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“En este siglo multipolar, América Latina no tiene que elegir entre Washington o Pekín, entre el capitalismo
neoliberal o el capitalismo clásico. Podría, si logra
articularse, construir su propio camino, un capitalismo regulado
en una primera fase, ecológico, con valor agregado y
políticas sociales efectivas y sostenibles. No es utopía, es
política económica social de largo plazo, algo que las elites
políticas al servicio del poder del dinero han postergado demasiadas
décadas en la región. Por ahora, el continente sigue siendo la
promesa inconclusa, una región que todos cortejan, pero que
aún no define su propio destino. Y en la historia del capitalismo
global depredador, ese silencio estratégico puede costar más que
cualquier deuda externa. El siglo XXI no traerá a corto plazo un
sistema económico totalmente nuevo, al menos no pronto. Lo que sí traerá
es una transición gradual, donde la humanidad deberá
elegir entre repetir los errores del pasado o diseñar un modelo
capaz de reconciliar prosperidad, justicia social y sostenibilidad.
Superar el capitalismo y su expresión ultra neoliberal, es
la tarea de las tareas de las fuerzas progresistas de América, Latina,
lo otro es quedarse anclado en un sistema ya viejo, desgastado y en fase
terminal.
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Fuentes: Rebelión.
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AMÉRICA LATINA Y EL NUEVO ORDEN MUNDIAL.
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Por Eduardo Andrade Bone | 25/10/2025 | América Latina y Caribe
Fuente. Revista Rebelión domingo 26 de
octubre del 2025.
Mientras el tablero global se
reconfigura entre Washington, Pekín y los BRICS+, América Latina observa desde la periferia del poder
con una mezcla de esperanza y resignación. Su papel en el nuevo orden
mundial parece ambiguo, rica en recursos, pero pobre en estrategia,
políticamente diverso y plural, pero económicamente
muy vulnerable. En tiempos de transición geoeconómica, el continente
más desigual del planeta se debate entre seguir siendo un
exportador de materias primas o convertirse en un actor con voz
propia en la economía global del siglo XXI.
Latinoamérica lleva más de un siglo intentando escapar de la dependencia
estructural, primero del salitre, ahora del oro y la plata,
luego del café, del cobre, del petróleo y ahora del litio
y la soja. Los ciclos se repiten, los precios suben, los gobiernos crecen,
los precios caen, llega la crisis. Ni el neoliberalismo depredador
de los 90 ni los populismos redistributivos de la década
siguiente lograron romper ese patrón. El resultado es una región
que sigue atada al vaivén de los mercados internacionales, donde el precio
del barril o la demanda china determinan el pulso político
interno.
Las contradicciones son evidentes, el Sur americano es uno de los territorios más ricos en biodiversidad, agua dulce, energía renovable y minerales críticos, pero sigue exportando naturaleza e importando tecnología. Un modelo extractivo que financia el presente, pero hipoteca el futuro.
Con la expansión de los BRICS+ y la rivalidad entre EE. UU. y
China, el mapa de las alianzas se mueve. Pekín ya es
el principal socio comercial de Brasil, Chile y Perú, y avanza en infraestructura
y minería en toda la región. Washington, en
respuesta, refuerza su influencia con amenazas y acuerdos de seguridad,
energía limpia y “relocalización amigable” de industrias. Latinoamérica
vuelve a ser territorio de competencia entre potencias, pero con
márgenes limitados para decidir sus propias reglas.
En teoría, el acercamiento al bloque
BRICS+ podría
diversificar las dependencias. En la práctica, sin coordinación
regional y sin políticas industriales comunes, el riesgo es
pasar de la dependencia norteamericana a la dependencia de
Eurasia.
El mapa político latinoamericano es un mosaico
en constante cambio. Gobiernos de izquierda y de derecha
conviven con más pragmatismo que ideología, unidos por la
urgencia económica y la presión inflacionaria. Sin embargo, la
falta de proyectos estratégicos de largo plazo es una constante.
México prioriza su integración con
Estados Unidos, pero
mirando hacia los BRICS+, Brasil busca liderazgo en el Sur Global,
Chile y Colombia intentan equilibrar transición verde y
estabilidad fiscal, Argentina fluctúa entre reformas ultra
neoliberales y una crisis de desgaste y cuasi terminal. La integración
regional, mientras tanto, sigue fragmentada, MERCOSUR, CELAC y la ALIANZA
DEL PACÍFICO operan en paralelo, sin convergencia reales.
Paradójicamente, la transición
energética mundial
podría ofrecer a Latinoamérica una segunda oportunidad histórica. El
“triángulo del litio” (Bolivia, Chile, Argentina) concentra más del 60 %
de las reservas globales del mineral clave para las
baterías eléctricas. Brasil lidera en biocombustibles y energía
hidroeléctrica. Uruguay y Costa Rica avanzan hacia la
neutralidad de carbono.
Si la región logra industrializar parte de esa cadena (economía
mixta), podría dejar de ser simple exportadora de materias primas
y convertirse en proveedora tecnológica. Pero eso requiere coordinación,
inversión en ciencia, educación y una visión compartida. Hasta
ahora, el reto no es la falta de recursos, sino la ausencia de estrategia
común.
El desencanto ciudadano crece, los
pueblos manifiestan
una gran desconfianza hacia las elites políticas asociadas a la corrupción,
las democracias liberales y formales no dan el ancho y con muchas
carencias, corrupción es persistente, desigualdades sociales
históricas. Sin embargo, también surgen señales de renovación,
cooperativas tecnológicas, economías sociales, movimientos ambientales y
redes regionales de innovación científica. No es todavía una alternativa
sistémica, pero sí las primeras manifestaciones de un
modelo más inclusivo y sostenible, que observa con cierto interés
lo que ocurre con los BRICS+.
La pregunta de fondo es si América Latina podrá
aprovechar la transición hacia un nuevo orden global para rediseñar
su papel o si volverá a quedar atrapada en la dependencia de
siempre, ahora con nuevos amos y viejas estructuras.
En este siglo multipolar, América
Latina no tiene
que elegir entre Washington o Pekín, entre el capitalismo
neoliberal o el capitalismo clásico. Podría, si logra
articularse, construir su propio camino, un capitalismo regulado
en una primera fase, ecológico, con valor agregado y
políticas sociales efectivas y sostenibles. No es utopía, es
política económica social de largo plazo, algo que las elites
políticas al servicio del poder del dinero han postergado demasiadas
décadas en la región.
Por ahora, el continente sigue siendo la promesa
inconclusa, una región que todos cortejan, pero que aún no
define su propio destino. Y en la historia del capitalismo global
depredador, ese silencio estratégico puede costar más que cualquier
deuda externa.
El siglo XXI no traerá a corto plazo un sistema económico totalmente
nuevo, al menos no pronto. Lo que sí traerá es una transición
gradual, donde la humanidad deberá elegir entre repetir los
errores del pasado o diseñar un modelo capaz de reconciliar
prosperidad, justicia social y sostenibilidad. Superar el capitalismo
y su expresión ultra neoliberal, es la tarea de las tareas de las
fuerzas progresistas de América, Latina, lo otro es quedarse anclado
en un sistema ya viejo, desgastado y en fase terminal.
Eduardo Andrade Bone. Analista
Político y Comunicador Social.
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