martes, 9 de enero de 2018

LA DEMOCRACIA MEXICANA A 30 AÑOS DEL 88. ESTAFA Y FRAUDES.

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LA BATALLA POR LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA.- América Latina viene protagonizando, desde finales del siglo pasado, una tremenda batalla por construir una democracia digna de ese nombre. Esto quiere decir, algo que vaya más allá de la sola alusión a la mecánica electoral y que se sintetiza en la tentativa de fundar sociedades más justas en este, el continente más desigual e injusto del planeta. En otras palabras, completar el tránsito entre una democracia eleccionaria a otra de carácter sustantiva y fundamental.

En nuestro Aristóteles en Macondo vimos que la experiencia enseña que en la medida en que las democracias admitan resignadamente la injusticia, la desigualdad y la opresión inherentes al sistema capitalista sus gobernantes no tropezarán con obstáculo alguno que trabe su funcionamiento. Claro, la pregunta es si a un tipo de régimen como ese le cabe el nombre de democracia y la respuesta es un rotundo no. Pero si, conmovidos por los sufrimientos y las desdichas de sus pueblos, esos gobernantes se propusieran poner fin a aquellos flagelos, o hacer real la soberanía popular, allí comenzarían los problemas. Y tal como lo comprueba la historia, en tales casos la respuesta de las clases dominantes es brutal. Insistíamos en el libro arriba mencionado en una tesis que hemos desarrollado y comprobado una y otra vez: que capitalismo y democracia son incompatibles, que son como el agua y el aceite. Que las premisas fundamentales de uno y otra son antagónicas, y que la reconciliación entre ambos –durante la fase keynesiana de posguerra, clausurada con la contrarrevolución neoliberal de los ochentas- fue más aparente que real, y siempre parcial y transitoria. 

 Condiciones de la democratización.- La realización del proyecto democrático exige la presencia de una serie de factores que faciliten su pleno desenvolvimiento: a) la organización del campo popular a los efectos de constituir el nuevo “bloque histórico” contrahegemónico del que hablaba Antonio Gramsci porque sin él, sin la organización, la mayoría social conformada por los pobres, los explotados, los excluidos carecerá de efectos políticos y mal podría alterar la correlación de fuerzas en su favor; b) la concientización, porque una mayoría social, aún organizada, puede convertirse en fácil presa de la minoría dominante que ha ejercido su dominio desde siempre. Un movimiento obrero altamente organizado pero sin conciencia de clase lejos de ser una amenaza es una bendición para la hegemonía burguesa, como lo prueban hasta el hartazgo la historia del sindicalismo peronista en la Argentina, la CTM dominada por el PRI en México y la AFL-CIO en Estados Unidos. ¿Basta con estas dos condiciones para darle impulso a una democratización fundamental, no de forma? No. Se requiere, además, y este es el tercer factor, contar con un sistema de medios de comunicación que torne posible la circulación de las ideas “subversivas” de un orden social que debe ser subvertido porque condena a la humanidad y a la Madre Tierra a su extinción.

No puede haber estado democrático, o una democracia genuina, si el espacio público, del cual los medios son su “sistema nervioso”, no está democratizado. Son los medios quienes “formatean” la opinión política, imponen su agenda de prioridades y, en algunos casos –no siempre- hasta fabrican a los líderes políticos (caso de Silvio Berlusconi en Italia) que habrán gobernar. La amenaza a la democracia es enorme porque un sistema de medios altamente concentrado y hegemónico consolida en la esfera pública un poder oligárquico (en la Argentina es básicamente el multimedia Clarín y algunos otros socios de menor rango) que, articulado con los grandes intereses empresariales y con el imperialismo, puede manipular sin mayores contrapesos la conciencia de los televidentes y del público en general, instalar agendas políticas y candidaturas e inducir comportamientos políticos de signo conservador o reaccionario, todo lo cual desnaturaliza profundamente el proceso democrático.

Es más, en la situación actual de América Latina, cuando el virus neoliberal –para usar la gráfica expresión de Samir Amin- ha destruido a los partidos políticos y los reemplazó por heteróclitos “espacios” o efímeras coaliciones, donde los políticos se convierten en verdaderos camaleónicos saltimbanquis que pasan del oficialismo a la oposición y viceversa sin mayores escrúpulos (como ha ocurrido recientemente en Argentina en un fenómeno que en Brasil se llama “fisiologismo”) y cuando el impacto disolvente del neoliberalismo terminó por diluir los pocos componentes ideológicos que aún restaban, los medios hegemónicos -todos íntimamente vinculados a la dominación imperialista- han pasado a asumir las funciones de los partidos del establishment, convirtiéndose en los organizadores de la oposición de derecha ante los procesos transformadores en curso en la región. Ante la vacancia de los partidos tradicionales son los grandes medios en los países de ALC quienes reclutan la tropa de la derecha, aportan las orientaciones tácticas de su accionar, establecen la agenda del proyecto y lo militan día y noche a través de su impresionante aparato comunicacional, y se encargan de encontrar los líderes capaces de llevar a buen término estas iniciativas. FUENTE ATILIO BORON.

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LA DEMOCRACIA MEXICANA A 30 AÑOS DEL 88. ESTAFA Y FRAUDES.
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Massimo Modonesi.

Rebelión martes 9 de enero del 2018.


La llamada  transición a la democracia en México ha sido una elaborada estafa política plagada de autoritarismo, simulación y fraudes electorales. A pesar de que el movimiento democrático empujó desde abajo y logró instalar la demanda en la agenda, las clases dominantes y los grupos dirigentes priístas nunca perdieron el control de la situación y supieron mantener la iniciativa, combinando de forma diferente tres dispositivos fundamentales del poder estatal: la represión, la simulación y la negociación vía concesiones. Nunca se cayó el sistema, salvo el episodio técnico del 6 de julio de 1988 y la famosa declaración del secretario de Gobernación –ahora obradorista– Manuel Bartlett, en relación con el sistema informático de conteo de votos. Sólo tambaleó, se adaptó y se recompuso.

LA DEMOCRACIA SIMULADA,  en la que vivimos se presenta, a grandes rasgos, mediante dos modalidades de funcionamiento y reproducción. La modalidad normal o hegemónica que garantiza la alternancia entre partidos equivalentes e intercambiables y neutraliza por las buenas o las malas las alternativas, recurriendo a un máximo de consenso y un mínimo de coerción. La modalidad extraordinaria o excepcional que comporta, en momentos de crisis hegemónica, el recurso extremo a la violencia política o al fraude electoral. 2006 fue la máxima expresión de este momento crítico y, al mismo tiempo, mostró la capacidad de reconfiguración del régimen autoritario neoliberal.

Con esta doble clave de lectura podemos entender la continuidad de fondo que atraviesa coyunturas políticas tan disimiles como las de nuestra época: 1988, 1994, 2000, 2006 y 2012.

Después de la masacre de Tlatelolco en 68 y la guerra sucia de los setenta, se desempolvó el nacionalismo populista, corporativo y clientelar y se concedió una reforma política que simuló un pluralismo simplemente nominal. Cuando se tuvo que recurrir al fraude descarado en 1988 para evitar el sorpresivo triunfo del neocardenismo, se implementó la estrategia del priísmo difuso, de priístizar a las oposiciones, empezando con el PAN. Se abrió así formal y pomposamente la llamada transición a la democracia sin que esto implicara arriesgar que los partidos y los grupos neoliberales perdieran el control del aparato estatal. Esta capacidad de recomposición conservadora se hizo evidente en una coyuntura particularmente delicada en 1994, cuando se tuvo que hacer frente al levantamiento zapatista y al arreglo de cuentas intrapriísta que llevó al homicidio de Colosio. Desde 1997, el PRD fue incluido en la repartición del pastel político de la llamada transición pactada y contaminado progresivamente por el priísmo, sea por el ingreso masivo en sus filas de ex priístas sea por la adopción de formas priístas de hacer política.





La estafa se presentó en su esplendor en 2000, cuando se disfrazó la victoria del candidato del PAN, producto de un pacto bipartidista de continuidad del neoliberalismo y el autoritarismo que lo sostiene, en un triunfo de la democracia y del pluralismo. Después del resbalón de 1988, el sistema encontró sus fórmulas de reproducción, el voto del miedo en 1994 y en 2012, con el soporte decisivo de la manipulación mediática. Sólo en 2006, en una coyuntura tanto mexicana como latinoamericana favorable a las posturas antineoliberales, tuvo que recurrir a un burdo fraude electoral de emergencia, al estilo del de 1988.

En 2012, además del contexto de violencia, de su generación y uso instrumental, el régimen del priísmo difuso (que abarcaba al PAN y ahora incluye al PRD) mostró saber desplazar y operar el fraude al margen del engranaje estrictamente electoral, del conteo de voto, al desplegar toda la maquinaria estatal, paraestatal y empresarial en términos de gastos y financiamientos ilícitos, compra de votos, complicidad de los principales medios de comunicación masiva, campaña sucia en contra del único real competidor electoral. Al fraude electoral técnico se sustituyó un fraude electoral político más elaborado y a una escala mayor, que implica alianzas, complicidades y, de una manera siniestra, construcción de un consenso mafioso. El movimiento #YoSoy132 ayudó a hacer visible la estafa pero no logró descarrilar el sistema que la reproduce.

A la luz de estas consideraciones, ¿qué esperar entonces de la próxima coyuntura electoral? Lo esperable/previsible es que habrá fraude hasta donde sea necesario: sea en su versión ampliada y difusa como eventualmente, si llegase a ser imprescindible, el fraude a la hora de contar los votos. Lo esperable/deseable es que ocurra, como y más que en otras ocasiones (1988, 1994, 2006, 2012), algo antisistémico, algo que surja desde afuera del perímetro electoral de la reproducción del régimen, algo que irrumpa y genere un cortocircuito que haga caer realmente el sistema, que haga visible la estafa democrática, que instale dinámicas de contrapoder, de organización, movilización y politización. Si esta irrupción lograse además interrumpir el proceso de reproducción política del neoliberalismo, aun favoreciendo una opción política cuestionable, ambigua y contradictoria como Morena, podría iniciar una verdadera transición democrática.

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*Investigador del Centro de Estudios Sociológicos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM massimomodonesi.net.

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