya podido sortear su ascendente. Sería vano intentar añadir desde estas páginas algo a lo ya dicho por tantos y en tantos sitios. Cientos de libros, artículos, monográficos, exposiciones, programas y ciclos especiales, en decenas de idiomas, lo están haciendo o lo harán mejor que lo que se intentaría aquí. Un rasgo merece, no obstante, ser destacado: el autor de Tristes trópicos y El pensamiento salvaje no es propiamente un pensador o un intelectual, aunque haya sido reconocido como tal. Claude Lévi-Strauss es, sobre todo, un antropólogo.


He ahí un elemento de la personalidad del ahora homenajeado en el que merece la pena detenerse. Lo que Lévi-Strauss nos ha transmitido es un conocimiento que no es sólo resultado de una honda reflexión sobre el vivir juntos humano, sino de los testimonios que una determinada ciencia social ha podido establecer acerca de hombres y mujeres concretas, cuya vida concreta -en tiempos y lugares no menos concretos- otros hombres y mujeres fueron a conocer de cerca. Seres humanos estudiando seres humanos, conociendo y dándose a conocer, recolectando tecnologías y sabidurías ajenas y lejanas, aprendiendo de gentes que siempre sabían más que quienes les estudiaban. Una disciplina -la antropología- que nació y existió para que pudiéramos instalar nuestra sociedad entre todas las demás sociedades y elaborásemos, con el conjunto producido, algo parecido a una cartografía de la condición humana en toda su amplitud.

Pero si Lévi-Strauss ha podido enseñarnos tanto y marcar nuestra época es porque pudo desempeñar su tarea como investigador y como docente en un contexto en el que la ciencia que ejercía merecía un reconocimiento, en una sociedad para la que la antropología era importante y que escuchaba lo que se le decía desde ella. Ése ha sido el caso francés y el de su área de influencia cultural, como lo ha sido el de la mayoría de países anglosajones, con el Reino Unido o los Estados Unidos a la cabeza. Otra cosa es lo que vaya a ser en el futuro -y de ello hablan las protestas estudiantiles "anti Bolonia" de estos días en toda Europa- de aquellas áreas académicas que no se demuestren lo bastante rentables o serviles. Pero, al menos hasta ahora, la antropología ha estado ahí, en esos países y en otros, viendo atendida públicamente su forma de dar con las cosas humanas, mirándolas de cerca y comparándolas entre sí.

Por desgracia, ese no es el caso de la antropología española. Una disciplina que había nacido en el último cuarto del siglo XIX se incorporaba con ánimo crítico al ámbito universitario español a principios de la década de los años 70 del siglo pasado, pero ha permanecido encapsulada en él hasta ahora. A pesar de la proyección internacional de algunos de sus exponentes -Julio Caro Baroja, Carmelo Lisón Tolosana, Claudi Esteva Fabregat-, miles de estudiantes y licenciados en antropología no pueden desarrollar plenamente lo que son o van a ser: antropólogos. Por ello, en un momento en que se abre la perspectiva feliz de un grado de Antropología en algunas universidades españolas, se entiende la preocupación de esas mismas universidades para que la disciplina que enseñan logre trascender su actual acuartelamiento académico. Es en esa dirección que todas ellas trabajan en orden a la creación de un colegio profesional que regule la práctica de una profesión tan necesaria como inexistente, en la medida en que sus miles de licenciados actuales y quienes obtengan la nueva titulación se van a ver obligados a aplicar lo que han aprendido bajo todo tipo de denominaciones profesionales, que, salvo pocas excepciones, podrán ser de cualquier cosa menos la de antropólogos.

Y lo que sorprende es que esa invisibilidad forzada de los antropólogos españoles en tanto que tales contrastes con la pertinencia y hasta con la urgencia de una mirada como la suya para observar y entender cuestiones centrales para los tiempos que corren. La antropología almacena décadas de trabajo en áreas como la de la vivencia de la enfermedad y de la muerte o la de los estilos que adoptan los diferentes grupos de edad -jóvenes, ancianos…-, siempre desde una perspectiva que recoge su variabilidad histórica y cultural. Los antropólogos han advertido hasta qué punto los objetos son fundamentales para entender la cultura que los ha creado y usado, por lo que tienen un papel que jugar en la protección y la divulgación del patrimonio cultural, defendiendo lo que de él se mantenga vivo y custodiando y haciendo accesible su pasado en museos. Su preocupación por la práctica y la concepción del espacio convierte en fundamental la perspectiva que les es propia en temáticas territoriales, tanto rurales como urbanas, en contextos en los que las grandes dinámicas de transformación no suelen tener en cuenta el precio social a pagar. La comprensión del sentido que los seres humanos otorgan al medio que los rodea y a sí mismos dentro de él, hace de los antropólogos interlocutores necesarios en los debates medioambientales y ecológicos.

Una experiencia abundante en el campo del estudio de los mitos y los símbolos rituales le permite al antropólogo detectar qué funciones y a qué demandas satisfacen las prácticas religiosas vigentes en nuestra sociedad, tanto las tradicionales como otras que hasta hace poco podrían habernos resultado exóticas. El mercado y los hábitos de consumo no son ajenos al conocimiento que los antropólogos tienen de la dimensión económica de la vida social y ni siquiera las recién nacidas tecnologías de la comunicación se escapan a la competencia que han demostrado a la hora de estudiar los lenguajes humanos. Tanto la diversificación creciente que conoce la institución familiar como el aumento de los contactos entre formas de ser y de estar derivados de los flujos migratorios o del turismo deberían hacer idónea una visión como la suya, especialmente entrenada para encarar la heterogeneidad. No se olvide que la antropología ha sido estratégica en orden a desautorizar todos los argumentos que han intentado mostrar como "natural" la desigualdad humana y continúa siendo fuente de recursos teóricos contra las nuevas y las viejas formas de racismo, xenofobia y sexismo.

La antropología se antoja ahora más que nunca útil en orden a entender las lógicas y las dinámicas que organizan nuestro presente, reconociendo en él cambios constantes, pero también repeticiones e inercias. Ese es su trabajo: ver de qué están hechas la diversidad y la complejidad sociales y mostrarlas no, como se pretende, en tanto que motivos de alarma, sino al contrario: como la materia primera de que se nutre la capacidad de las sociedades humanas para mejorarse a sí mismas.

Esa es la virtud fundamental de Claude Lévi-Strauss. Mirar como mira un antropólogo, contemplando lo remoto como ordinario y sorprendiéndose ante lo cotidiano, ejerciendo un oficio en el que la competencia y la versatilidad explicativas nunca han ido separadas de una fuerte dimensión ética, preocupada por pensar y dar a pensar el valor de la pluralidad humana y la necesidad de defenderla. Celebrar la vida de Lévi-Strauss es celebrar su vida de antropólogo. Pero se hace el elogio del sabio, sin hacer lo propio con la naturaleza misma de su saber, su fuente y su sentido. Al tiempo que multiplican las alabanzas al maestro, bien estaría que se reconociera el esfuerzo y la singularidad de quienes han decidido seguir su camino.

Manuel Delgado es profesor de Antropología en la Universidad de Barcelona y prologuista y traductor de Claude Lévi-Strauss.


Habla Claude Lévi-Strauss

OCTAVI MARTÍ 11/01/2003



EL ETNÓLOGO francés Claude Lévi-Strauss (Bruselas, 1908) acaba de ver cómo su vida y obra son objeto de divulgación masiva a través de un libro de la popular colección Que Sais-je?, escrito por una antigua alumna suya, Catherine Clement, al tiempo que Campus, la más importante de las emisiones literarias de las televisiones francesas, le entrevistaba. La conversación con el autor de Tristes trópicos es sólo un apunte, un mero asomarse a un continente inmenso. Lévi-Strauss, aunque parece seguir gozando de una memoria prodigiosa y una gran capacidad para relacionar saberes, es un hombre muy mayor al que -son sus propias palabras- "cansa el primitivismo de la televisión".


En su día, Lévi-Strauss, que vivió entre 1935 y 1939 largos periodos en compañía de diferentes tribus del Mato-Grosso, sorprendió al arrancar Tristes trópicos escribiendo: "Odio los viajes y los exploradores". Hoy recuerda que "el viaje del etnógrafo tiene muy poco que ver con la aventura romántica que pude imaginarme antes de marchar hacia Brasil". Sobre su vocación es muy claro y conciso: "Nació de un telefonazo. Marcel Mauss y su equipo reclutaban entre los licenciados en filosofía gente que quisiera trabajar en el recién creado departamento de etnografía, una ciencia que acababa de adquirir rango universitario y que hasta entonces había dependido de misioneros y administradores coloniales. Yo hacía sólo dos años que ejercía como profesor de filosofía, en Mont-de-Marsan y en Laon, en 1932 y 1933. El primer año es apasionante, tienes que construirte todo un programa, pero los cursos siguientes te limitas a retocarlo. Estaba claro que no era eso lo que iba a dar sentido a mi vida. Tenía ganas de descubrir el mundo. Y de ahí que aceptase un puesto en la universidad de São Paulo y comenzase mis viajes de etnólogo".

A Catherine Clément le impresiona la capacidad de su maestro para sacar conclusiones de lo que, para otro, sería anecdótico. Del gesto y el vestuario de unos monjes budistas aprende "que Occidente ha perdido su oportunidad de seguir siendo mujer porque el islam se ha interpuesto entre Oriente y Occidente" y hecha en falta "esa lenta osmosis con el budismo que nos hubiera cristianizado". Para Lévi-Strauss, el islam es "desconcertante" porque "su preocupación por fundar una tradición se acompaña de la necesidad de destruir todas las tradiciones anteriores". De ahí que se indigne ante el hecho de que se haya querido condenar judicialmente al novelista Michel Houllebecq por afirmar que "el islam es la más estúpida de las religiones". Para el antropólogo, "ese proceso hubiera sido inconcebible hace medio siglo porque se tiene todo el derecho a criticar la religión y a decir lo que se piensa. Hemos sido contaminados por la intolerancia islámica. Hablan de reintroducir la enseñanza de la historia de las religiones en la escuela. Es una nueva concesión hecha al islam, a la idea de que la religión debe penetrar en dominios que no son los suyos. Me parece que la laicidad pura y dura había dado buenos resultados".
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Estudioso de sociedades llamadas primitivas, Lévi-Strauss es considerado por Clément como un "precursor de la ecología", juicio que tamiza bajo la luz del pesimismo propio del etnólogo pues la biógrafa recuerda ese pasaje de Tristes trópicos en que leemos que "la humanidad se instala en la monocultura; se dispone a producir civilización en masa, como cultiva la remolacha". Lévi-Strauss dice hoy que "es imposible no sentir nostalgia ante la tribu de los bororos, una sociedad que abolía el tiempo. ¿Qué deseo más profundo que el de querer el vivir en una suerte de presente que es un pasado revivificado sin cesar y mantenido tal como era a través en los mitos y las creencias?". Para él, "la sabiduría, de entrada, consiste en saber que su sociedad, para ser viable, tiene que ser poco numerosa. Cuando eran demasiados la tribu se dividía en dos. Y en comprender que el hombre no es predominante en la naturaleza, que comparte el mundo con otras especies del reino animal y vegetal. Nosotros bautizamos de supersticiosas, prácticas que no son otra cosa que su forma de expresión del respeto hacia el mundo que les rodea".

Las cuestiones demográficas determinan la mirada de Lévi-Strauss. "Después de mi viaje a Brasil se ha confirmado lo que yo intuí, a saber, que esas tribus reducidas a grupos de 50 individuos habían sido mucho más numerosas, que no eran primitivos sino restos de sociedades y civilizaciones mucho más importantes que no resistieron la llegada de los europeos".

En su corto pero sustancioso librito, Clément hace referencia a Lévi-Strauss como uno de los padres del movimiento estructuralista y recuerda la irritación del etnólogo al descubrir, en casa de ella, sus libros puestos en el mismo estante que los de Michel Foucault, Roland Barthes, Louis Althusser o Jacques Lacan. "Los únicos estructuralistas al lado de los cuales acepto figurar son Émile Benveniste y Georges Dumezil". Pero ese furor ante sus "malas compañías" de biblioteca no debe hacer pensar en un hombre malhumorado, sino en alguien que quiere ser preciso. Y eso no le impide perder el sentido del humor. "Para mantener vivo mi inglés hubo una época en que leía Playboy y un día descubrí un comentario sobre un libro mío en el que quedaba claro que no lo habían entendido. Les escribí una carta recordándoles que para comprender cómo funciona una sociedad antes hay que saber de qué está compuesta. Y les añadí que ellos, visto el tipo de revista, debieran saber que antes de la fisiología está la anatomía".

Las estructuras del parentesco y las reglas matrimoniales de diversas civilizaciones han sido uno de los centros de interés de la obra de Lévi-Strauss. "Hoy las normas de matrimonio y el peso del parentesco no desempeñan el mismo papel que en las sociedades tradicionales. Pero los mitos sobreviven bajo otras formas. Por ejemplo, la Historia. Al conocimiento del pasado le atribuimos la capacidad de permitirnos comprender el presente y ese presente nos sirve para hacer previsiones sobre el futuro".

La edad le ha devuelto también la nostalgia por los viejos oficios de artista. El arte -la música y la pintura en especial- es una expresión humana que escapa al tiempo. "Pero si a André Breton le interesaron tanto las máscaras africanas no se debe no sólo a que coincidían con sus deseos de surrealista, sino también a que, por su precio moderado, estaban al alcance de sus posibilidades de coleccionista. No hay duda de que era una forma de arte que tendía puentes hacia el mundo sobrenatural, pero los artistas modernos encontraron ahí ejemplos, que no modelos. La liberación formal de la modernidad no nace de ahí. Picasso es genial, pero no puede decirse que destaque por su talento como paisajista. Hace pocos años, al ver esa exposición que iba de David a Delacroix, comprendí que en ese lapso de tiempo se habían perdido saberes preciosos del oficio de pintor, que secretos físicos y químicos no habían sido transmitidos".

Escrito por Eduardo Aquevedo
4 noviembre 2009 a 19:30



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