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POR QUÉ URGE UN ECOSISTEMA INNOVADOR PARA REFLOTAR EL TURISMO TRAS LA PANDEMIA.
Se imponen medidas de digitalización en todo el sector
Ejemplo, y caso concreto, Si España quiere mantener su competitividad turística, una competitividad palpable y no la que muestran ciertos índices, debería planear de forma urgente medidas de digitalización de todos sus sectores. Pensemos únicamente en las mejoras que se derivan de los “destinos inteligentes” para el sector. Y no hablamos de destinos en los que se implanta una red wifi en mitad de una playa o se instalan aplicaciones residuales para encontrar aparcamiento, sino de “verdaderos” destinos inteligentes, basados en el internet de las cosas, en el big data, en paneles de mando donde se interactúe en base a las necesidades de la ciudad en cada momento determinado.
Se han producido suficientes avances tecnológicos y en inteligencia turística como para quedarnos atónitos. Pero para su desarrollo e implantación solo hay dos alternativas: contar con un ecosistema innovador de soporte (empresas especializadas en IA y el resto de tecnologías disruptoras), o hipotecarnos con terceros países en la compra y aplicación de su tecnología. La inversión turística en España (aeropuertos, infraestructuras diversas, renovación de destinos) ha sido muy fuerte durante años, y parte de la tecnología instalada todavía está a medio camino de ser usada. Y para ello se requiere una mayor explotación de datos, facilitar el emprendimiento en innovación turística, incrementar la relación entre la universidad y las empresas…
Empresas turísticas nacidas en la nueva era digital
Pero el verdadero salto vendrá cuando seamos capaces de dotar a un sector tradicional como el turismo de empresas verdaderamente disruptoras nacidas en ecosistemas digitales donde exista acceso a financiación y un capital humano preparado para encontrar y aprovechar las oportunidades de mercado, también en el sector turístico. Estas empresas serán las responsables de impulsar la reingeniería de procesos en las empresas turísticas en la nueva era de la inteligencia artificial, y de mejorar la eficiencia de la Administración Pública, que pide a gritos cambios hacia un sistema menos burocratizado y sin tanta intermediación, en el que las tecnologías de contabilidad distribuida serán claves.
El sector turístico no es menos innovador que el sector del automóvil, por ejemplo. Pero sí invierte menos en su digitalización que otras industrias. Esto representa una oportunidad única para un país como España, que puede elevar sus cotas competitivas si sigue apostando por investigar e incorporar conocimiento avanzado, innovación y tecnología a las iniciativas turísticas, a sus empresas e instituciones.
Es la hora de crear ese entorno innovador de iniciativas apoyadas en startups, y generar el ecosistema travel tech, con la Administración jugando un papel fundamental en este proceso transformador. En definitiva, un modelo turístico sostenible, basado en el conocimiento, en el que las tecnologías de vanguardia son el complemento esencial para mejorar la gestión empresarial, la competitividad de los destinos y el bienestar de turistas y residentes. Fuente THE CONVERSATION. España.
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LAS DOS REVOLUCIONES DEL TURISMO.
La Revolución Tecnológica y la Revolución Social. Una Mirada global.
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El Mar 04, 2021 02:48 pm
Marco d’Eramo es sociólogo y ensayista,
Cuba y la Economía. viernes 5 de marzo del 2021.
Resulta superficial pensar que un virus, por mortal que sea, basta para decretar la desaparición de los viajes de ocio. La pandemia nos ha revelado lo mucho que echamos de menos el no poder cambiar de aires, ir a otro sitio
¿Cómo conseguir que el crecimiento mundial se reactive sin turismo? Es este el problema con el que hoy se devanan los sesos los responsables de la economía mundial. Porque ha sido precisamente la pandemia la que ha demostrado el papel crucial del turismo. No solo en países de clara vocación turística, como España, Italia o Austria, donde ese sector representa alrededor de una sexta parte del PIB y del empleo. El turismo es también decisivo para toda la economía global porque es la industria que activa todas las demás industrias.
Sin el turismo, no solo se detienen el ramo hotelero, el de la restauración y, en general, todos los sectores relacionados con la hostelería, sino que la industria aeronáutica desaparece por completo, la industria del automóvil se reduce a la mitad, los astilleros especializados en cruceros se arruinan, la construcción se ve gravemente afectada. Y estos desplomes arrastran consigo a la siderurgia, al hormigón, a la electrónica...
Cuando afirmé hace cuatro años en el libro, ahora traducido al castellano, El selfie del mundo que el turismo es la industria más importante del siglo, fui tachado de fanfarrón y acusado de soltar trolas. Pero un año de Covid-19 nos ha demostrado, por el contrario, lo importante y seria que es esta industria que con tanto desdén suele ser tratada.
Subestimamos ese sector porque confundimos el turismo con los turistas, y a los turistas resulta difícil tomarlos en serio, nos parecen graciosos, literalmente gente fuera de lugar. Siempre los tratamos con indignación y les atribuimos los daños que ocasiona el turismo: como si culpáramos a los obreros del envenenamiento que provoca la industria. Solo esto debería hacernos reflexionar: ¡la paradoja de que todos somos turistas que despreciamos a los turistas!
Esta paradoja demuestra cuán irresuelta está nuestra relación con este sector. También evidencia la superficialidad de quienes creen que un virus, por mortal que sea, basta para decretar la desaparición de esta invención de la modernidad, incubada durante siglo y medio y que estalló después de la II Guerra Mundial.
Porque fueron necesarias dos revoluciones para crear el turismo. Una, tecnológica: la revolución del transporte y de las comunicaciones, que hizo posible los viajes rápidos y baratos. Y otra, social, que generó los viajeros. Esta revolución social no cayó del cielo, sino que fue el fruto de durísimas e interminables luchas mediante las cuales se logró la progresiva conquista del ocio remunerado. Porque para que los seres humanos se conviertan en turistas no basta con disponer de tiempo libre: los desempleados lo tienen en abundancia. Antes de Bismarck en Alemania, del New Deal en Estados Unidos, o del Frente Popular en Francia, en la historia de la humanidad una gran parte de la población nunca había disfrutado de ingresos en períodos de inactividad. Es decir, nunca había disfrutado de vacaciones en edad laboral ni de una pensión después. Al menos el 95% de los turistas que hemos visto deambular por ahí en los últimos años estaban disfrutando de vacaciones pagadas o tenían una pensión. Así que, para deshacerse del fruto de estas dos revoluciones, la tecnológica y la social, sería necesaria otra revolución diferente por lo menos.
Esas dos revoluciones no solo transformaron nuestra vida, sino también nuestras categorías mentales. Han hecho de la posibilidad de viajar la piedra angular de nuestra idea de libertad. De nuevo, es la pandemia lo que nos ha revelado lo mucho que echamos de menos el no poder cambiar de aires, el no poder ir a otro sitio (no importa a dónde). La voluntad de viajar es una reivindicación de libertad. Antes de la covid no éramos conscientes de ello, por más que debiéramos haberlo sabido, dado que fue una solicitud de visados turísticos en Alemania del Este la chispa que provocó la caída del Muro de Berlín en 1989.
En Occidente, sin embargo, antes de la pandemia nadie se había percatado de que la necesidad de moverse y de experimentar nuevos horizontes era tan intensamente política. Solo el reiterado y prolongado encierro de la segunda ola nos ha hecho vivir en nuestra propia piel la imposibilidad de viajar como una cárcel, una reclusión: por primera vez nos pusimos en el pellejo de los alemanes del Este. Impedir a los ciudadanos que viajen significa privarles de un elemento esencial de su idea de libertad.
A la primera contradicción (ser todos turistas que desprecian a los turistas), aquí caemos todos en una segunda: el turismo es un componente indispensable de nuestra libertad, pero es también una industria contaminante por partida doble. En primer lugar, porque, como industria que activa otras industrias, el turismo conlleva toda la contaminación que estas industrias (aeronáutica, automovilística, construcción, naval, siderúrgica...) producen. En segundo lugar, porque, como industria social, produce una contaminación humana (vaciamiento de centros urbanos, disneylandización del mundo, desfiguración de ecosistemas). Se trata de una contradicción irremediable que nos lleva a una sola conclusión: nuestra concepción de la libertad es una idea destinada a consumir el mundo. Es inevitable que una sociedad basada en el consumo, que nos empuja a todos a ser consumidores, deba llevar, a fin de cuentas y en última instancia, a extender esta actividad al mundo en el que vivimos, es decir, a consumir el planeta.
Esa es la razón por la que resulta tan difícil prescindir del turismo y al mismo tiempo convivir con él. El impulso para reactivar la economía como si nada hubiera pasado es muy fuerte: en 2019 hubo nada menos que 69 millones de vuelos que cruzaron nuestra atmósfera. Entre otras cosas, porque subestimamos nuestra capacidad de olvido, que vuelve patética esa ilusión mil veces repetida de que “nada será como antes”. En 1918 estaban convencidos de que la que acababa de terminar sería “la última guerra que pondría fin a todas las guerras”. Después de la crisis financiera de 2008, muchos prestigiosos economistas nos aseguraron que el capitalismo nunca volvería a ser como antes. Permítasenos, pues, dudar de que después de esta pandemia “nada volverá a ser como antes”. Entre otras cosas, porque la diversidad que se avecina no es muy prometedora.
Por mucho que la desmemoria humana pretenda volver a empezar desde el principio, no será fácil hacerlo como si nada hubiera pasado. Y menos lo será cuanto más se prolongue el estado de excepción: cuantos meses (¿años?) más dure el bloqueo, más empresas irán a la quiebra, más cadenas de suministro se verán interrumpidas, más trabajadores se habrán reciclado en otros sectores. Sobre todo, la confianza de los inversores se resentirá y será más difícil convencerles para apostar capital en un sector que resulta estar a merced de un virus.
No sabemos qué es mejor, acabar cuanto antes con el confinamiento y empezar a contaminar otra vez de inmediato, o seguir deprimidos y encarcelados un poco más, pero dándole al planeta un momento de alivio, de respiro.
Marco d’Eramo es Sociólogo y ensayista.
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