jueves, 20 de noviembre de 2025

CHILE: DEL OCASO PROGRESISTA AL AVANCE REACCIONARIO.

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“Los análisis iniciales muestran una marcada división territorial del voto. Un informe del centro de estudios Faro UDD señala que Parisi triunfa en el «norte-minero» (regiones de Arica, Tarapacá, Antofagasta y Atacama), Jara obtiene mayoría en el «Chile metropolitano-central» (Región Metropolitana y Valparaíso, además del extremo sur de Aysén y Magallanes) y Kast domina en la «zona sur-agrícola» (O’Higgins, Maule, Ñuble, Biobío, Araucanía, Los Ríos y Los Lagos). Esta fragmentación también es socioeconómica. Un dato especialmente crítico para la candidata oficialista es que su desempeño en comunas de ingresos bajos y medios fue peor que en las de ingresos altos, una tendencia inversa a la de Kast, cuya votación aumenta en comunas de menores ingresos y cae en las más acomodadas. Estas diferencias resultan aún más significativas si se considera que se trató de una elección con voto obligatorio y una participación del 85% del padrón, la más alta desde 1989.

“Otro dato relevante para el escenario que se abre hacia la segunda vuelta y el próximo gobierno es que, de los 25 partidos constituidos legalmente al momento de la elección, 14 quedan disueltos en virtud de la Ley de Partidos Políticos, que exige un mínimo del 5% de los votos en la última elección de diputados y diputadas o, alternativamente, la obtención de al menos cuatro parlamentarios electos en dos regiones distintas. De esos 14 partidos que desaparecen, 8 son de izquierda, 4 de centro y 2 de derecha. El resultado es contundente: tras esta elección, quedan legalmente disueltos todos los partidos de izquierda situados por fuera de la coalición gobernante. Una de las causas de esta debacle es la incapacidad de construir una lista unitaria en un sistema electoralbasado en el método D’Hondt— que premia a los pactos y castiga severamente la dispersión, ya que las listas más votadas arrastran candidaturas que, aun con igual o mayor caudal individual, quedan fuera si compiten de manera aislada.

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El artículo a continuación forma parte de la serie Situación latinoamericana y elecciones Argentina 2025, una colaboración entre Revista Jacobin y la Fundación Rosa Luxemburgo.

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CHILE: DEL OCASO PROGRESISTA AL AVANCE REACCIONARIO.

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La primera vuelta confirma el desplazamiento del electorado hacia posiciones de derecha —con Kast consolidado como líder del bloque— en un contexto regional marcado por la expansión de fuerzas reaccionarias


Por. Karina Nohales y Pablo Abufom Silva, Jacobin
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Fuente. Jaque al Neoliberalismo jueves 20 de noviembre del 2025.

Todo indica que Chile será gobernado los próximos cuatro años por una coalición de partidos de derecha, encabezada por una de sus fracciones más extremas, con José Antonio Kast a la cabeza. Esa derecha —el pinochetismoexiste hace décadas en el país, pero por primera vez llegaría al gobierno por la vía electoral, con apoyo de sectores populares y en un contexto internacional marcado por el avance global de fuerzas de extrema derecha.

Los resultados electorales del domingo 16 de noviembre muestran con nitidez la magnitud de la victoria de la derecha. En la elección presidencial, el bloque alcanza un 50,3% de los votos, distribuidos entre José Antonio Kast (23,9%, Partido Republicano), Johannes Kaiser (13,9%, Partido Nacional Libertario) y Evelyn Matthei (12,5%, Chile Vamos).

Al mismo tiempo, la derecha se consolida como mayoría en el Congreso. De los 155 escaños de la Cámara de Diputados, el sector ya alineado en torno a Kast obtiene 76, frente a los 64 que suman la izquierda y la centroizquierda. En el Senado, el bloque alcanza la mitad de los escaños.

Si se incorpora el dato de que el Partido de la Gente (PDG) obtuvo 14 bancas en la Cámara, todo indica que la derecha en el gobierno podrá articular una mayoría parlamentaria capaz de llegar incluso a los 4/7 necesarios para promover reformas constitucionales.



En este contexto, la derecha tradicional —la Unión Demócrata Independiente, Renovación Nacional y Evópoli, agrupadas en la coalición Chile Vamos— termina alineándose detrás de Kast luego de una disputa interna por el liderazgo del sector y tras sufrir una derrota contundente. Su candidata presidencial quedó quinta, por debajo de todas las otras postulaciones de derecha; el bloque pasó de 12 a 5 escaños en el Senado y de 52 a 23 en la Cámara de Diputados, y uno de los partidos de la coalición quedó disuelto.

Lejos de cualquier política de «cordón sanitario» —como la implementada por sectores liberal-conservadores en otros países para aislar a la extrema derecha—, en Chile la derecha tradicional mantiene vínculos históricos y orgánicos con el pinochetismo. Esa conexión explica su rápida subordinación al liderazgo de Kast en el ciclo que se abre.

Por su parte, la candidata oficialista Jeannette Jara —del Partido Comunista y postulada por el pacto Unidad por Chile— se impuso con una mayoría exigua en una campaña que, a pesar de ser la única candidatura del progresismo, no fue una campaña de izquierda. El 26,7% obtenido quedó por debajo de las expectativas que generaba su gestión como ministra del Trabajo e incluso por debajo del 38% que respaldó la propuesta constitucional de 2022.

Es cierto que Jara enfrentó un escenario adverso: una coyuntura internacional desfavorable, el desgaste de ser oficialismo en un momento de impugnación generalizada y el peso de un relato anticomunista eficaz. Pero también es cierto que ni el gobierno ni la candidata desarrollaron una política orientada a enfrentar a la extrema derecha. Por el contrario, en áreas sensibles como migración y seguridad, optaron por apropiarse de parte del relato y del programa de sus adversarios. La candidata tampoco buscó diferenciarse del persistente consenso neoliberal que todas las fuerzas institucionales asumieron desde la derrota de la propuesta constitucional en octubre de 2022, empezando por el propio gobierno de Boric. Esta es una de las expresiones más nítidas del avance de la extrema derecha: no solo persuade al electorado, sino que además logra imponer de manera transversal su agenda política.



La sorpresa de la primera vuelta presidencial fue el 19,7% obtenido por Franco Parisi, candidato del PDG, un partido que interpela a las aspiraciones de sectores medios mediante una combinación de populismo monetario, xenofobia securitizada y una retórica crypto-digital contra la corrupción y los «privilegios» de los funcionarios públicos. Aunque todas las encuestas lo ubicaban en quinto lugar, terminó en tercer puesto, por encima de Kaiser y Matthei. En su tercera candidatura presidencial, Parisi triplica su votación de 2021 y obtiene la primera mayoría en las cuatro regiones del norte grande, una zona clave para la minería y marcada por una agenda antinmigración transversal dada su ubicación fronteriza por la que ingresan migrantes procedentes del resto del continente. Parisi se convierte así en la principal cantera de votos que intentará captar Jeannette Jara, algo que ella dejó explícito en su discurso del domingo 16 por la noche.

Los análisis iniciales muestran una marcada división territorial del voto. Un informe del centro de estudios Faro UDD señala que Parisi triunfa en el «norte-minero» (regiones de Arica, Tarapacá, Antofagasta y Atacama), Jara obtiene mayoría en el «Chile metropolitano-central» (Región Metropolitana y Valparaíso, además del extremo sur de Aysén y Magallanes) y Kast domina en la «zona sur-agrícola» (O’Higgins, Maule, Ñuble, Biobío, Araucanía, Los Ríos y Los Lagos).

Esta fragmentación también es socioeconómica. Un dato especialmente crítico para la candidata oficialista es que su desempeño en comunas de ingresos bajos y medios fue peor que en las de ingresos altos, una tendencia inversa a la de Kast, cuya votación aumenta en comunas de menores ingresos y cae en las más acomodadas. Estas diferencias resultan aún más significativas si se considera que se trató de una elección con voto obligatorio y una participación del 85% del padrón, la más alta desde 1989.

Otro dato relevante para el escenario que se abre hacia la segunda vuelta y el próximo gobierno es que, de los 25 partidos constituidos legalmente al momento de la elección, 14 quedan disueltos en virtud de la Ley de Partidos Políticos, que exige un mínimo del 5% de los votos en la última elección de diputados y diputadas o, alternativamente, la obtención de al menos cuatro parlamentarios electos en dos regiones distintas. De esos 14 partidos que desaparecen, 8 son de izquierda, 4 de centro y 2 de derecha. El resultado es contundente: tras esta elección, quedan legalmente disueltos todos los partidos de izquierda situados por fuera de la coalición gobernante. Una de las causas de esta debacle es la incapacidad de construir una lista unitaria en un sistema electoralbasado en el método D’Hondt— que premia a los pactos y castiga severamente la dispersión, ya que las listas más votadas arrastran candidaturas que, aun con igual o mayor caudal individual, quedan fuera si compiten de manera aislada.



Los procesos políticos —incluidos los electorales— tienen un impacto directo en las emociones colectivas, y hoy ese impacto se expresa en un fuerte desaliento dentro de las fuerzas de izquierda. Sabemos, además, que el ascenso social y electoral de la extrema derecha no es un fenómeno exclusivamente chileno. En la región ocurrió con Bolsonaro en Brasil, ocurre con Milei en Argentina y en Estados Unidos con Trump. Este presente exige aprender de las experiencias de los pueblos y de las izquierdas que ya atravesaron el avance reaccionario desde el gobierno. No todas las trayectorias son iguales, pero el diálogo internacionalista es una condición necesaria para comprender las tareas que se abren en el próximo ciclo político y ante el más probable escenario de gobierno.

En el futuro inmediato, de cara a la segunda vuelta presidencial del próximo 14 de diciembre, cabe preguntarse si es indiferente o no el margen con el que Kast pueda imponerse. Llamar a votar por Jara implica explicar por qué hacerlo aun teniendo hacia ella y su sector una posición profundamente crítica, y por qué hacerlo aun sabiendo que se trata de una elección que probablemente se perderá. No es tan difícil: a fin de cuentas, una política de transformación radical casi nunca parte en condiciones favorables, y aun así persistimos en ella.

La primera tarea política en esta coyuntura es desplegar una pedagogía antifascista que reafirme la importancia de poner toda nuestra fuerza vital en impedir que la versión más extrema del programa de la explotación se imponga sin contrapeso y sin resistencia. Es fundamental que quienes hoy se sienten desalentados puedan reencontrarse deliberadamente en una reflexión común y en un llamado a retomar la organización y la movilización. Para construir una base amplia de oposición al futuro gobierno de extrema derecha, no da lo mismo cómo se pierde: es necesario perder con la cabeza en alto y con la mayor claridad estratégica posible.

La recuperación de nuestras fuerzas y la construcción de una respuesta a la crisis desde el punto de vista de la clase trabajadoraen oposición tanto al fascismo envalentonado como a un progresismo en bancarrotaexigirán un trabajo programático serio, que deberá desarrollarse en el seno de la acción colectiva de los movimientos populares, y no únicamente en los centros de pensamiento progresistas o en las bancadas parlamentarias de oposición. Frente al programa conservador, autoritario, nacionalista, patriarcal y capitalista de la derecha chilena, los movimientos populares tendrán la responsabilidad de constituirse en la primera línea de defensa y en la trinchera principal desde la cual organizar una contraofensiva.

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