martes, 22 de abril de 2014

LA NUEVA GUERRA FRÍA EN EL SIGLO XXI.

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La Nueva Guerra Fría, su objetivo fundamental o estratégico es el control, de los mercados como la imposición de políticas, asentadas (falsamente sustentadas) en seudo-democracias, elites militaristas o grupos de poder económico anti-nacionales, tiempos históricos y políticos neoliberales del siglo XXI, objetivos que  están centralizados en el dominio del mundo, con fines  políticos y económico-financiero-comerciales, pero también dentro de estos objetivos, las grandes potencias imperialistas,  corporaciones transnacionales y los poderes facticos globales, está  presente construir nuevos – o consolidar antiguos  levantados durante la presente década  (Europa y Estados Unidos en el epicentro ) “Muros anti. Migración transcontinental”. Genera la llamada “globalización de la indiferencia” la protesta del actual Pontífice Francisco ante los miles y miles de muertos y asesinados en alta mar por los traficantes y los Gobiernos del “Primer Mundo” que condenan la migración ilegal. (Si la primera Guerra Fría fue básica y fundamentalmente política, capitalismo-comunismo, y las décadas siguientes el intento de controlar los mercados, aquí evidentemente perdió el “mundo socialista”, en cambio, hoy en el siglo XXI alcanza las dimensiones económico-financiero-comerciales de las mega-corporaciones transnacionales. No es solamente el apoyo o la intervención en el supuesta defensa de las “democracias” – simplemente eran fantasías monárquicas y/o monarquías absolutistas, que servían y sirven a los intereses estratégicos de las grandes potencias, en la era de la transnacionalización de los monopolios imperialistas, al final, sin embargo, todos conocemos que junto a la intervención militar está el interés supremo por el control de los mercados.


La lucha por una Nueva Democracia Participativa, Ciudadana y Republicana, es uno de los grandes objetivos políticos estratégicos del Poder Local Popular, los Nuevos Movimientos Sociales en tiempos históricos y políticos del Cambio de Época Histórica actual.
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En América Latina, las características principales de la Guerra Fría, es también político-militar y financiero-comercial. Nuestra América hoy es un continente de los “tesoros imperiales escondidos”, centro principal de las políticas globales del nuevo proceso de acumulación mundial del capitalismo – el capitalismo de la desposesión, saqueo, pillaje de nuestros recursos naturales- es el continente que en pleno siglo XXI, continúa con su modelo económico-tradicional, extractivo exportador, - aún permanece inmóvil, crece pero es destructivo y depredador de la naturaleza - de nuestros recursos naturales, sumado a ello la dependencia de la mayoría – aún de gobiernos a las políticas neoliberales, hay ausencia de Políticas de Estado, sobre esta múltiple y compleja realidad territorial e incluso sobre nuestra Soberanía Nacional y sobre nuestro patrimonio histórico. Si hoy es Venezuela, el epicentro de una crisis económica y comercial, pero agravada con una crisis política – digitada e impuesta por los poderes facticos y las propias corporaciones transnacionales – por el hecho de que el modelo “chavista” como llama la derecha político-financiera y los poderes facticos de los medios de comunicación – el principal opositor -,  ser depositario de la mayor reserva de petróleo y gas, modelo que superó y salió del viejo sistema de dominación imperial – un gobierno progresista de izquierda, nacionalista y con su “propio” modelo revolucionario”-, no es pues de la “simpatía” y menos está al servicio de los poderes imperiales, origen de la “guerra política actual”, que sin lugar a dudas puede generalizarse en todo el continente en especial en países que hoy tienen fuertes políticas de oposición con el imperio. Generalización intervencionista – ante la débil y muy pausada integración continental que se daría por las débiles instituciones que hoy sustentan y fortalecen la democracia liberal representativa, - electoral, delegativa, novelada y mediática - la corrupción institucionalizada,  inseguridad, el crimen organizado y la economía criminal, y sobre todo la desigualdad económico social, que hoy se profundiza y cada vez es más cruel e hiriente a los derechos humanos  de nuestras poblaciones.
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El poder "imperial y neocolonial" de la Rusia de Putín, su actual Presidente es una de los países protagonistas centrales en la era de la transnacionalización de los monopolios imperialistas de la nueva Guerra Fría, que hoy tiene connotaciones, definiciones estratégicas diferentes a la Primera Guerra Fría del Siglo XX.
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LA NUEVA GUERRA FRÍA EN EL SIGLO XXI.

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Juan Diego García, (especial para ARGENPRESS.info).

Lunes 21 de abril del 2014.

Los actuales acontecimientos en Ucrania no solo tienen que ver con desacuerdos internos relativos a un mayor acercamiento a la Unión Europea o al mantenimiento de las tradicionales relaciones con Rusia. Tampoco es posible explicar los sucesos de las últimas semanas simplemente como el estallido de tensiones étnicas o nacionales existentes desde siempre en una región en donde conviven grupos propiamente ucranianos junto a otros de origen ruso (muy mayoritarios en ciertas regiones) y tártaros, entre otros.

Las divergencias entre partidarios de Rusia y los amigos de la UE habían encontrado fórmulas de arreglo (incluyendo elecciones anticipadas) que sin embargo fracasaron por la acción de comandos especializados en el sabotaje y la acción directa, y por la indecisión del gobierno, ahora depuesto. Las nuevas autoridades parecen incapaces de controlar el poder que les entregaron las turbas y se muestran aún más débiles frente a la espiral de tendencias separatistas que primero llevaron a la secesión de Crimea y su incorporación a Rusia (a la que siempre perteneció hasta que Moscú la anexó a Ucrania en los años 50 cuando ambas pertenecían a la Unión Soviética) y ahora se extienden por diversas localidades del este del país.

Pero la orientación más o menos europea o rusa del país y los encuadres problemáticos de sus regiones en la unidad nacional se podrían solventar sin violencia y mediante las negociaciones entre las partes implicadas si se hubiese podido neutralizar la pugna entre las grandes potencias que, de un modo u otro, editan de nuevo los conflictos de la Guerra Fría que sostuvo Occidente con el Campo Socialista. En la práctica, son precisamente las grandes potencias las que ahora deciden el futuro de los pueblos de Ucrania: Estados Unidos y la EU, de una parte, y Rusia, de la otra, convertida ahora -junto a China- en la mayor competencia del capitalismo occidental por asegurarse materias primas, mercados, zonas de influencia y control de las vías del comercio mundial.

Si ayer Occidente justificaba la Guerra Fría como una cruzada contra el comunismo y como el propósito de llevar la democracia burguesa y la economía de mercado a todo el planeta, ahora el discurso se reduce a proclamar de nuevo la vocación civilizadora y democrática del Occidente rico frente a las pretensiones de Rusia y China, dos nuevas potencias que les disputan el dominio mundial. Aunque ya no cabe la excusa de combatir el comunismo siempre se puede utilizar el expediente de la lucha contra dictaduras odiosas nacidas de las entrañas del despotismo asiático (Rusia) o - por qué no- el renacer del conocido “peligro amarillo” (China) que de nuevo amenaza la civilización cristiana y occidental.

La Nueva Guerra Fría carece del velo beatífico de antaño. Ni Rusia ni China promueven la revolución socialista mundial ni Occidente las democracias representativas puesto que su propósito es la dominación mundial al precio que sea necesario. Se trata del viejo cálculo de traficantes que repite en las nuevas condiciones aquellas guerras coloniales mediante las cuales se saqueó todo el planeta y se crearon los grandes imperios de la era moderna. Por supuesto, todos se justifican con las más bellas palabras y con los más sanos propósitos. Pero sería de enorme ingenuidad no ver la intervención de Occidente en las guerras en curso, en las ocupaciones territoriales y en la sistemática destrucción de países enteros (Irak, Pakistán, Afganistán, libia y Siria entre los casos más recientes) o la abierta intervención mediante golpes de estado (Egipto). En ningún caso estas acciones se deben a la preocupación del Occidente rico por la suerte de estos pueblos. En realidad, luego de la “cruzada salvadora” solo queda destrucción y muerte. No es una coincidencia que los lugares en conflicto abierto formen un arco estratégico, parte del cerco global que las grandes potencias capitalistas tradicionales tienden alrededor de sus mayores competidores, Rusia y China.

Igual sucede en África, un escenario clave de esta Nueva Guerra Fría. Allí resultan idénticos los protagonistas y apenas cambian los métodos mediante los cuales los conflictos internos de cualquier país de la periferia del sistema se pueden convertir en la excusa perfecta para dirimir la confrontación de las grandes potencias. Y cuando no hay motivos, sencillamente se generan, que en eso también resultan grandes maestros los agentes de la desestabilización, sean éstos las empresas multinacionales o directamente los servicios secretos de las potencias.

Resulta todo un sarcasmo que Occidente acuse a los rusos de “intervenir” en los asuntos internos de Ucrania cuando es evidente su propia responsabilidad en los acontecimientos mediante la grosera injerencia de sus diplomáticos y de sus organizaciones “no gubernamentales”, sin que falten sus comandos de espías, saboteadores y desestabilizadores de cualquier gobierno incómodo. En este caso ha sido el débil gobierno de Yanukovich. Pero las experiencias de Yugoslavia y Libia seguramente sirvieron para que Moscú tomara nota y las cosas discurran ahora de diferente forma en Siria y Ucrania. En ambos casos el gobierno ruso vio el asunto como un movimiento de Occidente en su contra y reaccionó en consecuencia.

En América Latina esta Nueva Guerra Fría tiene ahora su principal escenario en Venezuela pero tampoco desatiende otros flancos como Ecuador y Bolivia ni la mayor preocupación de Occidente por Brasil, dadas sus dimensiones. Pero al parecer Maduro va saliendo airoso de la mayor ofensiva en su contra por parte de los instrumentos de Occidente (la llamada “oposición” interna). Igual de importante es la actitud de la mayoría de los gobiernos de la región que a diferencia de otras épocas rechazan abiertamente la utilización de métodos de desestabilización y guerra civil tan parecidos a los usados en Ucrania y detrás de los cuales, manejando los hilos, aparecen los mismos protagonistas externos. En efecto, más allá de los problemas de Venezuela, de las limitaciones de su sistema democrático o de la eficiencia de su gobierno para hacerles frente, se trata de deshacerse de un líder nacionalista incómodo (Maduro) para garantizar a Occidente el suministro de petróleo. Podría ocurrir que, en el contexto de esta guerra global entre potencias, los hidrocarburos venezolanos terminaran en China, afectando de lleno el suministro a los Estados Unidos (De Venezuela le llega casi el 15% de su consumo diario).

A las batallas de Ucrania o Venezuela seguirán seguramente otras, todas ellas en apariencia tan solo resultado de problemas internos pero en las que será imposible no ver la mano interesada de las grandes potencias en pugna. Sin embargo, y al igual que sucedió durante la Guerra Fría, los países afectados pueden aprovechar estas pugnas en su propio beneficio. En el caso de América Latina los gobiernos nacionalistas y de progreso - objetivos preferentes del capitalismo occidental- además de su integración en un bloque fuerte de naciones se pueden beneficiar de la pugna entre Occidente y el bloque ruso-chino tejiendo nuevas alianzas, y mediante la diversificación comercial disminuir la actual y casi única dependencia económica, tecnológica y militar de Occidente.

Cuba consiguió derrotar nada menos que a la primera potencia mundial con la ayuda del campo socialista. Da igual si esa ayuda fue una muestra desinteresada de Internacionalismo Proletario o resultado del interés soviético por poner en jaque a su rival (o ambas cosas). El hecho concreto es que los cubanos supieron hacer un uso muy inteligente y pragmático de esa ayuda sin la cual quién sabe qué suerte hubiese corrido su proyecto revolucionario. La autarquía es un ideal seguramente muy loable pero casi impracticable para países pequeños y sobre todo atrasados económica y tecnológicamente. De allí la importancia de los proyectos de integración regional en curso, los que bien gestionados ayudan a reforzar la soberanía nacional y potencian la capacidad efectiva de auto-determinación. En estos tiempos de Nueva Guerra Fría valen mucho las lecciones del pasado. Si Occidente opta por algún tipo de agresión cuando considere afectados sus intereses a estos países siempre les quedan Pekín y Moscú, no porque ellos encarnen ideales de libertad o democracia sino porque están en capacidad de comprar y vender, de suerte que ningún bloqueo lleve a la derrota de un proyecto nacional de progreso. Mientras la dependencia sea un lastre siempre es mejor diversificarla y no estar sometidos a los designios de un único centro de poder.

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