jueves, 31 de agosto de 2017

ESTADO, EMPRESAS Y GOBERNANZA INFORMACIONAL.

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“LAS TENSIONES. El esfuerzo chino para contar con entidades competitivas en el mercado digital mundial, es coherente con su visión del ciberespacio como un espacio tan soberano como el territorial, aéreo y marítimo. Carecer de firmas nativas capaces de satisfacer las nuevas demandas (vitales o no) generadas por las innovaciones tecnológicas implica resignarse a la introducción de agentes externos, representativos de los intereses de sus accionistas y de los gobiernos que los amparan. El espionaje digital de la comunidad de inteligencia de Washington a los gobiernos atlánticos aliados alienta a construir mayores prevenciones por parte de los que se saben rivales o enemigos de estas agencias, mucho más cuando está acreditada la colaboración entre las oficinas espías y sus firmas tecnológicas compatriotas. El objetivo prioritario de Beijing de asegurar que la data producida por sus cientos de millones de ciudadanos se conserve en la geografía que les da nacionalidad, arriesga la expansión fronteras afuera de sus firmas tecnológicas, habida cuenta que las retaliaciones de las economías centrales, lideradas por la Casa Blanca cabe suponer, materializarán de alguna forma. Sólo se puede conjeturar el punto de equilibrio a formular entre el interés lucrativo de los propietarios y  accionistas de las firmas chinas con el secretario del gobierno que les impone censura, pero sobre todo protección”.  

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ESTADO, EMPRESAS Y GOBERNANZA INFORMACIONAL.
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Fredes Luis Castro.

ALAINET.

Jueves 24 de agosto


Bajo el título Las firmas tecnológicas más grandes del mundo ya no son sólo americanas, un artículo del New York Times del 17 de agosto de este año informa: “El club mundial de las firmas tecnológicas de 400.000 millones de dólares o más – durante mucho tiempo integrado exclusivamente por firmas americanas como Apple, Google, Facebook, Microsoft y Amazon- necesita dar lugar a dos miembros chinos”.

La nota refiere a los multimillonarios ingresos obtenidos por Tencent, propietaria de WeChat, la aplicación de mensajería más usada en China, y a Alibaba, la firma de comercio electrónico más poderosa del gigante comunista. Ambas empresas se aproximan a los valores de mercado de Amazon y Facebook (470.000 millones de dólares y 490.000 millones de dólares, respectivamente), todas ellas significativamente detrás de Apple (supera los 800.000 millones de dólares).

Otra nota, de Bloomberg, del 16 de agosto, acusa el crecimiento de la participación en el mercado global de la publicidad digital, por parte del trío Alibaba, Tencent y Baidu, que les permitiría alcanzar un quinto del total de las sumas dinerarias destinadas a este rubro en el 2019 (si bien, lejos del 32% que obtiene Google). Tencent, Alibaba, Baidu y Didi Chuxing (vencedora de Uber), entre otras tecnofirmas, se benefician de las restricciones establecidas por las autoridades chinas a las empresas extranjeras, lo que les permite operar con menor competencia en un mercado habitado por 700 millones de internautas.

El mismo 16 de agosto, Reuters informó que la empresa estatal china de telecomunicaciones Unicom, una de las más grandes compañías de telefonía móvil del mundo por número de usuarios, fue nutrida con 11.700 millones de dólares invertidos por Tencent, Alibaba, DiDi Chuxing y Baidu, entre otros. Este fenomenal ingreso de capital privado nativo responde a la decisión gubernamental de perfeccionar empresas de propiedad mixta, explican los autores del reporte, para crear conglomerados “capaces de competir en la escena global”.

Las tensiones.

El esfuerzo chino para contar con entidades competitivas en el mercado digital mundial, es coherente con su visión del ciberespacio como un espacio tan soberano como el territorial, aéreo y marítimo. Carecer de firmas nativas capaces de satisfacer las nuevas demandas (vitales o no) generadas por las innovaciones tecnológicas implica resignarse a la introducción de agentes externos, representativos de los intereses de sus accionistas y de los gobiernos que los amparan. El espionaje digital de la comunidad de inteligencia de Washington a los gobiernos atlánticos aliados alienta a construir mayores prevenciones por parte de los que se saben rivales o enemigos de estas agencias, mucho más cuando está acreditada la colaboración entre las oficinas espías y sus firmas tecnológicas compatriotas.

El objetivo prioritario de Beijing de asegurar que la data producida por sus cientos de millones de ciudadanos se conserve en la geografía que les da nacionalidad, arriesga la expansión fronteras afuera de sus firmas tecnológicas, habida cuenta que las retaliaciones de las economías centrales, lideradas por la Casa Blanca cabe suponer, materializarán de alguna forma. Sólo se puede conjeturar el punto de equilibrio a formular entre el interés lucrativo de los propietarios y  accionistas de las firmas chinas con el securitario del gobierno que les impone censura, pero sobre todo protección.  

Sin embargo, crecen los cuestionamientos de todo el espectro ideológico norteamericano contra sus empresas tecnológicas, en especial contra Facebook y Google, cuya regulación habría sido reclamada por el recientemente prescindido Steve Bannon, por juzgar que cumplen con funciones de interés público. Desde la derecha se acusan prejuicios de las redes sociales contra los puntos de vista conservadores, y el consecuente sesgo en la formación de la opinión pública. Los liberales, en particular tras la derrota infligida por Trump, denuncian la propagación de informaciones falsas y lesivas a las figuras y propuestas demócratas. La influyente senadora demócrata Elizabeth Warren va más allá, e identifica a las firmas de Silicon Valley con las financieras de Wall Street, por el peligro que anida en sus prácticas anticompetitivas para la economía e incluso la democracia estadounidenses.

Mark Zuckerberg, fundador y gobernante de Facebook, y Jeff Bezos, fundador y director ejecutivo de Amazon.com y accionista mayoritario del Washington Post, entre otros, añoran los años de Obama y el impulso que solidarizó a todos ellos a favor del Acuerdo Transpacífico que, entre otras medidas debilitantes de injerencias estatales, restringíala “localización forzada”, esto es la coerción gubernamental para que los datos producidos dentros de los Estados que administran se almacenen bajo sus soberanas reglas dentro de sus fronteras. Esto es lo que ordena la nueva ley de ciberseguridad china a empresas como Apple, Microsoft, Amazon, e IBM, que resignadamente cumplen para acceder al mercado comunista.

Por su parte, Francia, España, Bélgica y Alemania, defienden las capacidades burocrático soberanas de los Estados que integran la Unión Europea (creada, curiosamente, para que estas capacidades cedan), bajo la muy liberal y occidental bandera de las libertades individuales, acosadas por las injerencias de las multinacionales tecnológicas domiciliadas en Silicon Valley, misma comuna que amenaza la democracia de la patria de Floyd Mayweather, según la senadora Warren.

Es arriesgado afirmar la emergencia de una tendencia global Estado céntrica en la gobernanza de la Internet, en menor medida lo es sugerir una fragmentación de intereses entre actores estatales y regionales, y entre estos y las firmas tecnológicas, que complican un programa convergente, al menos en los términos alcanzados con el Acuerdo Transpacífico y la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión. Lo que es seguro es que el modelo Estado-céntrico ya no es tan repelido como años atrás, por ser exclusivo de los regímenes autoritarios, al incrementarse las medidas y presiones a su favor de los establishments políticos de diversas economías centrales.  

Apuntes regionales.

En la región suramericana, Brasil obtuvo la aprobación del Marco Civil de Internet luego de una consulta y debate con sus compatriotas, no con los socios estratégicos del Mercosur para liderar y proyectar algo más ambicioso. Dilma Rousseff, al tiempo que se hizo público el espionaje de la Agencia de Seguridad Nacional a su persona, habría avanzado en negociaciones con sus socios del BRICS y con autoridades de la Unión Europea, no del Mercosur, para tender cables de fibra óptica que evitaran el destino norteamericano.

En China suele decirse que las empresas de menor nivel generan productos, las de nivel intermedio desarrollan tecnologías, en tanto que las de primer nivel establecen los estándares. Los países de la región suramericana corren el riesgo de ser importadores de productos y tecnologías foráneas, y pasivos suscriptores de los estándares que crean y defienden los gobiernos y las empresas de las naciones centrales, y del Estado civilización re-emergente.


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