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“En 2017 resurgieron las
“guarimbas”
contando con todo el
apoyo de la derecha venezolana y sus mandantes estadounidenses, sin que
María Corina, la ahora Nobel de la Paz, condenase en lo más mínimo sus
aberrantes crímenes contra la población. Todo lo contrario, a lo largo de estos
años no cesó de solicitar la intervención de fuerzas extranjeras para
derrocar al gobierno bolivariano y jamás se le escapó la más mínima condena
a los “guarimberos” que bloqueaban calles y parajes para que nadie
pudiera salir de sus casas creando la imagen de una huelga cívica contra el
gobierno para forzar su caída. A los que osaban salir los atacaban ferozmente,
cuando no los mataban. Llegaron al extremo de quemar vivas a personas
cuyo único delito era tener apariencia de ser chavistas. La documentación sobre
estos crímenes es apabullante, como el cómplice silencio de la
Machado.
“No puede olvidarse que a lo largo de tantos años esta “patriótica” lideresa
venezolana abogó incansablemente ante los gobiernos de Estados Unidos y
de la Unión Europea para que se impusieran duras sanciones económicas y de
todo tipo a la República Bolivariana de Venezuela. También fue juzgada por
conspiración debido a que una ONG por ella creada y dirigida recibió
aportes del Fondo Nacional para la Democracia, financiado por el Congreso de
los Estados Unidos, para campañas desestabilizadoras del gobierno bolivariano.
María Corina Machado es la personificación misma de los
métodos violentos del fascismo.
En casi todos los países habría sido juzgada con penas severísimas por
solicitar una invasión extranjera a su propio país, o la aplicación de
medidas coercitivas unilaterales que producen enormes sacrificios y privaciones
a su propio pueblo. Su desenfreno violentista y su calculada lambisconería
para con el amo imperial le impuso un estruendoso silencio ante el horrible
genocidio en curso en Gaza, para ni hablar de los riesgos que
conlleva para el pueblo venezolano el desplazamiento de las fuerzas navales de Estados
Unidos hacia el Caribe meridional y la posible agresión que de ello
se desprenda. No sorprende que le haya dedicado su Nobel a Donald Trump
ni que todo el sicariato mediático de Occidente la haya ensalzado como una
heroína, campeona de la paz, los derechos humanos y la democracia.
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LA MUERTE DEL PREMIO NOBEL DE LA PAZ.
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Por Atilio. A. Borón.
Sociólogo. Politólogo. Dr. en Ciencias Políticas.
Maestro Universitario- Buenos Aires Argentina.
Fuente, Prensa Latina. Firmas Selectas.
Domingo 19 de octubre del 2025.
El otorgamiento del Premio Nobel de la
Paz a María Corina Machado
es la culminación de un largo proceso de descomposición moral y política que ha
afectado irreparablemente a ese galardón. Lo podrán seguir otorgando, año tras
año, pero el desagradable olor de su incoherencia ética y su oportunismo
político al servicio de Washington lo acompañará para siempre.
Claro que lo ocurrido en estos días no es nuevo. El premio estaba
desacreditado desde mucho antes. Si bien por excepción le fue otorgado a
personajes cuya trayectoria estaba claramente marcada por su compromiso con la
paz: Martin Luther King en 1964, la Madre Teresa de Calcuta
(1979), Adolfo Pérez Esquivel (1980), el obispo sudafricano Desmond
Tutu (1984) y Nelson Mandela (1993), y unos pocos más, la entrega de
ese galardón a Henry Kissinger en 1973, un asesino serial responsable
del brutal bombardeo contra Vietnam y desestabilizador de procesos democráticos
como el Chile de Salvador Allende marcaba de modo indeleble la
depravación de la idea original de Alfred Nobel que era premiar a las
personas u organizaciones que luchan por el imperio de la paz y la resolución
pacífica de los conflictos.
Lo mismo puede decirse de la
premiación de Barack Obama, insólitamente concedida a los pocos meses de iniciado su
mandato “por sus extraordinarios esfuerzos para fortalecer la diplomacia
internacional y la colaboración entre los pueblos”, según decía el comunicado
oficial. Desgraciadamente, los hechos desmintieron al Comité Nobel porque
durante los ocho años de su administración Obama no estuvo ni un solo día sin
librar guerras o ejecutar operaciones militares en el exterior. En dicho
lapso ordenó 563 ataques, principalmente con drones, para eliminar
“objetivos terroristas”
en Pakistán, Somalia y Yemen, una cifra escandalosa cuando se la compara con
los 57 ataques ordenados por la administración de George W. Bush, el inventor
de la “guerra contra el terrorismo”. Entre 384 y 807 civiles murieron en aquellos países, en
la gran mayoría de los casos cuando el ocupante de la Casa Blanca ya
ostentaba su condición de Nobel de la Paz.
La premiación de María Corina Machado es una adición más a este sombrío
inventario. Machado es una pertinaz cultora de la violencia, un hábito
mantenido sin pausa desde el momento en que Hugo Chávez Frías fue
electo, con las leyes de la Cuarta República, presidente de Venezuela en
diciembre de 1998. Apenas el líder bolivariano se posesionó de la
presidencia, Machado y otros personajes de la vieja y corrupta política
de la Cuarta República se lanzaron a la conspiración. Sus planes se
materializaron el 11 de abril del 2002 con el golpe de estado que
milagrosamente no acabó con la vida de Chávez.
Los golpistas labraron un Acta
pomposamente llamada “de Constitución del Gobierno de Transición Democrática y
Unidad Nacional” que
daba inicio al gobierno de facto presidido por Pedro Carmona, presidente de
la poderosa Fedecámaras. La gestión de este campeón de la democracia fue
ejemplar, salvo por lo efímero de su permanencia en el poder. Pero no perdía
el tiempo, algo en lo cual los gobiernos progresistas son grandes
especialistas: en su primer acto oficial disolvió de un plumazo la Asamblea
Nacional, el Tribunal Supremo de Justicia, el Consejo Nacional Electoral,
removió al Fiscal General, al Contralor de la República y al Defensor del
Pueblo, destituyó a todos los gobernadores, alcaldes y concejales y decretó
la baja de todos los embajadores, cónsules y vicecónsules y eliminó las 49
leyes habilitantes y el cambio de la Constitución, y restauró para su país
el tradicional nombre de Venezuela aboliendo su condición de república
bolivariana.
Todo este ataque a la
institucionalidad democrática
de Venezuela fue ratificado por una convocatoria a las “fuerzas
vivas” del país, que se reunieron en el Palacio de Miraflores para
avalar el nacimiento del nuevo régimen firmando el documento en donde se
establecían las medidas mencionadas más arriba. Entre los firmantes se
encuentra el nombre de María Corina Machado.
¿Fue ese su sólo pecadillo de
juventud? No, fue
apenas el comienzo de una carrera cada vez más signada por la apelación a la
violencia. Peregrinó a Washington para entrevistarse con el presidente George
W. Bush en la Oficina Oval de la Casa Blanca, el 31 de mayo del 2005,
solicitando ayuda para derrocar al gobierno constitucional de Venezuela.
En otras palabras, proponía una intervención militar estadounidense que hubiera
provocado un baño de sangre en su propio país. Insistió en esa conducta y en
marzo del 2014, en coincidencia con la primera de las sangrientas
“guarimbas”- barricadas de lúmpenes y paramilitares armados-
organizadas por la derecha venezolana para derrumbar al gobierno, la Machado
reaparece en la escena internacional como insólita “embajadora alterna” de
Panamá -sí, leyó bien, de Panamá, no de Venezuela- en la sesión del Consejo
Permanente de la Organización de los Estados Americanos, siendo que a la
sazón era diputada a la Asamblea Nacional. Su objetivo: solicitar en un
acto de vil traición a la patria que el Consejo Permanente de la OEA
dispusiera una intervención militar multinacional en contra de su propio
país para derrocar al presidente Nicolás Maduro.
En 2017 resurgieron las “guarimbas”
contando con todo el
apoyo de la derecha venezolana y sus mandantes estadounidenses, sin que
María Corina, la ahora Nobel de la Paz, condenase en lo más mínimo sus
aberrantes crímenes contra la población. Todo lo contrario, a lo largo de estos
años no cesó de solicitar la intervención de fuerzas extranjeras para
derrocar al gobierno bolivariano y jamás se le escapó la más mínima condena
a los “guarimberos” que bloqueaban calles y parajes para que nadie
pudiera salir de sus casas creando la imagen de una huelga cívica contra el
gobierno para forzar su caída. A los que osaban salir los atacaban ferozmente,
cuando no los mataban. Llegaron al extremo de quemar vivas a personas
cuyo único delito era tener apariencia de ser chavistas. La documentación sobre
estos crímenes es apabullante, como el cómplice silencio de la
Machado.
No puede olvidarse que a lo largo de
tantos años esta “patriótica”
lideresa venezolana abogó incansablemente ante los gobiernos de Estados
Unidos y de la Unión Europea para que se impusieran duras sanciones
económicas y de todo tipo a la República Bolivariana de Venezuela. También fue
juzgada por conspiración debido a que una ONG por ella creada y dirigida
recibió aportes del Fondo Nacional para la Democracia, financiado por el
Congreso de los Estados Unidos, para campañas desestabilizadoras del gobierno
bolivariano.
María Corina Machado es la
personificación misma de los métodos violentos del fascismo. En casi todos los países habría sido
juzgada con penas severísimas por solicitar una invasión extranjera a su
propio país, o la aplicación de medidas coercitivas unilaterales que producen
enormes sacrificios y privaciones a su propio pueblo. Su desenfreno
violentista y su calculada lambisconería para con el amo imperial le impuso
un estruendoso silencio ante el horrible genocidio en curso en Gaza,
para ni hablar de los riesgos que conlleva para el pueblo venezolano el
desplazamiento de las fuerzas navales de Estados Unidos hacia el Caribe
meridional y la posible agresión que de ello se desprenda. No sorprende que
le haya dedicado su Nobel a Donald Trump ni que todo el sicariato
mediático de Occidente la haya ensalzado como una heroína, campeona de la
paz, los derechos humanos y la democracia.
Tanto elogio hacia su persona es
comprensible: se trata de los mismos medios, y los mismos gobernantes, que durante dos años cerraron
beatíficamente sus ojos y avalaron, financiaron y le ofrecieron toda la
cobertura diplomática al gobierno de Israel para que perpetrara el
bárbaro genocidio de los gazatíes. Leer la prensa de Occidente, salvo
contadísimas excepciones, produce vómitos ante tal cúmulo de mentiras, dobles
raseros y el sistemático ocultamiento de innumerables crímenes.
Por eso los países del Occidente colectivo, en franca e irreversible
declinación, celebran alborozados el Nobel concedido a María Corina Machado.
Cuando le informaron de la premiación otorgada a la opositora venezolana el
enviado especial del presidente Donald Trump para Misiones Especiales, Richard
Grenell, se limitó a comentar lacónicamente: “El Premio Nobel murió hace
años”. Tiene razón, pero faltaba un último clavo para sellar herméticamente el
ataúd. María Corina Machado lo aportó.
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