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“VI. Contexto histórico de la defunción. Murió en el siglo XXI,
cuando la guerra se volvió digital,
cuando los ejércitos se camuflaron en redes
sociales, cuando las sanciones
económicas mataron más que las balas, y cuando los drones bombardearon en nombre de los derechos humanos. Murió cuando el capital aprendió a vender la destrucción como desarrollo, la ocupación como libertad,
la tortura como justicia preventiva. En ese contexto, el Premio Nobel de la Paz se convirtió en un fetiche global. Su muerte fue la
muerte de una semiosis humanista. Lo que alguna vez pretendió ser símbolo filantrópico burgués de reconciliación se transformó en emblema de hipocresía institucionalizada.
“VII. Testigos de la muerte. Firmaron
como testigos del fallecimiento los pueblos del mundo que
nunca recibieron el premio, aunque
soportaron todas las guerras. Testificaron
los niños palestinos bajo los escombros,
los campesinos africanos desplazados,
las madres latinoamericanas que buscan a sus hijos desaparecidos, los trabajadores explotados por las corporaciones que financian los comités del premio. Ellos fueron los verdaderos jueces y notarios
de esta defunción. Su silencio, su
dignidad y su resistencia son la prueba
más elocuente de que la paz
auténtica no necesita premios sino justicia.
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Fuentes: Rebelión.
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ACTA DE DEFUNCIÓN PARA EL
PREMIO NOBEL DE LA PAZ. Requiescat in pace.
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Por | 14/10/2025 | Opinión.
Fuentes. Revista Rebelión martes 14 de octubre del 2025.
I. Declaración inicial
Se extiende el acta de defunción al
llamado “Premio Nobel de la Paz”, muerto por causas estructurales y
degenerativas propias del sistema capitalista que lo engendró. Su muerte
ocurrió en plena era de la guerra económica, militar, financiara y mediática, bajo la presión del golpismo imperialista de
una burguesía que convirtió la “paz” en mercancía macabra y espectáculo de inmoralidad. No fue un fallecimiento súbito. Fue una agonía lenta, sostenida por discursos
de filantropía hipócrita, por aparatos
mediáticos que anestesiaron
conciencias, por fundaciones que hicieron de la guerra un negocio y de la paz
un pretexto.
La fecha de defunción se inscribe en la cronología difusa del capitalismo tardío, cuando las guerras preventivas se declararon “humanitarias”, cuando las bombas se presentaron como portadoras de democracia y cuando los premios —en lugar de la justicia— se convirtieron en absoluciones para los verdugos.
II. Causas del fallecimiento.
Murió el Premio Nobel de la Paz de
sobredosis de cinismo. La paz que
decía exaltar fue consumida por la
misma lógica del capital que fabrica
enemigos, que necesita de la
guerra para reproducirse, y que lava
su rostro ensangrentado en los templos
del prestigio burgués. Murió
envenenado por su propia
contradicción: pretendía
celebrar la concordia en un mundo edificado sobre la competencia,
la violencia y la expropiación.
El acta “médica”, firmada por
la historia, indica que su sistema inmunológico-ideológico fue destruido por la hipocresía. Cada vez que premiaba a un asesino con palabrerío de
estadista, su cuerpo sufría una hemorragia
de sentido. El Premio Nobel de
la Paz murió porque la paz dejó
de ser un horizonte emancipador y se volvió un pretexto de dominación.
En manos del imperialismo, el galardón
fue degradado a sello de legitimación política, a máscara moral que disimula
los intereses del poder mundial. Murió
de asfixia semiótica: el signo “paz”
perdió su contenido emancipador
y fue reemplazado por un significante
hueco, dócil, rentable.
III. Lugar del fallecimiento.
Murió en la catedral del espectáculo
macabro global. En el altar
de los noticiarios, en los palcos
diplomáticos, en los banquetes donde
los empresarios de la guerra brindan
con champagne por la “paz”.
Murió en los pasillos de las cancillerías,
en las oficinas de marketing político, en las pantallas que transforman el sufrimiento
en rating y la hipocresía en virtud. Murió rodeado de cámaras, aplausos y discursos. No
hubo silencio respetuoso ni duelo verdadero. Fue un funeral mediático: los
mismos que lo mataron
transmitieron su sepelio en vivo, con
comentarios sobre “el legado” y
“la inspiración humanitaria”. El espectáculo
de su muerte fue su última función:
un cadáver que aún servía para simular moralidad. Ella sonreía.
IV. Certificado de causas estructurales.
-Causa primera: El divorcio entre ética
y economía política.
La paz fue transformada en
símbolo desvinculado de la producción material de la vida. En lugar de cuestionar las causas de la violencia —la explotación, el saqueo, la dominación
imperialista—, el Nobel de la Paz
se dedicó a premiar los síntomas. Esa abstracción idealista fue su sentencia de muerte.
-Causa segunda: El fetichismo mediático.
La medalla, el discurso, la ceremonia:
todo se convirtió en simulacro. La “paz”
fue estetizada hasta volverse irreconocible. En el brillo del oro del medallón se reflejaba el oro del capital.
-Causa tercera: La complicidad
institucional.
Las academias, los parlamentos, las
corporaciones y los medios se alinearon para canonizar a los verdugos. Así se
construyó la narrativa de una paz
funcional al orden establecido.
-Causa cuarta: La desfiguración del
signo “humanidad”.
Murió el Premio Nobel de la Paz cuando se divorció la palabra “humano” de su contenido histórico. La humanidad fue reducida a un concepto sentimental, vacío, despolitizado. Ganó el golpismo.
V. Autopsia semiótica.
Al abrir el cuerpo semiótico del
difunto, se hallaron rastros de discursos en descomposición. En el interior del tórax: promesas incumplidas. En los pulmones: aire viciado de diplomacia hipócrita. En el estómago: residuos
de marketing humanitario. En el
corazón: una cicatriz profunda con
forma de dólar. Todo intoxicado conclamores de invasión, muerte, antidemocracia y entreguismo obsceno.
Las vísceras ideológicas
mostraron que su metabolismo simbólico
dependía de la aprobación mediática.
Cada aplauso era una transfusión
de legitimidad. Cada silencio cómplice, un analgésico. Se
detectaron múltiples infecciones: relativismo
moral, neutralidad cobarde, universalismo abstracto.
El cerebro del Premio Nobel de la Paz
mostraba una atrofia avanzada de
pensamiento crítico. Las áreas
dedicadas al análisis de las causas estructurales de la violencia estaban
atrofiadas, sustituidas por una
hiperactividad de relaciones públicas. En su memoria, fragmentos de discursos se repetían como bucles sin
contenido: “esperanza”, “diálogo”,
“compromiso”, “valores compartidos” Palabras
que habían perdido toda conexión con la praxis emancipadora.
VI. Contexto histórico de la defunción.
Murió
en el siglo XXI, cuando la guerra se volvió digital, cuando los ejércitos se camuflaron en redes sociales, cuando las sanciones económicas
mataron más que las balas, y
cuando los drones bombardearon en nombre de los derechos humanos. Murió cuando el capital aprendió a vender la destrucción como desarrollo, la ocupación como libertad,
la tortura como justicia preventiva. En ese contexto, el Premio Nobel de la Paz se convirtió en un fetiche global. Su muerte fue la
muerte de una semiosis humanista. Lo que alguna vez pretendió ser símbolo filantrópico burgués de reconciliación se transformó en emblema de hipocresía institucionalizada.
VII. Testigos de la muerte.
Firmaron como testigos del fallecimiento
los pueblos del mundo que nunca
recibieron el premio, aunque soportaron todas las guerras. Testificaron los niños palestinos bajo
los escombros, los campesinos africanos desplazados, las madres latinoamericanas que buscan a sus hijos desaparecidos, los trabajadores explotados por las corporaciones que financian los comités del premio. Ellos fueron los verdaderos jueces y notarios
de esta defunción. Su silencio, su
dignidad y su resistencia son la prueba
más elocuente de que la paz
auténtica no necesita premios sino justicia.
VIII. Última voluntad del difunto.
En sus últimos suspiros, el Premio Nobel
de la Paz pidió que no se
le erigieran monumentos ni se repitieran sus ceremonias. Dijo que prefería el anonimato del olvido a la perpetuación de su farsa. Pidió que su epitafio dijera:
“Aquí yace una idea que el capital
desfiguró. Murió de tanto ser usada contra los pueblos.”
Pidió, también, que su cuerpo simbólico fuese donado a la
filosofía de la semiosis, para
su estudio crítico. Que se analicen sus signos, sus discursos, sus
metamorfosis, hasta entender cómo un símbolo de emancipación puede convertirse en máscara de dominación.
IX. Acta filosófica de constatación.
En rigor dialéctico,
esta defunción no es solo la muerte de
un premio, sino la manifestación
del ocaso de una civilización que ha perdido el sentido del bien común. La “paz” institucionalizada, domesticada y comercializada, revela el agotamiento moral de una ideología que ya no puede sostener su propio discurso sin recurrir a la mentira. El signo “paz”, en manos del
capitalismo, se convierte en antónimo de sí mismo. Donde dice “paz” hay
estrategia de dominación; donde dice
“reconciliación”, hay impunidad;
donde dice “esperanza”, hay propaganda. La semiosis burguesa de la paz
opera como narcótico colectivo:
un opio semántico que calma las
conciencias, pero perpetúa las cadenas.
X. Certificación semiótica final.
Certifico que el Premio Nobel de la Paz ha
muerto, pero declaro simultáneamente que el signo “paz” no está
condenado a la extinción. Lo que
ha muerto es su fetichización burguesa. Su nueva vida sólo será posible bajo nuevas condiciones históricas,
cuando la paz deje de ser consigna y se vuelva praxis material, cuando
la justicia no sea premio sino principio, cuando la humanidad sea consciente de que la paz no se decreta: se
construye con lucha de clases, con
ciencia, con solidaridad, con organización. La paz verdadera no
necesita comités de selección,
necesita sujetos históricos emancipados.
Su lugar de nacimiento no será un
palacio sueco, sino los territorios
donde los pueblos se niegan a morir.
XI. Epitafio filosófico.
“Murió el Premio Nobel de la Paz, pero no
la esperanza de una paz justa.
Murió el signo domesticado, pero la
semiosis emancipadora sigue viva.
Murió el simulacro, pero la historia aún
respira en los pueblos que luchan.”
XII. Firma del notario.
Firmo esta acta no como burócrata del
sentido, sino como testigo crítico
de su muerte. No hay duelo, hay
conciencia. No hay nostalgia,
hay análisis. El cadáver del Premio
Nobel de la Paz descansa en el
panteón del humanismo traicionado.
Filosofía de la semiosis, año de la
conciencia crítica.
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