martes, 8 de diciembre de 2020

LA DESIGUALDAD: CAUSA Y CONSECUENCIA DE LA PANDEMIA.

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LA DECADENCIA DE ESTADOS UNIDOS

CUANDO SE ESCRIBA SOBRE EL FIN DEL IMPERIO ESTADOUNIDENSE, SE TENDRÁ QUE IR NECESARIAMENTE AL 11 DE SEPTIEMBRE DE 2001. Varios de los teóricos que tratan el tema del auge y la caída de las grandes potencias coinciden en ese punto, una fecha que hizo añicos la utopía neoliberal del «fin de la Historia», ya que «el gigante dormido» según Hegel, el Oriente, despertó al mundo con el estruendo de un acontecimiento tan histórico que cambiaría la faz sociopolítica del planeta. (Aún falta el desastre final. La Crisis global y el coronavirus. Marzo a diciembre del 2020). Tras una década de gobierno mundial del capitalismo, con una Pax Americana que al fin podía reeditar los tiempos de la Pax Romana, EE. UU. se enfrentaba al efecto de esa misma política expansiva. El impacto del Oriente en el ámbito doméstico norteamericano obedecía a los estrechos vínculos de la Casa Blanca con el fundamentalismo islámico, en aras de su uso contra el comunismo.

Era Al-Qaeda, organización sostenida por EE. UU. en la guerra contra la Unión Soviética en Afganistán, quien se volteaba contra la mano del amo, mordiéndola en lo más íntimo, en el corazón mismo de la manzana neoyorquina. Immanuel Wallestein, académico norteamericano, reconoce en el gesto de los islamistas un episodio similar a los vividos por Roma en sus últimos tiempos, atravesada por agresiones de los «bárbaros» que antes fueron usados como mercenarios.

La otra fecha que colocó en crisis al sistema capitalista realmente existente, fue la del 15 de septiembre de 2008, que significó el hundimiento de importantes activos norteamericanos y europeos, a la vez que un retroceso en la seguridad y la confianza que el mundo depositaba en la divisa del dólar, desde que en la década de 1970 Richard Nixon apartara dicha moneda del patrón oro. De manera que EE. UU. gozó de la potestad incontestable y por primera vez en la Historia, de fijar los valores de todo lo existente, a partir de la sola emisión de papel entintado. Esa burbuja neoliberal, que sustituyó al capitalismo productivo en la década de 1970, dio paso a una especulación financiera que basaba la riqueza solo en el movimiento ficticio a través de lo bursátil. Dicho capitalismo trae como consecuencias el aumento de la desigualdad y el decrecimiento de los niveles de vida de la clase media trabajadora, que antes se beneficiaba con el abaratamiento del consumo y la creación de empleos. A partir del cambio de paradigma, el país se desindustrializó, ya que las empresas migraron a tierras de mayor y más barata mano de obra. A la vez, el valor del dólar, dependiente del petróleo, decidía la política exterior norteamericana.

La transición del oro al dólar, se daba en el contexto de la Guerra de Vietnam, la última que el imperio realizó con la esperanza de éxito. Una contienda más ideológica que expansionista, que generó el despilfarro de las reservas de oro, además de un descrédito total del sistema a todos los niveles. Había que buscar la seguridad a toda costa para un imperio que no ganaba guerras expansivas (en Corea, EE. UU. y sus aliados quedaron tablas). Ese sistema frágil del dólar, tras el cual crecieron las grandes fortunas especulativas del siglo XX estadounidense, se desmoronó en 2008, trayendo un caos a las grandes potencias occidentales que aún no termina y que modificó la tabla de posiciones en cuanto a hegemonía mundial. Tras ese golpe financiero, China salió como virtualmente la segunda economía del planeta, además de que Rusia retomaba su papel como potencia en el equilibrio geopolítico. Otros países, regidos por el poder financiero, como Reino Unido, cayeron atrás en la tabla de posiciones, en franca decadencia como hegemonías mundiales.

De manera que 2008 demostró que EE. UU. estaba lejos de ser, como se decía tanto bajo la administración Clinton, «potencia indispensable». Economías no neoliberales, sino mixtas y con un fuerte componente de planificación central, como China, Rusia, Irán, India y Turquía, formaron un segundo bloque de presión, dispuestas a su vez a servir de referente en la construcción de un nuevo modelo económico.

La tercera fecha que marca el declive estadounidense sería el 9 de noviembre de 2016, con la victoria de Donald Trump en las presidenciales. Este hecho rompió la percepción de la política doméstica, que desde décadas atrás mantenía a flote el establishment: el llamado partido del sol (demócrata) y el partido de la luna (republicano). El primero rigió los destinos del país, dictando las normas de la política internacional, como el New Deal de Roosevelt o la Alianza para el Progreso, el segundo o replicaba dicha norma o se oponía.

Sin embargo, a partir del ascenso de Trump, un outsider sin ideología predecible, dispuesto a razonar de manera emotiva y a convertir esa rabia en política de Estado, los norteamericanos ven cómo su barco hace aguas, de cara a una crisis de gobernabilidad por la carencia de figuras alternativas capaces de representar al pueblo. La preocupación que se veía en el rostro de Barack Obama, el día de la investidura de Trump, es la misma que hemos visto en otros tantos políticos de carrera, quienes saben que, si la clase gobernante no pudo deshacer los entuertos de la economía, mucho menos lo hará un advenedizo que manda el país desde Twitter. Fuente Mauricio escuela. Granma marzo del 2019.

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LA DESIGUALDAD: CAUSA Y CONSECUENCIA DE LA PANDEMIA.

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Pascualina Curcio. | 08/12/2020 | Opinión

 

ALAI. Martes 8 de diciembre del 2020.

 

El hecho de que EEUU siga encabezando la lista, no solo del país con mayor número de personas contagiadas con COVID-19, sino con la mayor tasa de incidencia y de mortalidad, debe llamarnos la atención. Se supone que se trata de la “superpotencia más poderosa y hegemónica en lo militar, tecnológico, económico y energético”, por lo menos eso es lo que dicen y repiten. La cuarta parte de los casos registrados en el mundo están en territorio estadounidense. Cuba y Venezuela van casi de últimos en la lista.

El acceso a pruebas que permitan un diagnóstico temprano para activar inmediatamente los protocolos de aislamiento y contener la propagación de la enfermedad ha sido un factor determinante en los niveles de contagio, así como lo ha sido la mayor o menor exposición al virus. No es igual tener acceso gratuito a las pruebas de diagnóstico, que tener que pagarlas. No ha sido igual el resultado en países que dieron prioridad a la salud por encima de la economía y acataron un confinamiento estricto, que aquellos países que dieron más importancia a los mercados como ha sido el caso de EEUU.

La posibilidad de ser atendido en un establecimiento de salud y contar con el tratamiento indicado, por su parte, ha sido determinante en las tasas de mortalidad. No por casualidad la de EEUU es una de las más altas. Su sistema de salud es totalmente privado: el que no tiene un seguro médico, simplemente no tiene acceso a la atención y al tratamiento. Caso contrario: Cuba.

No es igual enfrentar la pandemia para el repartidor de Amazon que para su dueño Bezos. No es igual la situación para el trabajador informal que para el formal. Como tampoco es igual para aquel que mantiene su empleo que para el que fue despido. No es igual para quienes padecen de hambre y miseria que para quienes tienen cubiertas sus necesidades materiales y además una holgada capacidad de ahorro.

En este mundo de grandes desigualdades derivadas de un sistema económico explotador, algunos están más expuestos al virus, y tienen más probabilidad de enfermar y morir, que otros. Las desigualdades existentes y derivadas del sistema capitalista y neoliberal impuesto por el imperialismo comenzaron a hacerse cada vez más evidentes desde que llegó el Covid-19.

Un año después de haberse diagnosticado el primer caso de Coronavirus SARS-Cov-2 resulta que la desigualdad ya no es solo la causa de los mayores contagios y muertes por Covid-19, sino que también es una consecuencia.

Según la Organización Mundial del Comercio, este año se pronostica una caída del PIB mundial de 4,8%. Sin embargo, dicha caída no afectará a todos por igual: mientras se espera que en el mundo haya 550 millones más de pobres en 2020 lo que implicaría superar los 4 mil millones de habitantes en pobreza, y mientras, según el Programa Mundial de Alimentos, este año morirán de hambre en el planeta 12.000 personas diarias solo como consecuencia de la pandemia, incluso más de los que hasta ahora han fallecido diariamente por Covid-19 (4.181 personas), los multimillonarios estadounidenses, por ejemplo, han aumentado su fortuna en 637 mil millones de dólares.

 


Las desigualdades generadas por el sistema capitalista se han hecho evidentes con el coronavirus, a la par escuchamos acerca de la necesidad de cambiarlo. Es un discurso que los mismos grandes capitales, en el Foro de Davos, están posicionando, incluso desde antes de la pandemia: hablan de la necesidad de reinventar el capital para garantizar su sobrevivencia. Les preocupa, no los pobres, sino que los altos niveles de desigualdad en los que, el 1% de la población mundial se apropia del 80% de la producción total, han implicado una disminución del consumo mundial, por lo tanto, de la producción y de la acumulación de capital.

En lo absoluto están planteando cambiar el sistema, buscan otorgarle un poco más de participación al Estado para que se encargue de aquellas actividades que, por una parte, sumen a la mayor productividad (salud y educación) y por la otra, disminuyan un poco la desigualdad para reimpulsar el consumo, la producción y la ganancia, pero siempre manteniendo la esencia del capitalismo: la explotación en el proceso de producción y distribución a través de la apropiación del valor de la fuerza de trabajo del obrero por parte del burgués.

Superar el sistema capitalista requiere más que la conciencia, por parte de los pueblos, de que éste fracasó. Requiere de un poderoso movimiento obrero y campesino guiado por grandes líderes que estén dispuestos a dar la verdadera lucha de clases, porque de eso se trata.

 

La decadencia de Estados Unidos (parte I) › Mundo › Granma - Órgano oficial  del PCC

Decadencia del imperio estadounidense/ Reordenamiento mundial

No obstante, un segundo fenómeno que se ha observado durante este año de pandemia es que el Covid-19 ha contribuido a acelerar la decadencia del imperio estadounidense, no solo en el ámbito económico, también en el energético y el tecnológico. Lleva décadas esta decadencia. El Coronavirus está acelerando el proceso.

Con una deuda externa impagable de 28 billones de dólares; con reservas internacionales que no cubren ni el 2% de su deuda y que apenas equivalen a 2 meses de importaciones; con una balanza comercial deficitaria desde los 70; una moneda en picada; reservas petroleras para escasos 6 años y una pobreza de 40% a lo interno, EEUU ha estado perdiendo espacio en el tablero mundial y se enfrenta a China que avanza con una nueva ruta comercial; con reservas que le cubren año y medio de importaciones y 2 veces su deuda externa; con una balanza superavitaria desde los 70; estrenando una moneda digital que sorteará al Sistema Swift; y con la reciente firma de un acuerdo comercial en el Pacífico que hasta los aliados de EEUU suscribieron. A la par ocupa el espacio tecnológico con la 5G, rumbo a la 6G.

Se vislumbra un nuevo orden comercial, multicéntrico, con un nuevo sistema monetario referenciado a varias monedas donde el oro parece ser de nuevo el protagonista y, con diversos sistemas de compensación de pago impidiendo la hegemonía del sistema Swift en manos de la Reserva Federal, principal arma usada por EEUU para chantajear, amenazar, dominar países e imponer su modelo capitalista.

Aunque, por ahora, y a pesar de la pandemia, no se percibe un verdadero cambio del modo de producción y distribución explotador que caracteriza al mundo, el hecho de que termine de caer el imperio más genocida que ha conocido la humanidad y con éste la Doctrina de Contención impuesta por Truman en 1947, abriría la posibilidad para que, con menor dificultad, sin amenazas, ni imposiciones, los pueblos podamos transitar y consolidar un sistema económico más humano, alternativo al capitalista. Y aunque los capitales sigan en sus intenciones de reinventarse, el socialismo, que a todas luces es un sistema justo e igualitario, podría acelerar, sin mayores obstáculos, su paso.

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- Pasqualina Curcio es Profesora Titular, Departamento de Ciencias Económicas y Administrativas, Universidad Simón Bolívar-Venezuela.

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