jueves, 26 de julio de 2018

NICARAGUA. LOS TIEMPOS DE HOY Y EL SUSTRATO ONTOLÓGICO DEL SER HUMANO.

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El país de Augusto César Sandino está entre los que enfilan su quilla al futuro como se demostró en las elecciones de 2016 en las que el pueblo impidió que la derecha regresara a la época del neoliberalismo globalizado como ocurrió en Argentina donde los sectores más vulnerables están pagando muy caro su error en las urnas. El caso de Argentina debería ser también motivo de análisis de la izquierda pues un triunfo de Mauricio Macri no debió suceder, con lo cual se demuestra la aseveración del académico panameño Nils Castro de que no todos los éxitos obtenidos por la contraofensiva reaccionaria “pueden achacarse a la avidez, las artimañas y el poder económico y mediático de las derechas, ni al patrocinio común del imperialismo”.

Pero tal análisis tiene poca utilidad, como sugiere el propio Nils, si se enfila a atribuir el actual reflujo de la derecha “solo a las vilezas de los medios de la clase dominante y sus mentores foráneos”, pues esos medios “solo son tan eficaces como las deficiencias de las izquierdas se lo facilitan al hacer más vulnerables a sus gobiernos”. Hace algún tiempo, el dominico Frei Betto indicaba en una entrevista con Prensa Latina, en la que se mostró muy crítico con los gobiernos del Partido de los Trabajadores de Brasil de los cuales es un gran defensor, que cometieron el equívoco de facilitar al pueblo acceso a los beneficios personales, un coche, créditos, nevera, televisión, pero la gente siguió sin educación de calidad, transporte público, sanidad, vivienda decorosa, y lo peor de todo sin educación ideológica ni trabajo político.
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NICARAGUA. LOS TIEMPOS DE HOY Y EL SUSTRATO ONTOLÓGICO DEL SER HUMANO.

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ALAI. América Latina en Movimiento.

Martes 24 de julio del 2018.

Es muy triste conocer la muerte de decenas de nicaragüenses, y más aún cuando las circunstancias en las que fallecieron son hijas de una violencia social creada en laboratorio al amparo de errores en el liderato y tergiversaciones de sus adversarios, fertilizantes que le permitieron crecer como planta parásita asesina e invadir el follaje del árbol sandinista.

La virulencia de los sucesos, su rápida propagación y una inaudita radicalización política de sus presuntos protagonistas que, sin antecedentes ni preparación previa, y ninguna ascendencia reconocida en la población, se trastocaron en portavoces de una filiación progresista inexistente hipercrítica del sandinismo y contraria al diálogo y la paz.

Poco tiempo hizo falta para saber que se trataba de una conspiración de alto vuelo que implica a la CIA y al gobierno actual de Estados Unidos, para liquidar un gobierno cuyo presidente, Daniel Ortega, había llegado al poder con 72 por ciento de los sufragios.

Tamaña contradicción, que incluso llegó a confundir a gente de alma buena, se fue disipando como la bruma en la misma medida en que las fuerzas hostiles fueron desvelando sus intenciones golpistas sin ningún pudor en una mesa de diálogo a la que acudieron no con el ánimo de llegar a acuerdos, sino de defenestrar a Ortega y erradicar el sandinismo.

La gran prensa contribuyó a magnificar cada acto de violencia sin siquiera salvar las apariencias ni encubrir que había un burdo implante de las guarimbas fracasadas en Venezuela ni que el actual gobierno de Estados Unidos estaba detrás de ellas, como en su momento hizo Ronald Reagan con el famoso affaire Irán Contras el siglo pasado por la importancia de Nicaragua para su geopolítica regional.

El teólogo de la liberación Leonardo Boff decía recientemente en un artículo que la ética del cuidado es el sustrato ontológico del ser humano, en tanto y cuanto este es interpretado como una relación amigable y amorosa con la realidad, de mano extendida para la solidaridad y no de puño cerrado para la dominación. En el centro del cuidado está la vida.

Nicaragua debe ser un alegato a ese cuidado y a la paz, y un llamado al análisis sereno de las fuerzas de izquierda para evitar que la derecha vernácula y sus financistas extranjeros se adueñen de las crisis sociales y políticas a las que siempre están expuestos los gobiernos sean o no progresistas.

El país de Augusto César Sandino está entre los que enfilan su quilla al futuro como se demostró en las elecciones de 2016 en las que el pueblo impidió que la derecha regresara a la época del neoliberalismo globalizado como ocurrió en Argentina donde los sectores más vulnerables están pagando muy caro su error en las urnas.

El caso de Argentina debería ser también motivo de análisis de la izquierda pues un triunfo de Mauricio Macri no debió suceder, con lo cual se demuestra la aseveración del académico panameño Nils Castro de que no todos los éxitos obtenidos por la contraofensiva reaccionaria “pueden achacarse a la avidez, las artimañas y el poder económico y mediático de las derechas, ni al patrocinio común del imperialismo”.

Pero tal análisis tiene poca utilidad, como sugiere el propio Nils, si se enfila a atribuir el actual reflujo de la derecha “solo a las vilezas de los medios de la clase dominante y sus mentores foráneos”, pues esos medios “solo son tan eficaces como las deficiencias de las izquierdas se lo facilitan al hacer más vulnerables a sus gobiernos”.

Hace algún tiempo, el dominico Frei Betto indicaba en una entrevista con Prensa Latina, en la que se mostró muy crítico con los gobiernos del Partido de los Trabajadores de Brasil de los cuales es un gran defensor, que cometieron el equívoco de facilitar al pueblo acceso a los beneficios personales, un coche, créditos, nevera, televisión, pero la gente siguió sin educación de calidad, transporte público, sanidad, vivienda decorosa, y lo peor de todo sin educación ideológica ni trabajo político.

En sentido general, el retorno de la derecha ha sido bastante efímero, parcial, caótico y fracasado si se toman en cuenta las situaciones en Argentina, en el Brasil golpista de Temer, el descarado fraude electoral en Honduras, la ambivalencia en Paraguay, y la fragilidad del triunfo de los mercenarios de Uribe en Colombia donde la votación obtenida por Gustavo Petro irradia esperanzas.

El triunfo arrollador de Andrés Manuel López Obrador en México, la heroica resistencia de la revolución bolivariana en Venezuela, la contundencia del gobierno plurinacional de Evo Morales en Bolivia, la firmeza del Frente Farabundo Martí en El Salvador, y la lucha de los defensores de la revolución ciudadana en Ecuador para impedir su evaporación, merecen acciones decisivas de apuntalamiento como expresaron los delegados al Foro de Sao Paulo celebrado recientemente en La Habana.

Hay que trabajar mucho, de forma organizada, coherente y unida para romper espejismos negativos que ponen al capitalismo salvaje por encima de todo, cuando es notorio que ese régimen social está en decadencia aunque muy fuerte todavía, y demostrar que la izquierda puede sobreponerse a los golpes puntuales recibidos y que no está amarrada a una correlación de debilidades en la que le asignan la peor parte, sino que está en un nuevo punto de inflexión en su avance hacia el futuro.

La unidad de la izquierda latinoamericana es clave en esta coyuntura y solo con ella podrá consolidarse la nueva oleada que se ve venir en el continente de gobiernos progresistas que sí cambiarán la correlación de fuerzas y marcarán un nuevo rumbo en el que se garanticen y preserven los derechos de los trabajadores y del ser humano en general.

Será la época de la construcción de un nuevo equilibro de todas las cosas, entre los humanos, con la naturaleza y con el universo, como diría Leonardo Boff.

Para ello es necesario que la humanidad no ceda ante la barbarie que podría conducir a una verdadera era mundial de las tinieblas, e imponga la nueva ética a la que insta Boff, en primer lugar la ética del cuidado que constituye el sustrato ontológico del ser humano, es decir, aquel conjunto de factores sin los cuales jamás surgirían el ser humano y otros seres vivos.

Parodiando a José Martí, la izquierda latinoamericana está de nuevo en “la hora de los hornos, y no se ha de ver más que la luz”.

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