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En la configuración del proceso globalizador los Estados continúan teniendo un papel fundamental. Problemas atribuidos a la globalización, pasan por una intervención política a nivel de cada Estado. Cuando se asiste a la implementación de políticas impopulares de carácter neoliberal, justificada como las únicas posibles debido a la globalización, estamos ante una posición ideológica en función de los grupos económicos y clases sociales que controlan las instituciones y representan la hegemonía política del proceso de internacionalización del capital.
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El Estado frente a la globalización.
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La desregulación y el transnacionalismo que acompañan a la globalización menoscaban su rol y limitan muchas de sus tradicionales esferas de actuación
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Las investigaciones que exploran el papel del Estado en un mundo globalizado son muy amplias. En buena medida se constata la pérdida o reducción del poder del Estado en el momento actual. Según tales estudios, éste pierde peso en un contexto en el que la desregulación y el transnacionalismo que acompañan a la globalización menoscaban su rol y limitan muchas de sus tradicionales esferas de actuación, particularmente en lo que se refiere al gobierno de los procesos económicos.
Aún así, existen dos ámbitos en los que el protagonismo del Estado permanece prácticamente sin cuestionar: como último garante de los derechos del capital, ya sea nacional o extranjero y como protagonista de los conflictos internacionales.
En buena medida, los conflictos que tienen lugar actualmente en la arena internacional se dirimen entre Estados. Los analistas internacionales debaten sobre la validez del análisis de Huntington (2005) en torno al choque de civilizaciones. Este autor afirma que este conflicto sustituirá a la rivalidad entre superpotencias y que las brechas entre civilizaciones cristiana e islámica, confuciana e hinduista, americana y japonesa, europea y africana, serán los frentes de batalla en el futuro. A pesar de ello, constatamos, sin embargo, una clara presencia de intereses nacionales o estatales, rivalidad por los recursos y ambiciones geoestratégicas entre las causas de las disputas o los conflictos recientes.
Al tiempo que se observan estas tendencias, percibimos igualmente otras que apuntan a la superación o menoscabo del poder del Estado-nación. Según el politólogo británico, David Held, se debe distinguir entre soberanía y autonomía de los Estados. Soberanía es la autoridad política de una comunidad que tiene derecho indiscutible a determinar su marco de normas, regulaciones y políticas dentro de un territorio dado y a gobernar en consecuencia. Se trata, por tanto, en otras palabras de la soberanía interna de los Estados, uno de los principios que ha definido el Estado-nación. La autonomía del Estado, en cambio, se refiere a su capacidad para llevar a cabo objetivos en el ámbito exterior a las fronteras territoriales estatales.
Según David Held, cabe afirmar que la autonomía se ha reducido significativamente con la globalización. En el pasado, a pesar de las limitaciones que el Estado encontraba en la arena internacional, se daba por supuesto que tenía autoridad plena para establecer leyes y políticas por las que se regirían sus ciudadanos, es decir, se daba por supuesto que los Estados actuaban con soberanía plena, incluso a pesar de la correlación de fuerzas presentes en el ámbito internacional y su impacto en las dinámicas de gobierno nacionales.
Esta situación, sin embargo, ha cambiado en el transcurso de las últimas décadas de forma que actualmente, como señalas los analistas internacionales, la soberanía de las naciones se ve muy influida por limitaciones internacionales. Existen instituciones supranacionales que se han convertido en generadoras de derecho, normas y leyes que no sólo afectan a las relaciones entres los Estados, sino a la legalidad interna de cada Estado.
En el caso de Europa, la débil representatividad de las instituciones europeas agrava el problema de legitimidad y establece una distancia que a veces parece insalvable entre los ciudadanos de cada país y la Unión como tal. Junto a este fenómeno de recorte de las atribuciones tradicionales al Estado de la mano de instancias internacionales, también encontramos mucha reflexión sobre cómo el Estado-nación también es superado o trascendido desde niveles inferiores.
La búsqueda de la identidad como antídoto a la globalización económica y a la pérdida de derechos políticos que cala por debajo del Estado-nación, dará un nuevo dinamismo a regiones y ciudades de toda Europa.
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En buena medida, los conflictos que tienen lugar actualmente en la arena internacional se dirimen entre Estados. Los analistas internacionales debaten sobre la validez del análisis de Huntington (2005) en torno al choque de civilizaciones. Este autor afirma que este conflicto sustituirá a la rivalidad entre superpotencias y que las brechas entre civilizaciones cristiana e islámica, confuciana e hinduista, americana y japonesa, europea y africana, serán los frentes de batalla en el futuro. A pesar de ello, constatamos, sin embargo, una clara presencia de intereses nacionales o estatales, rivalidad por los recursos y ambiciones geoestratégicas entre las causas de las disputas o los conflictos recientes.
Al tiempo que se observan estas tendencias, percibimos igualmente otras que apuntan a la superación o menoscabo del poder del Estado-nación. Según el politólogo británico, David Held, se debe distinguir entre soberanía y autonomía de los Estados. Soberanía es la autoridad política de una comunidad que tiene derecho indiscutible a determinar su marco de normas, regulaciones y políticas dentro de un territorio dado y a gobernar en consecuencia. Se trata, por tanto, en otras palabras de la soberanía interna de los Estados, uno de los principios que ha definido el Estado-nación. La autonomía del Estado, en cambio, se refiere a su capacidad para llevar a cabo objetivos en el ámbito exterior a las fronteras territoriales estatales.
Según David Held, cabe afirmar que la autonomía se ha reducido significativamente con la globalización. En el pasado, a pesar de las limitaciones que el Estado encontraba en la arena internacional, se daba por supuesto que tenía autoridad plena para establecer leyes y políticas por las que se regirían sus ciudadanos, es decir, se daba por supuesto que los Estados actuaban con soberanía plena, incluso a pesar de la correlación de fuerzas presentes en el ámbito internacional y su impacto en las dinámicas de gobierno nacionales.
Esta situación, sin embargo, ha cambiado en el transcurso de las últimas décadas de forma que actualmente, como señalas los analistas internacionales, la soberanía de las naciones se ve muy influida por limitaciones internacionales. Existen instituciones supranacionales que se han convertido en generadoras de derecho, normas y leyes que no sólo afectan a las relaciones entres los Estados, sino a la legalidad interna de cada Estado.
En el caso de Europa, la débil representatividad de las instituciones europeas agrava el problema de legitimidad y establece una distancia que a veces parece insalvable entre los ciudadanos de cada país y la Unión como tal. Junto a este fenómeno de recorte de las atribuciones tradicionales al Estado de la mano de instancias internacionales, también encontramos mucha reflexión sobre cómo el Estado-nación también es superado o trascendido desde niveles inferiores.
La búsqueda de la identidad como antídoto a la globalización económica y a la pérdida de derechos políticos que cala por debajo del Estado-nación, dará un nuevo dinamismo a regiones y ciudades de toda Europa.
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