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¿Hacia una emancipación digital? Frente a esta realidad, surgen alternativas inspiradas en
el marxismo:
–
Socialización de la tecnología: propuestas como el software libre o
cooperativas de datos buscan devolver el control a los
productores.
– Renta
básica universal: como compensación por el trabajo digital no remunerado.
– Luchas por la transparencia: colectivos
como Trabajadores de Google exigen ética en el desarrollo de IA.
Sin embargo, como
advierte Moishe Postone, la emancipación no llegará de la tecnología
misma, sino de transformar las relaciones sociales que la
sostienen.
Azcurra destaca que el capitalismo
digital no es un «nuevo modelo», sino una intensificación del capitalismo
rentista, donde la riqueza se concentra en pocas corporaciones que no producen
bienes tangibles, sino que extraen rentas de la intermediación digital.
Casilli expone que el «gran bluf tecnológico» es la estrategia de distracción
por la cual las empresas justifican la explotación laboral en nombre de la
automatización. Esto refuerza la precariedad laboral y la desmovilización
política.
Conclusión: desenmascarar el fetiche, recuperar lo material
El tecnocapitalismo no es una ruptura con
el pasado, sino la continuación
de la lógica marxista de explotación bajo
nuevos ropajes. Los datos,
lejos de ser «el nuevo petróleo»,
son la expresión más pura del fetichismo contemporáneo: un velo que oculta la explotación tras pantallas brillantes y promesas de conexión
universal. La tarea crítica,
hoy, sigue siendo la misma que Marx planteó en el siglo XIX: desmontar las apariencias para revelar las relaciones sociales
de dominación. Como escribió en El Capital: «Todo lo
sólido se desvanece en el aire, pero el aire puede ser también el medio donde
resurja la lucha».
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TECNOCAPITALISMO, DATOS Y FETICHISMO. Una crítica marxista a la
explotación digital.
*****
Por Amador Ibáñez. | 25/02/2025/.
Conocimiento Libre, Economía.
Fuentes: Revista
Rebelión. Martes 25 de febrero del 2025.
Introducción:
El capitalismo en la era de los algoritmos. *Fetichismo de la
mercancía
El capitalismo, como sistema dinámico
y en constante mutación, adapta
sus formas de producción y acumulación a nuevas condiciones tecnológicas.
En el siglo XXI, bajo el paradigma
del tecno-capitalismo, los datos se han convertido en la mercancía suprema, los algoritmos en las nuevas máquinas, y la vigilancia digital en el mecanismo de
control social. Este artículo, basado en un diálogo crítico desde la teoría marxista, explora cómo las
categorías clásicas del materialismo
histórico —plusvalía, alienación,
fetichismo— se reconfiguran en un mundo donde lo «sólido» (el hierro de las fábricas) se ha desvanecido en el aire
de los servidores en la nube.
Según Fernando Azcurra, el capitalismo digital no es un
fenómeno independiente de las relaciones de producción, sino una continuación
del dominio de clase. No son los algoritmos ni los datos los que dominan, sino
las corporaciones que han capturado estos avances para reforzar la explotación
y la acumulación de capital. Esto se vincula con el fetichismo descrito por Marx, donde las relaciones sociales
aparecen como relaciones entre cosas.
Antonio Casilli, en su estudio sobre el «trabajo del clic», refuerza esta crítica al
argumentar que la automatización no está sustituyendo el trabajo humano, sino
precarizándolo y fragmentándolo. Las plataformas digitales, según Casilli, han
desplazado el trabajo tradicional hacia microtareas mal remuneradas que
dependen de trabajadores invisibles en la periferia global. En este sentido, la
IA y los algoritmos no eliminan el trabajo, sino que lo
redistribuyen de manera precarizada y opaca.
1. Datos como mercancía: ¿La nueva plusvalía?
Para Marx, la mercancía tiene un doble carácter: valor
de uso (utilidad concreta) y valor
de cambio (capacidad de ser intercambiada). En el tecnocapitalismo, los datos cumplen ambos roles:
– Valor
de uso: entrenan algoritmos, predicen comportamientos y optimizan
la producción (ej.: Netflix usa
datos para recomendar series).
– Valor
de cambio: se comercializan en mercados opacos,
como los perfiles publicitarios de Meta,
que generan miles de millones anuales.
Sin embargo, los datos
no son plusvalía en sentido
estricto. La plusvalía clásica surge
de la explotación directa del trabajo
asalariado, mientras que los datos derivan de un trabajo difuso y no
remunerado: las interacciones diarias de los usuarios. Aquí radica una paradoja: aunque los datos son el insumo principal del tecno-capitalismo, su producción no sigue la lógica salarial tradicional.
Ejemplo: Un usuario de Instagram
genera valor al publicar fotos,
pero Meta no le paga; en cambio, monetiza sus datos vendiéndolos a anunciantes. Esto
evidencia una explotación indirecta,
donde el trabajo vivo se diluye en
actividades cotidianas aparentemente inocuas.
Azcurra critica también la idea de que
los datos sean una «nueva forma de capital» desvinculada de la explotación del
trabajo. En su análisis, la información sigue siendo una mercancía generada por
el trabajo humano, lo que desmonta las ideas poscapitalistas que afirman que
vivimos en una economía inmaterial.
Casilli señala que esta forma de
explotación digital es deliberadamente oculta por las corporaciones
tecnológicas, que promueven la idea de una «automatización total» como
estrategia ideológica para desmovilizar a los trabajadores digitales. En
realidad, la mayoría de las tareas que parecen automatizadas son realizadas por
miles de «parias digitales» en condiciones de extrema precariedad.
2. Fisicalidad vs. materialidad: dialéctica en el mundo digital.
Marx distingue entre:
–
Fisicalidad: lo tangible
(servidores, cables de fibra óptica, dispositivos).
–
Materialidad: las relaciones
sociales de producción que sostienen el sistema.
En el tecnocapitalismo:
Algoritmos
como fisicalidad: son códigos,
herramientas técnicas que procesan datos.
Materialidad
digital: Las relaciones de
explotación que permiten su funcionamiento: trabajadores precarizados (moderadores de contenido en Filipinas), usuarios convertidos en prosumidores y
corporaciones
que controlan los medios de producción
digital.
Azcurra desmiente la idea de que lo
digital haya abolido la explotación. Si bien el trabajo en fábricas ya no es el
centro exclusivo del capitalismo, las plataformas digitales han
intensificado las formas de extracción de valor y precarización, lo que
confirma la continuidad del modelo de explotación clásico.
Casilli describe cómo las plataformas delegan tareas productivas a «no-trabajadores», es decir, personas que generan valor sin ser reconocidas como empleados. Esta estrategia permite a las empresas explotar el trabajo sin ofrecer derechos laborales ni salarios dignos.
Oligarcas Tecnocapitalistas. Los "nuevos explotadores" del siglo XXI. A "Los WOKES" capitalistas lo han declarado sus enemigos, aún les hacen la competencia.
*****
3. Alienación y fetichismo: la mistificación de lo digital
Alienación
en cuatro dimensiones:
a) Del
producto: los usuarios no poseen los datos que generan;
estos son usados para manipular sus
deseos (ej.: anuncios
personalizados).
b) De la
actividad: las redes sociales convierten la creatividad en un insumo para máquinas (likes como
métrica de éxito).
c) De la
especie humana: la tecnología, potencial
herramienta de liberación,
se usa para vigilar y controlar.
d) Social: las plataformas
fomentan el individualismo (competencias por seguidores) y monetizan el conflicto.
Fetichismo de la mercancía digital: Los datos y
algoritmos adquieren un aura
mística: se les atribuye
inteligencia propia, ocultando
el trabajo humano detrás de ellos
(ej.: los clickworkers que entrenan IA por
centavos). Plataformas como Amazon Mechanical Turk revelan
esta contradicción: la «magia» de la automatización depende de mano de obra precarizada e invisible.
Casilli argumenta que el trabajo en las
plataformas es fragmentado a tal punto que los propios trabajadores no se
reconocen como tales. Esta desagregación impide la organización colectiva y
refuerza la alienación digital.
El fetichismo de la mercancía. A destrozar el Estado.
*****
4. Reproducción del capital: datos como condición y resultado.
El capital no es un objeto, sino un proceso social que se reproduce mediante ciclos de
explotación (M-C-M’). En la era
digital:
– Datos
como materia prima: extraídos de la vida
cotidiana, procesados por algoritmos
y convertidos en mercancías.
–
Reproducción ideológica: se naturaliza la
vigilancia («es el precio de usar redes gratis») y se glorifica la innovación tecnológica
como progreso neutral.
Ejemplo: Uber usa datos
para ajustar tarifas en tiempo real,
explotando tanto a conductores (precarizados) como
a pasajeros (sometidos a precios dinámicos). El algoritmo no es un ente
neutral, sino un instrumento
de acumulación flexible.
5. ¿Hacia una emancipación digital?
Frente a esta realidad, surgen
alternativas inspiradas en el marxismo:
–
Socialización de la tecnología: propuestas como el software libre o
cooperativas de datos buscan devolver el control a los
productores.
– Renta
básica universal: como compensación por el trabajo digital no remunerado.
– Luchas por la transparencia: colectivos
como Trabajadores de Google exigen ética en el desarrollo de IA.
Sin embargo, como advierte Moishe
Postone, la emancipación no
llegará de la tecnología misma, sino de transformar las relaciones sociales que la
sostienen.
Azcurra destaca que el capitalismo
digital no es un «nuevo modelo», sino una intensificación del capitalismo
rentista, donde la riqueza se concentra en pocas corporaciones que no producen
bienes tangibles, sino que extraen rentas de la intermediación digital.
Casilli expone que el «gran bluf tecnológico» es la estrategia de distracción por la cual las empresas justifican la explotación laboral en nombre de la automatización. Esto refuerza la precariedad laboral y la desmovilización política.
Conclusión: desenmascarar el fetiche, recuperar lo material
El tecnocapitalismo no es una ruptura con
el pasado, sino la continuación
de la lógica marxista de explotación bajo
nuevos ropajes. Los datos,
lejos de ser «el nuevo petróleo»,
son la expresión más pura del fetichismo contemporáneo: un velo que oculta la explotación tras pantallas brillantes y promesas de conexión
universal.
La tarea crítica, hoy, sigue siendo la misma que Marx planteó en el siglo XIX: desmontar las apariencias para revelar las relaciones sociales
de dominación. Como escribió en El Capital: «Todo lo
sólido se desvanece en el aire, pero el aire puede ser también el medio donde
resurja la lucha».
Referencias
clave:
*El carácter fetichista de la mercancía y su
secreto
Una mercancía
parece ser a primera vista, una cosa
trivial y comprensible de por sí. De su análisis resulta que es un objeto muy complicado, lleno de sutilezas metafísicas y reticencias
teológicas. En cuanto valor de uso no hay nada de
misterioso en ella, ya la consideremos desde el punto de vista de que gracias a su propiedad satisface
necesidades humanas, o de que obtiene
dichas propiedades solo como producto del trabajo humano.
(…) Pero no bien entra en escena como
mercancía, se transforma en cosa
sensorialmente suprasensible.
Ya no solo tiene sus pies sobre la tierra, sino que pone de cabeza frente a las demás mercancías y de su cabeza de palo brotan caprichos mucho más extravagantes que si de
su propia determinación se lanzara a bailar.
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