martes, 26 de septiembre de 2017

EL FIN DE LA GLOBALIZACIÓN Y EL RETORNO DE LA HISTORIA.

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“LA HISTORIA SIN FIN NI DESTINO.-
“Hoy, cuando aún retumban los últimos petardos de la larga fiesta “del fin de la historia”, resulta que quien salió vencedor, la globalización neoliberal, ha fallecido dejando al mundo sin final ni horizonte victorioso, es decir, sin horizonte alguno. Trump no es el verdugo de la ideología triunfalista de la libre empresa, sino el forense al que le toca oficializar un deceso clandestino. Los primeros traspiés de la ideología de la globalización se hacen sentir a inicios de siglo XXI en América Latina, cuando obreros, plebeyos urbanos y rebeldes indígenas desoyen el mandato del fin de la lucha de clases y se coaligan para tomar el poder del Estado. Combinando mayorías parlamentarias con acción de masas, los gobiernos progresistas y revolucionarios implementan una variedad de opciones pos-neoliberales mostrando que el libre mercado es una perversión económica susceptible de ser reemplazada por modos de gestión económica mucho más eficientes para reducir la pobreza, generar igualdad e impulsar crecimiento económico.

Con ello, el “fin de la historia” comienza a mostrarse como una singular estafa planetaria y nuevamente la rueda de la historia ‒con sus inagotables contradicciones y opciones abiertas‒ se pone en marcha. Posteriormente, en 2009, en EE.UU. el hasta entonces vilipendiado Estado, que había sido objeto de escarnio por ser considerado una traba a la libre empresa, es jalado de la manga por Obama para estatizar parcialmente la banca y sacar de la bancarrota a los banqueros privados. El eficientísimo empresarial, columna vertebral del desmantelamiento estatal neoliberal, queda así reducido a polvo frente a su incompetencia para administrar los ahorros de los ciudadanos.

Luego viene la ralentización de la economía mundial, pero en particular del comercio de exportaciones. Durante los últimos 20 años, este crece al doble del Producto Interno Bruto (PIB) anual mundial, pero a partir del 2012 apenas alcanza a igualar el crecimiento de este último, y ya en 2015 es incluso menor, con lo que la liberalización de los mercados ya no se constituye más en el motor de la economía planetaria ni en la “prueba” de la irresistibilidad de la utopía neoliberal. Por último, los votantes ingleses y norteamericanos inclinan la balanza electoral a favor de un repliegue a Estados proteccionistas ‒si es posible amurallados‒, además de visibilizar un malestar ya planetario en contra de la devastación de las economías obreras y de clase media, ocasionado por el libre mercado planetario.

Hoy, la globalización ya no representa más el paraíso deseado en el cual se depositan las esperanzas populares ni la realización del bienestar familiar anhelado. Los mismos países y bases sociales que la enarbolaron décadas atrás, se han convertido en sus mayores detractores. Nos encontramos ante la muerte de una de las mayores estafas ideológicas de los últimos siglos. Sin embargo, ninguna frustración social queda impune. Existe un costo moral que, en este momento, no alumbra alternativas inmediatas sino que ‒es el camino tortuoso de las cosas‒ las cierra, al menos temporalmente. Y es que a la muerte de la globalización como ilusión colectiva no se le contrapone la emergencia de una opción capaz de cautivar y encauzar la voluntad deseante y la esperanza movilizadora de los pueblos golpeados. La globalización, como ideología política, triunfo sobre la derrota de la alternativa del socialismo de Estado, esto es, de la estatización de los medios de producción, el partido único y la economía planificada desde arriba. La caída del muro de Berlín en 1989 escenifica esta capitulación. Entonces, en el imaginario planetario quedo una sola ruta, un solo destino mundial. Y lo que ahora está pasando es que ese único destino triunfante también fallece, muere. Es decir, la humanidad se queda sin destino, sin rumbo, sin certidumbre. Pero no es el “fin de la historia” ‒como pregonaban los neoliberales‒, sino el fin del “fin de la historia”; es la nada de la historia.

Lo que hoy queda en los países capitalistas es una inercia sin convicción que no seduce, un manojo decrépito de ilusiones marchitas y, en la pluma de los escribanos fosilizados, la añoranza de una globalización fallida que no alumbra más los destinos. Entonces, con el socialismo de Estado derrotado y el neoliberalismo fallecido por suicidio, el mundo se queda sin horizonte, sin futuro, sin esperanza movilizadora. Es un tiempo de incertidumbre absoluta en el que, como bien intuía Shakespeare, “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Pero también por ello es un tiempo más fértil, porque no se tienen certezas heredadas a las cuales asirse para ordenar el mundo. Esas certezas hay que construirlas con las partículas caóticas de esta nube cósmica que deja tras suyo la muerte de las narrativas pasadas.

¿Cuál será el nuevo futuro movilizador de las pasiones sociales? Imposible saberlo. Todos los futuros son posibles a partir de la “nada” heredada. Lo común, lo comunitario, lo comunista es una de esas posibilidades que está anidada en la acción concreta de los seres humanos y en su imprescindible relación metabólica con la naturaleza. En cualquier caso, no existe sociedad humana capaz de desprenderse de la esperanza. No existe ser humano que pueda prescindir de un horizonte, y hoy estamos compelidos a construir uno. Eso es lo común de los humanos y ese común es el que puede llevarnos a diseñar un nuevo destino distinto a este emergente capitalismo errático que acaba de perder la fe en sí mismo”.  Álvaro García Linera.-


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La globalización neoliberal en crisis: ahora más agitada desde dentro por las políticas prometidas por el sr. Trump, en relación al comercio global, los TLC, el fin de TPP, de la OTAN, pero también será el fin de la Deslocalización Empresarial - cuando desde el año de 1990, miles de empresas y corporaciones de Occidente - Estados Unidos y Europa - se trasladaron hacia los países como China, India, Taiwán, Hong Kong, Tailandia, Singapur, etc. Las Maquilas de México, América Central y el Caribe, el retiro solitario de la COP París 2015 sobre Cambio Climático, su pobre performance en el último Foro Mundial del G-20, así como el propio Brexit - el retiro de Inglaterra de la Unión Europea, representan “más que elementos centrales”, condiciones económico-políticas, que hoy estamos en un escenario global, sin duda será el final de la globalización neoliberal, creada, desarrollada y mundializada por ellos mismos, hoy sostenida por las corporaciones mundiales del capital corporativo global.
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EL FIN DE LA GLOBALIZACIÓN Y EL RETORNO DE LA HISTORIA.
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Soberanía Digital.

Lunes 25 de setiembre del 2017.

Occidente está invadido por malos presentimientos. El Brexit y la elección de Donald Trump, después del interminable baño de sangre en Oriente Medio y una crisis en Ucrania de la que no se vislumbra el fin, unidos al profundo malestar económico y social provocado por la crisis financiera de 2008, han aplastado la convicción que tenía mucha gente en Europa y Norteamérica de que el modelo occidental de la democracia liberal y el capitalismo de libre mercado, sostenido por una serie de normas internacionales patrocinadas por Estados Unidos, se extendería a todos los rincones de la tierra. Como argumenta el autor de un nuevo y breve libro, “a la hora de la verdad, se demostró que eso no tenía sentido. En los años posteriores a la caída del Telón de Acero, quizá hubo globalización económica, financiera y, hasta cierto punto, tecnológica, pero no se globalizaron ni las instituciones ni las ideas”. Cada vez parece más evidente que la versión occidental de la globalización ha alcanzado sus límites. Las nuevas tecnologías, al contrario de todo lo que se esperaba hace 10 o 12 años, no solo no están favoreciendo la globalización sino que están restringiéndola.

Stephen King es un veterano economista de la City, de HSBC, que ahora es asesor y consultor político. Escribe con brío y, a pesar de no ser académico, tiene la autoridad de alguien que conoce bien los mecanismos internos del sistema de apertura económica y política desarrollado desde el final de la Segunda Guerra Mundial y aún más desde la caída de la Unión Soviética. Ahora que Estados Unidos está cansándose de ser el pilar fundamental y que Rusia y China le disputan el puesto, ahora que Europa afronta las consecuencias del Brexit y de un euro que no ha sido un instrumento de convergencia sino de división, muchos se encuentran ante lo que podríamos llamar el regreso de la historia. Es una situación muy distinta a la que proclamaba Francis Fukuyama cuando hablaba del fin de la historia hace 25 años, y eso explica la ola actual de pesimismo.

El autor es un buen economista y, a diferencia de muchos de sus colegas, hace un análisis muy respaldado por la historia y la filosofía. El hecho de que gran parte del análisis económico moderno esté descontextualizado de estas dos formas de ver el mundo explica por qué muchos economistas y comentaristas occidentales son incapaces de valorar hasta qué punto son esclavos de su propia versión de la historia. El autor destaca que “en Occidente, hablamos como si tal cosa de la comunidad internacional, una supuesta colección de países que piensan igual y tienen la misma moral y la misma perspectiva ética. Pero, en realidad, no existe una cosa semejante”.
 


"La versión occidental de la globalización ha alcanzado sus límites"

¿Cuánta gente, en el Reino Unido, es consciente de que un motivo por el que Londres pudo convertirse en el banquero del mundo fue que en el siglo XIX el financiero británico tenía la esperanza de que, donde fuera su dinero, “fuera a estar protegido por el largo brazo de la ley (inglesa), aplicada, en caso necesario, por el gran poderío de la Armada Real”? En otras palabras, la globalización de aquella época dependía de la existencia de instituciones en las que pudieran florecer los mercados. Unas instituciones que eran esencialmente los imperios. King presenta un análisis muy estimulante de la mitología y la historia, y examina las diferencias entre las concepciones de la historia mundial de Occidente, China, Rusia, Persia y África.

Aborda una cuestión muy importante: el pensamiento convencional de Occidente dice que la incapacidad de acabar con los regímenes autoritarios impide un desarrollo económico sostenido en todos los países de Eurasia. Ese argumento, en su opinión, solo sirve en parte, entre otras cosas porque cada vez es más evidente que no se puede sacar de donde no hay. Da la impresión de que el crecimiento está disminuyendo de forma inexorable en las grandes potencias económicas mundiales. Además, aparte de Europa occidental y Japón, muchos países no ven motivos “para inclinarse ante Washington, sobre todo con la actitud tan selectiva que tiene Estados Unidos respecto a los valores globales; al fin y al cabo, no todo el mundo está entusiasmado por el caso Irán-Contra, la segunda Guerra del Golfo o el trato de los presos en Guantánamo”. Los desastrosos resultados de la mal llamada “Primavera árabe” han creado confusión en el pensamiento y el comportamiento occidental sobre el crecimiento económico y la democracia. Cuando el principal aliado de Occidente contra Irán es Arabia Saudí, no puede esperar que el resto de Oriente Medio crea verdaderamente que ha hecho reflexiones profundas.

A lo largo del libro, el autor explica por qué la globalización está impulsada no solo por los avances tecnológicos sino también por el desarrollo —y la desaparición— de las ideas e instituciones que configuran nuestra política y enmarcan nuestras economías y nuestros sistemas financieros, a escala tanto local como global. Cuando las ideas existentes pierden fuerza y las infraestructuras institucionales se derrumban, no hay tecnología capaz de arreglar la situación. La historia nos enseña muchas cosas, y hacemos mal en no tenerlas en cuenta. Los árabes conquistaron la España visigoda en muy pocos años, para asombro de Europa; toda la gente de izquierdas que estaba convencida de que la Unión Soviética era el modelo se habría sorprendido de ver en qué había quedado todo unas cuantas décadas después. Hoy estamos empezando a comprender cómo el aumento de las desigualdades en los países occidentales —consecuencia de la globalización— ha fomentado el ascenso de los partidos populistas que desafían el statu quo. ¿Qué repercusiones tendrá el incremento constante de la inmigración para Europa y Asia?

El alejamiento del liberalismo no es inevitable, y King demuestra que la solución contra el populismo empieza en casa

Frente a esta perspectiva tan pesimista del futuro a corto plazo, existe otra visión más optimista. El Brexit parece haber despertado una mayor solidaridad entre los principales miembros de la UE. Se ha logrado contener el populismo en las últimas elecciones de Francia y Holanda. En la Casa Blanca, es posible que haya voces más serenas que prevalezcan sobre la retórica agresiva del Despacho Oval de Trump. España se ha recuperado de la grave crisis desencadenada en 2008, y la eurozona ha sobrevivido a una tremenda crisis de la deuda soberana. El Brexit puede diluirse de forma inesperada. Puede haber trastornos causados por el progreso impersonal de la tecnología y no por la idea de que existe una comunidad internacional que está de acuerdo en una serie de objetivos y principios, o incluso una comunidad occidental unida que proyecta sus “valores occidentales” en Oriente Medio.

Occidente, dice el autor, como concepto que representa el liberalismo político y económico, “es una construcción intelectual que está en discrepancia con las acciones de Estados Unidos y los países de Europa Occidental desde hace siglos”. Quizá esa construcción, en lugar de iluminar los problemas fundamentales, los vuelve más confusos. El alejamiento del liberalismo no es inevitable, y King demuestra que la solución contra el populismo empieza en casa. En Gran Bretaña, muchos acusan a la UE del aumento de unas desigualdades sociales que en realidad son consecuencia de las políticas del gobierno británico, y no de unos perversos burócratas de Bruselas. Es decir, King no da por acabadas la economía de mercado y la democracia: en el siglo XX, muchos lo pensaron y se demostró que no tenían razón. Es necesario que haya líderes fuertes y coraje político. En los próximos años veremos, tanto en Europa como en Estados Unidos, si son capaces de dar un paso al frente.


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