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“Los análisis iniciales
muestran una marcada división territorial
del voto. Un informe del centro de estudios Faro UDD señala que Parisi
triunfa en el «norte-minero» (regiones de Arica, Tarapacá,
Antofagasta y Atacama), Jara obtiene mayoría en el «Chile
metropolitano-central» (Región Metropolitana y Valparaíso, además del
extremo sur de Aysén y Magallanes) y Kast domina en la «zona
sur-agrícola» (O’Higgins, Maule, Ñuble, Biobío, Araucanía, Los Ríos y
Los Lagos). Esta fragmentación también es socioeconómica. Un
dato especialmente crítico para la candidata oficialista es que
su desempeño en comunas de ingresos bajos y medios fue peor que en las
de ingresos altos, una tendencia inversa a la de Kast, cuya votación
aumenta en comunas de menores ingresos y cae en las más acomodadas.
Estas diferencias resultan aún más significativas si se considera
que se trató de una elección con voto obligatorio y una participación
del 85% del padrón, la más alta desde 1989.
“Otro dato relevante para el escenario que se abre hacia
la segunda vuelta y el próximo gobierno es que, de los 25 partidos
constituidos legalmente al momento de la elección, 14
quedan disueltos en virtud de la Ley de Partidos Políticos, que exige un
mínimo del 5% de los votos en la última elección de diputados y
diputadas o, alternativamente, la obtención de al menos cuatro
parlamentarios electos en dos regiones distintas. De esos 14 partidos
que desaparecen, 8 son de izquierda, 4 de centro y 2 de derecha. El
resultado es contundente: tras esta elección, quedan legalmente
disueltos todos los partidos de izquierda situados por fuera de la coalición
gobernante. Una de las causas de esta debacle es la incapacidad de
construir una lista unitaria en un sistema electoral —basado en el
método D’Hondt— que premia a los pactos y castiga severamente
la dispersión, ya que las listas más votadas arrastran
candidaturas que, aun con igual o mayor caudal individual, quedan fuera
si compiten de manera aislada.
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El artículo a continuación forma parte de la serie Situación latinoamericana y elecciones Argentina 2025, una colaboración entre Revista Jacobin y la Fundación Rosa Luxemburgo.
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CHILE: DEL OCASO PROGRESISTA AL AVANCE REACCIONARIO.
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La primera vuelta confirma el desplazamiento del electorado hacia posiciones de derecha —con Kast consolidado como líder del bloque— en un contexto regional marcado por la expansión de fuerzas reaccionarias
Por. Karina Nohales y Pablo Abufom Silva, Jacobin.
Fuente. Jaque al Neoliberalismo jueves
20 de noviembre del 2025.
Todo indica que Chile será gobernado los próximos cuatro años por una
coalición de partidos de derecha, encabezada por una de sus fracciones más
extremas, con José Antonio Kast a la cabeza. Esa derecha —el
pinochetismo— existe hace décadas en el país, pero por primera vez
llegaría al gobierno por la vía electoral, con apoyo de sectores populares
y en un contexto internacional marcado por el avance global de fuerzas de
extrema derecha.
Los resultados electorales del domingo
16 de noviembre
muestran con nitidez la magnitud de la victoria de la derecha. En la
elección presidencial, el bloque alcanza un 50,3% de los votos,
distribuidos entre José Antonio Kast (23,9%, Partido Republicano), Johannes
Kaiser (13,9%, Partido Nacional Libertario) y Evelyn Matthei
(12,5%, Chile Vamos).
Al mismo tiempo, la derecha se consolida como mayoría en
el Congreso. De los 155 escaños de la Cámara de Diputados, el
sector ya alineado en torno a Kast obtiene 76, frente a los 64
que suman la izquierda y la centroizquierda. En el Senado, el
bloque alcanza la mitad de los escaños.
Si se incorpora el dato de que el Partido de la Gente (PDG) obtuvo 14 bancas en la Cámara, todo indica que la derecha en el gobierno podrá articular una mayoría parlamentaria capaz de llegar incluso a los 4/7 necesarios para promover reformas constitucionales.
En este contexto, la derecha tradicional —la Unión
Demócrata Independiente, Renovación Nacional y Evópoli, agrupadas en la
coalición Chile Vamos— termina alineándose detrás de Kast luego
de una disputa interna por el liderazgo del sector y tras sufrir una
derrota contundente. Su candidata presidencial quedó quinta, por
debajo de todas las otras postulaciones de derecha; el bloque pasó de 12
a 5 escaños en el Senado y de 52 a 23 en la Cámara de Diputados,
y uno de los partidos de la coalición quedó disuelto.
Lejos de cualquier política de «cordón sanitario» —como la
implementada por sectores liberal-conservadores en otros países para
aislar a la extrema derecha—, en Chile la derecha tradicional
mantiene vínculos históricos y orgánicos con el pinochetismo. Esa
conexión explica su rápida subordinación al liderazgo de Kast en
el ciclo que se abre.
Por su parte, la candidata oficialista
Jeannette Jara —del
Partido Comunista y postulada por el pacto Unidad por Chile— se
impuso con una mayoría exigua en una campaña que, a pesar
de ser la única candidatura del progresismo, no fue una campaña
de izquierda. El 26,7% obtenido quedó por debajo de las expectativas
que generaba su gestión como ministra del Trabajo e incluso por debajo
del 38% que respaldó la propuesta constitucional de 2022.
Es cierto que Jara enfrentó un escenario adverso: una coyuntura internacional desfavorable, el desgaste de ser oficialismo en un momento de impugnación generalizada y el peso de un relato anticomunista eficaz. Pero también es cierto que ni el gobierno ni la candidata desarrollaron una política orientada a enfrentar a la extrema derecha. Por el contrario, en áreas sensibles como migración y seguridad, optaron por apropiarse de parte del relato y del programa de sus adversarios. La candidata tampoco buscó diferenciarse del persistente consenso neoliberal que todas las fuerzas institucionales asumieron desde la derrota de la propuesta constitucional en octubre de 2022, empezando por el propio gobierno de Boric. Esta es una de las expresiones más nítidas del avance de la extrema derecha: no solo persuade al electorado, sino que además logra imponer de manera transversal su agenda política.
La sorpresa de la primera vuelta
presidencial fue el 19,7%
obtenido por Franco Parisi, candidato del PDG, un partido que interpela
a las aspiraciones de sectores medios mediante una combinación de
populismo monetario, xenofobia securitizada y una retórica
crypto-digital contra la corrupción y los «privilegios» de los funcionarios
públicos. Aunque todas las encuestas lo ubicaban en quinto
lugar, terminó en tercer puesto, por encima de Kaiser y Matthei.
En su tercera candidatura presidencial, Parisi triplica su
votación de 2021 y obtiene la primera mayoría en las cuatro
regiones del norte grande, una zona clave para la minería y marcada
por una agenda antinmigración transversal dada su ubicación
fronteriza por la que ingresan migrantes procedentes del resto del
continente. Parisi se convierte así en la principal cantera de votos
que intentará captar Jeannette Jara, algo que ella dejó explícito en
su discurso del domingo 16 por la noche.
Los análisis iniciales muestran una marcada división
territorial del voto. Un informe del centro de estudios Faro UDD
señala que Parisi triunfa en el «norte-minero» (regiones de Arica,
Tarapacá, Antofagasta y Atacama), Jara obtiene mayoría en el
«Chile metropolitano-central» (Región Metropolitana y Valparaíso,
además del extremo sur de Aysén y Magallanes) y Kast domina en
la «zona sur-agrícola» (O’Higgins, Maule, Ñuble, Biobío,
Araucanía, Los Ríos y Los Lagos).
Esta fragmentación también es
socioeconómica. Un
dato especialmente crítico para la candidata oficialista es que
su desempeño en comunas de ingresos bajos y medios fue peor que en las
de ingresos altos, una tendencia inversa a la de Kast, cuya votación
aumenta en comunas de menores ingresos y cae en las más acomodadas.
Estas diferencias resultan aún más significativas si se considera
que se trató de una elección con voto obligatorio y una participación
del 85% del padrón, la más alta desde 1989.
Otro dato relevante para el escenario que se abre hacia la segunda vuelta y el próximo gobierno es que, de los 25 partidos constituidos legalmente al momento de la elección, 14 quedan disueltos en virtud de la Ley de Partidos Políticos, que exige un mínimo del 5% de los votos en la última elección de diputados y diputadas o, alternativamente, la obtención de al menos cuatro parlamentarios electos en dos regiones distintas. De esos 14 partidos que desaparecen, 8 son de izquierda, 4 de centro y 2 de derecha. El resultado es contundente: tras esta elección, quedan legalmente disueltos todos los partidos de izquierda situados por fuera de la coalición gobernante. Una de las causas de esta debacle es la incapacidad de construir una lista unitaria en un sistema electoral —basado en el método D’Hondt— que premia a los pactos y castiga severamente la dispersión, ya que las listas más votadas arrastran candidaturas que, aun con igual o mayor caudal individual, quedan fuera si compiten de manera aislada.
Los procesos políticos —incluidos los
electorales— tienen
un impacto directo en las emociones colectivas, y hoy ese impacto
se expresa en un fuerte desaliento dentro de las fuerzas de
izquierda. Sabemos, además, que el ascenso social y electoral de la
extrema derecha no es un fenómeno exclusivamente chileno. En la región
ocurrió con Bolsonaro en Brasil, ocurre con Milei en Argentina y en
Estados Unidos con Trump. Este presente exige aprender de las
experiencias de los pueblos y de las izquierdas que ya atravesaron el avance
reaccionario desde el gobierno. No todas las trayectorias son
iguales, pero el diálogo internacionalista es una condición
necesaria para comprender las tareas que se abren en el próximo ciclo
político y ante el más probable escenario de gobierno.
En el futuro inmediato, de cara a la segunda vuelta
presidencial del próximo 14 de diciembre, cabe preguntarse si es
indiferente o no el margen con el que Kast pueda imponerse.
Llamar a votar por Jara implica explicar por qué hacerlo aun teniendo
hacia ella y su sector una posición profundamente crítica, y
por qué hacerlo aun sabiendo que se trata de una elección que probablemente
se perderá. No es tan difícil: a fin de cuentas, una política de
transformación radical casi nunca parte en condiciones favorables, y
aun así persistimos en ella.
La primera tarea política en esta
coyuntura es desplegar
una pedagogía antifascista que reafirme la importancia de poner
toda nuestra fuerza vital en impedir que la versión más extrema del
programa de la explotación se imponga sin contrapeso y sin
resistencia. Es fundamental que quienes hoy se sienten desalentados
puedan reencontrarse deliberadamente en una reflexión común y en
un llamado a retomar la organización y la movilización. Para construir
una base amplia de oposición al futuro gobierno de extrema derecha,
no da lo mismo cómo se pierde: es necesario perder con la cabeza en alto
y con la mayor claridad estratégica posible.
La recuperación de nuestras fuerzas y la construcción de una respuesta
a la crisis desde el punto de vista de la clase trabajadora —en
oposición tanto al fascismo envalentonado como a un progresismo en bancarrota—
exigirán un trabajo programático serio, que deberá desarrollarse
en el seno de la acción colectiva de los movimientos populares, y
no únicamente en los centros de pensamiento progresistas o en las
bancadas parlamentarias de oposición. Frente al programa conservador,
autoritario, nacionalista, patriarcal y capitalista de la derecha
chilena, los movimientos populares tendrán la responsabilidad
de constituirse en la primera línea de defensa y en la trinchera
principal desde la cual organizar una contraofensiva.
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