jueves, 24 de septiembre de 2015

¿FIN DEL CICLO O FIN DE LA HEGEMONÍA PROGRESISTA EN AMÉRICA LATINA?

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La ofensiva del capital corporativo global es contundente, las  burguesías enriquecidas con el decenio de crecimiento macro-económico están a la ofensiva, sobre todo en coyunturas como la actual donde este modelo ingresa a una etapa de parálisis interno, producto de que el principal comprador de las materias primas, China, ingresó en una fase muy crítica – devaluación del yuan, caída espectacular de la bolsa e inestabilidad financiera global – sumado a ello su “reorientación” interna de sus problemas – básicamente culturales – con las minorías nacionales – ambiental – miles de conflictos sociales sobre contaminación y exigencias reivindicativas del campesinado – aún  el sector mayoritario de su población. El modelo extractivo tradicional exportador de materias primas “hace agua” en todo el continente, situación que genera graves problemas en la ciudadanía – población económicamente ocupada – con el aumento de la desocupación y los propios problemas internos que origina en las tierras de las comunidades históricas y pueblos originarios – la intervención prepotente abusiva, vertical de las corporaciones – la gran inversión irresponsable - la devastación de miles de hectáreas – deforestación de parques amazónicos – así como la compra, alquiler o hipoteca de millones de hectáreas para la producción del etanol – producción de maíz amarillo, caña de azúcar, la soja, sorgo, etc -

Pero es necesario e importante también manifestar que los gobiernos de izquierda progresistas, democráticos, en Nuestra América están atravesando serios problemas estructurales internos – a corrupción se los está comiendo  o las instituciones o los dirigentes, hoy varios presos – y segundo la organización de clase interna ha sido – y sigue siendo muy débil – situación que ha generado en especial en los millones de ciudadanos que han salido de la pobreza - gracias a los exitosos programas sociales –no  han asumido y menos mirado en perspectiva de sus “nuevos derechos” – educación, salud, transporte, cultura, deporte, medio ambiente – en especial de la “nueva clase media”. Esto en realidad es trabajo de los partidos políticos – pero a un enfermo en cuidados intensivos, victimas en su mayoría de cáncer – no podemos exigir y menos señalarle responsabilidades. Esa es su fría y destructiva realidad –salvo muy pocos – está atrapados por la corrupción, una “clase política” totalmente cuestionada, rechazada públicamente y lo peor de todo perdió la Confianza de la población y la propia Política en crisis, demandan hoy serios problemas internos en los gobiernos de izquierda democráticos, que deben estar unidos, cohesionados – por una Plataforma Lucha, por un Programa de Gobierno, por una Agenda Nacional – anti-neoliberal – preciso aquí está la gran deficiencia y serios problemas de carácter Político.
En cambio la derecha y sus aliados de coyuntura – unidos hasta con los enemigos de sus enemigos de clase – no tienen en principio problemas, porque ellos se UNEN por Dinero, por Finanzas, por Intereses que le imponen  las corporaciones transnacionales del gran capital corporativo global. Pero sí estos sectores conservadores en su desesperación política, hoy agitan la Bandera incluso del “golpismo militarista”, pero han ido más allá se han apoderado de la calle, de la plaza pública – el hogar histórico de la izquierda, ahí nacimos, crecimos y allí debemos seguir viviendo -, ese es un trabajo político de organización y movilización democrática para recuperar lo que nos pertenece por historia política. Que la derecha proteste, se movilice pero que lo haga en sus lujosos locales, donde ellos nacieron. Y finalmente a muchos de los gobiernos nacionalistas de izquierda, es urgente recuperar la alianza – unidad, apoyo, participación y solidaridad – de los pueblos originarios hacia el proceso político democrático nacional; no podemos seguir siendo testigos que en varios países frente a los oídos sordos de los mandatarios, ellos – los pueblos originarios – estén en las filas del enemigo de clase – hoy los utiliza, les ofrece el mundo celestial – mañana gobierno los reprime y criminaliza sus protesta, reivindicaciones y derechos hoy profundamente afectados por la inversión neoliberal del capital corporativo global. Cada proceso político es único, diferente e independiente, pero todos tienen el mismo objetivo político – la revolución no es copia ni calco, es creación heroica de los pueblos – reconstruir Nuestra América, la Patria Grande.
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Clase política de la izquierda nacionalista, democrática latinoamericana, urgente corregir graves problemas políticos, lucha profunda e intensa, movilizando a la soceidad civil contra la corrupción, fortalecer las instituciones y en lo principal la Agenda de Gobierno - Plataforma de Lucha - debe ser en forma permanente revisada en relación con los grandes objetivos políticos de la lucha contra el neoliberalismo y sus políiticas salvajes, inhumanas y fascistas.
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¿FIN DEL CICLO O FIN DE LA HEGEMONÍA PROGRESISTA EN AMÉRICA LATINA?
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Massimo Modonesi.

Rebelión martes 22 de septiembre del 2015.

La experiencia de los llamados gobiernos progresistas en América Latina (Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, El Salvador, Nicaragua, Uruguay y Venezuela) parece haber entrado en un pasaje crítico que algunos autores están denominando fin de ciclo, abriendo un debate histórico, político y de fuertes implicaciones estratégicas respecto del porvenir inmediato. A partir de la caracterización del ciclo progresista latinoamericano como un conjunto de diversas versiones de revolución pasiva (es decir, siguiendo a Gramsci, de transformaciones estructurales significativas pero limitadas, con un trasfondo conservador y por medio de prácticas políticas desmovilizadoras y subalternizantes) podemos analizar este momento poniendo en evidencia su rasgo central y determinante: la pérdida relativa de hegemonía, es decir de incapacidad creciente de construcción y sostenimiento del consenso interclasista que caracterizó la etapa de consolidación de estos gobiernos. Esta inflexión, que ya se percibía al menos desde 2013, deriva en un giro desde un perfil progresivo a uno tendencialmente más regresivo, perceptible tanto en las respuestas presupuestales a la crisis económica que azota la región como la actitud hacia las organizaciones y movimientos sociales situados a su izquierda.

Este viraje conservador, que se manifiesta orgánicamente en el seno de los bloques y alianzas que sostienen a estos gobiernos, se justificaría, desde la óptica de la defensa de las posiciones de poder, por la necesidad de compensar la pérdida de hegemonía transversal por medio de un movimiento hacia el centro, lo cual contrasta con la lógica de las polarizaciones izquierda-derecha y pueblo-oligarquía que caracterizó el surgimiento de estos gobiernos, impulsados por la irrupción de fuertes movimientos anti-neoliberales. Este deslizamiento es más perceptible en algunos países (por ejemplo Argentina, Brasil y Ecuador) que en otros (Venezuela, Bolivia y Uruguay) ya que en estos últimos se mantienen relativamente compactos los bloques de poder progresistas y no se abrieron fuertes clivajes hacia la izquierda. En particular, Venezuela fue el único país en donde se impulsó la participación generalizada de las clases subalternas con la conformación de las Comunas a partir de 2009, a pesar de que esta apertura descentralizadora fue compensada por la casi simultánea creación del Partido Socialista Unificado de Venezuela como órgano de centralización y brazo político del chavismo.

Hay que registrar cómo en diversos países, además de la ofensiva de las derechas nacionales e internacionales, se asiste desde hace unos años a una franca reactivación de la protesta por parte de actores, organizaciones y movimientos populares, donde vuelve a destacar un perfil antagonista y autónomo a contrapelo de la subalternización que caracterizó a las revoluciones pasivas latinoamericanas. Sin embargo, lamentablemente no parece estar en el horizonte político una izquierdización de la política latinoamericana. En efecto, a pesar de un lenta recuperación de autonomía y de capacidad de lucha, no se observan relevantes y trascendentes procesos de acumulación de fuerza política, salvo eventualmente en el caso del Frente de los Trabajadores (FIT) en Argentina, cuyas perspectivas y potencial expansivo tampoco están asegurados. Esto se debe parcialmente al efecto de reflujo, después de la oleada ascendente de luchas anti-neoliberales, de los sectores populares hacia lo clientelar y lo gremial originado por una cultura política todavía subalterna pero, por otra parte, en buen medida es producto de las iniciativas, o la falta de iniciativas, de gobiernos progresistas más interesados en construir apoyos electorales y garantizar una gobernabilidad sin conflictos sociales que a impulsar, o simplemente respetar, las dinámicas autónomas de organización y la construcción de canales y formas de participación y autodeterminación en aras de transformar profundamente las condiciones de vida, y no solo la capacidad de consumo, de las clases subalternas.

Este debilitamiento, o ausencia de empoderamiento, hace pensar que la pendiente pasivizadora que operó como contraparte de las transformaciones estructurales y las políticas redistributivas (excluyendo la polémica continuidad extractivista y primario-exportadora) provocó una década perdida en términos de la acumulación de fuerza política desde abajo, desde la capacidad autónoma de los sectores populares, a contracorriente del ascenso que marcó los años 90 y que quebró la hegemonía neoliberal, abriendo el escenario histórico actual. Este saldo negativo no permite, por el momento, hacer frente a una doble deriva hacia la derecha: por el fortalecimiento relativo de las derechas políticas y por el giro conservador y regresivo que modifica los equilibrios políticos de los bloques de poder que sostienen a los gobiernos progresistas latinoamericanos. Al mismo tiempo, el fin de la hegemonía progresista no parece implicar un riesgo inmediato de restauración de las derechas latinoamericanas, como a veces se vaticina a modo de chantaje hacia la izquierda, porque éstas apenas están remontando la profunda derrota política de los años 2000 y, como reflejo de la hegemonía progresista, están aceptando e incorporando ideas y principios que no corresponden al ideario neoliberal, como demostración de que el ciclo de mediano alcance, entre las luchas antineoliberales de los 90 y los gobiernos que se declararon posneoliberales, desplazó ciertos pilares del sentido común y marcó en efecto un relativo cambio de época en la agenda y el debate político y cultural.

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